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Inmersión en Rafael Azcona - Zenda
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Inmersión en Rafael Azcona

Hay personas que desalojan un volumen de líquido superior a su masa. El engreimiento, la vanidad o la prepotencia producen este efecto contrario a las leyes de la física. No daré nombres para que cada cual ponga los que le resulten más notorios. Otras, en cambio, por su modestia, o porque el medio juega en...

Hay personas que desalojan un volumen de líquido superior a su masa. El engreimiento, la vanidad o la prepotencia producen este efecto contrario a las leyes de la física. No daré nombres para que cada cual ponga los que le resulten más notorios. Otras, en cambio, por su modestia, o porque el medio juega en contra de ellas, apenas desplazan volumen alguno, como si carecieran de peso. Entre estas ocupó un lugar destacado en la segunda mitad del pasado siglo el guionista cinematográfico, humorista y escritor Rafael Azcona.

A pesar de las virtudes que demostró en estas tres actividades, no alcanzó renombre ni reconocimiento social. Sí, obtuvo diversos premios. Sí, lo admira la estricta cofradía de los cinéfilos. Sí, escribió novela con cierta difusión. Sí, hizo las delicias de muchas gentes en los tiempos grises de la dictadura con la popular invención del niño Vicente, detestable personajillo que el pueblo ha convertido en acuñación verbal. Pero nunca se le contó ni se le cuenta entre las referencias canónicas ni colectivamente conocidas. En el cine, se llevan al gato al agua los directores para quienes trabajó. En novela, lo ensombrecieron los maestros en hacer concesiones. Y el humor, en España, no produce grandes réditos y suele considerarse fuera del gran arte o la gran literatura (a pesar del aval cervantino). En lo privado, lo poco que lo traté me permite asegurar que era persona sencilla, humilde, agradable, nada envanecida y muy culta. En suma: el cóctel perfecto para no ser nadie en un país propenso a celebrar a los figurones.

"Las historietas punzantes del niño Vicente se sostienen en un peculiar sistema expresivo que consiste, antes que nada, en la acuñación de un procedimiento verbal interpelativo."

Hace algún tiempo, una ejemplar editorial riojana que cuida el libro con esmero, Pepitas de Calabaza, emprendió el rescate de los artículos y dibujos (de los chistes, por decirlo con un término acorde con la falta de pretensiones del autor) de su paisano en tres tomos acogidos al rótulo general Todo Rafael Azcona en La Codorniz. Habían salido, hasta la fecha, creo que con algún éxito, los volúmenes I, ¿Por qué nos gustan las guapas?, y II, ¿Son de alguna utilidad los cuñados?, y ahora se completa la trilogía con uno de ocurrente y atinado título, Repelencias, en alusión al rasgo definitorio del niño Vicente todavía fresco en la memoria de muchas personas. Un interesante prólogo de Santiago Aguilar proporciona las noticias oportunas para situar a la criatura de Azcona en el contexto del trabajo del autor y de los modelos literarios internacionales que fecundaron aquella imborrable La Codorniz. Repelencias contiene la obra gráfica de Azcona publicada entre 1953 y 1956 en «la revista más audaz para el lector más inteligente», además de los dibujos que ya merecieron salida independiente hace más de medio siglo en el libro El repelente niño Vicente.

El personaje del niño Vicente es una creación original de Azcona, una intuición feliz inspirada por el genio. Tiende uno naturalmente a ver en ella su mensaje crítico, pero este, sin hurtarle nada a su fuerza corrosiva, no lograría su valor artístico si no estuviera inserto en un discurso global en el que se funden el dibujo, el contenido nocional y un registro lingüístico peculiar. Todo ello conforma más que un chiste —sin dejar de serlo— un pequeño relato. Como un microrrelato podrían considerar la aleación de texto y grafismo quienes hoy reivindican estas formas mínimas de la narración.

Las historietas punzantes del niño Vicente se sostienen en un peculiar sistema expresivo que consiste, antes que nada, en la acuñación de un procedimiento verbal interpelativo. El mozo se dirige a un destinatario presente a quien menciona en una aposición explicativa: «Si interrumpís vuestro partido de balompié, queridos condiscípulos, yo os explicaré…», «pero, inconsciente niña…», «creo, hermosa y sentimental niña…», «¡ay, pobre mentecato, …», «mi frívola amiga…», «mira, mi dilecta amiga…», «he de advertirte, descocada y precoz coquetuela…», etcétera (la cursiva la añado yo). Y lo suele hacer con un léxico exigente que revela una primera incongruencia entre la edad de esa cara gordezuela e inexpresiva y el lenguaje utilizado. Dicha incoherencia hace un juego perfecto con el contenido. Vicente es una pura incongruencia infantil: desprecia todos los valores propios de esa edad dada al juego, a la ensoñación, a los actos gratuitos, a la protesta, a la travesura. Al contrario, en su voz, que yo imagino sin razón alguna aflautada, se escuchan los valores de una sociedad prosaica y materialista hasta más no poder. Sus sentenciosas afirmaciones rezuman sentido utilitario. Un Vicente encorbatado y formal le dice a una chica cuya perplejidad se refleja en su rostro: «—No podemos continuar nuestras relaciones querida niña, porque he hecho cálculos y he averiguado que no nos podemos casar nunca, ya que el problema de la vivienda quedará solucionado en el mejor de los casos mucho después de que hayamos cumplido los noventa años».

"Vicente es el oráculo de la clase media urbana conformista y mediocre, y trasmite sus valores conservadores y los de un sistema basado en el orden, el provecho y las tradiciones."

No hay poesía ni ilusión en el mundo vicentil. Todo se lo come el pragmatismo: «Yo os aconsejo, pequeños mendicantes, que en lugar de desperdiciar el tiempo pidiendo limosna, estudiéis alguna disciplina que os permita el día de mañana ganaros la vida honradamente y llevar la cabeza más alta que nadie». Y a un «niño despilfarrador» le enseña que si en vez de gastar veinticinco céntimos en un helado los deposita en una cartilla de ahorros, cincuenta años después tendrá una peseta con setenta y siete céntimos para apoyar la vejez.

Vicente es el oráculo de la clase media urbana conformista y mediocre, y trasmite sus valores conservadores y los de un sistema basado en el orden, el provecho y las tradiciones. En lugar de la pasión donjuanesca, Vicente le ofrece a una posible amada que si es «siempre recatada y honesta, cuando seamos mayores nos casaremos e iremos juntos a todos los museos y a todas las conferencias». Y le advierte a su hermana que no olvide que «el amor no es la primavera y todo eso, sino sencillamente el instinto de conservación de la especie».

Esta mentalidad se advierte en una y otra ocasión y así, con el apoyo de la también inconsecuente pedantería del niño-falso adulto, Azcona lanza un fuerte discurso ideológico al revés. Lo que ofrece es el retrato burlesco de un modo de apreciar el mundo, el de una clase media vulgar, el de la España de la época y su discurso hegemónico, representativo del ideario nacional-católico. De ahí el sentido crítico que adquieren al trasluz las parrafadas del niño Vicente.

Ese mismo sentido poseen los dibujos y chistes que se recogen en Repelencias, aunque con un alcance más amplio y con registros de mayor variedad. Las viñetas reflejan situaciones de la vida corriente expresadas en escorzo. A veces se trata solo del chisporroteo de una ocurrencia; dos ciudadanos miran a un mendigo y al observar el letrero que cuelga del cuello, «Pobre mendijo», comentan: «Es tan pobre que solo tiene una falta de ortografía». A veces es la pura manifestación del absurdo: mi marido, dice la mujer, «cada día está más raro; ayer, sin ir más lejos, se murió». También se encuentra el puro juego verbal, señal de un regusto por la palabra que no duda en caer en la inocentona paranomasia: «Como me he dejado en tierra la pipa, me consuelo fumando en la popa». Cabe igualmente el humor un punto macabro: «¿Está usted seguro de que no se romperá la cuerda?», le pregunta al verdugo el reo en el cadalso. O el ingenio que pretende nada más la sonrisa cómplice: en el zoo ofrecen el modelo J5 de jirafa especial para familias numerosas con otras tantas chepas.

"Rafael Azcona, considerado con la distancia temporal que permite tener una visión panorámica de su heterogéneo trabajo, pertenece con propiedad al movimiento neorrealista."

Los dibujos y chistes de Azcona van del testimonio colectivo al humorismo libre. En ellos se esconde una mirada entrañada, un punto de vista cervantino de la vida. La sonrisa se impone a la mirada grotesca. La comprensión hacia nuestra naturaleza al insulto. En los dibujos sueltos existe como una complicidad con lo humano. Lo contrario —y esto es definitorio del autor— de lo que por las mismas fechas cultivaba Cela con su galería de tontos y bobos con la que hacía el retrato carpetovetónico del país. Llevar a cabo la inmersión en Azcona que permite Repelencias es también entrar en un mundo creativo marcado definitivamente por la época.

Azcona, nacido en 1926, pertenece a la llamada generación del medio siglo. Buena parte de aquellos niños de la guerra fueron beligerantes con la sociedad opresiva de su tiempo. Algunos reaccionaron contra tan extendida mediocridad plantándole cara a la dictadura y tratando de ayudar a que esta se viniese abajo con su arte: Antonio Ferres o Caballero Bonald, por fortuna todavía activos, o Juan Goytisolo, Jesús López Pacheco, Ángel González, Juan Antonio Bardem. Otros no tuvieron fe en la efectividad práctica de su arte y encaminaron su desencanto o su protesta por caminos menos dependientes del mandarinato ideológico de la izquierda. Prefirieron quedarse en el retrato de las «pobres gentes» (así se refería a sus personajes Ignacio Aldecoa) y en la estampa solidaria: el mencionado Aldecoa y su mujer, Josefina Rodríguez (que prologó una antología de narraciones de Azcona, Estrafalario, con complicidad generacional), Sánchez Ferlosio, Fernández Santos (que también tenía una de sus dos almas en el cine), Martín Gaite… Los manuales de literatura hablan, para referirse a este grupo de escritores-amigos madrileños, de una corriente neorrealista cuya fuente estaba en la narrativa y el cine italianos de posguerra, muy próximos a la sensibilidad del guionista de El cochecito, Plácido o El verdugo. Rafael Azcona, considerado con la distancia temporal que permite tener una visión panorámica de su heterogéneo trabajo, pertenece con propiedad al movimiento neorrealista. A pesar de que no figure en la nómina de ese grupo que buscó silenciosamente la modernización de nuestra cultura en medio de la grisalla franquista.

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Autor: Rafael Azcona. Título: Repelencias. Editorial: Pepitas de calabaza. Venta: Amazon, Fnac y Casa del Libro

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Santos Sanz Villanueva

Santos Sanz Villanueva (Soria, 1948) es licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Zaragoza y doctor en Filología Románica por la Complutense de Madrid, de la cual es catedrático jubilado de Literatura Españo­la. Conferenciante y crítico literario, ha recibido el Premio Fastenrath de Ensayo de la Real Academia Española por Historia de la novela social española, y el Premio Fray Luis de León de Ensayo. Entre sus publicaciones más importantes, destacan Narrativa en el exilio (1977), Lectura de Juan Goytisolo (1980), El siglo XX. Literatura actual (1984), La Eva actual (1998), El último Delibes y otras notas de lectura (2007), Diez novelistas españoles de postgue­rra. Siete olvidados y tres raros (2010) y La novela española durante el franquismo (2010). Ha prologado libros de Cervantes, Miguel Delibes, José Hierro, Juan Goytisolo, José María Merino, Arturo Pérez-Reverte, Josep Pla, Gonzalo Torrente Ballester y Francisco Umbral.

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