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Ingenieros del alma y genocidio de clase - Zenda
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Ingenieros del alma y genocidio de clase

No, el siglo XVIII no abrió paso a nada que una mente lúcida, desde la atalaya de nuestro tiempo, pueda considerar “mejor” en sentido alguno. Iván Bunin (1870-1953), en su diario de la época revolucionaria (Días malditos, Acantilado), de la que pudo salir ileso con la ayuda de Dios y Fortuna, y gracias a ello...

Entre el hundimiento del Titanic (abril, 1912) y la explosión atómica de Hiroshima (agosto, 1945) tuvo lugar el nacimiento de la sociedad contemporánea, lo que denominamos “siglo XX”. Su máxima expresión: un conflicto bélico devastador en dos fases que algunos historiadores han calificado con justicia como “guerra civil europea”. Siglo extenuante que aun persiste, a cuya prolongada agonía asistimos perplejos en un entorno de incertidumbre y crisis provocadas por avances tecnológicos y científicos con un intenso potencial de dislocación societario e histórico. Entre los subproductos políticos rupturales tempranos de este escenario conflictivo a escala planetaria, donde salieron a escena fuerzas titánicas letales sin precedentes y fueron movilizadas para la muerte decenas de millones de seres humanos, se encuentra la Revolución Rusa de 1917.

No, el siglo XVIII no abrió paso a nada que una mente lúcida, desde la atalaya de nuestro tiempo, pueda considerar “mejor” en sentido alguno.

Iván Bunin (1870-1953), en su diario de la época revolucionaria (Días malditos, Acantilado), de la que pudo salir ileso con la ayuda de Dios y Fortuna, y gracias a ello consiguió el premio Nobel en 1933, se remonta a Herzen (1812-1870) para señalar cómo «hasta la gran Revolución Francesa el mundo no había conocido la decepción». Para terminar: «El escepticismo apareció con la república de 1792».

"En el libro se tratan los decursos vitales y profesionales de decenas de autores, desde los comienzos del establecimiento del poder comunista en la Rusia de 1917 hasta la cercana actualidad"

El libro de Manuel Florentín, prologado con eficacia y rigor por Antonio Elorza, constituye una monumental recopilación de información sobre los aspectos culturales de los regímenes surgidos a la sombra de este acontecimiento histórico cuya influencia se extiende hasta nuestros días. Una obra, pues, de consulta obligada que la editorial Arzalia pone en manos de los lectores de lengua española en una cuidada edición. Como periodista y editor Florentín tiene una experiencia consolidada en la escena cultural, literaria y artística de estos países. Habiendo tratado personalmente con numerosos escritores y artistas, su conocimiento del mundo postsoviético es verosímil y da al libro un valor añadido. En el libro se tratan los decursos vitales y profesionales de decenas de autores concretos procedentes de diversos países, desde los comienzos del establecimiento del poder comunista en la Rusia de 1917 hasta la cercana actualidad.

La Revolución, ocurrida en la etapa final de la Gran Guerra (1914-1918), permitió el acceso al poder, con grandes dificultades y tras una feroz contienda civil con intervenciones extranjeras variadas, de un puñado de “revolucionarios profesionales” fuertemente organizados y motivados: aquellos que conocemos como bolcheviques o comunistas. Una facción radical de la socialdemocracia rusa se denominaría a partir de 1918 hasta 1925 Partido Comunista Ruso y desde 1952 Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS).

"Se puso en funcionamiento un sistema de delación generalizado donde se perpetraban sistemáticamente las más crueles represalias contra amplios sectores de la población"

Sin el apoyo logístico del servicio de Inteligencia del Kaiser, que necesitaba poner fin a la guerra en el frente oriental y derrocar al Gobierno Provisional que proseguía la lucha a favor de la Entente, este escenario que cambió la historia de Europa no hubiera tenido lugar. Como en el caso de la Revolución Francesa pero con mucha más intensidad, debido a los avances en el transporte, la comunicación y los medios de difusión masivos consagrados a la propaganda, se desplegaron intensas corrientes psicológicas colectivas de carácter mesiánico. El mundo en Rusia con la Revolución, señala Bunin, «se tornó del revés».

Tras el Terror Rojo ejercitado por Lenin (1870-1924) desde 1918, y la concomitante guerra civil que le siguió durante años, quedaba claro que «la encarnación de la idea revolucionaria en la Historia», como la designaba Trotsky (1879-1940), implicaría la creación de graves dislocaciones y problemáticas en la vida de millones de personas que habitaban la Rusia de los Zares. Pronto, bajo la dirección del Partido, emergió una sociedad burocrática que basaba la vida política en el “centralismo democrático”, una sociedad dirigida mediante la policía y la propaganda que no dudó en recurrir a la tortura y generar un potente sector concentracionario con finalidad represiva y económica (Gulag). Del “estado burgués”, constitucional y garantista en Rusia aún en sus inicios se pasaba al “estado proletario” donde el ejercicio brutal del poder contra los “enemigos de clase” era la regla. Se puso en funcionamiento un sistema de delación generalizado donde se perpetraban sistemáticamente las más crueles represalias contra amplios sectores de la población.

La persecución por motivos religiosos, algo inevitable en todos los regímenes comunistas por estar animados de una fe seudoreligiosa secular de corte presuntamente materialista, en una sociedad tradicional como era la rusa, se hizo presente de manera generalizada. Se inicia la construcción del Hombre Nuevo mediante la postulación entusiasta del borrado y destrucción del pasado.

"El servilismo, la delación y la tortura se extendieron por toda la sociedad soviética no sólo durante la etapa de Stalin"

Las concepciones ideológicas del régimen, al que calificar de totalitario y represivo desde sus primeros momentos no resulta inadecuado, implicaron dar una importancia exagerada a las actividades educativas y de propaganda. Para ello se busca entre otras cosas cooptar para la “revolución” toda tarea de creación y difusión artística. Los escritores y los artistas se convirtieron en “ingenieros del alma”, viviendo como privilegiados entre una masa informe de población sometida. Los problemas de alimentación y vivienda eran para ellos desconocidos. Es importante destacar esto para no olvidar a lo largo de la lectura que muchos de los artistas depurados cuyas historias se narran pormenorizadamente habían asumido pasivamente las depuraciones de otros compañeros de oficio, cuando no delatado directamente a estos a la policía política. El lector no debe obviar un contexto donde, a lo largo de 72 años de duración oficial del régimen, fueron asesinadas decenas de millones de personas y destrozadas material y psicológicamente muchas vidas más. El servilismo, la delación y la tortura se extendieron por toda la sociedad soviética no sólo durante la etapa de Stalin (1878-1953). Esto implicó en el mundo intelectual la presencia numerosa de aquellos a los que llamaremos “prostitutas literarias”. Similares a los “intelectuales orgánicos” de nuestro tiempo, pero asentados no solo sobre una trama de contactos, también sobre una voluminosa pirámide de cráneos.

Como señala Vitali Chentalinski en sus Archivos literarios del KGB (Anaya&Mario Muchnik, 1994) y recoge Florentín: el enemigo del poder comunista no era la crítica de los autores, sino la cultura en general que no respondía ni a los «imperativos propagandísticos del poder ni al humor de su jefe. En el mismo momento en que los comunistas de todo el mundo rechazaban la horrible frase de Goebbels sobre la cultura, los dirigentes del Estado soviético simplemente la ponían en práctica».

"Las propuestas de la educación comunista, elaboradas por la mujer de Lenin, como más tarde lo serían por la mujer de Mao durante la revolución cultural, exigían esta supresión de materiales peligrosos"

En Rusia casi desde inmediato se cerraron los medios no bolcheviques y se aplicó la censura, que fue haciéndose cada vez más implacable. En 1925 aparece el decreto Sobre la política del partido en el Dominio de la Literatura. No solo no se edita a los disidentes: tampoco se hace con los clásicos, cuando se considera que sus obras no aportan nada a la Revolución. La inexistencia de propiedad privada y de mercado hacen imposible resistencia alguna. Los «artistas de uniforme», como los denominaba Max Eastman (1883-1969), los escritores al servicio del poder rojo, como lo fuera Máximo Gorki (1868-1936), señalan el inicio de una nueva época sometida a los imperativos ideológicos del partido y a los formales del “realismo socialista».

Los libros no se queman como en el nazismo, simplemente son convertidos en pulpa de papel. La red de bibliotecas populares y las propuestas de la educación comunista, elaboradas por la mujer de Lenin, como más tarde lo serían por la mujer de Mao durante la “revolución cultural”, exigían esta supresión de “materiales peligrosos” que abarcaron más de 24 millones de ejemplares. Se impusieron graves penas a quienes guardaran o divulgaran literatura antisoviética.

"Salen a la luz de nuevo, tras la trágica epifanía de 1917, los crudos designios para las artes plásticas, la música y la literatura del mundo comunista"

Entre 1945 y 1949 numerosos países europeos cayeron bajo la órbita comunista rusa: Polonia (1947), Rumanía (1947), Checoslovaquia (1948), Bulgaria (1947), gran parte de Alemania, que quedaba escindida, Hungría (1949), Yugoslavia (1945) y Albania (1945). Una combinación de elecciones amañadas, ocupación militar directa rusa o golpes de estado realizados por los comunistas locales colocaron a estos países de cultura europea tradicional, generalmente monarquías constitucionales, bajo la férula del fascismo rojo. En 1950 gran parte del mundo era oficialmente comunista. El comunismo significaba por entonces Unión Soviética y Stalin. España y Grecia se libraron de sufrir la misma suerte, una antes y otra después de esta fase de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), con sendas guerras civiles.

En 1949, tomando el relevo, llegaría al poder en el antiguo Reino Medio el Partido Comunista chino (1921), tras una cruel guerra civil con el Kuomintang y ambos con los japoneses. El libro contiene información sobre esta variante de comunismo, hoy la hegemónica, haciendo hincapié en la “revolución cultural” (1961/66-1976), donde salen a la luz de nuevo, tras la trágica epifanía de 1917, los crudos designios para las artes plásticas, la música y la literatura del mundo comunista. Es decir: su conversión en una mera herramienta de adoctrinamiento y propaganda. El régimen chino sigue siendo comunista y mantiene, desde la llegada al poder de su último premier, una creciente actitud agresiva frente a su entorno geopolítico y una tendencia al retorno de los métodos estalinistas, caros al maoísmo, para su gestión interna.

"Salieron y continúan saliendo a la luz revelaciones basadas en el acceso a numerosos registros elaborados en el mundo burocrático comunista"

Resulta imposible dar cuenta en una reseña de muchas cuestiones que abarcan no solo la URSS con la revolución de 1917 y el régimen que configuró la vida de Rusia durante más de siete décadas, también numerosos países que con el tiempo escogieron este camino de desolación, opresión y muerte. Cuba, Vietnam, Venezuela o Corea del norte, entre otros, desfilan también por estas páginas. El autor dedica una parte imprescindible no sólo la resistencia cultural a estas medidas, muchas veces heroica, también a quienes en Occidente hicieron oídos sordos o colaboraron activamente con la opresión genocida de estos regímenes. Tanto los militantes como los denominados “compañeros de viaje», los “comunizantes”, así los llamaba Raymond Aron (1905-1983), jugaron un papel inestimable en la difusión de las mentiras de la propaganda comunista difundida masivamente en los países democráticos.

Antes de terminar, hacer algunas consideraciones personalizadas sobre diversos intelectuales que, procedentes de la órbita comunista, se han creado una leyenda de opositores que ha resultado falsada por hallazgos posteriores en los archivos de la época. Tras la caída de estos regímenes durante la última década del siglo XX y la conversión a la democracia, con mayor o menor fortuna, de estos países, salieron y continúan saliendo a la luz revelaciones basadas en el acceso a numerosos registros elaborados en el mundo burocrático comunista. A fuer de contradecir, más bien precisar, a Florentín destacar que Milan Kundera (1929-2023), Julia Kristeva y Ryszard Kapuściński (1932-2007) colaboraron conscientemente como informadores para sus respectivos regímenes comunistas (Checoslovaquia, Bulgaria y Polonia). Que Ismail Kadaré ocupó cargos lo suficientemente significados en la dictadura de Hoxha (1908-1985) en Albania, nada suave por cierto, como para replantearse con bastante fundamento sus credenciales “democráticas”. Tampoco Luís García Montero, comunista notorio en su momento, ni Tariq Alí son personajes modélicos. La conducta del primero, manifestada recientemente con relación a la viuda de Rafael Alberti (1902-1999) y las actitudes del segundo, trotskista decidido, apoyando las declaraciones de la ex ministro Ione Belarra sobre el conflicto de Israel con Hamas, no les hacen demasiado fiables sobre estas cuestiones. Por su alto nivel de ideologización y sus respectivas lealtades políticas.

"El secreto de los bolcheviques consistió fundamentalmente en ahogar la sensibilidad mediante el hambre, la escasez, el estado policíaco y por la imposición continuada desde la propaganda de una jerga insoportable"

El 11 de septiembre de 2023 se instala frente a la sede de Servicio de Espionaje Exterior en Moscú una estatua del fundador de la Cheka, precursora del KGB, Felix Dzerdzhinski, copia de la que fuera derribada en 1991 y estuviera instalada en la Lubianka desde 1958. El comunismo regresa, como el Guadiana, tras permanecer sumergido unas décadas.

El secreto de los bolcheviques consistió fundamentalmente en ahogar la sensibilidad (sigo a Florentín), no solo mediante el hambre, la escasez y el estado policíaco sino por la imposición continuada desde la propaganda de una jerga insoportable. Y la Historia sigue con otras siglas, otros personajes, otras máscaras, ya de carnaval, pero la misma cadencia totalitaria sonando en el hilo musical. La niebla aun no se ha disipado, sólo se ha incorporado a ella el zumbido de los satélites y el silencio inapelable de los circuitos de las computadoras.

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Autor: Manuel Florentín. Título: Escritores y artistas bajo el comunismo: Censura, represión, muerte. Editorial: Arzalia. Venta: Todos tus libros.

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Frank G. Rubio

Frank G. Rubio, es articulista y asesor editorial en la editorial Valdemar. Autor, entre otros trabajos, de: Donde yace Visnú (Poesía), Protocolos para un apocalipsis (Ensayo. En colaboración con Enrique Freire), El libro de Satán (Ensayo. En colaboración con Carlos Aguilar) y El continente perdido (Introducción y selección de textos de Aleister Crowley).

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