Ya no se escriben muchos libros contra nada, en parte por el tono panfletario que se le supone a un texto anti lo que sea, pero también porque vivimos en una sociedad en la que todo tiene que estar bien para que nada tenga demasiado significado. La poesía, que es sobre lo que más trata Contra los influencers, y la cultura en general por extensión, se ven caracterizadas ahora por la “simplificación discursiva” y la apuesta institucional por los generadores de contenidos: personas más o menos carismáticas que sostienen discursos homologados, que dominan las artes performativas y que suelen ser físicamente atractivas. Dicho a la inversa, “interesan poco los autores creativos, críticos o innovadores”, y mucho menos si las estadísticas de seguimiento e interacciones de las redes no les respaldan, lo que suele suceder, dado que los autores serios recurren menos a la parafernalia exhibicionista, toda vez que no suele estar entre sus pretensiones el gustar a todo el mundo.
La excelencia artística —propia de creadores cultos y discretos— ya no interesa al mercado; algo previamente desarrollado por Lipovetsky y Byung-Chul Han, en el primer caso a través de un principio generalizado de seducción, y en el segundo por la desaparición —también generalizada— de toda singularidad. La crítica institucional y los mass media no se fijan en los relatos complejos ni en los mundos propios porque ni son rentables, ni cumplen con las directrices ideológicas del poder en la sociedad posindustrial. De ahí que veamos a Elvira Sastre hasta en la sopa y no se sepa mucho de nuevos poetas realmente interesantes, aunque de vez en cuando —dice Gaona— pasen cosas que devuelven un tanto la esperanza, como la concesión del Miguel Hernández a Unai Velasco. En resumen, la ruptura con la antigua ciudad letrada “oscila actualmente entre la insularidad de las propuestas poéticas ilustradas y aquellas otras gestadas al amparo corporativo de la interactividad electrónica”.
Contra los influencers se detiene también en las militancias y en el oportunismo editorial que las apuntala. En estos casos —feminismo, perspectiva de género, etcétera— se imponen una vez más los “discursos pseudoprogresistas homologados”, sin olvidarnos de que el pábulo que se la ha estado dando a todo este activismo literario no ha sido desinteresado: se ha venido promoviendo a cambio de su domesticación y comercialización. Esto significa que las viejas reivindicaciones ideológicas están ahora —como todo lo demás— en manos corporativas y nos sugiere una reflexión apocalíptica: silenciosamente, el poder lo controla todo a través de una transparencia global que visibiliza a creadores mediocres o directamente estúpidos, y que condena a la práctica nada a los potencialmente subversivos. A la postre, este modelo de sociedad no sería mejor ni más benigno que el represivo y disciplinario, sino más eficaz a la hora de mantener el orden de cosas establecido y su proyección en el futuro.
Tras el extenso comentario sobre poesía contemporánea y actual que constituye el cuerpo del texto, el autor propone sus conclusiones sobre aquella ciudad letrada mencionada: la referencia para referirse a los paradigmas culturales actuales frente a otros anteriores, mucho más honestos y aún ilustrados. Apela a la necesidad de diferenciar —por parte de prensa, librerías e instituciones— la literatura de tradición artística de los meros productos editoriales. Asimismo, invoca la responsabilidad del estado en la preservación de la cultura y en la protección de las propuestas que no van dirigidas a las masas, y defiende un giro de políticas que permita poner en su sitio tanto al “determinismo de mercado” como a “prácticas sociales antidemocráticas, sean individuales o privadas”. En síntesis, aboga por una dinamización y democratización de la ciudad que cuesta mucho concebir, sencillamente porque de lo que se trata es de facturar —como se dice en el himno chusco de Shakira— y de alimentar por gotero a los rebaños que se agitan al otro lado de las pantallas. Para muestra este título en sí mismo: todo un estudio sobre nuestra poesía de este siglo y el anterior que prácticamente ningún literato influencer leerá, aunque solo pueda ser recomendado, como hacemos ya cerrando esta reseña.
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Autor: Martín Rodríguez-Gaona. Título: Contra los influencers. Editorial: Pre-textos. Venta: Todostuslibros.
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