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Iñaki Gil: "En Francia hay una gran mayoría que no consigue integrarse" - Zenda
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Iñaki Gil: «En Francia hay una gran mayoría que no consigue integrarse»

El periodista Iñaki Gil (Vitoria, 1958) despliega sobre la mesa un dossier con recortes de prensa relacionados con los últimos sucesos ocurridos en Francia (la muerte de Nahel Merzouk a manos de la policía). Conoce bien el terreno, pues sus años como corresponsal le han llevado a amar París (con sus pros y sus contras)...

Un vino Domaine Tempier de Bandol, con mayoría de uva monastrell y elaborado en Provenza, a dos pasos del Mediterráneo, riega la siguiente entrevista —debidamente acompañada de algo de embutido y un par de gildas— en Lavinia. El periodista Iñaki Gil (Vitoria, 1958) despliega sobre la mesa un dossier con recortes de prensa relacionados con los últimos sucesos ocurridos en Francia (la muerte de Nahel Merzouk a manos de la policía). Conoce bien el terreno, pues sus años como corresponsal le han llevado a amar París (con sus pros y sus contras) tanto o más que su oficio.

Los chalecos amarillos, ¿son de izquierdas o de derechas? Como respuesta a esta pregunta, Iñaki Gil ha escrito Arde París. La nueva revolución francesa (Círculo de Tiza, 2023), un ensayo que trata de responder a otras tantas cuestiones, como «¿quién frenará a Le Pen cuando Macron no esté?». El autor se remonta al 14 de julio de 1790 (la toma de la Bastilla) y a la Guerra de Francia con Argelia (desde el 1 de noviembre de 1954 hasta el 19 de marzo de 1962) para tratar de explicar de dónde vienen los problemas franceses. Se habla de un choque entre izquierdas y derechas, pero desde el prisma español, no desde el francés. Gil, al respecto, comenta que esta fractura tan presente en España es muy secundaria en Reino Unido, Alemania, Italia y por supuesto Francia. Cuenta que su obra nació de «la necesidad de explicar que Emmanuel Macron y Marine Le Pen han dado por muerta esa división».

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—¿Cuánto tiempo lleva ardiendo París?

"Francia tiene un problema recurrente de violencia, de delincuencia y de desintegración social"

—Pues no lo sé, la verdad. Francia tiene un problema recurrente de violencia, de delincuencia y de desintegración social que se va agravando, igual que la delincuencia y la violencia, desde el fracaso en los años 60 de la integración y del control de la integración de la inmigración.

—¿Incluyendo mayo del 68?

—Sí. Aunque el mayo del 68 es una revolución cultural de la élite —digamos— intelectual que protestaba contra el anquilosamiento de un régimen. Sin embargo, lo que ha pasado después no tiene que ver exactamente con eso, sino con la desintegración de la sociedad francesa, un poco lo que hablan los expertos demógrafos: la desaparición de los dos pilares que que constituyen el régimen, que han sido el comunismo y la fe católica. Yo creo que se mezclan muchas cosas: desde el urbanismo hasta la construcción de las ciudades nuevas después de la Segunda Guerra Mundial con los inmigrantes aislados en barriadas (banlieues) donde no son capaces de integrarse. Antaño, en la época del París de [George-Eugène] Haussmann, la integración social se hacía en el mismo portal porque el portero vivía en el bajo y las criadas vivían en los áticos y los hijos de todos iban al mismo colegio público. Ahí sí funcionaba un poco el ascensor social. Pero cuando toda la inmigración se empezó a concentrar en barriadas periféricas, en grandes bloques, la integración fue más complicada porque es muy difícil integrar clases de 30 niños donde 28 son de origen extranjero y los padres no pueden seguir sus deberes. Ahí es cuando el asunto empieza a joderse.

—El 9 de diciembre de 2018 publica en El Mundo una columna en la que habla de las cuatro causas por las que estaba ardiendo entonces París: literalmente, policialmente, radicalmente y políticamente. De paso, citaba los datos del Libération: «Desde mayo del 68, París no había vivido una movilización tan violenta».

"La munición que se disparó fue acojonante en la noche del asalto al Arco del Triunfo"

—Sí. Hubo133 heridos, entre ellos 23 miembros de las fuerzas del orden. La munición que se disparó fue acojonante en la noche del asalto al Arco del Triunfo. Políticamente, Emmanuel Macron se quedó sin respuesta durante un tiempo. Estuvo muy perdido hasta que en una de esas cosas que sólo pasan en Francia, resucitó.

–Pero ¿salió muy desgastado?

—Muy desgastado. Está en unos niveles de aceptación muy bajos, de los más bajos de la V República, a unos niveles de popularidad de los que casi nadie se recupera. Pero se recuperó básicamente por tres cosas, que son las tres D: disculpas, diálogo y dinero. Hizo un montón de dinero, escuchó a la gente y pidió disculpas; en un sistema de democracia directa, lo mejor que se tiene es la capacidad de contacto con la gente.

—Cuenta en su libro que los optimistas votan a Macron pero también que Francia es un país pesimista, entonces menciona el declinismo.

"Es una de las cosas más sorprendentes para un español: que Francia se considere a sí misma como una sociedad completamente en declive"

—Es una de las cosas más sorprendentes para un español: que Francia se considere a sí misma como una sociedad completamente en declive. Hay estudios que presentan todas las estadísticas de los últimos 30 años y todo ha mejorado excepto algunas cosas, como el índice de suicidios, el déficit crónico y la disminución del francés como lengua de importancia en la diplomacia. Entonces consideran que están en un declive total. Es una de las principales diferencias entre los españoles y los franceses: los españoles nacemos en un país en el que la gente no se muestra muy orgullosa con la historia (con sus cosas buenas y sus cosas malas), con unos políticos regulares, con crisis periódicas, con un nivel económico también regularcete en un país casi de camareros y de turistas. Sin embargo, España es un país en el que se vive cojonudamente y la gente es más feliz. Pero cuando esto choca con la realidad, tus expectativas no son tan altas. Y los franceses, cuando nacen, están imbuidos por el peso de la historia. Se consideran hijos de la Revolución Francesa, del Siglo de las Luces, del país que inventó la Ilustración, los Derechos del Hombre, la vacuna, el Tour de Francia, el país de [Pablo Ruiz] Picasso, aunque era español… Luego, el francés se monta en el autobús o se sube al metro y se sienta al lado de un moro que le mira un poco mal, entonces se cabrea profundamente y se amarga toda la vida. Hay una frase de Sylvain Tesson (veterano columnista de Le Figaro) que lo define fabulosamente: «Francia es un paraíso poblado por gente que se cree en el infierno».

—¿Votar a Macron es votar a las élites?

—Sí. Y los Le Pen no son precisamente una familia humilde. El abuelo de Marine Le Pen, Jean Le Pen, era un pescador que murió en la Segunda Guerra Mundial. Por lo tanto, Jean–Marie Le Pen se crió huérfano y escaló todo el escalón social. Pero Marine Le Pen, su hija, se ha criado siempre en un nivel bueno.

—Por otro lado está Èric Zemmour, judío de raíces argelinas, por cierto.

"Marine Le Pen nunca ha sido bien aceptada por París ni por la gente burguesa"

—Y es un tío de extrema derecha. Estuve en su mitin inicial y fue acojonante. Zemmour es un periodista que se convierte en un columnista estrella de la televisión. Es muy brillante, con muy buena preparación histórica, y es más de derechas que Le Pen. El fuero de Le Pen es muy antiguo y está influenciado por las familias de los mineros y por las bases obreras que votan al Frente Nacional. Sin embargo, Marine Le Pen nunca ha sido bien aceptada por París ni por la gente burguesa —la «derechona», digamos—. Zemmour encarna muy bien a esa «derechona» porque es intelectualmente más brillante y está más preparado. Su misión era unir a las tres derechas. La gente que compraba sus libros estaba un poco harta de las derivas de lo woke y lo feminista y él pensaba que le iba a votar la gente de Le Pen que estaba avergonzada por los ridículos que hizo en la campaña de 2017. Le Pen está muy mal preparada, la verdad, sólo ha sabido encontrar la veta bien. Entonces, hasta que [Vladimir] Putin dinamitó la campaña, Zemmour iba como un cohete. La factura de sus mítines eran maravillosas, una cosa súper profesional, pero, sin embargo, fracasa totalmente. La campaña de 2017 de Marine Le Pen fue financiada por un banco ruso (cuyo crédito no devolvió) y además fue recibida en persona por Putin (la de 2022 se la financió un banco checo). Tuvo que tirar a la basura sus folletos porque salía fotografiada con dirigentes del mundo, entre ellos Putin. Y Jean-Luc Mélenchon, que siempre había declarado su admiración por Putin, fue capaz de reaccionar más rápidamente.

—¿Zemmour admiraba también a Putin?

—Como casi todos los extremistas. Pero no se da cuenta que la opinión pública percibe a los ucranianos como refugiados, no como inmigrantes, y los quiere acoger, entonces él se pone picajoso con esas cosas y en pocos días se hunde.

—Zemmour promueve la teoría del reemplazo de Renaud Camus.

"Quienes están en la derecha, tanto los que votan a Le Pen como los que votan a Zemmour, creen firmemente en la teoría del reemplazo"

—Tampoco es tan raro. En la teoría del reemplazo cree el 61 por ciento. Los que votan a Le Pen son creyentes en el reemplazo. Quienes están en la derecha, tanto los que votan a Le Pen como los que votan a Zemmour, creen firmemente en la teoría del reemplazo. En la extrema izquierda creen un poco menos. Y los partidos que están en el centro, los burgueses que votan a Macron, son los que menos creen (sólo un 30 o un 40 por ciento). Renaud Camus era de origen izquierdista y sostenía que era un plan deliberado de las élites para sustituir a los trabajadores de pura cepa francesa por gentes de África del Norte y del África negra, de religión musulmana. Pero no es verdad.

—Usted le dedica un capítulo a la guerra de Francia con Argelia (1954–1962).

—Me costó mucho escribir ese capítulo, pero fue un descubrimiento. Argelia no era una colonia más, Argelia era una provincia de Francia que estaba dividida en tres departamentos y dependía del Ministerio de Interior, al contrario que el resto de colonias, que dependían del Ministerio de Exteriores. En Argelia había casi un millón de blancos. El escritor Frank Wright lo comparaba con la situación entre el Ulster e Irlanda. Argelia no existía como tal antes de la colonización francesa, era una provincia dejada del Imperio Otomano.

—¿Cuándo empezó el problema?

"Los franceses tienen cientos de cadáveres sin explicar"

—El problema era que los blancos no querían otorgar ninguna concesión a los musulmanes que cada vez se sentían más marginados, hasta que un día pelean por la independencia y se producen unas matanzas horribles. Los franceses tienen cientos de cadáveres sin explicar, cuando Francia era una democracia occidental y, sin embargo, los inmigrantes musulmanes y argelinos que se manifestaron en París cuando se impuso el toque de queda en 1961 acabaron en el Sena ahogados por decenas, cosa que no se ha reconocido hasta hace cuatro días, como quien dice. Al final de la guerra, hubo una matanza de blancos y europeos en Orán a manos de las turbas argelinas, que los pasan a cuchillo. Una cosa en la que sí ha trabajado Macron es en la reparación con los harkis, que eran las tropas coloniales, nativos musulmanes que estaban integrados en la policía y en el ejército francés, y que Charles de Gaulle, cínicamente, dejó allí. Volvieron muy pocos a la metrópoli y fueron tratados como perros; no dejaban que sus hijos fueran al colegio, los tenían en campos de concentración… Poco a poco se va cerrando esa herida, pero todavía está por cicatrizar.

—Le Monde habla de un 40 por ciento de franceses que considera compatible el Islam con los valores de la sociedad gala.

—Bueno, yo creo que sí hay algunos que son cien por cien franceses, hay muchas historias de éxito, pero es verdad que hay una gran mayoría que no consigue integrarse, y esto es porque la sociedad es clasista y también porque ellos no quieren; el dinero más fácil de ganar es el dinero de droga. Se junta el hambre con las ganas de comer.

—Como corresponsal en París, ¿usted llegó a sentirse francés?

—No, francés no me he sentido nunca. Me he sentido europeo y Francia la he sentido como mi casa. Es verdad que los periodistas vivimos en el centro y tenemos una visión privilegiada, pero nunca vamos a los barrios periféricos porque es donde está la violencia y donde las cosas se ponen feas.

—¿Quería ser francés?

"Francia sigue siendo Francia"

—No, no me hubiera gustado ser francés. Yo me siento muy orgulloso de ser un europeo de Vitoria. De Francia hay cosas que me gustan, como su sentido de la historia, su interés por presentar siempre su mejor cara y la utilización de la cultura como herramienta de cohesión (en un sentido amplio).

—¿Francia ya no es Francia, como escribió Josep Martí Blanch en La Vanguardia?

—Yo creo que sí es Francia, pero es Francia con todas sus contradicciones. Por ejemplo, la región del mundo que más futbolistas aportó en el mundial Catar fue la región parisina concretamente, que es donde había más jugadores; unos jugaban con la camiseta de Francia y otros con la de Marruecos. El fútbol ha tenido una labor integradora muy importante, producto de ello es Kylian Mbappé. Probablemente, después del llamado «complejo de Benzemá» estaría el «complejo de Mbappé». Mbappé es hijo de dos ciudadanos inmigrantes que viven subvencionados por el Estado para encuadrar jóvenes en el fútbol, cosa que sí funciona como ascensor social. Lo que pasa es que hay otras cosas que no han terminado de funcionar. Pero yo creo que Francia sigue siendo Francia.

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Carlos H. Vázquez

Periodista y guionista. Escribe en En GQ, Zenda, ICON, Efe Eme, Jot Down y Vanity Fair. Autor de 'Conversaciones ilegales'. @Charly_HV

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