Los laberintos de ladrillo visto de la zona de Antonio Machado son las trincheras de los jubilados de hoy. Por ahí va un zapador que se ayuda de un bastón para compensar la falta de movilidad de su pierna derecha. Otro, un coronel de extrarradio, echa un cigarro apoyado en el portal. Aquí los tendederos de las azoteas se asemejan a las defensas de los nazis en la playa de Normandía el 6 de junio del 44. “El Fary vive, la lucha sigue”, dice la pintada de un muro. Pocos se cuadran ya ante un mensaje de este calado. Así como Desmond Doss salvó la vida de casi cien hombres en Okinawa sin hacer uso de un arma, el escritor y periodista Iñaki Domínguez (Barcelona, 1981) se presenta a lo lejos —en pantalón corto y un polo tropical— avisando: “¡He encontrado un bar!”. Se desconoce de Iñaki que haya disparado a alguien. Mejor no saberlo. La muerte es la suerte con la letra cambiada.
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—Si la biología humana es violenta, ¿un pacifista es un individuo contra natura?
—Sin duda alguna. De hecho, el pacifismo es una patraña, sin faltar a los pacifistas. Siempre se ha dicho que el pacifismo carece por supuesto de argumento. Si te vienen a tu casa a matar, no puedes ser pacifista, porque te pueden esclavizar, o así ha sido históricamente. El pacifismo no tiene cabida en la realidad. Otra cosa es que quieras que haya menos guerras, que eso es positivo y se está logrando. Se supone que hay menos guerras ahora de las que había antaño, pero no creo en el pacifismo, me parece un discurso bastante pueril. Recuerdo que a Bertrand Russell, cuando era mayor, le preguntaron qué les diría a los jóvenes, y respondió: “Que se quieran unos a otros”. Es una estupidez, una cosa que un niño tonto te diría. Cuando le preguntaban a Antonio Escohotado qué les diría a los jóvenes, él decía: “Que aprendan paciencia”. Me parece un consejo mucho más sabio el de Escohotado; tenemos que aprender paciencia en la vida porque hay que luchar, hay que trabajar, porque las cosas no llegan de la noche a la mañana. Eso de “hay que quererse unos a otros”… ¡Como si uno pudiera elegir sus sentimientos! Evidentemente, por ser humanos, ninguno de nosotros operamos así, no vamos a poder querer a quien nosotros voluntariamente decidamos. Queremos a quien nos quiere, nos cae bien, nos corresponde…
—¿Ha evolucionado mejor el macarra o el hippie (entendido como un pacifista)?
—El hippie ha evolucionado de un modo curioso y, de algún modo, se ha hecho amigo de su gran enemigo, que es lo que ya decía yo hace mucho tiempo hablando de las identidades urbanas, aplicando los términos hegelianos. [Georg Wilhelm Friedrich] Hegel habla de tesis, antítesis y síntesis: un fenómeno que tiende a una dirección, históricamente en sentido contrario y, finalmente, estos dos movimientos se convierten en uno de algún modo.
—¿Como los perroflautas?
—Sí. Los perroflautas son una síntesis del hippie y del punki. El hippie surgió en los años 60 en las clases medias-altas de Estados Undiso y el punki —el costra, como todos lo conocemos— surge en Inglaterra en una situación propiciada por la crisis del petróleo; ellos se cortan el pelo y son anti-hippies. Y, finalmente, el perroflauta es una síntesis de ambos. El «perro» viene del punki y la «flauta» de los valores pacifistas del hippie. El hippie tenía poco que hacer desde un principio, estaba vendido. Jim Morrison criticaba a los hippies en «Five to One», diciendo que “te entregas por un puñado de dólares y vas diciendo por ahí que nadie te entiende”. Ya la gente inteligente desde un principio veía a los hippies como lo que eran: niños pijos que jugaban a aventurarse a ser guays. Luego los hippies se convirtieron en yippies y después en yuppies. Todos niños pijos acabaron siendo yuppies, muy integrados y cortados todos por el sistema. Hasta tal punto que en los 80 los hardcoretas o punkis que se cortaban el pelo les pegaban a ellos por cortarse el pelo. Se había hecho tan normal llevar el pelo largo que si te cortabas el pelo te cascaban. Y en los 60 te cascaban por llevar el pelo largo. El macarra no ha sido cooptado, o ha sido cooptado pero en un plano muy estético, que es lo que ha pasado con C. Tangana o Rosalía —siempre digo estos nombres pero hay mucha más gente— y con todo este movimiento de la música urbana. Prefiero mil veces tener en el mainstream a gente como Rosalía o C. Tangana que a David Bustamante. Esa gente está jugando con la estética macarra, la estética choni… que es la estética de la pobreza y de la falta de recursos.
—¿Qué te parece que en el trap haya ostentación?
—Eso es del choni, del pobre, del rapero que viene del Bronx, porque ha sido pobre toda su vida y cuando ha ganado algo de dinero quiere demostrar que es rico. Pero el rico de verdad no hace ostentación, sobre todo el súper rico, porque eso es de hortera para él. La ostentación es expresar lo que es el pobre: un falso pobre. A C. Tangana y a Rosalía no les hacía falta hacer ostentación, porque son gente que venía de la clase media. Un gitano con cadena de oro y un cochazo sí es ostentación, porque viene de un entorno marginal. Ellos juegan con un doble tirabuzón: estética de la pobreza y supuestos pobres que se han hecho ricos y hacen ostentación del dinero, pero es todo falso y no pasa nada, porque ellos mismos invitan a decir que todo es un juego estético, un juego irónico que no se lo quieren creer. No es como antiguamente el gangsta rap, que te vendían como el gangster de verdad, cuando ninguno en NWA eran gangstas, no pertenecían a los Bloods ni a los Crips ni a nada de eso. Porque tú seas de Compton no quiere decir que tú seas un gangster, igual que Raúl González Blanco es de Villaverde y no es un delincuente.
—¿Qué es un macarra?
—Originalmente era un proxeneta, un tío que es un Don Juan de barrio, que tiene novias y que vive a costa de ellas. El pimp original, en Estados Unidos, que son los que tienen toda esta cultura, vive a costa de su mujer. Sin embargo, en el mundo del gueto, ¿cómo va a ganar más dinero la mujer? Pues prostituyéndose. El pimp es el chuloputas, que es lo mismo que el macarra. Curiosamente, en Estados Unidos hay una película que se llama The Mack Man, que es sobre un proxeneta, blaxploitation, en la zona de San Francisco. La palabra “mack” viene del francés «maquereau», que es de donde viene el “macarra” español, por ser países vecinos, y en Estados Unidos se dice «mack» en el gueto, y también en Uruguay y Argentina se habla del «maquereau». De ahí surge el concepto de macarra, luego se empieza a usar como insulto. Exactamente lo mismo ocurre con el rufián, que es el proxeneta italiano, pero también se usa como insulto a una persona. De hecho, los propios macarras que ya no son proxenetas sino tíos que van por la calle y que se van a liar a hostias a la primera de cambio, les resulta muy insultante que les llamen macarras, pero las palabras se van cambiando de significado con el tiempo y, al final, en los 80 y en los 90 se va cambiando a “macarrilla”, que no es algo tan negativo, sino un chulito rollo Danny Zucko en Grease, un tío que incluso mola. Ahora mucha gente va disfrazado de macarra hasta en sus vídeos musicales.
—¿Ha cambiado tanto el significado?
—Sí. Macarra es una persona callejera, incluso un pequeño delincuente en todo caso, que sabe usar la violencia, que le gusta, y son gente que no solo no tiene miedo a pelear, sino que le encanta. Para ellos el dolor es lo de menos.
—Hablas de Madrid, Barcelona, Coruña, Valencia… ¿Qué tienen algo en común sus macarras?
—Tienen muchas cosas en común, son muy similares. Vienen de entornos generalmente rurales a barrios de nueva construcción. Se diferencia del quinqui y del gitano en el sentido de que no viven en el campo. El quinqui vive en el límite, entre el campo y la ciudad, como pasa en Plaza Castilla, en la Avenida Asturias, que antiguamente había burros y carros. Era una zona rural, como La Ventilla. En Vallecas hasta hace dos días había un gallo cantando todas las mañanas. Ellos llegaban a la ciudad y la ciudad llegaba a ellos. Pensemos en José Luis Manzano: él vivía en una casa de un pueblo en Vallecas, pero la ciudad empieza a crecer y, al final, no sólo muchos macarras migran de un entorno rural a la ciudad, sino que la propia ciudad crece y pueblos como Canillejas son absorbidos por la ciudad y, de algún modo, esa persona se corrompe más de lo que lo hacía en un entorno rural. Se suele decir que la ciudad crea las patologías mentales, la violencia, y eso tiene que ver con la aglomeración de personas, la pobreza…
—¿Una ciudad es menos ciudad sin sus macarras?
—Sí. Acaban convertidas en un parque temático o en una especie de metaverso. Hace no tanto tiempo podías salir de juerga y hacer el bandarra, pero ahora ves todo el rato a gente con maletas que arrastran por el suelo. Las propias casas son como un hotel y todo el centro se convierte en una especie de resort. El macarra no puede actuar, porque se dedica a hacer actividades ilícitas en gran medida, y le pueden cazar enseguida en un resort.
—¿Cómo era tu barrio?
—Nací en Barcelona y luego viví en Castellón, en un barrio normal, y después en La Haya. Cuando me vine a Madrid, con 10 años, me pareció un sitio terrible; era todo de hormigón, los padres tenían unos horarios horribles… Los niños de mi edad estaban hasta las nueve de la noche solos viendo la tele, y me parecía bastante deprimente. Y eso que yo viví en un entorno que me parecía bastante bueno, en Plaza Castilla. Comparado con lo que yo había visto en Holanda, en La Haya, con todo parquecitos y casas en los árboles, tampoco me parecía una maravilla, pero Madrid era todo igual. Vivía en un barrio de clase media normal, lo que pasa es que yo he sido un juerguista y lo bueno que tenemos aquí en España es que la gente se relaciona con gente de todas las clases sociales. También era grafitero y ahí me relacionaba con pijos, con chavales de barrio… Me he relacionado con todo tipo de personas y todo el mundo en Madrid se juntaba en las mismas zonas. Si te ibas a Velarde, en Malasaña, ahí iban raperos de barrios jodidos y gente más pija o menos pija y de clase media. Como dice un amigo mío guatemalteco, lo bueno de Madrid es que todo es muy horizontal, en el sentido de las relaciones de las clases, y por eso he conocido a todo tipo de gente.
—Háblame de Juanma “El Terrible”.
—Es una leyenda de las que hay en Madrid, uno de los primeros rockers. Según él, el primer rocker que él vio fue Alberto García Alix, que era muy pionero en esto de las tribus urbanas. Es muy entrañable, habla muy bien, es una persona con cultura que habla de sí mismo en términos que cuesta creer de las cosas que cuenta y no sabes si es verdad o es mentira, pero es un personaje que sabía golpear. En su juventud fue más malo y luego fue más bueno y fue portero en muchos locales de los bajos de Argüelles. Es una persona bastante icónica en una época en la que estalló el consumo nocturno que ahora se fue a la mierda, en mi opinión, por la pirámide de población. Si tú tienes un rombo de población como tenemos ahora, hay la mitad de jóvenes de los que había cuando yo era joven, y los negocios nocturnos mutan, y las industrias se adaptan a eso. ¿Quién consume la juerga? Los jóvenes. Había un boom económico, un boom de natalidad, había mucha marcha, y como yo soy muy marchoso me gustaría vivir en los 80 y los 90 otra vez, pero es lo que hay. En esa época los bajos de Argüelles eran una cosa que a día de hoy nos parecería impensable: hacer un edificio de viviendas que abajo tuviera locales de juerga. Era una reacción al franquismo, porque no se había podido «juerguear» en la calle, y la gente estaba harta. Hasta los dosmiles hubo una expansión de lo que es la juerga, y se podía hacer lo que se quería. En los 90 iba y hacía lo que me daba la gana y nadie preguntaba nada.
—Hablas de Juanote y de lo que pasó en Rock-Ola entre rockers y mods. Entre ellos se respetaban, pero no así con los mods. En esa época sesinaron a Demetrio Lefleur.
—Demetrio Lefleur era un mulato hijo de un militar americano, no sé si de la base de Rota o de la de aquí. Los rockers tenían cosas entre sí, igual que los raperos. Había rockers muy macarras, muy delincuentes, que se robaban entre sí, lo que pasa es que con los mods tenían problemas. De los mods el grupo más famoso en Madrid eran los Camel Boys, y de los rockers estaban Los Breakers y Los Franceses, que muchos los confundían. Juanote tenía la Banda de la Tercera Guerra Mundial, que era una banda musical, pero luego tenían una pandilla, los Punkis de Porrones. Eran skinheads de los primeros, punkis, skins… de todo. Gente a la que le gustaba pelear, que hacía boxeo, y que luego tenían encontronazos con los rockers. Luego se hicieron de Ultra Sur. Ahí empieza a cambiar todo, cuando a mediados de los 80 se empiezan a asociar con identidades nazis, fascistas…
—Pienso en Alcorcón y en la Costa Polvoranca. Primero estaban los skinheads, luego pasaron a los bakalas, los canis y, al final, en los dosmiles, con la entrada de la inmigración dominicana y marroquí, los locales cambiaron y las tribus cambiaron. ¿Cómo has visto esa evolución?
—El pokero, tipo futbolista, viene del bakala. Ese chonismo de Mujeres, hombres y viceversa viene del bakala, pero es un chonismo mucho más hedonista que lo que busca es fornicar, operaciones de cirugía estética, tetas de silicona, depilación láser, estar muy moreno o morena… Es una pornografía discotequera. Mejor eso que estar como los bakalas, que eran muy violentos. Parece que se hubiera domeñado al macarra tradicional por vía del hedonismo y el placer. Luego, las bandas latinas ya estaban aquí, surgen en Estados Unidos. Los Latin Kings nacen en Nueva York; los Ñetas son de Puerto Rico; los Trinitarios surgen en la cárcel de Nueva York… Surgen en el terreno de Estados Unidos porque hay una proliferación de identidades y de bandas.
—¿Dónde está el límite entre ser un macarra y ser un delincuente?
—Es complicado. Un macarra es un pequeñísimo delincuente, si es que se vuelve delincuente. Lo que pasa es que muchos macarras se vuelven delincuentes profesionales porque son atrevidos y se les da bien ese mundo. Hay delincuentes profesionales que no son macarras. Muchos se dedican a robar droga y esas actitudes que tienen para el coraje, puesto que los macarras serían buenos guerreros… Aunque un macarra puede mutar en delincuente.
—¿Un macarra, si hubiera guerra, estaría dispuesto a luchar por su país?
—Son buena gente para luchar en una guerra medieval, lo dicen ellos mismos, por ejemplo la Hermandad Aria en Estados Unidos. Muchos de ellos están en la cárcel y lo estarán de por vida. “Ahora mismo me tratan como un marginal, pero si estuviéramos en la Edad Media yo sería una persona laureada”, dicen. De ahí viene la aristocracia y todo esto; muchos se distinguían en la guerra y les daban títulos y propiedades. Los nobles y los aristócratas eran macarras, gente que sabía luchar.
—¿El derecho de todo preso es fugarse?
—Imagino que sí que tiene cierta legitimidad. Es casi como defenderte de un ataque, lo que pasa es que eso sí que es un derecho: si tú me vienes a matar a mí yo te puedo matar a ti, aunque en España eso no está tan claro. Pero no creo que se pueda hablar de un derecho o no.
—Según datos policiales, un 40% de los detenidos de bandas latinas son menores. ¿Qué hacemos con la ley del menor?
—Yo no tocaría mucho el sistema legal español. Porque tú castigues más hay pruebas empíricas de que no vas a disuadir a la persona de cometer crímenes. Está el caso de Estados Unidos, que tienen penas horribles pero ahí hay muchos más delitos y crímenes que en España. Como en España estamos en esta situación tan positiva, de las mejores del mundo, yo no tocaría nada para que no se pervirtiese ese equilibrio que hemos logrado. Se sabe que las cárceles españolas son de las más humanas del mundo y no hay violaciones, o eso me dicen los presos. Las cárceles no son como las americanas. Yo no tocaría ni el sistema penitenciario ni el legal. Es cierto que es terrible que no se castigue a esos chicos, pero si no somos hipócritas aceptaremos que nuestra función es reinsertar en la sociedad. Se supone que a la gente la meten en la cárcel para reinsertar, no para castigar. ¿Quién más factible para reinsertar que un menor?
—¿Crees en la reinserción?
—Sí, lo que pasa es que también he descubierto algo: en los años 60 los polis eran los buenos y los cacos los malos, y son ontológicamente así, como una raza. Luego, a partir de los 60, se empieza a decir que hay elementos estructurales, de marginalidad… Y yo tenía esa visión más de izquierda de los años 70. Al ir investigando en los delincuentes profesionales que existen, tipo Reservoir Dogs y Pulp Fiction, vi que esta gente son de raza y no necesariamente de entornos marginales.
—¿Muere el macarra y nace el pureta?
—Los macarras sanos se convierten en puretas y se dejan de macarrismos, en algunos casos por una violencia sufrida. Hay casos en los que dicen “paso de este rollo macarra”, y se casan y se ponen a trabajar y se integran en la sociedad. Son los puretas a día de hoy. Luego están los que no se logran insertar y acaban en la cárcel, y después hay delincuentes que o acaban en la cárcel o acaban ganando dinero, y gente que entra y sale. Vi un documental de la cárcel de Carabanchel en el que salía un tipo que parecía un pureta que está jugando al dominó, con un bigotillo y un jersey granate, y decía que su especialidad eran las cajas fuertes. Tú te imaginas que el tipo es un pringao, pero salía al final del documental a buscarle una gitana de 20 años muy guapa, que era su novia, y ahí lo entiendes. Es un profesional y él sabe que va a entrar en la cárcel tres, cuatro o cinco años cada cierto tiempo, pero este tipo no tiene una novia gitana joven porque es un matao, sino porque es un tío que gasta dinero, que tiene cocaína y que se gasta el dinero en cosas buenas. El ABC del criminal es poner tus propiedades a nombre de otra persona. El que cree que al delincuente siempre le pillan y vive una vida de mierda está equivocadísimo. En zonas como Las Matas, barrios pijos, están llenos de delincuentes profesionales, cosa que molesta mucho a los pijos que viven ahí. Lo primero que hace un delincuente es meter dinero debajo de una baldosa de la cocina para que, cuando haya un juicio, pueda pagarse un abogado bueno.
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