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Imperios y Bárbaros, la historia contada por un soldado - Zenda
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Imperios y Bárbaros, la historia contada por un soldado

“Cuando me quedé ciego en aquel accidente de acto de servicio, profesionalmente sentí que entraba en un mundo en plena revolución”. En Imperios y bárbaros: La guerra en la Edad Oscura, de José Soto Chica, asistimos a la caída de grandes potencias como Roma, al nacimiento y abrupto final del reino visigodo en España, a batallas...

“Cuando me quedé ciego en aquel accidente de acto de servicio, profesionalmente sentí que entraba en un mundo en plena revolución”.

En Imperios y bárbaros: La guerra en la Edad Oscura, de José Soto Chica, asistimos a la caída de grandes potencias como Roma, al nacimiento y abrupto final del reino visigodo en España, a batallas cruciales en el destino del mundo como Poitiers o al alumbramiento de leyendas como el rey Arturo, episodios cruciales todos ellos para la formación de la identidad europea occidental. Zenda habla con el autor de este libro publicado por Desperta Ferro

—¿Cómo influye su pasado militar en su mirada sobre la historia?

"Yo ya no puedo ver la guerra ni la historia como las ve alguien que nunca estuvo allí"

—Interviene de una manera muy directa. Por supuesto me interesa la historia, claro. De ella he hecho, además de una profesión, una auténtica pasión. Pero qué duda cabe que la historia militar es algo que me interesa de manera especial. La guerra, la historia del conflicto. Como sabes, yo tuve la ocasión de vivir la guerra de Bosnia- Herzegovina como soldado en el año 95. Inevitablemente hoy, cuando me enfrento a los textos de los siglos V, VI, VII, encuentro cosas allí que yo ya he visto. Entiéndeme: la guerra, la sociedad, las mentalidades, han cambiado muchísimo. Sin embargo hay una serie de constantes que se mantienen tan vivas como siempre: miedo, camaradería, capacidad de sacrificio, disciplina, compasión, crueldad. Y claro. Al final y de manera inevitable, yo ya no puedo ver la guerra ni la historia como las ve alguien que nunca estuvo allí…

—Usted pierde la vista en un accidente de acto de servicio; su pasado le ciega para ayudarle a ver otras cosas. Casi una paradoja homérica. O borgiana.

—Cuando leo en la documentación original y las fuentes la narración de una batalla me siento mucho más cerca de esos guerreros de lo que pueda estarlo un historiador que no hubiera tenido ese pasado militar o la experiencia de haber asistido a un conflicto bélico, o de ser herido. Comprendes cosas. No crees que lo que lo que allí está escrito sea artificio; sabes que el miedo y la valentía existen y a veces se mezclan, porque lo has visto. Digamos que me da mucha tranquilidad acercarme a los textos antiguos a través de mi experiencia personal.

—¿Es la guerra la espina dorsal de la historia?

"A menudo se olvida o se quiere olvidar, pero sin lugar a dudas la guerra ha determinado la historia"

—La guerra es algo muy desagradable (silencio). Es algo terrible. Un historiador del siglo VII decía que era “el clamor de los demonios”, pero mentiría si no reconociera que a lo largo de la historia de la humanidad la guerra ha sido siempre el factor determinante: en última instancia, la supervivencia de un Estado siempre se ha basado en el poder militar. Nuestro propio mundo, aunque no queramos reconocerlo, se basa en eso. Si nos podemos permitir el lujo de llevar una vida segura, tranquila, despreocupada, es porque detrás hay una serie de ejércitos, de esfuerzos militares, de defensa, que garantizan esa libertad y esa seguridad. A menudo se olvida o se quiere olvidar, pero sin lugar a dudas la guerra ha determinado la historia.

—Y la sigue determinando…

"La guerra no es algo lejano; está ahí y te puede cambiar la vida de un día para otro. Esa es la realidad"

—Sí, sí, sí. Aunque no nos demos cuenta de ello, porque vivimos en un mundo muy rápido en el que las cosas desagradables las metemos en un armario donde no se puedan ver, como una manera absurda de fingir que no existen. Pero están ahí. Y cuando se combate en Siria, en Mali, en Alepo… no nos damos cuenta, pero realmente se está combatiendo por nosotros: por el señor que abre de madrugada la panadería, por el periodista que teclea su artículo diario, por el profesor que da clases cada día delante de cincuenta alumnos, como yo mismo, para intentar que estas cosas no se olviden…Toda esa gente que se deja a veces la sangre en el terreno lo hace para nuestra tranquilidad. Mira, cuando yo estuve en Bosnia, mi sensación, como la de mis compañeros cuando  hablábamos con amigos o con familiares de España, era que realmente no sabían con claridad qué estaba pasando. Y aquella guerra era Europa; era gente como nosotros, que vestía, se comportaba, soñaba como nosotros. Si no queremos que eso ocurra, hay que invertir en defensa. Aunque nadie lo diga públicamente porque es políticamente incorrecto y está mal visto, creo que alguien tiene que recordarlo. Yo he estado allí, en aquel rincón de nuestro propio continente, y sé que es muy difícil que en esta parte privilegiada de Occidente se quiera seguir recordando aquello, pero la guerra no es algo lejano; está ahí y te puede cambiar la vida de un día para otro. Esa es la realidad.

—¿La cultura podría ser, como la guerra, parte de un buen plan de futuro en la garantía de la paz?

—Por supuesto. Pienso que la cultura fomenta la tolerancia, a pesar de algunas catastróficas excepciones como Hitler o Goebbels. Pero sí es cierto que la cultura te da una base a partir de la cual construir una forma de ser mucho más tolerante y más humana.

—¿Para qué sirve escribir sobre historia en la era de la digitalización y la Wikipedia?

—Para entenderla. La Wikipedia te da información, pero no te la hace entender. Un historiador tiene dos labores fundamentales hoy en día: primero rescatar la historia, la investigación. Luego, ponerla a disposición de la sociedad. Y mira, este es un tema que yo siempre tengo pendiente con mis compañeros. Hay que salir de la Universidad, de los congresos, de las publicaciones científicas. Hay que llevar lo mejor de nuestro trabajo, que es la investigación, al público interesado.

—¿Pero existe hoy en día un “público interesado” en la historia?

"Al fin y al cabo, la historia es la vida de nuestra familia. ¿Quién no va a sentir curiosidad por conocer las fotografías de sus antepasados?"

—¡Claro que existe! (Pepe Soto sonríe con bondad. Su sonrisa ilumina hacia el interior. No hay en sus ojos ciegos una mirada vacía u oculta, a pesar de las gafas de sol. Todo lo contrario, parece mirar con claridad lo que acaso muchos no vemos). La Historia no solo interesa, sino que debe ser interesante; por eso en todo historiador, además del rigor investigador, ha estar presente la conciencia de labor social. Al fin y al cabo, la historia es la vida de nuestra familia. ¿Quién no va a sentir curiosidad por conocer las fotografías de sus antepasados?

—¿Por qué ha elegido este tema de los “Años Oscuros”?

—Porque es una época, (siglos V al VIII) de crisis, de confrontación, de cambio, de ruptura, de transformación, y por tanto es una fascinante época llena de dinamismo. Pero además, y sobre todo, porque estos siglos y todo lo que ocurre en ellos explican nuestra época actual. Estos años son la falla que separa el mundo antiguo conformado en la cultura greco-romana mediterránea de un mundo nuevo, complejo desde sus inicios. Fíjate: el nuevo espacio de civilización nace ya fracturado en tres puntos o ejes de influencia; el Islam, Occidente y el mundo ortodoxo, que hoy sería Rusia, básicamente. Esa estructura se conforma en estos siglos, y en buena medida continúa hasta nuestro mundo actual.

—Eso me lleva a la siguiente pregunta: ¿Se puede leer Imperios y bárbaros en clave de presente? Caída de las  fronteras, emigrantes, decadencia, corrupción política…?

—Se puede. La historia es continuidad, una continuidad en las dos direcciones, y una de ellas nos enlaza directamente con el pasado. Lo que no se puede hacer es ni presentismo ni trasladar al pasado nuestros principios éticos. La historia no es otra cosa que experiencia acumulada y multiplicada por los siglos, y como toda experiencia humana, es aprovechable.

—¿Qué experiencia aprovechamos los hombres de hoy del conocimiento de aquellos siglos oscuros?

—Pues creo que lo primero sería ser conscientes de que a pesar del tiempo transcurrido, hay una palabra de la que no podemos librarnos: crisis. Creo que actualmente vivimos unos momentos de trasformaciones profundas. Aquellos siglos también lo fueron. Intensa y definitivamente. Son dos épocas que tienen un leitmotiv común, que es “movimiento, cambio, trasformación”.

—¿Es usted optimista o pesimista en cuanto al futuro del conocimiento de la historia?

—Soy optimista, pero por principio. Lo mío no tiene mérito, porque ya vengo así de fábrica. Yo creo que la gente quiere saber cada día más de la historia. Sobre todo porque la historia, constantemente, se intenta manosear, y a la gente no le gusta que la engañen. Yo percibo que hay un interés en el público lector por saber la verdad, que se les cuente la historia de manera limpia y honrada, no manipulada por intereses.

—Como docente y como historiador, ¿cuál es su visión acerca de la manera en la que se cuenta la historia?

—En dos sentidos contradictorios. Hemos mejorado mucho en los métodos a la hora de transmitir la historia, pues la tecnología nos permite una sofisticación singular e interesantísima. Pero por otro lado es cierto que, académicamente hablando, hay una tendencia a encerrarnos en torres de marfil, entiéndase estas por congresos, revistas científicas… una historia hecha solo para expertos. Y eso es un gran riesgo, pues toda superespecialización lleva al aislamiento. Sin embargo, y a pesar de esa doble vertiente de contradicción, pienso que hoy es más fácil que nunca contar la historia.

—¿Cuál es el secreto para contar bien la historia?

—Un profesor me dijo una vez: “Pepe, el lector que va a enfrentarse a tus libros es, por lo menos, tan listo como tú”. Hay una tendencia a considerar a los lectores como una masa infantiloide o simple, y creo que es todo lo contrario. Cuando yo me enfrento a la narración, siempre lo hago procurando el equilibrio entre rigor, exhaustividad y dinamismo. No es fácil, claro, y requiere de trabajo y pasión, pero creo que esa mezcla es el secreto para contar bien la historia.

—¿Se puede hacer un libro de historia objetivo?

—Uf. Esa es la “gran pregunta” para un historiador. A ver, creo que un historiador debe ser honrado con su método y su manera de aproximarse al pasado, pero también debe ser realista. Somos personas, y siempre hay algo en ti que va a salir, por muy exquisito que quieras ser en el análisis. La honradez máxima está, creo, en reconocer la inevitabilidad de esa proyección.

—¿Por qué cree que se ha contado tan poco y tan mal este periodo de la historia?

—Porque es difícil, es un desafío. Hay que manejar fuentes muy diversas y en distintas lenguas no siempre vivas, fuentes a veces fragmentarias, a veces dispersas o complicadas de analizar, pues es una época que por su propio carácter de interrelaciones de culturas, imperio y pueblos que entran y salen es compleja  de sintetizar. Efectivamente, todo eso ha contribuido a consolidar ese concepto de “Época Oscura” que, al mismo tiempo, es vital, creo, para nosotros. Por eso debemos hacer un esfuerzo por contarla con rigor y también por conocerla un poco mejor.

—¿Se puede aprender realmente bien la historia de nuestro pasado sin saber latín ni griego?

—Se puede, pero la herramienta de trabajo, como te decía antes, son las fuentes. Hombre, un historiador no puede saber de todo; hay fuentes que están en copto, en armenio, en persa. Pero bueno, para eso están los filólogos. Hoy en día el trabajo de un historiador es un trabajo en equipo, y eso es muy enriquecedor. Mira, yo trabajo en mi centro investigador con filólogos, con arqueólogos, historiadores…En mi libro Imperios y bárbaros he querido que la voz del narrador esté en primera persona, y por eso se citan muchos textos y hay mucho entrecomillado, porque creo que es la forma más objetiva de llevar el pasado a los ojos del lector, poniendo las palabras de un hombre del siglo V o del siglo VIII, sin temor, en negro sobre blanco.

—Usted habla de los historiadores, pero yo me refería a los lectores. ¿Qué pasará con la comprensión de la historia para esos jóvenes que ya no conocen las lenguas clásicas?

"Puede sonar tópico, pero es real: lo que antes llamábamos “cultura general” es casi inexistente entre los jóvenes"

—Es terrible. Realmente terrible. Yo en la universidad estoy formando a futuros historiadores que van a dar clases en un instituto de manera profesional, y es muy difícil, porque su carencia va más allá de las lenguas clásicas, me temo. Puede sonar tópico, pero es real: lo que antes llamábamos “cultura general” es casi inexistente entre los jóvenes. Hoy enseñar así es muy, muy difícil, pues tienes que dar por sabidas cosas que no lo están en absoluto. No es solo el latín y el griego, es la geografía, la política, el arte… En general, los chicos tienen muy pocas referencias.

—Y a pesar de todo es optimista…

"La curiosidad debe ser la herramienta de trabajo de un profesor"

—¡Mucho! Porque también veo en mis clases que hay una cosa que aún perdura entre algunos jóvenes, que es la curiosidad. El docente hoy debe enseñar mezclando sus conocimientos con cierta habilidad para despertar esa curiosidad en los chicos. La curiosidad debe ser la herramienta de trabajo de un profesor.

—¿Estamos abocados a otra Edad Oscura?

—Uffffff. Esa es una preguntita…. (risas). A ver, a mí me encantan los datos, y una cosa son las ideas y otra los hechos. Si analizamos, por ejemplo, los índices de pobreza de los años 70 con los de ahora, vemos que el porcentaje es hoy día muy inferior al de hace 40 años, y pasa igual con los índices de analfabetismo o de sanidad. Vivimos en un mundo que ha conseguido ir a mejor. Y sin embargo, fíjate qué curioso: la percepción de la gente es la de un mundo que se va al carajo, que esto está peor ahora que antes. Y yo me pregunto por qué la gente es tan infeliz. La verdad es que eso me preocupa mucho. Creo que este es el mejor mundo posible, y sin embargo la gente que lo habita (y que tiene la suerte de tener al día millones de razones para serlo) no es en absoluto feliz.

—¿Usted es feliz?

"Todo o casi todo es hoy accesible para un ciego. ¿Cómo no voy a sentirme profundamente afortunado?"

—Cuando me quedé ciego en aquel accidente en acto de servicio, profesionalmente sentí que entraba en un mundo en plena revolución. La tecnología, incipiente entonces, dio un vuelco a todo lo que hasta entonces habíamos conocido y el mundo comenzó a cambiar a toda velocidad. Para mi suerte y desde hace tiempo, con un ordenador normal, un programa que se llama JAWS y un escáner portátil, puedo acceder a cualquier documento, desde un periódico o un libro hasta las grandes bibliotecas repartidas por el mundo y navegar por ellas… La Biblioteca Francesa, la Nacional de Austria en Viena… Todo o casi todo es hoy accesible para un ciego. La información que está en pantalla en forma de imagen o icono a mí me llega en forma auditiva. Cualquier documento que yo escaneo se transforma en un archivo. Es que es fascinante. ¿Cómo no voy a sentirme profundamente afortunado? Hombre, hay un escollo que está ahí, que son las imágenes, claro: un mosaico, una talla de marfil, una moneda, un mapa. Las dificultades con las que me encuentro son evidentemente mayores que las que pueda tener un historiador en pleno uso de sus facultades físicas, pero en esos casos recurro a algo que es maravilloso y que yo llamo “los ojos suplentes”, personas que siempre están dispuestas a formar parte de ti, de tu pasión; a contarte lo que ven para ayudar a mi cerebro a seguir viendo. En realidad, toda imagen se puede transformar en palabras y yo trabajo con palabras.

—¿Qué momento de la historia de Europa le parece más aburrido, ese que le daría un poco de pereza contar a sus alumnos?

"El siglo dieciocho es como el relleno soso de un bocadillo hecho con dos rebanadas sabrosísimas"

—¿Aburrido? Ufff, pero es que yo soy muy vicioso con la historia, me gusta toda… Quizás si tuviera que elegir un siglo aburrido, probablemente sería el siglo XVIII. Sí, sí, no me mires así (el escritor bromea con la expresión coloquial, exagerando intencionadamente su suave acento granadino). A pesar de la ilustración y de los imperios y de los tratados militares, me aburre. Y es que si lo piensas, el siglo dieciocho es como el relleno soso de un bocadillo hecho con dos rebanadas sabrosísimas: abajo el diecisiete, desastroso pero bestial en cuanto a creación, y talento y grandes personalidades, y arriba el diecinueve, un siglo interesantísimo y como me gustan a mí: moviditos.

—¿Y el siglo más fascinante?

—Pues el siglo V y el VI, a los que dedico este libro de Imperios y bárbaros. Son mis favoritos, no lo puedo evitar. La caída del Imperio Romano, Persia, Bizancio… me fascinan.

—¿Un libro de historia para un joven?

—La historia de las cruzadas, de Steven Runciman. Sigue siendo un libro maravilloso que se lee casi como una novela de aventuras, y sin embargo es historia maravillosamente bien investigada y contada. Recomiendo siempre su lectura, si pueden, en la magnífica edición de Reino de Redonda, de Javier Marías. Un lujo doble.

—¿Y para alguien que quiera “engancharse» a la historia?

—Pues a mí me parece que la Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano de Gibbon sigue siendo un buen libro para alguien que quiera disfrutar de verdad, pues permite entrar en ese mundo increíble de las historias bien contadas, apasionantes, provechosas. Sí. Gibbon, sin lugar a dudas, es uno de esos grandes seductores de la historia.

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María José Solano

Autora de Una aventura griega (Debate) y Jerez (Tinta Blanca). Columnista en ABC Licenciada en Historia del Arte, cofundadora de zendalibros.com, colabora en FD Magazine, ABC Cultural y Diario ABC, donde conduce el podcast de entrevistas "Casa de fieras". Es corresponsable de la editorial Zenda-Edhasa y directora del taller de la Fundación de Arte e Historia Ferrer Dalmau (FFD). mypublicinbox.com/mariajosesolano

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