Si digo Igor Paskual (San Sebastián, 1975) digo Oscar Wilde, heterodoxia y tradición, arqueología —literalmente: mientras se licenciaba en Historia del Arte, participó en unas excavaciones en Jordania— y vanguardia, hedonismo y responsabilidad, punk y glam y blues y todo lo que dé de sí ese cardumen vasto, etéreo y popular —al menos, en su origen— llamado rock&roll. A este compositor, guitarrista, cantante, escritor —es autor de dos libros: El arte de mentir (Difácil, 2013) y Rugidos de gato (Efe Eme, 2015)— y columnista le sienta como un traje el sustantivo “artista”, palabra degradada, manoseada y más sobreexplotada que el Amazonas, pero cuyas seis acepciones que da el DRAE se conjugan y desembocan, enredadas y coherentes, en la personalidad, en la trayectoria y en el presente de este vasco gijonés que iba para poeta hasta que se compró una guitarra.
Zenda entrevistó a Paskual días antes del lanzamiento de su tercer LP, La Pasión según Igor Paskual, un disco motivado por la muerte de una persona muy querida del músico, la bajista Jéssica M. de la Paz: “Hay gente con luz en la vida, gente que te ilumina y gente que no. Esto suena muy Coelho, que es horrible, pero existe. Su presencia hacía que todo fuera mejor”. En las once canciones que componen el álbum, hay rabia, violencia, instinto de supervivencia, erotismo y, sobre todo, un agradecimiento radical y festivo a la vida.
Conversamos en el Pepe Botella —donde iban Monedero y Lomana a reinventar la lucha de clases— sobre religión, filosofía, música y, cómo no, sobre literatura, alzando nuestras copas por David Bowie y despotricando contra los peñazos y los cenizos.
—¿Alguna vez fue monaguillo?
—No. Pero toqué en la iglesia. Como una cosa de la comunidad. Tocábamos: “Danos un corazón / limpio para María…”. Y yo metía un “tananana” entre los huecos de frase y frase. He participado mucho en la iglesia. Tú lo sabes, nos conocemos de hace tiempo: yo soy creyente y es verdad que a todo el mundo le llama la atención. Con lo irreverentes que parecen mis canciones, o lo pecadora que, a veces, es, o mejor dicho, era mi vida… Y en efecto, cuando estoy en Asturias voy a misa y con un gran pecador, Rodrigo Rato, que pertenece a la parroquia a la que yo pertenezco. Coincidíamos antes de que entrara en prisión.
—¿En qué tipo de Dios cree?
—Creo en el Dios del Nuevo Testamento. No creo, para nada, en el Dios del Antiguo Testamento: ese Dios cruel, castigador, con poco sentido del humor… Creo en el Dios compasivo que se transmite a través de Jesucristo, o con Jesucristo. Creo en el Dios justo que predica el amor y la compasión. Además, es un Dios no sé si con sentido del humor, pero que ama la belleza, la delicadeza, la educación, los detalles. Es un Dios que hace que la vida sea jugosa, y el Dios previo no me interesa absolutamente nada.
—¿Y cómo se pasa de estar excavando en un yacimiento arqueológico en Jordania a cantar “yo soy la zorra de Dios”?
—(Risas) Mi carrera es un poco guadianesca o, más que guadianesca, meandresca. Siempre he estado dando giros que en el fondo tienen que ver con uno. Siempre me gustó el rock, desde que tenía diez u once años. Mi primera guitarra eléctrica me la compré gracias a un concurso de poesía que gané, para menores de dieciocho años, del Principado de Asturias. Con el dinero que me dieron me compré una guitarra, dejé de escribir poesía y me puse a escribir canciones. Me interesaba muchísimo la arqueología, estuve excavando en Jordania, y gracias a eso se me ocurrió montar una banda que tuviese referencias orientales: Babylon Chàt. Entonces, siempre he ido pasando de un sitio a otro. Creo que todo enriquece a todo. Ver la vida en compartimentos estancos no sirve de nada, y me parece tan interesante estar excavando a cincuenta grados en un yacimiento de la Edad del Bronce, como estar en la Escuela Bíblica de Jerusalén, como tocar la guitarra en pubs ante cincuenta personas desnudándome o gritando “soy la zorra de Dios”, o como tocar con Loquillo ante casi 20.000 personas. En el fondo, todo tiene mucho más que ver de lo que parece. Son diferentes expresiones de lo mismo: un ansia por la vida, un deseo vital, un enamoramiento absoluto por estar vivo y por tratar de deglutir lo que nos da la vida.
—¿El pecado es, al menos en origen, primo hermano de la libertad?
—Qué buena pregunta… (Piensa) Creo que era san Agustín quien decía que el mal era un defecto del bien. No se terminaba de creer la posibilidad absoluta del mal como concepto único y separado del bien. Era darle demasiada categoría. El pecado, obviamente, es una consecuencia de la libertad. Nosotros tenemos una libertad total para ejercer el bien y el mal. Mi último disco habla de eso y nace por eso. ¿Por qué sufre el inocente? ¿Por qué hay gente que elige el mal pudiendo elegir el bien? Porque es verdad que hay gente que, por circunstancias, no tiene más remedio, pero hay gente que puede elegir… Creo que el mayor mérito es hacer el bien, que es mucho más difícil que hacer el mal, trae menos recompensas, al menos, a corto plazo, y da menos satisfacciones materiales.
—¿Usted ha hecho siempre lo que ha querido?
—No. En comparación, digamos, con mis amigos, con el entorno que me rodea, he hecho mucho más de lo que he querido que la gente con la que me eduqué, me crié, con la que trabajo. No, con la que trabajo no (risas), error. Siempre he tenido una cosa, quizá muy católica, del deber. He tenido una línea muy marcada que me ha reconducido rápido. Por otro lado, siempre me han interesado demasiadas cosas: la literatura, el arte, hacer canciones… He tenido familia, mis hijos me importan mucho, lógicamente, si no no los tendría… Entonces, los excesos y las libertades están muy bien, pero hay deberes y responsabilidades, y estos necesitan mucha disciplina. Tú eres escritor: cuando quisiste terminar Aterrizaje forzoso, fuiste disciplinado. Mucho jijí, jajá, pero sin disciplina no lo hubieras terminado. Me interesan demasiadas cosas como para hacer lo que realmente quiero. Hay que diferenciar entre el placer a largo plazo y el placer a corto plazo. Siempre he tenido cosas que me gustaban mucho y, entonces, siempre ha habido una barrera mental que me ha cortado de hacer lo que quería para, al final, hacer lo que realmente quería.
—Usted también es escritor. Y no sólo de canciones.
—Sí. Pero Jesús, no nos confundamos. Yo me considero escritor, pero no novelista. El arte de mentir era un libro con capítulos muy breves, que tenían relación entre sí pero no conexión. O al revés: conexión pero no relación (risas). Y Rugidos de gato es una colección de artículos. Es verdad que he escrito libros, pero no una novela. Bien sabemos que escribir una novela es un trabajo ingente, que lleva una disciplina de dos, tres, cuatro años, sacando información… Soy escritor, pero no novelista.
—Una de las cosas que más me gusta de usted es su amor a la vida, su efusiva y sincera, porque se le nota que le sale del alma, reivindicación del carpe diem. En “Inmortal”, una canción de su último disco, canta: “Que la brisa de la vida / solo pasa una vez”.
—El disco surge porque murió una persona que conocíamos, bajista de mis anteriores discos, también coproductora, una tía bellísima, guapísima, llena de energía, que lo mismo sabía de rock que de música clásica… Era una tía con luz. Hay gente con luz en la vida, gente que te ilumina y gente que no. Esto suena muy Coelho, que es horrible, pero existe. Su presencia hacía que todo fuera mejor. Pues una terrible enfermedad se la lleva por delante con sólo 35 años. Yo nunca he tenido pérdidas familiares graves ni dramáticas. Y es quizá la primera pérdida que he tenido en mi vida dramática y cercana de verdad, porque pasábamos mucho tiempo juntos. Entonces, me planteo una carta a la Muerte, que es “Inmortal”, donde vengo a decir: “Muerte, no te lleves a la gente antes de tiempo”. Porque la vida, con todo lo que pueda ser de dura, merece la pena ser vivida. Tú bien lo sabes: tengo una capacidad de disfrute… Me recitan un poema de Gerardo Diego y me pongo a llorar. Literalmente. Nos pasan cosas muy chulas y tenemos que tener en cuenta que tenemos la suerte de vivir en Europa occidental, con agua caliente, con luz eléctrica, con seguridad social… y con todos los defectos que pueda tener nuestro sistema, todavía, si te pegan una paliza, puedes ir a poner una denuncia y a que te atiendan. Y en otros sitios…
—Te dan otra paliza al ir poner la denuncia.
—(Risas) En muchas partes del mundo esto no es así. Y tenemos que darnos cuenta. Encima, y ya que estamos en una revista de literatura, tenemos la suerte de que gran parte de las obras maestras de la literatura universal estén escritas en castellano, en nuestro idioma materno. ¡Qué regalo! De verdad, tú has viajado, yo he viajado… He estado en Perú, en zonas pobres de Argentina, en EEUU, todos sabemos cómo es la pobreza allí… He estado en Jordania, he estado en Oriente Medio, y oye, la diferencia es notable.
—La pasión, según Igor Paskual, es…
—Qué buena pregunta también (piensa). La pasión, según Igor Paskual, es el amor intenso por la vida.
—¿Sienta mejor —o peor— hacer punk a los cuarenta y pocos que a los veinte?
—Cuando tenía veinte años hacía textos muy densos, muy sesudos, con muchísima intención literaria. Estaba muy afectado por los simbolistas franceses, que me dejaron noqueado. Yo quería pasar todo eso al rock. Según he ido creciendo, madurando… Ahora, con tres hijos, el cuerpo me pide más rock&roll que nunca. Me pide punk. La paternidad me ha hecho más valiente. En mi caso, en lugar de jugármela menos, me la juego más. Además, yo también pensé: “Voy a hacer lo que me dé absolutamente la gana”. ¿Mis hijos qué quieren tener: un padre amargado, pendiente del trabajo y no sé qué, o un padre feliz y alegre? ¡Pues voy a hacer punk! No hay nada peor que estar en la casa amargado, dando el coñazo.
—Nunca ha soportado a los cenizos. En “Maquiavelo iba en serio”, canta: “Qué fácil es ir a llorar tu tristeza impostada”, y en “Cansado de la vida” les pega otros cuantos palos: “El que esté cansado de la vida / que la devuelva. (…) El que esté agobiado de vivir / que se suicide”.
—Sí, tío. No sé por qué es, pero les tengo verdadera manía. Mi casa está un poco alejada de Gijón y es muy abierta. En ella siempre hay gente. Somos una familia muy numerosa, en todos los aspectos, y siempre hay gente en mi casa. Y cuando viene un cenizo y tal… Hay veces en que me mosqueo de verdad y le digo: “Si no te parece bien, a la puta calle”. Obviamente, hay problemas, todos los tenemos. Hay problemas verdaderamente serios, de empleo… y en Asturias más, pero el simple hecho de haber nacido es un lujo. Millones y millones de espermatozoides (risas)…
—Se fueron a tomar por culo.
—En algunos casos, literalmente (risas). Y sí: realmente, creo que tienes que hacer la vida mejor para ti y la vida mejor a los demás. Y creo que la tristeza se utiliza como elemento de prestigio artístico. Se asocia el hecho de ser triste con el hecho de ser más inteligente. Si tú eres feliz, eres tonto del culo. Eso que se ha dicho de que sólo son felices los tontos. ¡Qué va! Se ha dicho porque los intelectuales eran infelices o bien porque eran feos, o bien porque eran más tontos de lo que creían, o bien porque no follaban, y siempre asociaban la felicidad con el ignorante. Y no, tío. La herramienta de la tristeza se sobreutiliza. La tristeza está ahí, y hay que utilizarla, y hay que estar triste cuando hay que estarlo, y la melancolía, y la nostalgia, pero no podemos utilizar esas herramientas como armas de un intento de seducción masiva. “Como soy triste, soy más listo que tú”. ¡No, tío: eres más tonto! Deberías estar alegre. Entiendo que si vives en Kenia, con una esperanza de 35 o 40 años de vida, seas un tío amargado. Pero, si te fijas, la música que se hace en Brasil, uno de los países con un índice más elevado de violencia, no es especialmente triste. Y uno de los grupos más tristes, que tienen un talento innegable, es Radiohead. Y vienen de Oxford. Da que pensar. Decía Oscar Wilde: “La vida es muy injusta, afortunadamente, para casi todo el mundo”. Es decir, daba a entender que tenemos más de lo que a veces merecemos. Estamos todo el rato quejándonos… Igual es que tenemos más de lo que merecemos. Como esa cosa de quejarse de España todo el rato. Que sí hombre, sí, tampoco hace falta convertirse en James Rhodes, pero tío, vete a vivir a EEUU a ver qué pasa, a México D. F., o vete a París. Es terrible vivir en París. Mi hermano está viviendo en Suecia, que muy bien todo, pero que te cuente cómo es la vida de allí. ¿La cambias por esta? No.
—¿Cómo se defiende el derecho al placer?
—Gozándolo, poniéndolo en práctica. Disfrutando del placer y haciendo las cosas placenteras a los demás. Demostrando que el placer es una vía posible y una vía constructiva. Desligándolo del miedo. En el Nuevo Testamento se ve muy bien. Cuando, creo que es María Magdalena, la mujer rompe el jarro de perfume y lo vuelca sobre Jesús, algunos de los presentes le echaron la bronca diciéndole: “Oye, esto lo podríamos haber vendido y hubiéramos sacado tanto”. Y Jesucristo les responde: “No, a los pobres siempre los tendréis con vosotros y a mí no me vais a ver más, que me van a matar. Y vamos a gozar este perfume”. Eso es una lección de placer. O la cosa que tiene cuando aprecia las flores: “Fíjate las flores, que no trabajan y qué bellas son”. Admira el mundo con ojos de placer, con ojos disfrutones, golosos.
—Qué hermosa es, por cierto, “Cristo de los mineros”.
—Siempre me ha gustado mucho tejer conceptos, es decir, poder estar hablando de amor y, a la vez, hacer crítica social. En Asturias la lucha minera ha representado la mayor lucha obrera que ha habido. A la vez, esa lucha también se ha ido pervirtiendo. No es lo mismo esa lucha obrera de los sesenta y los setenta que la lucha última con Fernández Villa como cabeza. Se ha pervertido, y es algo que me entristece mucho porque te cargas un imaginario, unos principios. En Asturias, el tema ha sido muy tabú. Me duele mi tierra. No hay inmigración, no hay industria, no hay una apuesta clara por el turismo… y es una tierra que adoro, lógicamente. Bien sabes que sigo viviendo ahí. Tengo una apuesta de vivir ahí por convicción, de hacer las cosas desde la provincia, desde la periferia. En Madrid está todo, vengo cada poco, pero vivir allí es una manera de apostar por la tierra, por tu región. Como los Héroes del Silencio no se fueron nunca de Zaragoza, o Duncan Dhu de San Sebastián.
—Como sabe, ante todo, Zenda es una revista literaria. Permítame hacerle una serie de preguntas sobre autores y libros. ¿Recuerda cuál fue el primer libro que leyó en su vida?
—Intenté leer Los viajes de Gulliver durante un montón de tiempo, y El señor de los anillos, y no pude. Y un día, mi madre me pasó Mecanoscrito del segundo origen, de Manuel de Pedrolo, que, por lo visto, fue un libro bastante vendido en la época, y me quedé superenganchado y me encantó. Y otro, Hambre, de Knut Hamsun. Era bastante crío, pero se dejaba leer muy bien.
—¿Algún libro que alimentara alguna de sus vocaciones?
—El retrato de Dorian Gray. Ese juego que hace Oscar Wilde de lo real, de lo no real… me sacude mucho los cimientos. El libro es una entrega descomunal a la belleza, a lo estético. Y me alimenta la vocación de ser músico, de escribir, de hacer canciones.
—La Santísima —o laicísima— Trinidad de su biblioteca la conforman…
—Para mí, uno de los claves es Retorno a Brideshead, de Evelyn Waugh. Por cómo está escrito, por el entorno que describe… es una maravilla. Se hizo una serie muy famosa, con Jeremy Irons de coprotagonista. Otro libro que me voló absolutamente la cabeza es Crimen y castigo, de Dostoyevski. Yo no sabía que se podía escribir tan bien. Me pasa también con García Márquez. Esto es otro nivel: no se les puede llamar escritores. Lo suyo es otro oficio. Es como Bowie en la música. No puede ser que Bowie y yo compartamos la misma profesión. Es tal la superioridad artística… Y luego, puedo decir cualquier obra de Valle-Inclán. Su lenguaje es estratosférico. Es punk a dolor, hiperculto, sobrepasando los niveles de cultismo más absoluto. Es más Góngora que Góngora, pero a la vez es directo. No sé cómo teje, cómo alimenta esa cantidad de contradicciones, ese manejo de lenguaje… De hecho, en “Inmortal” hay una frase que dice “áspera copla quebrada”, y está sacada de Valle-Inclán. “Rosa de sanatorio” me parece uno de los mejores poemas en lengua española de todos los tiempos. Hace teatro para ser leído: las acotaciones son tan literarias como los diálogos. También me tiene fascinada la correspondencia de Dalí con Lorca y con Buñuel. Una carta de Buñuel pidiendo hormigas me parece que está al nivel de un soneto de Shakespeare, que me flipa también. Cuando estaba excavando en Jordania, sin internet y sin televisión, cuando acababa la excavación, hacía la catalogación y luego me pasaba el rato leyendo. Y me leí las obras completas de Shakespeare, poemas incluidos.
—Antes ha mencionado a Hamsun, un genio de las letras que pasó del Nobel a escribir un obituario hagiográfico de Hitler y terminó muriendo en la pobreza. Hay quienes piensan que un artista, en este caso un escritor, no sólo debe escribir como los ángeles, sino comportarse como un monaguillo del padre Ángel; si no, a la hoguera, a la marginación. ¿Qué piensa sobre esto?
—Cela, a quien también me descubrió mi madre, era un verdadero asqueroso, y sus obras más vanguardistas, como Oficio de tinieblas, son una pasada. Vargas Llosa, que me parece retrasado perdido cuando habla de política, escribe muy bien… Me da igual lo que opine Félix de Azúa, que es uno de mis teóricos del arte favoritos, o Zabala de la Serna, que está a la altura de Joaquín Vidal. Tenemos que estar educados para saber leer. No creo que la cultura sea una herramienta que nos convierta en mejores personas, pero sí que hay una parte que “ennoblece”. Uso esa expresión porque me parece menos moral. No lleva categoría ética, sino casi estética. Y la estética, de vez en cuando, no sé… Lo bello siempre te lleva hacia el bien, como decían los griegos, y los griegos algo sabían. En definitiva, que no nos tienen que prohibir ni censurar nada. Lógicamente, una obra del XIX o una obra escrita por un señor con setenta años no va a manejar los mismos códigos que manejamos ahora. Hay que relativizar, ser objetivamente distantes, separar el objeto del sujeto y saber leer. Además, una obra puede ser absolutamente machista y estar maravillosamente bien escrita. Hay mensajes que corresponden a una época, a una educación, ojo, o a una voluntad: quizá quiere mandar ese mensaje y está en su legítimo derecho de mandarlo. Prohibir no, jamás.
—¿Algún autor fetiche?
—Oscar Wilde, por supuesto. Toda su obra me fascina. Luego, por herencia paterna, Delibes. Y me fascina Unamuno también, todo su pensamiento. Y toda la Generación del 27… no hay casi ninguno que no me guste. Indagas en Pedro Salinas y alucinas. Y Giovanni Papini. Ah, y uno de mis libros favoritos es El gatopardo, de Lampedusa. Lo leí en Chipre, con la luz del Mediterráneo, y te cambia todo. Si lo hubiera leído en Asturias, igual no me hubiera gustado tanto.
—¿Algún autor que no soporte?
—No tengo grandes odios. Coelho. No soporto esa mierda. No sé si llamarlo autor. Tampoco he podido con el Ulises de Joyce ni con Juan Rulfo.
—¿Se ha enamorado alguna vez de un personaje literario?
—Me seduce mucho, me produce mucha ternura el Pijoaparte de Marsé. Es un arquetipo bello, con cierta nobleza. Y todo ese drama de clase detrás… me gusta esa ignorancia para comprender el mundo.
—Dígame ahora un personaje al que haya querido asesinar.
—A Paris, de la Ilíada, y a los condes de Carrión del Cantar de Mio Cid. Me parecen personajes deplorables. Me gusta mucho que en las epopeyas de antes, o en los westerns, los buenos sean buenos y los malos malos. En la vida real estamos muy difuminados. Me encanta que en la literatura o en el cine los personajes sean menos complejos. Me proporciona un descanso emocional a la hora de leer.
—¿Un escritor de canciones que lee hace mejores canciones que uno que no lee?
—No necesariamente. Pero cuando hablamos de alguien que no lee y que escribe muy bien, hablamos de excepciones. En lo normal sí te hace mejor. Ayuda mucho.
—Y, para finalizar, ¿cuántas canciones hay, cuántas temáticas se tocan en su versión de “El gavilán”, de Violeta Parra?
—“El gavilán” de Violeta Parra es un tema que nunca editó en vida. No hay una versión oficial. Hay grabaciones que hizo en su casa, en la radio… Es una partitura, realmente. Eso te da mucha libertad. Creo que “El gavilán” de Violeta Parra es la mejor canción que he oído en mi vida. Ni los Beatles, ni Bowie, ni Dylan han hecho una canción así de loca, de compleja. Mezcla lo campesino con Stravinski y con Huidobro, el “gavi, gavilán…”. Hay ocho tonos distintos. Estuve meses para hacer esa versión, partiendo de lo último que hizo Bowie, el Blackstar. Me fui ahí porque, desde mi teoría, desde mi poética, no tenía otra manera de abordar esto. Pasa por ocho tonos, por muchos movimientos de tempo, de compás, hay ocho partes distintas… Es una animalada de canción, una obra colosal del siglo XX.
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