José Antonio Marina especula en este libro sobre el tipo de educación que debería de recibir un dirigente antes de alcanzar el poder. Es decir, muestra el camino que han de tomar los aspirantes a políticos para dedicar después sus esfuerzos a la búsqueda de la felicidad pública, no de la personal.
En Zenda reproducimos las Introducción de Historias universal de las soluciones (Ariel), de José Antonio Marina.
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Introducción
La búsqueda perpetua, suscitada por los sueños, el deseo, el pensamiento, está en la base de nuestro destino. Son los problemas y la búsqueda de la solución lo que constituye la historia humana. Marcel Otte, Préhistoire des religions, 1997
Nacidas entre los hombres las dificultades, surgidas las necesidades, se han agudizado los ingenios mediante la emulación de actos divinos y la adaptación de afecciones espirituales, inventado… Giordano Bruno, Expulsión de la bestia triunfante, 1584
Poseemos una curiosidad innata con base genética y un instinto de exploración que nos hace examinar activamente nuestro medio físico y social. En ambos campos somos activos resolutores de problemas. Karl Popper, The Self and its Brain (El yo y su cerebro),
Casi todos los problemas han sido resueltos por alguien en alguna parte. El reto del siglo XXI es descubrir aquello que funciona y aplicarlo a gran escala. Bill Clinton, 1994
Si leemos con atención un periódico, entre líneas aparece siempre la figura de Maquiavelo sonriendo. José Antonio Marina, ahora mismo
Este es un libro megalómano que posiblemente tenga un origen biográfico remoto. Cuando era adolescente, escuché a un famoso empresario comentar: «Hoy he pasado una mañana espléndida. He resuelto un montón de problemas». Me sorprendió que no se refiriera a los negocios que había hecho o al dinero que había ganado, sino a los problemas que había solucionado. Tal vez me diera envidia, porque yo era un muchacho que se empantanaba en sí mismo con facilidad. Lo cierto es que no lo olvidé y se ha mantenido siempre en el fond d’armoire de mi memoria como una briosa manera de estar en el mundo.
La Ciencia de la Evolución de las Culturas, en la que trabajo desde hace años, es, en realidad, una crónica de las soluciones que la humanidad ha inventado a lo largo de la historia. En este libro podría haber hecho una brillante crónica de las soluciones científicas, técnicas, artísticas, pero voy a centrarme en las que nos afectan más profundamente: las que derivan de la necesidad de buscar la felicidad en la convivencia. Por esta necesidad de vivir en sociedad, Aristóteles llamó al sapiens zoon politikon, ‘animal político’. A las soluciones que voy a estudiar en este libro las voy a llamar también así: políticas. Son las que resuelven los problemas de los humanos que viven en la polis (‘ciudad’) y quieren ser felices en ella. La mención de la felicidad no es casual ni original. Es lo que preocupaba también a Aristóteles. Para él, la política era la encargada de cultivar la felicidad del ciudadano. Esta afirmación puede leerse como un tópico retórico o puede tomarse en serio.
En este caso es una proclama revolucionaria. Tomarse la política en serio es recuperar el «hilo de oro» de la humanidad, la búsqueda de la felicidad por una especie inteligente y confusa que aspira a algo de lo que sabe lo suficiente para decir «no es eso, no es eso», pero no lo bastante para decir «eso es». Este es, pues, un libro sobre política, pero no sobre esa política agitada que lucha por el poder, sino sobre la Gran Política, empeñada en la felicidad de esos seres vulnerables y agresivos, admirables y peligrosos, que constituimos la especie humana. Con ese incomprensible talento para la concisión que tiene el latín, la situación se puede expresar con tres palabras: corruptio optimi pessima. «Lo peor es la corrupción de lo óptimo.» En términos políticos, lo peor (la politiquería) es la corrupción de la Gran Política, de ese colosal y permanente esfuerzo por «civilizar» la especie, es decir, por introducirla en la ciudad (civis), por hacerla educada, no salvaje, urbana (dotada de «urbanidad», de urbs, ‘ciudad’: los modales necesarios para vivir en la ciudad). Si ahora les dijera que la política es el fundamento de la ética, considerarían que he perdido el seso. Pero creo que tengo razón, y espero convencerles.
Hace años, Thomas Homer-Dixon se preguntaba si seríamos capaces de generar el talento suficiente para resolver los grandes problemas y retos que se nos vienen encima. En ese tablero se juega la partida. La respuesta no ha llegado todavía y, en vez de quedarme quieto y esperando, he pensado que podría ayudar a mejorar ese talento, a desarrollar nuestra capacidad de encontrar soluciones, nuestra capacidad heurística. Necesitamos tener buenos políticos — habitantes de la polis—, sean gobernantes o gobernados. Empecé el libro dispuesto a utilizar una ficción expositiva: la de que estaba escribiendo el programa de una fantástica Academia del Talento Político. Según iba avanzando, la idea me convencía más y más. Si queremos tener buenos nave-gantes, debemos formarlos. Si queremos poner en práctica la Gran Política que nos permita alcanzar la «pública felicidad», deberíamos organizar esa Academia. (La llamaré así en recuerdo del jardín en que Platón intentó también educar a los políticos.)
La Academia debería estar compuesta por dos escuelas coordinadas:
Escuela de gobernantes, para aquellos que quieren dedicarse a la política, a las funciones de gobernar la cosa pública.
Escuela de gobernados, es decir, de los ciudadanos que componen la sociedad civil.
La Ciencia de la Evolución de las Culturas nos cuenta la permanente tensión entre ambas sociedades — la gobernante y la gobernada—, en especial por hacerse con el poder, un tema ubicuo que constituye el flujo vital que conecta ambas escuelas.
No he escrito un libro académico, sino «ultra académico». Está trabajado como si se tratara de una tesis doctoral, para después escribirlo aprovechando todos los recursos expresivos a mi disposición para que no esté dirigido solo a especialistas. Pretendo que el argumento sea riguroso, pero que a la vez implique al lector, que le comunique lo azaroso e incitante de una investigación, que le anime a leerlo con la actitud debida: curiosa, abierta y crítica. Está lleno de ejemplos, porque para comprender hace falta pasar con soltura de la anécdota a la categoría, y viceversa. Tiene, además, una finalidad práctica. Con frecuencia se ha elogiado a la filosofía por su capacidad para plantear problemas. Sin duda, eso es necesario, pero yo la valoro más por su capacidad de ofrecer soluciones. Lo otro sería como haber descubierto el mar y no saber navegar o haber excavado un pozo y no poder sacar agua. Solo sirve para tirarse a él.
Hegel dijo que la filosofía, como el búho de Minerva, levanta el vuelo al anochecer y siempre llega tarde. Tal vez tuviera razón. Pero si ese es el caso, necesitamos una filosofía madrugadora, que llegue a tiempo. El pesimismo tiene un prestigio intelectual que no merece.
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Autor: José Antonio Marina. Título: Historia universal de las soluciones. Editorial: Ariel. Venta: Todos tus libros.
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