Era viernes y el político miraba la bandera de España que había en su despacho, roja, amarilla y roja, y se dijo: “¿Y por qué no azul?”. Enseguida compartió este pensamiento con su equipo. “¿Por qué no azul?”. Uno le preguntó de qué arcoíris o unicornio hablaba, y el político señaló la bandera y les explicó a todos que, de pronto, sin más, porque sí, le parecía que la bandera de España tenía que sustituir la franja inferior roja por una de color azul. Todos rieron.
La chorrada le gustaba a Luis, porque se le había ocurrido a él sólo. La bandera de España llevaba demasiado tiempo ondeando toda igual, era un aburrimiento, era demasiado roja, era demasiado bandera. Luis no sabía por qué había que poner el color azul, sólo sabía hacer política, y ese capricho de su mente, ese fogonazo único, le parecía más política que nada que hubiera visto nunca.
Así que fue dejando caer por ahí la idea de incluir el color azul en la bandera de España. La gente no sabía qué decir, porque no había nada que decir. Era una “chorrada” y también “una gilipollez” y un “no me jodas, Luis” y un “¿pero qué dices?”.
Lejos de reconocer que su idea era una gilipollez, Luis se sintió retado por su entorno. Así que un día, en una charla pública, dijo a los periodistas que en su partido barajaban la idea de cambiar la bandera de España y de incluir una franja, la inferior, de color azul. No mentía, porque si él pensaba en cambiar la bandera de España, entonces es que su partido pensaba en cambiar la bandera de España. No había que pensarlo todo todos a la vez.
Ese fue el titular más visitado en casi todos los periódicos de la jornada: que el partido de Luis quería cambiar la bandera de España. Hubo escarnio en Twitter, y un sinfín de columnas dedicadas a ridiculizar a Luis y a las siglas que representaba. Esto le confirmó por completo que había que cambiar la bandera de España.
Mientras pensaba cómo hacerlo, el resto del partido tuvo que desmentir su ocurrencia. No, el partido de izquierdas de España, el principal, no iba a cambiar la bandera de España. A veces la ponían en los mítines, no tenían ningún problema con ella. «No, no se va a cambiar», dijo uno y otro y una y otra. Alcaldes, portavoces, diputados, ministros, ministras, secretarias de Estado. Era una negación muy rápida, un “no” evidente. ¿Cómo se va a cambiar la bandera de España? ¿Para poner el color azul? Es que no tiene sentido, y ustedes lo saben, y Luis lo sabe, simplemente nuestro compañero se dejó llevar por su afán de progreso, que siempre significa cambio, y algo de riesgo, claro.
Luis se enfadó porque su partido le dejara en tan mal lugar ante la ciudadanía, como un tipo que mete la pata por no medir sus palabras y tiene a todos una semana pidiendo disculpas y dando explicaciones. Él era un político profesional, avispado, con décadas en este negocio.
Su enfado se tradujo en una reunión con su equipo, o con la parte más creativa de su equipo, que incluía gente que lee, piensa, da ideas. Y les dijo: “Quiero poner el color azul en la bandera de España. Dadme argumentos a favor”. Hay encargos peores, seguramente.
La reunión se saldó con argumentos a favor, lo cual era mucho más de lo que tenía antes. El azul es un color bonito, variado; tres colores en la bandera son más que dos, por tanto reflejan mejor la diversidad del país. España tiene cielo azul y mar azul, agua potable, azul. El que más leía recitó a Pablo Neruda: “Por ti pintan de azul los hospitales”. Era un verso del poema que el chileno dedicó a Lorca. Hombre, Lorca, dijo Luis, qué cojonudamente bien nos viene.
Rubén Darío, Azul… añadió el que leía. Y también venía muy bien, Rubén Darío.
Dos días después, un columnista afín, que a veces daba ideas, otras escribía discursos y otras dirigía institutos Cervantes, salió a defender la bandera azul desde un periódico; o sea, una nueva franja azul en la bandera de España. Verano azul no faltó en su argumentario.
Esta columna, que era muy delicada, inteligente, socarrona y puntual, provocó otras columnas, todas contrarias al azul de bandería. Era curioso ver a gente que escribía sobre asuntos muy serios darle vueltas a por qué no podía ponerse el color azul en la bandera de España. Como nunca se les había ocurrido que algo así pudiera hacerse, tampoco tenían tantas cosas perspicaces que decir en contra.
El déficit argumental fuera de los límites del “no”, extramuros de las fronteras semánticas de “chorrada” o “gilipollez”, animó a Luis, que reclamó enseguida más ideas favorables a poner un trozo azul en la bandera de España. En una tribuna de un periódico conservador, un académico desplegó su mejor retórica. Dijo que no querían poner el color morado (feminismo), ni el color verde (cambio climático), sino el color azul, y que esto era una muestra de su carácter en modo alguno totalitario. A fin de cuentas, el color azul estaba reservado normalmente a la ideología contraria. La bandera ya tenía el rojo (izquierda), y el amarillo (independentistas), ¿por qué no el azul? Este guiño al bando opuesto tuvo un efecto fascinante: el bando opuesto, o distintas voces integradas en él, empezaron a decir que había que poner el color azul en la bandera de España.
En realidad, a Luis se le había ocurrido el color azul como se le podía haber ocurrido el morado, el verde, el marrón o el gris perla.
En este punto del debate había algo innegable: el debate mismo. Si había debate no era una chorrada o gilipollez o despropósito: era algo de lo que había que hablar. ¿Qué tiene de malo hablar y ponerse de acuerdo? Hay argumentos a favor y argumentos en contra de cambiar la bandera de España y poner el color azul en su franja inferior. Cada uno tendrá su opinión, pero hay que respetar la opinión ajena y, llegado el caso, aceptar que una visión distinta de las cosas, progresista además, se imponga a visiones alternativas, normalmente conservadoras.
Si algo era una persona que no quiere cambiar la bandera de España, es conservadora.
Luis, que llevaba toda la vida acumulando capital político, se lo jugó todo en la ruleta de su ego, dando y recibiendo, acordando, colocando gente, prometiendo contraprestaciones. Todo el Monopoly de su capacidad de cabildeo se movió de forma sincronizada para que más gente, más rivales, más colegas, más periodistas naturalizaran el cambio a azul de la bandera de España. Había encargado varios cientos de banderitas con la franja azul, que iba dando por ahí. Una, más grande, había sustituido ya a la antigua en su propio despacho; otra, en forma de broche, ceñía su corbata. Hasta a él mismo le parecía cada vez más evidente que el país pedía un cambio en los colores de la bandera.
El departamento jurídico empezó a trabajar en cómo implementar ese cambio. Según algunos, modificar un símbolo del Estado no cabía en la Constitución. Decían mucho eso de que “no cabía” en la Constitución. El artículo 4.1 afirmaba: “La bandera de España está formada por tres franjas horizontales, roja, amarilla y roja, siendo la amarilla de doble anchura que cada una de las rojas”. ¿Y? ¿No sonaba demasiado escolar, esa prosa, como de poner a los niños a dibujar banderas? ¡Cuánto franquismo sociológico quedaba en España! Ya está bien de que los niños dibujen la rojigualda, ya está bien de Franco. Obviamente, a Franco no le gustaría que la bandera de España dejara de ser roja, amarilla y roja. Era notorio que estar contra el cambio de los colores de la bandera sólo avisaba de nostalgias mal digeridas, totalitarismos pretéritos y, en resumen, fascismo.
Luis encargó a unos chavales embozados quemar banderas de España con la franja azul y levantar acto seguido la bandera española pre-constitucional, en presencia de fotógrafos. O estabas con el fascismo, o con la bandera nueva azul.
Además, ¿a ti qué más te da el color de la bandera?
Los compañeros de Luis que habían negado hace algunos meses que fuera a cambiarse la bandera ahora apoyaban el cambio. Era bonito ver cómo se construían consensos.
La bandera de España incluyó finalmente, tras mucho trabajo, esa franja azul. El diálogo triunfó.
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