Un año más, llegó el 12 de octubre, fecha emblemática no sólo en el calendario festivo nacional, sino también internacional. Por mucho que algunos se empeñen en denostar esta efeméride o en denominar esta efeméride de rocambolescas y a veces absurdas maneras, lo que es incontestable es que un 12 de octubre de hace ya 529 años cambió la historia de la humanidad para siempre, pues marcó un antes y un después: medio mundo descubrió que existía otro medio y viceversa. No fueron conscientes de inmediato, pero sí pocos años después. Y en eso precisamente, ensanchar el orbe conocido hasta entonces, fueron protagonistas los castellanos.
Un enigmático Cristóbal Colón, junto a unos 90 marinos aventureros, toparon en 1492 con una pequeña isla en su singladura hacia las Indias y, luego, con unas cuantas más. A aquellos habitantes isleños con los que contactaron les denominó “indios”, pues al principio pensaba el almirante que era aquella una isla cercana a Cipango (Japón) y, por tanto, a las Indias. Así quedó el erróneo gentilicio genérico de aquellas gentes y, paulatinamente, fueron diferenciados según su procedencia o etnia en otras ínsulas y en tierra firme: indios tahínos, indios caribes, indios araucas, indios caracas, indios guaiqueríes, indios mexicas, indios tlaxaltecas, indios totonacas, indios huancas, indios chachapoyas, indios incas, indios ona, indios apaches, indios comanches, indios mapuches o araucanos…
Los continentes pasaron a ser 4 —a Europa, Asia y África se sumó pronto América— y comenzó en el Nuevo Mundo un proceso de mestizaje profundo —los españoles nunca mostraron prejuicio alguno para mezclarse con mujeres indias y los Reyes Católicos promovieron los matrimonios mixtos— que hoy es rasgo común y mayoritario de casi todos los países de Iberoamérica. Todo lo contrario de lo que ocurrió cuando otras naciones europeas llegaron a aquel continente muchas décadas después. Un dato demoledor al respecto es que hasta 1967, ¡ojo, 1967!, no estuvieron permitidos los matrimonios interraciales en Estados Unidos, sí, los Estados Unidos del actual presidente Biden, quien no sé qué chorradas ha manifestado recientemente en la cercanía del 12 de octubre.
A un servidor le gusta el término Hispanidad, como suena y lo que supone, ya que el legado español en el Nuevo Mundo es enorme —no exento de sombras en sus primeras décadas de conquista y abusos sobre parte de la población— pero abrumador en todos los órdenes, pues lo españoles llegaron para quedarse y mezclarse, no sólo para explotar las riquezas americanas. Así, llevaron con ellos todo su acervo cultural, educativo, religioso, legislativo, arquitectónico, gastronómico… para implantarlo en aquellas tierras lejanas, dando lugar a una nueva sociedad mestiza y criolla en los cientos de ciudades fundadas.
El español es hablado ya por cerca de 600 millones de habitantes en nuestro planeta, ese tesoro que dejamos los españoles, como afirmó el Premio Nobel mejicano Octavio Paz: “Se llevaron el oro, pero nos dejaron el oro. Se lo llevaron todo y nos dejaron todo, nos dejaron las palabras”.
Vargas Llosa, García Márquez, Octavio Paz, Gabriela Mistral, Pablo Neruda y tantos otros han sido y son maestros de la palabra en español, herederos de ese tesoro y figuras de una literatura hispanoamericana tan brillante y con tantos acentos diversos del que hoy podemos disfrutar 600 millones de habitantes del planeta. Todo un lujo que ya quisieran poseer otras lenguas.
Cabeza de Vaca, Bernal Díaz del Castillo, Alonso de Ercilla, Juan de Castellanos, el Inca Garcilaso de la Vega, Sor Juana Inés de la Cruz, españoles, criollos y mestizos fueron sus precedentes, pues ellos escribieron en la misma lengua desde el Nuevo Mundo o sobre las vivencias vividas en él hace siglos.
El ínclito AMLO
México es el país con mayor número de hispanohablantes, con unos 125 millones de personas, y mejicano es López Obrador, su actual presidente. Un tipo singular, por decirlo de manera suave, que no para de soltar soflamas contra España por lo que sucedió hace 500 años. Incluso ha llegado a manifestar recientemente, mostrando al mundo su extrema ignorancia y arrogancia populista: “Los españoles trajeron la viruela y en tres siglos ni siquiera fueron capaces de crear una vacuna”, haciendo hincapié en que ahora ellos sólo han tardado un año en tener una contra el COVID-19.
Conviene recordarle al hispanófobo López Obrador —de abuelo cántabro— que la vacuna contra la viruela la descubrió e inoculó con éxito el inglés Edward Jenner en 1796. Pues bien, menos de 10 años después, en 1804, España la llevó a América (incluido por supuesto México) y Asia, portándola viva en 22 niños de un hospicio gallego. La Expedición Filantrópica de la Vacuna, al mando de Francisco Javier de Balmis y patrocinada por la Corona, fue toda una proeza, una brillante operación que debería ser de estudio obligatorio en todas las escuelas, al menos de América y España, y merecedora de un elogio encendido y sin fisuras.
El propio Edward Jenner, descubridor del método aplicado y expandido al otro lado del océano por Balmis, Salvany, Zendal y sus niños declaró lo siguiente al conocer el éxito de la expedición: «No me imagino que los anales de la historia contengan un ejemplo de filantropía tan noble y tan extenso como este«.
En fin, los rencores absurdos, la burda manipulación de los hechos, el presentismo ridículo al juzgar la historia, la justificación o búsqueda de excusas en el pasado —¡aunque sea de hace cinco siglos nada menos!— por la sombría realidad política, social y económica actual en muchos países hermanos, deberían desterrarse de una vez por todas, aunque cada vez, por desgracia, están más presentes.
Es infinitamente más lo que nos une, aunque muchos se empeñen en lo contrario. Me consuela saber que 600 millones de personas pueden ya leer estas líneas, incluidos los que reniegan de la Hispanidad aunque formen parte de ella.
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