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Hawks!, de Todd McCarthy - Zenda
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Hawks!, de Todd McCarthy

Esta es la primera biografía integral de uno de los más grandes directores de la época dorada de Hollywood, un cineasta de versatilidad incomparable cuya filmografía incluye obras maestras en casi todos los géneros cinematográficos. A continuación reproducimos un texto de Eduardo Torres-Dulce sobre Hawks!, de Todd McCarthy, y la introducción a esta obra. ******...

Esta es la primera biografía integral de uno de los más grandes directores de la época dorada de Hollywood, un cineasta de versatilidad incomparable cuya filmografía incluye obras maestras en casi todos los géneros cinematográficos.

A continuación reproducimos un texto de Eduardo Torres-Dulce sobre Hawks!, de Todd McCarthy, y la introducción a esta obra.

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«Todd McCarthy publicó Howard Hawks, The Grey Fox of Hollywood en 1997. Habían transcurrido ya veinte años desde la muerte del cineasta. Era un libro muy esperado por la personalidad del biografiado y por la magnitud de su obra. Hawks había hablado mucho en entrevistas concedidas a lo largo de su vida, especialmente desde que la revista Cahiers du Cinéma, cuyos redactores, Godard, Rivette, Rohmer lo admiraban enormemente, le dedicara una conversación memorable en 1956. Hawks hablaba, en esas entrevistas que fue concediendo con frecuencia a lo largo de su vida, no solo de sus películas, lo hacía con una gran capacidad didáctica, sino de su propia vida. Sus historias sonaban a fabulosas, pues era un narrador nato. Bucear en su vida, revisar críticamente sus películas, rastrear en los archivos, hablar con sus amigos y colaboradores, parecía una tarea tan imprescindible como hercúlea. Nadie se había atrevido con ese desafío y McCarthy, un reputado escritor, crítico y periodista lo hizo de una forma admirable. Su libro es un hito en la colección de libros imprescindibles para conocer mejor la Historia del Cine, el cine clásico de Hollywood y a los grandes maestros que la hicieron posible.

Leí el libro de Todd McCarthy en cuanto se publicó. Lo hice con avidez, habida cuenta de que soy un conspicuo fanático hawksiano y, además, porque desde hace demasiado tiempo tengo varado un libro, Río Faulkner, sobre la amistad y colaboración que Hawks y Faulkner sostuvieron a lo largo de veinte años y para el que el libro de nuestro autor me parecía, como lo fue, fuente tan esencial como apasionante. Pasaron los años y para mi sorpresa, nadie en España parecía interesado, desconozco las razones, en publicar el libro de McCarthy sobre Hawks. Algunas gestiones que emprendí al respecto dieron resultado nulo; por ello cuando fundamos un grupo de amigos Hatari! Books propuse su publicación, que fue aprobada sin problemas. La programación prevista en la editorial ha dado lugar a que se posponga su edición que ahora presentamos al lector». (Eduardo Torres-Dulce Lifante)

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Introducción: El ingeniero como poeta

Entre los directores del Hollywood clásico que no han sido objeto de una biografía, Howard Hawks es, sin duda, el más importante. Y eso que hace tiempo que dejó de ser propiedad exclusiva de cinéfilos y amantes del cine para ser reconocido como uno de los grandes directores americanos que empezaron su carrera antes de la Segunda Guerra Mundial. Al menos tiene doce películas en su haber que son tan admiradas como cualquiera de las que produjeron los grandes estudios. Llevó una vida ajetreada, como se requería entonces, llena de deportes, bebida y mujeres, y vivió los años suficientes para, sin proponérselo, acabar convirtiéndose en una leyenda.

A pesar de que prácticamente desde el inicio de su carrera su nombre destacaba por encima del título de la película, el hecho es que Howard Hawks nunca fue tan conocido como otros directores de la época como Alfred Hitchcock, Frank Capra, John Ford, Cecil B. De Mille, William Wyler o Billy Wilder. Solo fue nominado al Oscar una vez y no obtuvo el galardón. A pesar de que entre 1939 y 1949 encadenó una serie de éxitos consecutivos que lo propulsaron a la primera línea de los directores comerciales y contribuyeron a que se lo catalogara como un fiable suministrador de productos de entretenimiento, un descubridor de nuevos talentos y un director capaz de lidiar con las grandes estrellas, no llegó nunca a ser considerado un artista americano de primer nivel. En aquella época, para ser un director de Hollywood conocido por el público había que actuar en las propias películas (como Chaplin, Stroheim, Keaton o Welles), ganar premios (como Ford, Capra, Wyler, McCarey, Wilder, Kazan o Stevens), especializarse en un cierto tipo de producciones (como Hitchcock, De Mille, Lubitsch y, durante una época, Sternberg) o ser considerado un analista social audaz, de una seriedad excepcional (Stanley Kramer). A primera vista, podría decirse que Hawks se especializó en la variedad, y puesto que cada hueso de su cuerpo rechazaba la pretenciosidad, los temas políticos y la pomposidad en el cine, al público siempre le costó asociar su nombre a un tipo determinado de películas.

Si ahondamos un poco más, veremos que el estilo de Hawks parece invisible. Visualmente sus películas son las menos características de entre los grandes directores, y su trabajo, de entrada, es menos identificable que el de la mayoría de los grandes maestros. Resulta irónico que en realidad Hawks fuera uno de los cineastas que rodaba películas más estilizadas, pero esa estilización tenía que ver con los rituales, los comportamientos, la manera de recitar los diálogos, las interpretaciones, la capacidad para abstraer la acción de la vida real, más que con ángulos de cámara singulares, patrones de montaje, una camarilla de actores habituales, ambientaciones repetidas o cualquier cosa que generara familiaridad en el espectador. Dicho de otro modo, la estilización se escondía detrás de una sinceridad engañosa, de su sentido del humor, de la franqueza de los personajes y de la vivacidad de las interpretaciones. Esta extraordinaria forma de proceder supuso que Hawks no fuera reconocido como artista durante gran parte de su carrera, pero en eso solo fue el más célebre de muchos.

A finales de los años sesenta, una modesta revista de cine publicó un artículo con el siguiente título en portada: «¿Quién demonios es Howard Hawks?». El título del texto de Robin Wood, que se publicó como un avance de lo que terminaría siendo su influyente estudio sobre el director, se burlaba de lo poco valorada que estaba la obra de Hawks por parte de la crítica seria, algo que fue cambiando a lo largo de los años. Resulta irónico que «¿Quién demonios es Howard Hawks?» también podría servir como título de una investigación sobre Howard Hawks como persona. Es mucho más sencillo interpretar a Hawks y hacerse una idea de quién era realmente a través de su obra que no atendiendo a su vida personal, y esta sensación la tenían incluso sus seres más cercanos. Se dice de muchas personas, por comodidad, que son enigmas, pero hasta los amigos de Hawks se referían a él en esos términos. Era como una esfinge, distante, frío, reservado, intimidante, egocéntrico; un hombre con los ojos azules como cubitos de hielo. También era astuto y controlador, como cualquier director que se precie, y nunca perdía el control sobre sus emociones. Pero esos ojos azules glaciales de repente podían volverse cálidos e insolentes. Se comportaba siempre como un caballero, con una elegancia, un gusto, un buen juicio y un estilo impecables; era un director infinitamente generoso con el reparto y el equipo de rodaje, un amigo leal y un hombre inteligente. Pero incluso quienes pasaron meses y años a su lado reconocían abiertamente que proyectaba en todo momento una especie de distancia, y que nunca podías llegar a conocerlo.

Esa distancia, por sí misma, bastaría para disuadir a cualquier biógrafo, como también podría hacerlo el hecho de que Howard Hawks no escribiera cartas. Los pocos intercambios literarios que se conservan son sorprendentemente poco reveladores y confidenciales: generalmente están llenos de disculpas por no ser un mejor corresponsal. El director tampoco escribía diarios o cuadernos de notas, ni guardaba agendas que le fueran de utilidad. En resumen, Hawks no dejó ni rastro de lo que pensaba, sentía o hacía, y el material del que sí disponemos es inconsistente y casi del todo circunstancial.

El legado de Hawks se encuentra fundamentalmente en las entrevistas que tan dispuesto estaba a conceder en vida, donde hablaba largo y tendido con sus acólitos sobre su carrera y éxitos. Para cualquier persona interesada en su obra o en el cine americano en general, estos testimonios son fascinantes no solo por la riqueza de anécdotas, sino porque permiten vislumbrar la inteligencia innata de Hawks, así como la cantidad de reflexión que dedicaba y las teorías que tenía sobre lo que durante mucho tiempo se consideraron ejemplos de escapismo hollywoodiense, películas para el lucimiento de las grandes estrellas o productos hechos en cadena. Pero las entrevistas, de un modo muy particular, suponen otro obstáculo para alcanzar una comprensión rigurosa de la vida y carrera de Hawks, puesto que su autoengrandecimiento nos lleva más allá del ego y penetra en el reino superior de la imaginación y la fantasía. Muchos se tomaron los relatos seductores de Hawks al pie de la letra, aunque los cuentos chinos que se inventaba estuvieran protagonizados por personas que llevaban muertas veinticinco años; curiosamente, él era el único testigo vivo de unos determinados hechos. Luego una investigación sucinta demostraba que la versión de Hawks era, en el mejor de los casos, exagerada, y en el peor, completamente falsa, lo cual debería haber servido para poner en duda, investigar y corroborar prácticamente todo lo que declaró a lo largo de su vida.

Pero seguir estos señuelos tiene su propia recompensa, ya que nos llevan a la esencia de la naturaleza de Hawks. Que Hawks fuera por temperamento un contador de historias puede ser un inconveniente a la hora de representarnos materialmente su vida, pero al mismo tiempo es un elemento clave para definir su carácter. El poco interés por registrar su vida en cualquier otro lugar que no fuera su mente no era consecuencia de un esfuerzo deliberado por frustrar a los cronistas del futuro, como sí ocurría con algunos artistas ensimismados, pendientes de proyectar una determinada imagen. Nada más lejos de lo que pasaba por la cabeza de Hawks. El relato de su vida según el cual todo giraba a su alrededor —siempre tenía razón, repartía órdenes a Hemingway, Faulkner, Cooper, Grant, Bogart, Wayne, Hepburn, Bacall y Monroe, y advertía a Mayer, Warner, Cohn, Goldwyn, Hughes, Wallis y Zanuck que lo dejaran en paz— no era más que el reverso fantasioso de la imaginación que vertía en sus películas.

Otro feliz descubrimiento es que, a pesar de que no hizo todo aquello de lo que presumía, Hawks consiguió grandes logros. Según el fotógrafo Robert Capa: «Hay dos clases de mitómanos. Los que son así porque nunca han hecho nada y los que han hecho tantas cosas que ya nunca pueden estar satisfechos. Howard Hawks era el perfecto ejemplo de esta segunda categoría». Sigue siendo un misterio por qué Hawks sentía la necesidad de contar que fue él quien aconsejó a Josef von Sternberg sobre cómo tenía que vestir Marlene Dietrich, o que le dio instrucciones a su amigo Victor Fleming sobre cómo dirigir Lo que el viento se llevó, o que una vez la TWA le pidió que tomara los mandos de un avión comercial cuando el piloto se puso enfermo en mitad del vuelo. Sus amigos se reían con esas historias absurdas, que suelen tomarse en serio cuando las escriben entrevistadores o estudiosos del cine que no se han molestado en cuestionar muchas de las aseveraciones improbables de Hawks.

Howard Hawks nació en una familia rica y privilegiada. Era el mayor de cinco hermanos, le dejaban hacer lo que quería y su abuelo materno se lo consentía todo. De joven fue uno de los primeros americanos en participar en carreras de coches y en pilotar aviones. Fueron sus abuelos, y no sus refinados padres, quienes se buscaron la vida en el Medio Oeste, e hicieron fortuna por ambos lados de la familia. Hawks se identificaba sobre todo con ellos. Si exceptuamos su colosal espectáculo sobre la antigüedad, Land of the Pharaohs (Tierra de faraones), la segunda mitad de Come and Get It (Rivales) y algunos protagonistas de sus comedias, los personajes de Hawks no pertenecen a ninguna clase social: son hombres y mujeres trabajadores cuya valía personal depende de lo bien que cumplen con su trabajo y de cómo se relacionan entre sí. Muchos escritores y algunos de los más grandes cineastas han convertido su obra en una gran autobiografía, en mayor o menor medida camuflada. Pero la obra de Hawks no se corresponde con una autobiografía, se basa fundamentalmente en una vastísima autoproyección, es el retrato de las fantasías sobre sí mismo de un gran aviador, piloto de carreras, soldado, explorador, pionero de la industria, detective, criminal, amante, cazador y sheriff. Los hombres de acción decididos eran personajes atractivos para el cine, pero también vehículos ideales para que Hawks explorara su propia noción de la excelencia.

Para conseguir esto, dentro de la industria del cine comercial, que se volvió más rígida, estratificada y tiránica durante el periodo de consagración de Hawks, era evidente que necesitaba labrarse una buena reputación y obtener el poder suficiente para ser dueño de su propio destino. Para ello siguió una estrategia singular, posiblemente con más éxito que cualquier otro director de la época. Oficialmente, Hawks dirigió cuarenta largometrajes, ocho de ellos mudos, muchos menos que otros contemporáneos como John Ford, Raoul Walsh, Michael Curtiz, Franz Borzage, King Vidor y W. S. Van Dyke, quienes se iniciaron en el cine mudo aproximadamente una década antes, pero más que Capra, McCarey, Milestone y Mamoulian, cuyas carreras empezaron aproximadamente al mismo tiempo. Hawks ejercía un control más firme sobre sus proyectos que cualquiera de ellos, dirigió una cantidad de películas por encargo sorprendentemente baja y eran pocas las ocasiones en las que perdía una batalla con uno de los jefes de los estudios (generalmente con Sam Goldwyn). De entre los grandes directores de Hollywood que no escribían los guiones de sus películas, solo Cecil B. De Mille, Alfred Hitchcock y William Wyler tenían tanto o más control sobre sus producciones que el que tuvo Hawks durante casi cuarenta años. Con escasas excepciones, Hawks creaba o escogía las historias, seleccionaba a los guionistas, con quienes colaboraba muy estrechamente, ejercía una influencia decisiva sobre el reparto, rodaba tanto como quería mientras no paraba de reescribir el guion e increíblemente conseguía reducir las concesiones a los estudios al mínimo.

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Título: Hawks!, el zorro plateado de Hollywood. Autor:Todd McCarthy. Traducción: Alexandre Ragás Brunet. Editorial: Hatari! Books, 2023. Venta: Todostuslibros.

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