No es una pregunta baladí y no hay un respuesta unánime, un criterio que fije la fecha exacta. La planteamos el último día en el Certamen de Novela Histórica Ciudad de Úbeda, que celebrará su undécima edición del 5 al 9 de octubre. Un año antes, pues, compartimos nuestra duda con los autores y editores allí presentes. La gran pregunta, sin embargo, ya se había formulado en público el año 2005, y en Toledo. Lo recuerdo bien.
Ese año obtuvo el galardón Ángeles de Irisarri por su novela Romance de ciegos, que cuenta la vida de la acaudalada familia Arriazu en la Zaragoza de finales del siglo XIX (y principios del XX) y los cambios que se producen en la sociedad española con la llegada del progreso científico: el automóvil, el cine, la luz eléctrica, el ferrocarril, el teléfono… Al hacer público el argumento hubo un murmullo en la sala, una inquietud sonora, que se fue concretando en una frase interrogativa que lanzamos los periodistas más osados: «¿Eso es una novela histórica?»
Quizás estamos acostumbrados a pensar en Egipto, Grecia, Roma o la Edad Media al hablar de novela histórica, que son las épocas más visitadas por los narradores, y al premiar a un libo que se asomaba al siglo XX nos pilló con el paso cambiado: Memorias de Adriano, Sinuhé el egipcio, El conde Belisario, El puente de Alcántara, El médico, Quo Vadis, Los Borgia, Los pilares de la Tierra, El nombre de la rosa… nos habían marcado y cegado para ver más allá.
Algunos periodistas no especializados, por lo tanto, quedamos un poco desubicados y nos tomamos el derecho al pataleo: ¿Es eso una novela histórica? Se ha de advertir que la historia de Ángeles de Irisarri —su vigésimo segunda novela— no trataba de un rey o de un famoso general, sino de gente común y corriente, suponiendo que una familia acaudalada e influyente sea gente común y corriente, pero era gente anónima. Sus protagonistas no aparecen en la Historia. En ninguna historia de España. Tiempos después descubriríamos que los periodistas estábamos hablando por boca del público lector. Ángeles de Irisarri confesaría en una entrevista: «Una lectora me abroncó porque situé una novela a principios del siglo XX, tan alejada de mis esparcimientos históricos habituales».
Así que la pregunta no era osada, sino necesaria, a pesar de la propia Ángeles de Irisarrri, quien vio cómo la rueda de prensa posterior no versó tanto sobre su flamante obra premiada, y eso que ella estaba allí para hablar de su libro. Ante sus pequeños y asombrados ojos se inició un debate ad hoc sobre el tiempo: ¿Hasta qué año se puede considerar una novela como histórica? ¿Dónde está el tope? ¿La división?… La pregunta no era ociosa. Necesitamos etiquetas para clasificar, ordenar los conocimientos.
Es necesario consensuar fechas, que siempre serán relativas, pero importantes para entendernos. Sabemos, por ejemplo, que 1881, el año de nacimiento de Picasso, es la línea que separa la historia del Arte entre el Museo del Prado y el Reina Sofía. La música antigua, que comprende la Edad Media, el Renacimiento y el Barroco, se extiende hasta 1750, y ahí empieza el Clasicismo. ¿Por qué esa fecha? Como ya dijimos, hay que marcar líneas y ese año murió Juan Sebastián Bach. Nunca olvidaré la fecha, que le pregunté a un famoso violinista en un improvisado momento de alivio, cuando ambos estábamos mirando la pared blanca desde dos mingitorios contiguos de un teatro, en el Festival de Música Antigua de Aranjuez precisamente. Este año, por cierto, se inicia su 29ª edición el 17 de septiembre, adelantamos.
Pero volvamos a la novela histórica, cuyo límite temporal aún no hemos fijado. Nos habíamos quedado en el Certamen de Úbeda, que es donde estábamos, y aprovechamos el cóctel del último día para hacer la pregunta que da título a esta crónica. Las respuestas, entre canapés y vinos, fueron variadas; pero hubo dos mayoritarias, que son las que más nos convencen.
La primera, como se adelantó, es 1945. Esta fecha la defendió, entre otros, Claudia Casanova, autora de La dama y el león (siglo XII) y fundadora de la editorial Ático de Libros. Es 1945 el año en el que acaba la Segunda Guerra Mundial, el año que cambiará el mapa geográfico y da comienzo a una nueva época. Así que una narración sobre la Guerra Civil Española es una novela histórica, pero no lo es una que trate sobre la sangrienta Guerra de Corea.
Hay autores, sin embargo, a los que esa fecha les parece demasiado lejana y ven lo histórico casi entre nosotros. Para José Ángel Mañas, las obras sobre la guerra fría o el franquismo pueden considerarse perfectamente novelas históricas, ya que pertenecen a un tiempo ya superado, que no tiene nada que ver con el que estamos viviendo ahora. Hay que comentar que cuando Mañas estaba en su mejor momento, dado el éxito de sus novelas del mundo Kronen, decidió olvidarse de los jóvenes rebeldes y publicar —al fin y al cabo es historiador— Alejandro Magno y el secreto del Oráculo, una gruesa novela histórica que no funcionó. El fracaso no le desanimó y ha seguido —y sigue muy activo escribiendo novelas históricas, como Pelayo o la recién aparecida Fernán González, que tienen la virtud (¡gracias!) de ser breves, algo bastante inusual en este tipo de novelas.
Otros autores y editores llevaron la fecha aún más próxima a la actualidad. En concreto: 1989. Ese es el año de la demolición del Muro de Berlín, que marca el final de una época y el comienzo de otra, donde ya se ha descubierto internet y existen los primitivos móviles, acontecimientos políticos y sociales que marcan nuestra actualidad. Está muy claro que la sociedad de hoy y la de hace treinta años no tienen nada que ver. Pero ¿es suficiente este radical cambio social para considerar novelas históricas a las que se desarrollan en esos años de antes de ayer?
El joven Rodrigo Costoya, que debutó en la narrativa con Portosanto, el enigma de Colón (donde se recrea la teoría de que el descubridor de América era gallego) acaba de publicar Hijos del Gael, que sucede a finales de la Edad Media. Sin embargo, su consideración sobre la novela histórica es muy abierta: «Si la intención del relato es ofrecer una descripción de una época y de una sociedad, mezclando ficción con hechos y personajes reales, será una novela histórica ya hable de la antigua Grecia, Egipto, Napoleón o los últimos años de ETA». Es por lo que considera Patria, de Fernando Aramburu, una novela histórica, porque retrata esos tiempos (por muy recientes que sean). Y una novela sobre los Beatles —que alguien que conozco bien ya ha concluido— será, sin duda, una novela histórica que nos traerá en primer plano esos mágicos sesenta, la década en la que surge una nueva clase social: los jóvenes.
Carlos Alonso, director de Pàmies, editorial dedicada a la novela histórica, comenta que en su catálogo la línea temporal se detiene en 1900. No se publican, por lo tanto, novelas que suceden a partir del siglo XX. De hecho, el penúltimo premio de novela histórica de Úbeda, que publica esta editorial, El encargo del maestro Goya, de Elena Bargues, se desarrolla durante la Ilustración, mientras que el más reciente, Covadonnica de Yeyo Balbás, sucede en plena invasión musulmana a la península.
La editorial Edhasa tiene un excelente y muy cuidado catálogo de novelas históricas, que alberga gran parte de los clásicos históricos, como las Memorias de Adriano, que tanto gustaron a Felipe González cuando era presidente de Gobierno; mientras que el actual presidente (de Gobierno) es posible que prefiera las novelas de Robert Graves: Yo, Claudio y su continuación Claudio, el dios, y su esposa Mesalina. Esta editorial cuenta también con un prestigioso premio de narrativas históricas, y el límite temporal que fija, tanto para el galardón como para su catálogo, es el de 1945.
El director del Certamen de Novela Histórica Ciudad de Úbeda, Pablo Lozano, nos da una línea temporal que —al menos para los organizadores— separa la novela histórica de la contemporánea: un siglo. Así que, en esta edición, se ha considerado novela histórica a toda aquella en la que sus historias no vayan más allá de 1922. La fecha, demasiado amplia, tiene una razón de ser: cuando ya no quedan personas vivas que puedan dar testimonio de esa época hemos entrado en la Historia, y el autor necesitará investigar necesariamente las fuentes documentales al no poder contar con testimonios directos. Esta explicación nos convence, aunque seríamos un poco más flexibles a la hora de trazar el límite, que podría acercarse a los 90 años. A pesar de que aumenta la longevidad de los testigos, son escasos los supervivientes que llegan a esa edad y conservan la memoria.
Tras esta revisión de urgencia y las respuestas a la periodística y muy necesaria pregunta de hasta qué año se puede calificar a una novela de histórica, está muy claro que Romance de ciegos, la obra de Ángeles de Irisarri, era una novela histórica como la copa de un pino, aunque en la rueda de prensa se le preguntara muy poco sobre su libro. Lo que entonces despistó al personal es que en la novela se contaran las vivencias de personas anónimas. Tal vez si hubiese estado protagonizada por el rey Alfonso XIII, el general Martínez Campos o algún héroe de la Guerra de Cuba, el asunto hubiera sido muy otro.
Así que tras tantos puntos de vista distintos, la respuesta a la pregunta del título la dejaríamos en dos opciones, para que cada cual elija la que considere oportuna: 1945 o 1922 (este año). Sólo estas dos, pero se admiten otras apuestas por si alguien quiere seguir enredando.
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