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El Hammett para un Madrid en el que nunca amanece - Zenda
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El Hammett para un Madrid en el que nunca amanece

A Carmen Martínez, de 85 años, la van desahuciar de su piso en Vallecas. Lleva una bata de casa sin mangas y un mandil gris y así la fotografían, llorando. Ester Quintana atiende a los periodistas a las puertas de la Audiencia de Barcelona. Un parche de color carne cubre el hueco del ojo izquierdo,...

A Carmen Martínez, de 85 años, la van desahuciar de su piso en Vallecas. Lleva una bata de casa sin mangas y un mandil gris y así la fotografían, llorando. Ester Quintana atiende a los periodistas a las puertas de la Audiencia de Barcelona. Un parche de color carne cubre el hueco del ojo izquierdo, reventado por el impacto de una pelota de goma durante la manifestación de la huelga general de 2012. Un año después, la sentencia considerará «imposible» saber quién hizo el disparo. El mismo año de esa huelga, el paro juvenil supera el 50%. Los desahucios se multiplican, el desempleo no deja de subir. Desde el comienzo de la crisis económica, los suicidios crecen y también el uso de antidepresivos, de ansiolíticos. Aumentan los recortes en educación y en sanidad; les responden mareas verdes y blancas. Los indignados acampan en la Puerta del Sol.

Ahora, una vuelta de tuerca a lo Henry James. O dos. O diez.

Eso es Madrid: frontera, la novela de David Llorente que acaba de ganar el Premio Hammett de la Semana Negra de Gijón a la mejor novela negra publicada en español en 2016.

No ha sido una decisión fácil para el jurado, se lo aseguro. Había muy buenas novelas este año y, por su variedad temática y enfoque, era difícil la comparación entre ellas. Pero había que elegir una. Y la novela de Llorente ha sido la vencedora, porque nos ha golpeado en el vientre hasta que nos hemos quedado sin respiración.

Ha ganado por K.O. Nos ha dejado tirados en la lona, inmóviles.

"Los que ya conocemos Madrid: frontera tememos no poder salir nunca de esa ciudad en la que no deja de llover, que agoniza a orillas de un mar sombrío como la tinta."

En el podio quedan, para que los lectores las disfruten, las finalistas: Las tierras arrasadas, de Emiliano Monge; Maldita verdad, de Empar Fernández; Soles negros, de Ignacio del Valle y Noxa, de María Inés Krimer. Unas obras que nos han demostrado que el género negro sigue vivo y, no sólo eso, que sigue sirviendo para contar y denunciar nuestras miserias. En estas historias hay violencia, hay rabia, hay desesperación e injusticia. Y muy pocas certezas. No existen en la historia de migrantes secuestrados en su esperanzado camino a Estados Unidos de Monge, ni en la de Krimer sobre un herbicida que causa cáncer y malformaciones. Tampoco permite el sosiego la búsqueda de razones de una madre para el suicidio de su hijo que relata Fernández, ni el nuevo caso —en la polvorienta España de los años cincuenta— del capitán Arturo Andrade, creado por Del Valle, cuyo tema central es el tráfico de hijos de «rojos», niños perdidos en instituciones corruptas.

Volvamos al ganador del combate, que se venda la muñeca con la que nos ha dado el gancho de izquierda que nos ha derrumbado. Antes, hemos oído crujir algún hueso.

Los que ya conocemos Madrid: frontera tememos no poder salir nunca de esa ciudad en la que no deja de llover, que agoniza a orillas de un mar sombrío como la tinta. La luz ha huido de Madrid y también los animales, porque sintieron «vergüenza del hombre». Pronto serán reemplazados por los bichos metálicos de una empresa. «En la ciudad de Madrid no amanece. En la ciudad de Madrid hace muchos años que no sale el sol. La oscuridad ya forma parte de los habitantes», nos cuenta Llorente.

"El jefazo de la ciudad, la cumbre de la pirámide, es Ezequiel Caballo, que se dirige a los gobernados desde la radio y desde las pantallas de las televisiones. Más abajo están los ministros y los funcionarios del Cubo."

En esa ciudad —¿del futuro, del presente, del pasado?— cada vez hay más pisos vacíos. Los desahuciados acaban convirtiéndose en comebasura. Viven en los parques, en las plazas, bajo cartones sobre los que ponen sus nombres. Hay cartones de matrimonio y cartones para niños. Cuando crecen buscan otros más grandes para que no se les salgan los pies por debajo. Los pisos se vacían y las plazas se llenan de más cartones. Es otro mar, el de cartón. Algunos comebasura viven en las antiguas minas de oro, los que bajaron a las galerías más profundas no han encontrado el camino de vuelta. Se han apareado entre sí y sus hijos han nacido sin ojos y con el sistema digestivo preparado para alimentarse de tierra. En esa ciudad, en un guiño a Fahrenheit 451, que se cita en la novela, están prohibidos los libros y hay perros mecánicos diseñados para detectar la indignación, la humillación y la rabia, porque «es la mejor manera de encontrar a los no-gobernables».

El jefazo de la ciudad, la cumbre de la pirámide, es Ezequiel Caballo, que se dirige a los gobernados desde la radio y desde las pantallas de las televisiones. Más abajo están los ministros y los funcionarios del Cubo. Al final, los hombres de uniforme («¿en qué se transforma un hombre cuando le das un uniforme?») y los antidisturbios. Uno de ellos le arrancará un ojo a un niño, Samuel, con una pelota de goma. Su padre no conseguirá que lo atiendan en el hospital, le ha caducado la tarjeta sanitaria.

Llorente sigue golpeando.

Un jab, un gancho y ya estamos contra las cuerdas.

"Y, no hay que olvidarlo, las cunetas de la ciudad están llenas de muertos. Los conductores de la M-30 ponen la radio a todo volumen para no oír los gritos que salen de sus bocas llenas de tierra."

En esa ciudad de pesadilla, los inmigrantes son encerrados en los túneles cegados y sin uso del Metro, con la entrada por Banco de España. En las escuelas se separa a los niños y a las niñas, se han eliminado por inútiles las asignaturas de humanidades y en cada aula hay un crucifijo de metro y medio. Está prohibido el aborto y los no-abortados se arrastran en las orillas del lago de Madrid, donde por las noches bailan «el vals de la espina bífida, la polca de los atrofiados y el rock duro de los hidrocefálicos».

Y, no hay que olvidarlo, las cunetas de la ciudad están llenas de muertos. Los conductores de la M-30 ponen la radio a todo volumen para no oír los gritos que salen de sus bocas llenas de tierra. No muy lejos, detrás de las ruinas de la antigua estación de Atocha, está el mar. Los suicidas caminan por la avenida del Hambre y llegan a los acantilados. Oyen las canciones de las sirenas del mar de Madrid, sobre las que existen muchos misterios, y se arrojan a las olas que golpean contra las rocas.

Llorente nos lleva a esta frontera de la mano de Igi W. Manchester. Pasan varios años e Igi no siempre es el mismo, aunque la voz que le habla le recuerda que «la pérdida de la identidad (no saber quiénes somos) es la madre de todas las desgracias».

Igi es nuestra única esperanza. «¿Podrá cambiar el futuro?», nos preguntamos.

"Con Madrid: frontera se ha consagrado en el festival. En esta novela social negra hay todos los ingredientes necesarios para el fango humano en el que hunde sus manos el género."

La novela de Llorente tiene una enorme voluntad de estilo. Se apoya sobre una arriesgada y singular segunda persona que le relata su propia historia al protagonista y a nosotros. La crudeza del texto proviene de lo que cuenta y cómo lo cuenta. El lenguaje es despojado, seco, no encubre nunca. Y poético a la vez. Logra un ritmo con las repeticiones y las frases breves que me ha recordado mucho a Herta Müller, a su buscada desnudez. Además, la citada distopía de Ray Bradbury y la desesperanza de las obras de Samuel Beckett son dos referentes claros para el autor. Como el irlandés, también Llorente es autor de obras teatrales -una por año- y ha hecho de la fatalidad una marca de la casa.

Madrid: frontera es la sexta novela de Llorente, que parece estar subiendo su propia escalera en la literatura. La anterior: Te quiero porque me das de comer, también publicada en la editorial Alrevés, consiguió en 2015 el premio Silverio Cañada de la Semana Negra a la mejor primera novela. Con Madrid: frontera se ha consagrado en el festival. En esta novela social negra hay todos los ingredientes necesarios para el fango humano en el que hunde sus manos el género. Antes del premio ya se había anunciado su traducción al francés. Ahora podrían llegar algunas más. Mientras, estoy segura de que Llorente estará escribiendo a mano en las cervecerías y cafés de su Praga de acogida —como Hašek, como Hrabal— su próxima obra.

Esperaremos, con los ojos abiertos y el estómago encogido, el siguiente combate.

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Autor: David Llorente. Título: Madrid: frontera. Editorial: Alrevés. Venta: Amazon y Fnac

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Noemí Sabugal

Noemí Sabugal es escritora y periodista. Ha publicado las novelas El asesinato de Sócrates (Alianza, 2010), finalista del Premio Fernando Quiñones y seleccionada para representar a España en el XI Festival Europeo de Primera Novela de Budapest, Al acecho (Algaida, 2013), obra ganadora del Premio de Novela Felipe Trigo, y Una chica sin suerte (Ediciones del Viento, 2018). Es también autora de relatos publicados en varias antologías, como Retrofuturismos (Nevsky Prospects) o Wollstonecraft. Hijas del horizonte (Imagine Ediciones). En 2005 obtuvo el Premio de Periodismo de Castilla y León Francisco de Cossío, en la modalidad de prensa.

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