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Hacienda y la gravedad cero - Zenda
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Hacienda y la gravedad cero

Todo empezó con el miedo. Confirmado el apocalipsis, me di de baja como autónomo. 300 euros al mes estaban mejor en Mercadona que en Hacienda. Esto lo entiende cualquier paisano. Hacienda no. La burocracia no tiene en cuenta el pan de tus hijos, sólo la matemática inmediata de la recaudación. Las bajas y altas como...

Como consecuencia de la pandemia me convertí en defraudador a Hacienda. Mientras el resto de España huía del coronavirus, yo lo hacía del fisco. No me ha llegado en estos meses ningún aviso de vacunación, pero sí varios de tributación. Hacienda somos todos, pero autónomos sólo somos unos pocos.

Todo empezó con el miedo. Confirmado el apocalipsis, me di de baja como autónomo. 300 euros al mes estaban mejor en Mercadona que en Hacienda. Esto lo entiende cualquier paisano. Hacienda no. La burocracia no tiene en cuenta el pan de tus hijos, sólo la matemática inmediata de la recaudación.

"Toda web pública se rige por un principio inexorable: es la peor web de Internet"

Las bajas y altas como autónomo se hacían antes en dos oficinas. Creo que primero ibas a Hacienda, luego a la Tesorería de la Seguridad Social. Era una bonita mañana de penitencia y numeritos en la pantalla. Sin embargo, a la hora de darme de baja por el rile de no poder pagar lo básico de la existencia en los meses de coronarivus, todo se había digitalizado. El propio autónomo había de darse ya sus altas y bajas desde el ordenador de su casa. Había una clave llamada Clave, un DNI electrónico, un SMS, no sé. Como fuera, conseguí borrarme.

Luego la cosa no fue para tanto, uno no conseguía morirse de hambre del todo, de modo que volví a las webs de Hacienda y de la Seguridad Social a darme de alta. Supe que lo hice mal, pero un pdf certificaba que lo había intentado. Usted se ha dado de alta como autónomo, decía.

Toda web pública se rige por un principio inexorable: es la peor web de Internet. Como está pagada con fondos públicos, ha salido diez veces más cara que cualquier otra web igualmente compleja, pero además no la entiende nadie. La web para el alta como autónomo (fíjense que no me acuerdo de qué web era, si la de Hacienda o la de Tesorería) hacía algo muy inteligente: cuando te borrabas, no guardaba un histórico de tu alta anterior, de modo que, al volver al redil fiscal, te lo tenías que inventar todo. A nadie se le ha ocurrido que si uno es trabajador autónomo en el ramo de la agricultura o del periodismo o de la consultoría, y se da de baja, cuando se dé de alta meses o años después será muy probablemente para hacer lo mismo que antes, y no para, habiendo sido dueño de un bar, pasarse de pronto a las telecomunicaciones. Así, hubiera bastado que la web recordara quién era yo y me permitiera volver a serlo con un clic, para que mi alta fuera impecable. ¿Qué sabe uno de los vericuetos tributarios, de esos listados infinitos de actividad, de la norma, la regla y la excepción más recónditas?

"La gestoría me escribía mails todo con mayúsculas, lo que me dio una enorme confianza en su capacidad para darme de alta por vía digital"

Me escribieron de Hacienda primero para decirme que no me veían en sus registros, que mi alta no estaba “grabada”. Les envié mi pdf tentativo, completamente indistinguible de un pdf exitoso: estaba dado de alta. Mi corresponsal burocrática, bastante amable, debo reconocer, insistió mail tras mail en mi anomalía, pero reconoció que era incapaz de solventarla, dado que ella era Hacienda, y no Tesorería, y, como es lógico, un funcionario de Hacienda no tiene por qué saber nada de Tesorería de la Seguridad Social, como sí debe saberlo, de las dos cosas, un autónomo que se gana la vida, por ejemplo, haciendo vasijas de barro. El tío que se gana la vida haciendo vasijas de barro debe saber darse de alta bien en Hacienda y Tesorería, pero un funcionario de Hacienda no tiene por qué tener ni puta idea de qué has hecho mal en Tesorería. Tú sabrás, que a fin de cuentas haces vasijas de barro.

Le pasé el marrón a la gestoría de mi padre, que es lo que hacemos todos cuando la vida se pone seria: delegar hacia arriba, hacia aquellos que nos trajeron al mundo para ser autónomos. La gestoría me escribía mails todo con mayúsculas, lo que me dio una enorme confianza en su capacidad para darme de alta por vía digital en la Tesorería de la Seguridad Social.

Algo debieron de hacer mal, o no hacer en absoluto, cuando la misma funcionaria volvió a escribirme pasado un tiempo. Todo igual, todo mal. Ni corto ni perezoso (qué expresión tan extraordinaria: ¿qué querrá decir?) me metí en la primera gestoría que vi por las calles de Carabanchel, le conté mi vida a una señora y me puse en sus manos. 90 euros, me dijeron. Al final voy a tener que escribir un artículo: eso me dije yo.

"Le debía al Estado español el IVA de dos trimestres, cosa curiosa en alguien que no paga IVA, nunca lo ha pagado y nunca lo va a pagar"

La gestoría tenía conexión a internet, y gracias a ella entraron en la web del gobierno que nadie entiende, y en mi perfil en concreto. Pregunté cómo era esto posible, y me dijeron que entraban en calidad de colaborador. La gestoría, bien es cierto, no sabía qué era yo, pues no existe un epígrafe exacto para el que vive de escribir tonterías. Le dije que me pusiera con los alfareros (¿con los alfareros?, palideció; que sí, con los alfareros), como se ha hecho toda la vida. Luego me explicó que el fallo había sido no indicar que mi actividad tontísima estaba exenta de IVA. En un gesto de honradez, me sugirió que me fuera a casa y lo hiciera yo mismo, “porque yo te voy a cobrar 90 euros”, aclaró, y era obvio que yo sabía entrar en la web y darme de alta, salvo por un clic en no sé qué sitio. Pero yo voy a escribir un artículo, pensé. Cóbrame en artículo, le dije.

Tranquilo después de tirar 90 euros a la basura gracias a que, de tres millones de funcionarios que hay en España, ninguno está para ayudar a un autónomo, me fui a casa a ganarme la vida como alfarero falso. Pasadas unas semanas, me llegaron dos cartas certificadas, y dos SMS sobre lo mismo, y uno o dos mensajes en mi perfil de Hacienda —que vería luego— advirtiéndome de que era un defraudador, de que tenía un plazo para pagar lo que debía, de que era obligatorio que todo se hiciera por vía telemática y de que la cosa era “grave”. Eso fue lo que más me gustó, que la cosa fuera grave.

Le debía al Estado español el IVA de dos trimestres, cosa curiosa en alguien que no paga IVA, nunca lo ha pagado y nunca lo va a pagar. La tontería que hago no lleva IVA: escribir, dar clase, publicar un libro. Esa es la tontería que hago.

"Hacienda no dejaba de enviarme amables SMS, porque una maquinaria trituradora estaba en marcha, y no atendía a razones"

Empezó entonces un intento épico por contactar con alguna persona en Hacienda que pudiera escuchar mi historia: no pago IVA, es así de sencillo; pero los números de teléfono estaban robotizados y había que apretar el 1 si querías una cosa y el 4 si querías otra, buenos días. Si acaso conseguía dar con un camino telefónico que me llevara a un ser humano, la espera se cortaba enseguida, pues “todos nuestros agentes están ocupados”. Así pasé una bonita mañana.

Los avisos gravísimos de Hacienda venían firmados por un funcionario, un tal Iván o Juan, con nombre y apellidos. Pero era imposible escribir siquiera a Iván, decirle (IVA/Iván), tío, que es muy sencillo, que no di al clic de exento de IVA y eso es todo, ¿no ves que llevo más de 10 años de autónomo y nunca lo he pagado? Anda, dale al botón y acabemos. No, Iván, Juan, el amenazador funcionario me era inalcanzable (hasta busqué su nombre en Google, por si podía comentarle el caso por cauces informales).

Hacienda no dejaba de enviarme amables SMS, porque una maquinaria trituradora estaba en marcha, y no atendía a razones. Yo le debía a Hacienda cero euros, de modo que la gravedad de mi caso era también cero. Pero la cosa iba poniéndose más fea, porque cada carta sumaba una multa a la anterior, un recargo (llegué a preguntarme si podían recargarme partiendo de una deuda de cero euros: las matemáticas estaban de mi parte), cada SMS parecía más carcelario, Iván se relamía, el robot telefónico se inventaba números, la gestoría me había timado 90 euros y yo, qué duda cabe, iba a escribir un artículo contra Hacienda para acabar de complicarlo todo.

"Días después, me absolvieron. Todos habíamos perdido varios meses de vida por cero euros"

Al final tuve una iluminación muy de autónomo (hacer cualquier cosa) y entré en la web de la Agencia Tributaria a ver qué pasaba por allí. Me esperaban campanitas, avisos, cosas, amenazas, pero un link me permitía al menos escribirles. Les puse esto: “Mi IVA en todo el año y en toda mi labor como autónomo es CERO. Por ello, no puedo presentar ninguna declaración en este sentido y no la he presentado nunca, porque, repito, cobro IVA CERO en mis colaboraciones.”

Obviamente lo puse sabiendo que lo iba a copiar luego en un artículo.

Días después, me absolvieron. Todos habíamos perdido varios meses de vida por cero euros y porque cientos de funcionarios que antes tramitaban altas y bajas de autónomos estaban ahora sentados en sus mesas viendo pasar la mañana en las oficinas de la Tesorería de la Seguridad Social de toda España.

Pagaría por saber qué hacen cada día estos funcionarios. Otros 90 euros, incluso.

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Alberto Olmos

Alberto Olmos (Segovia, 1975) es escritor y columnista. Ha publicado nueve novelas, entre las que destacan Trenes hacia Tokio (2006), Alabanza (2014) o Irene y el aire (2020). Su primer libro de relatos se tituló Guardar las formas (2016), y su primer ensayo, Vidas baratas: elogio de lo cutre (2021). Es premio Ojo Crítico RNE de Narrativa (2009) y I Premio David Gistau de Periodismo (2020). Escribió y locutó el podcast sobre literatura Todo está en los libros (2022). Vive en Madrid.

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