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Guillermo Altares: "Nadie debe estar muy orgulloso de la historia de su país" - Zenda
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Guillermo Altares: «Nadie debe estar muy orgulloso de la historia de su país»

Como oxigenando la habitación, Guillermo Altares (Madrid, 1968) publica Una lección olvidada: Viajes por la historia de Europa. Según el editorialista de El País, enorgullecerse o avergonzarse del pasado «es una concepción absurda de la Historia». El recorrido de la obra comienza en la Cueva de Chauvet, hace 36.000 años, y finaliza en Prístina, en...

No se ha librado la Historia de la omnipresente, posmoderna y viscosa guerra cultural. Cada vez más, la revisión del pasado de la Humanidad se aborda —al menos, mediática y políticamente— desde la víscera, buscando el clic o el voto fácil, intentando, con egolatría y maximalismo, cambiar el mundo sin una base cultural y/o crítica, en función de la ideología que se profese. Así, por ejemplo, la —nueva— izquierda tilda a Colón de genocida y a los aztecas de Hermanas de la Caridad, mientras la derecha asfixia al personal con una plaga de libros y artículos sobre la Leyenda Negra. La cosa hastía y, lo que es peor, aburre.

Como oxigenando la habitación, Guillermo Altares (Madrid, 1968) publica Una lección olvidada: Viajes por la historia de Europa. Según el editorialista de El País, enorgullecerse o avergonzarse del pasado «es una concepción absurda de la Historia». El recorrido de la obra comienza en la Cueva de Chauvet, hace 36.000 años, y finaliza en Prístina, en 2008. En medio, el periodista escribe sobre Nerón, los albigenses, Caravaggio o el crimen irresoluto de Olof Palme. La lectura transmite una autenticidad sustentada en viajes, lecturas y experiencias periodísticas. El autor ha sido redactor jefe de elpais.com, de Babelia, director del suplemento Ideas y, sobre todo, reportero: ha cubierto la caída de los talibanes en Afganistán, la posguerra de Irak, la guerra de Israel contra Líbano o los atentados islamistas en París. Ha tirado ropa a la que se le impregnó el olor de la muerte. Y eso se nota.

Cada capítulo de Una lección olvidada tiene la pulsión vibrante de una crónica. Yendo al hueso, del libro se extraen tres conclusiones básicas: 1) Europa no se puede entender sin diversidad; 2) la violencia es una constante en la historia europea; 3) el periodo de paz posterior a la II Guerra Mundial es una excepción que más nos valdría conservar.

Zenda conversa con Altares en un restaurante japonés popularmente conocido como «El Japotalego». 

—Señor Altares, ¿cuál es el primer acontecimiento histórico del que fue consciente en su niñez?

—Creo que la muerte de Franco. Pero es una de esas cosas que también te han contado tus padres, y no sabes si te acuerdas o no totalmente. Yo tenía siete años. Mi abuelo, entonces, vivía con nosotros. Mi recuerdo está en el cuarto de mi abuelo, en lo que ponían por la tele, una tele en blanco y negro. Pero no sé si es un recuerdo de los que me han contado o de los que he tenido. El 23-F sí lo recuerdo perfectamente. Volver del colegio, ver que pasaba algo raro… Mi padre era periodista y estaba en el Congreso. Se respiraba cierta tensión en casa, lo recuerdo perfectamente. Y el primer recuerdo histórico, digamos, no vivido por mí, creo que es la construcción del acueducto de Segovia, que aparece en el libro por la leyenda de que lo construyó el Diablo, y el desembarco de Normandía. Vi muy pronto El día más largo, me explicaron lo que era y busqué sobre ello en la enciclopedia. 

—¿Envejece más rápido la Historia que los individuos?

"La Historia sí que cambia mucho más rápido que los individuos"

—Más que envejecer, cambia con ellos. Hay veces que cambia muy rápidamente, mucho más de lo que podemos pensar. Que envejece la Historia es difícil de decir, porque en parte conocemos la Historia por los libros, y hay libros de Historia escritos hace 50, 70 o 100 años que son absolutamente contemporáneos y, en cambio, hay otros escritos hace dos años que hoy ya no se sostienen. Más que «envejecer», me gusta más la palabra «cambiar», y la Historia sí que cambia mucho más rápido que los individuos.

—¿Con qué ojos mira usted la historia de Europa?

—La miro con optimismo. Uno de los libros que más me han influido en mi vida es Los ángeles que llevamos dentro, de Steven Pinker, que yo creo que tiene muchos fans. Me acuerdo de que me lo leí en inglés, con un enorme esfuerzo, durante un verano, y luego salió la edición en español y dije: «Mierda, me he dejado los ojos, y seguramente me he perdido cosas» (risas). Miro la historia de Europa con optimismo. Si uno repasa de dónde venimos y el lugar en el que estamos, es espectacular. Hace poco leí el libro de Peter Wilson sobre la Guerra de los Treinta Años. El nivel de salvajadas era absoluto. Yo creo que es verdad, como dice la teoría de Pinker, que avanzamos a un mundo mucho mejor y a una Europa mejor, incluso con todo lo que está pasando. Luego, miro la historia de Europa como una historia entrelazada. Les guste o no a los antieuropeístas, les guste o no a los que votaron el Brexit, por ejemplo, el Reino Unido forma parte de la historia de Europa y Europa forma parte de la historia del Reino Unido. Lo miren como lo miren. Todos los países de Europa están unidos por unos hilos profundísimos que son irrompibles.

—Con tantos nuevos nacionalismos y populismos, ¿cree que hablar de una Europa unida seguirá siendo una tautología en el futuro?

"Veo dificilísimo que se pueda romper la Unión Europea"

—Sí. Veo dificilísimo que se pueda romper la Unión Europea, y espero no confundirme. Todo es reversible, y el Brexit abre una perspectiva nueva: hasta ahora, Europa sólo había crecido. Es la primera vez que se reduce, si no contamos Groenlandia, que formaba parte de Dinamarca y salió de la UE. Es difícil que se rompa. Primero, porque está lo que yo llamo la generación Erasmus, jóvenes millennials que han crecido en una Europa libre, sin fronteras, pagando con la misma moneda. A veces, me pregunto si acaban de tener conciencia de todo ello. Son ciudadanos libres de una Europa libre. No imagino cómo a ellos se les puede imponer lo que ha significado Europa durante muchísimo tiempo, en forma de fronteras, cambios de monedas, permisos de residencia… Yo he viajado por Europa cuando necesitabas ir a las embajadas a pedir visados y no tenías muy claro si te los iban a dar. Luego, creo que, para lo que ha pasado, por ahora estamos saliendo bastante bien. Tenemos la crisis de 2008, que ha sido feroz y que ha dejado a muchísima gente tirada en todos los países europeos. Y que ha dejado tirados, por primera vez, a países enteros. Por ejemplo, Grecia: se produjo una caída en el nivel de vida espeluznante. Y lo mismo en Portugal y en algunas zonas de España. Después vino la famosa crisis de los refugiados, cuando de repente cientos de miles, millones de personas, vinieron huyendo de una guerra. Algunos países fueron de una generosidad emocionante, como Alemania o Suecia. El precio que han pagado por eso es una subida de la ultraderecha, es evidente, en torno al 20%. Pero bueno: crisis más refugiados, que al final se haya reflejado en una subida de la ultraderecha del 20%, pues… relativamente, podría haber sido peor. Lo que sí podría ocurrir es que Europa llegue a un punto muerto, donde no se siga avanzando, por ejemplo, en el proyecto del que se habla estos días de un ejército europeo, o que algunos países que no estaban en el euro se incorporen al euro, o que Schengen esté más o menos congelado… Hay una serie de cosas que han sufrido pequeños retrocesos. Y en cuanto a los nacionalismos, hay de dos tipos: los de los países como tales, como los de Salvini y Orbán, quienes ponen su interés nacional de manera egoísta por encima del interés común de los europeos, y luego están los nacionalismos como el catalán, que pretenden establecer nuevas fronteras en Europa. En ese caso, la verdad es que eso pertenece a otra época. Es un sentimiento absolutamente anacrónico. Europa no está en eso. 

—En Una lección olvidada, cuenta que uno de sus edificios favoritos del Medievo es el baptisterio de la catedral de Parma, porque resume «todo lo que creo que debe representar la cultura europea». ¿Qué debe, en su opinión, representar la cultura europea?

—Primero, tiene que representar la mezcla, el viaje y, en cierta medida, la inmigración, en el sentido de que esos grandes edificios románicos y góticos se construyen por gente que viaja por toda Europa, muchas veces por peregrinaciones. Luego, ese baptisterio refleja la belleza: es de un mármol rosa precioso; la osadía: esconde la cúpula, es una estructura supermoderna; la vida cotidiana, reflejada en las pinturas: los músicos, los labradores… y la permanencia en el recuerdo: está ahí para recordarnos de dónde venimos, lo que somos, cuál es nuestra historia, y que esa historia pasa por mezclas, cambios, muchas transiciones. 

—En la portada del libro pelea un soldado griego contra uno de la II Guerra Mundial. La portada es oportunísima: todos los lugares por los que pasa este viaje por la historia europea tienen las huellas de la violencia.

"No importa el lugar de Europa al que vayamos: casi siempre hay debajo un campo de batalla"

—Sí. Desgraciadamente, la principal característica europea ha sido, durante muchísimos años, la violencia. Por eso el periodo de paz que vivimos desde 1945, o 1948 según algunos autores, exceptuando las guerras de Yugoslavia, es extraordinario. Pertenecemos a una generación que no ha vivido una guerra, cosa que no pasó ni con mis abuelos ni con mis padres. Somos unos privilegiados absolutos. Luego, cuando rascas, te encuentras violencia. Estamos al lado del Hotel Florida, donde se reunían los corresponsales de la Guerra Civil. La Gran Vía se llamaba la «Avenida de los Obuses». Yo vivo en Lavapiés, a dos manzanas del edificio donde tuvo lugar la matanza de la Gota de Leche, cuando había unas mujeres esperando a que les diesen leche, y les cayó un obús y hubo una matanza horrible, como cuenta Arturo Barea. No importa el lugar de Europa al que vayamos: casi siempre hay debajo un campo de batalla. Entonces, de nuevo, tenemos que pensar la inmensa suerte de que desde el 39 en España y desde el 45 en gran parte de Europa occidental, excluyendo Yugoslavia, no ha habido una guerra. Y que la guerra está tan presente en la historia de Europa que, ahora mismo, se nos olvida que en Ucrania hay una guerra. Y en Bosnia o Kosovo no hay una guerra, pero sí una situación de partición étnica no totalmente solucionada. 

—¿Por qué las épocas de Gran Terror fueron una constante en Europa?

—Eso lo descubrí leyendo para el libro. Europa, como cualquier otro continente, ha vivido en dictaduras hasta muy avanzado el siglo XX, como es el caso de España. Hay una cosa que se repite de manera sistemática: la eliminación del adversario cuando se llega al poder. Cuando lo toma y cuando llega no de manera violenta, digamos: no es la conquista de una ciudad, con el saqueo, etcétera. Alguien que pretende tomar el poder lo que hace es liquidar al enemigo. Por ejemplo, cuando el triunvirato llega al poder, Augusto, Marco Antonio y Lépido hacen esas famosas listas de toda la gente a la que tienen que exterminar. Se ve muy bien en la serie Roma y en Julio César de Shakespeare. Luego está el Gran Terror francés y, claro, el Gran Terror soviético, que también llega a España: los agentes de la NKVD mataban a mansalva sin ningún problema. El Gran Terror hitleriano… Este verano estuve en Berlín y había una exposición sobre el principio del nazismo en la Topografía del Terror. Contaba que lo primero que hicieron fue hacer listas y asesinar a quienes estaban en ellas. Ha sido una constante que se ha acelerado en el siglo XX. El libro de Pinker, que es admirable, no te explica la II Guerra Mundial. Dice que si uno piensa en el porcentaje de la población que murió en la Guerra de los Treinta Años, por ejemplo, y el porcentaje de población que murió en la II Guerra Mundial, murió mucha más gente en porcentaje en la Guerra de los Treinta Años, pero no te explica cómo en esa constante, que parecía que se había olvidado y que quedaba atrás, vuelve a caer Europa de una manera más violenta que nunca. La Revolución Rusa lo mismo: empieza con un terror espeluznante, por los dos lados, los blancos y los rojos. El terror y la violencia y la imposición de la dictadura forman parte de nuestra historia. Y nos lleva a pensar en lo privilegiados que somos. 

—Algunas de las páginas más negras de Una lección olvidada las protagonizan los judíos.

—Los judíos llegan a Europa hace 2.500 años más o menos. En Roma ya había una profunda cultura judía en Europa, y se quedan hasta el Holocausto. Si pensamos en lo que representa en la cultura europea Freud, Zweig, Einstein… son judíos. Y la cultura judía es de una profundidad, y tiene unas raíces enormes en Europa. Los grandes barrios judíos que hubo en Londres, en París… Hay algunos países donde sobreviven. En Hungría, en Budapest hay una comunidad muy importante. En Francia también, aunque está siendo amenazada…

"Hay un nuevo tipo de amenaza contra los judíos que tiene que ver con el integrismo islámico"

—Hace no mucho leí, creo que en El País, de hecho, que los judíos franceses encabezan el éxodo a Israel.

—Sí, sí. Además, hay un nuevo tipo de amenaza contra los judíos que tiene que ver con el integrismo islámico. La ultraderecha tradicional también amenaza a los judíos. Luego, otra parte que me hubiese gustado tratar más es la cultura islámica. Cuando se debatió en la Constitución Europea si se tenía que hacer una referencia o no a Europa como un continente de raíces cristianas, yo creo que eso no tiene sentido. 

—¿La razón trajo la paz a Europa, o su sueño produjo monstruos?

—Me temo que más bien lo segundo… (Piensa) Las dos cosas. La era de las Luces trajo un pensamiento sin el cual no podemos concebir la democracia en la que vivimos ahora, pero la aplicación de la razón en el Terror trajo momentos horribles. 

—Cuando escribe sobre Séneca y Platón, reflexiona sobre «el papel de filósofo junto al tirano», que  «plantea una cuestión vital en todos los tiempos: las relaciones de los intelectuales con el poder y su capacidad para venderse al diablo».

"Muchos de los revolucionarios rusos eran grandes intelectuales y, sin embargo, no dudaron ni un momento en aplicar la violencia absoluta"

Séneca es un caso interesantísimo. Creo que es Robert Hughes quien dice que es el mayor hipócrita que ha puesto los pies en la Tierra. Con Séneca nunca sabremos cuál fue su papel de verdad. ¿Nerón hubiese sido peor sin tener a Séneca a su lado? ¿Hubiera sido un tirano todavía más espeluznante? ¿O Séneca, con tal de conservar el poder y convertirse en a quien escucha el tirano, permitió, toleró o impulsó las atrocidades de Nerón? No lo sabremos. Pero sí que simboliza el complejo papel de los intelectuales. Muchos de los revolucionarios rusos eran grandes intelectuales y, sin embargo, no dudaron ni un momento en aplicar la violencia absoluta contra sus enemigos. Y no ha habido un régimen tiránico que no haya tenido sus bufones. 

—Y España, ¿qué lugar ocupa en la historia de Europa que usted plantea?

—En la historia de Europa que yo planteo, pese a ser un lugar periférico, ocupa un lugar central. Primero, porque gran parte de los Países Bajos fueron españoles. Luego, porque estuvo metida, salvo en las guerras mundiales, en el resto de las guerras europeas importantes. Europa no se puede concebir sin España. Aparece en dos capítulos: en el capítulo dedicado a la expulsión de los judíos. No durante la expulsión, sino antes, en 1391, cuando en Sevilla hubo unos pogromos brutales que luego se trasladaron a toda Castilla. En cierta medida, ahí empieza una era de persecución a los judíos que se prolonga durante muchísimo tiempo. Y el segundo, aparece la Guerra Civil, que es el prólogo de la II Guerra Mundial. 

—Cuenta que la II Guerra Mundial empezó en las laderas de la Casa de Campo.

—Ahí combaten personas de toda Europa. De hecho, en Majadahonda, por ejemplo, hay un monumento dedicado a los rumanos que murieron. Hay una frase que me encanta de Manu Leguineche, que dice: «La II Guerra Mundial empezó en mi pueblo, que es Guernica».

—Usted lo contradice.

—En realidad, empieza antes. Creo que empieza aquí, en Madrid, en la batalla de noviembre. Los dos bandos combatientes de todo el mundo se pelean para defender o para tomar Madrid. 

—¿Por qué a una parte nada desdeñable de la izquierda le indigesta la historia del país? Y, por otro lado, ¿a qué cree se debe esa plaga de libros sobre o, más bien, contra la Leyenda Negra?

"Si miramos bien la Historia, nadie debe estar muy orgulloso de la de su país"

—No lo puedo entender. Cuanto más sabemos sobre la Historia, se vuelve más interesante. Cuando un dirigente político dice una sandez como que «no conquistamos América, sino ampliamos España…» (risas). Claro que hubo una época de conquistas, y claro que las conquistas fueron salvajes. ¿Vamos a establecer una graduación entre quiénes fueron más cabrones? ¿Los ingleses en la India? ¿Los franceses en África? ¿Los españoles en América? Puestos a, yo creo que los más cabrones fueron los belgas en el Congo. Hay pocas dudas. Sí, luego hubo criollos, y la mezcla, y si existe algún conquistador horrible, también existe Bartolomé de las Casas. Pero pensar que nos tenemos que enorgullecer o avergonzar de la historia pasada es una concepción absurda de la Historia. ¿Un francés de hoy tiene que avergonzarse por que una parte importante de los franceses apoyaran el régimen de Vichy? No veo por qué. Hay que conocerla y ver qué se hizo mal. Cuando Francia reconoce que los crímenes de Vichy no los hicieron los nazis, sino los propios franceses, apuntan que el antisemitismo no es sólo un problema alemán. Eso sí tiene importancia. Pero no entiendo esa revisión de la Historia. Y eso que el libro de Elvira Roca Barea me interesó mucho, me pareció muy interesante. Pero si miramos bien la Historia, nadie debe estar muy orgulloso de la historia de su país. 

—Para terminar: viajar por la historia de Europa vacuna contra…

—Creo que, desgraciadamente, no vacuna contra nada (risas). Me gustaría decir que contra el nacionalismo. Sobre todo, ha traído mal. Vacuna contra la idea o, más bien, reafirma la idea de que Europa es un lugar muy grande donde individuos de diferentes credos, razas, nacionalidades, idiomas… conviven en libertad. Y eso es Europa. Y esa es la Europa que estamos construyendo.

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Jesús Fernández Úbeda

Jesús Fernández Úbeda (Ciudad Real, 1989) es periodista por obra y gracia —o desgracia— de la Universidad Complutense de Madrid. Escribe en Zenda y en Libertad Digital. Además, ha cubierto un par de giras de Enrique Bunbury y escribió el press release de su último álbum, Expectativas. También hizo de compilador, o como se diga, en El último pistolero, de Raúl del Pozo. Aterrizaje forzoso (Cultiva Libros, 2018) es su primer libro. En Twitter @jfubeda89

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