Perdonen que la anécdota cultural con la que se abre cada jueves esta sección esté dedicada hoy a eso que los horteras llaman «cultura de masas», esto es, dedicada al cine; y en concreto a esa aura que transmite todo lo que rodea a Grease, el mítico musical dirigido por Randal Kleiser y protagonizada por John Travolta y la recientemente fallecida Olivia Newton-John. A uno le basta con cerrar los ojos para visualizar a esos jóvenes ungidos por la belleza espontánea de la juventud, el pelo engominado, bien amasado con los codos arriba, las miradas que nunca miran fijamente, como quien mira un mundo recién estrenado, reluciente como todo a esa edad. Y luego están los bailes ingenuos e inocentes teñidos de una hortera pretensión macarra, la trama que no por pisar varios lugares comunes deja de atraer al hombre común, los escenarios acogedores. Grease apela a la juventud, la verdadera patria del hombre más allá de Rilke, de ahí nuestro amor por ella.
Sin embargo, estos días, al calor del fallecimiento de Newton-John, surgen voces que critican la película por su «escaso compromiso social». Se dice de ella que no dio espacio a negros, que no dio testimonio de las tensiones raciales que asolaban los institutos de la época. Puestos a politizarlo todo, intención de la que tantos viven en este país, se habla incluso de que la película buscaba anestesiar no sé qué mentalidad revolucionaria bajo los efectos del narcótico hollywoodiense. Como si pequeños Ches Guevaras en potencia del Nueva York de los setenta dejasen atrás aquello de preferir vivir de pie para vivir de rodillas frente a la tiranía de la Paramount. Como si una generación de Luther Kings se perdieran en el camino atusándose con el peine los flequillos. Sólo alguien con la mente lo suficientemente perturbada por la política puede no darse cuenta de que Grease es lo que es: un mero producto de entretenimiento para que las masas se olviden, entre otros, de ellos.
Siento referirme a este filme de una manera tan superficial, pero es que no hay nada profundo en una historia que estaba destinada al cajón de los VHS a cien pesetas y a las sobremesas de Antena 3, pero que por esa extraña conjunción de astros con las que a veces nos sorprende la cultura derivó en un fenómeno social. Es simplemente eso: una fachada brillante que nos recuerda que nosotros alguna vez brillamos.
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