Es difícil estar ante la que posiblemente sea la última película de un genio. Te coloca en una posición triste y emocionante, aunque la valoración final siempre va a ser injusta. Sobre todo teniendo en cuenta la altísima calidad de la filmografía de Woody Allen.
Nos encontramos con una comedia dramática que coquetea con el suspense y que presenta un acabado más que digno e interesante.
Es lo que cualquier fan del cineasta neoyorquino puede esperar, están todas y cada una de las escenas típicas de su obra, los rasgos distintivos en los diálogos y la realización… para bien o para mal, es puro Woody Allen.
Y eso es de agradecer, Golpe de suerte no decepciona. Si sabes a lo que vas.
¿De qué va? Fanny y Jean parecen el matrimonio ideal: ambos tienen éxito profesional, viven en un magnífico apartamento en París y parecen enamorados como el primer día. Pero cuando Fanny se topa accidentalmente con Alain, un excompañero de instituto, se vuelve loca de amor.
Al hablar de esta película conviene recalcar que la fotografía es de Vittorio Storaro, que deja patente su huella en numerosos planos (dentro del naturalismo al que suele tender Allen).
Respecto al elenco hay poco que destacar. Lou de Laage está bien, pero tampoco da más de sí —ni se le exige—; Niels Schneider se limita a estar con el piloto automático, y es que es buen actor, pero siempre le dan el mismo papel; y quizá el único que consigue rascar algo más de brillo en el conjunto es Melvil Poupaud. Se nota que se lo pasa en grande, a veces está algo histriónico, pero conjuga bien con su rol.
Hablar del guion del film, a estas alturas de la carrera de Allen, está de más. No creo que nadie esperara riesgos en esta ocasión y todo va según lo previsto. Eso sí, es encomiable la capacidad que tiene de sorprender y entretener a la vez que se nota que todo va sobre raíles. Es curioso. No es el libreto más lúcido del mítico cineasta, pero tampoco el menos inspirado. Todo está muy bien engranado.
Golpe de suerte se estrena en cines este viernes 29 de septiembre.
Mi consejo es que no te la pierdas. Primero porque, salvo que el Dios del Cine lo prohíba, puede ser la última película de un genio sin igual como es Woody Allen. Pero además, ya como obra independiente, regala una hora y media divertida y sugerente. Merece la pena.
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