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Gistau y el puño americano de zafiros - Zenda
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Gistau y el puño americano de zafiros

Foto: Sergio Sánchez Tiene razón Javier Aznar cuando dice que David Gistau es un perro sin collar. Así lo describe en el prólogo de Gente que se fue, un conjunto de relatos del escritor y periodista, que el sello Círculo de Tiza acaba de publicar en su catálogo y que sirven al lector para seguir...

Foto: Sergio Sánchez

En este libro los secretos se trepan como una serpiente a la garganta de los niños, y los hombretones se reponen de la resaca con más resaca. Sus personajes boxean, se dejan partir la ceja o acunan al bebé de una stripper en el asiento de un Jaguar que no saben conducir. Los cretinos y las prostitutas salen hasta debajo de las piedras y la melancolía se corta con cocaína sobre billeteras tan lisas como el anillo de un obispo. Un pelotón de gente que, de tan rota, enternece.

Tiene razón Javier Aznar cuando dice que David Gistau es un perro sin collar. Así lo describe en el prólogo de Gente que se fue, un conjunto de relatos del escritor y periodista, que el sello Círculo de Tiza acaba de publicar en su catálogo y que sirven al lector para seguir la pista del columnista al que el periódico comienza a quedarle estrecho un domingo sí y el otro también. Sus lectores se quedan cortos y ese ‘más’ que no puede vivir enjaulado en el diarismo es lo que aparece en este libro. Leyéndolo, entiende uno por qué Gistau está escribiendo así en la prensa, porque lleva la literatura puesta a todas horas.

"La prosa de Gente que se fue magulla y desgarra"

Dividido en dos partes, el volumen recibe al lector con un primer relato que da nombre al libro, Gente que se fue, y al que siguen Bonus tracks (Cuentos de la serie B), donde se mezclan un conjunto de piezas breves: estampas y abocetamientos y, ya casi al final, algunas columnas de fuerte impronta narrativa, una decisión que hace derrapar la lectura, aunque ese es el mal menor de un libro vivo, un ecosistema perfecto en el que todos sus personajes arrastran los pies mientras la vida pule el suelo con ellos enfrentándolos a la muerte, el fracaso, el alcoholismo, la soledad.

A los personajes de este libro los une la derrota y su capacidad, si no de corregirla, al menos de perseverar en ella. No todo el que lucha vence, pero qué mejor que un combate para mostrar las costras que deja la vida. En las páginas e historias de Gente que se fue, Gistau se pasea haciendo sonar las espuelas, tronándose el cuello y mostrando sus dientes de un perro sin correa. Porque es así: Gistau va pegando mordiscos y enterrando los nudillos.

 

La prosa de Gente que se fue magulla y desgarra. Una paliza de orfebre, un puño americano engarzado con zafiros. Se os van a caer los dientes, de puro gusto, al leerlo. Escupiréis sangre y un par de molares, pero habrá valido la pena leer un libro que suena de verdad a libro y en el que cada palabra parece empujada por la anterior, rompiendo en un mar al que van a ahogarse sus fantasmas, los de Gistau, y los nuestros.

Al lector lo recibe Gente que se fue, ese primer gran relato en el que dejando a la vista la influencia del cuento anglosajón del siglo XX, Gistau entrelaza varias historias. El centro de la narración lo preside Daniel, un guionista cuyo padre se ha suicidado cuando él era apenas un niño y que se mueve por la vida rodeado de productores, periodistas y otros que, como él, ansían ser escritores. Es una narración que recorre la travesía de la niñez a la adultez, un relato lleno de dolor y soledad que sirve a Gistau para retratar un Madrid que parece edificado en la infancia y del que regala estampas lustrosas, que brillan con el destello de los sables cuando los ilumina las ganas de usarlo.

"En Gente que se fue Gistau levanta una panorámica de la ausencia"

La segunda parte del libro es, pues, la carga de caballería que Gistau despliega ante el lector: El Martillo, ese tipo que va del camión de Mahou al gimnasio, muerto de hambre para dar el peso en el combate que lo sacará de la mierda o el periodista al que envían a una guerra que no termina de arrancar y que acaba enamorado de una corresponsal que terminará triturándolo. Es, sin duda, un bestiario de lo masculino: seres que se arrastran haciéndose los duros y que, justo por eso, se arrastran más y mejor.

En Gente que se fue Gistau levanta una panorámica de la ausencia —no hay calma, ni paz, tampoco total alegría ni total desgracia—, pero es, sobre todo, un territorio. Gistau alimenta un zoológico de la masculinidad, da de comer a sus tópicos más enhiestos, los acicala en la barra de un puticlub o en el reducido habitáculo donde una dominatrix los tiene contra las cuerdas. Son hombretones deleznables y entristecidos a los que apetece invitar a un Negroni o a una paliza, porque su soledad se parece a la de quien lee.

En este libro hay nostalgia y combate, guerras muy lejanas y otras que están a la vuelta de la esquina. Hay hedor de bragueta y croissant recién horneado, también perfume de señorito y marquesa de Casalpando con bolas chinas en la mano. El lector intuye autobiografía, pero qué es la vida de un periodista sino una noria desde la que ver cómo otros hormiguean y despellejan la cordura en un estercolero de puchero y whisky. También se es corresponsal de guerra acodado en una barra o atrincherado en la balconada de cualquier miseria.

"La primera y la tercera persona se atornillan en este libro como un combinado de puños"

Niños que rescatan gatos para desahuciarlos luego a la muerte que evitaron, aguijoneados por la recompensa nunca entregada: «qué menos que una Coca-Cola», teclea, memorable, el autor. Ponte a cubierto, Gistau, no van a perdonarte la reportera que sale de la piscina como una femme fatale de Chandler abofeteada por Bogart. Ponte a cubierto, Gistau, porque te acusarán de autobiografía y te caerán piedras como las granizadas de procacidades que llueven sobre el hembrón que se pasea por el cuadrilátero sosteniendo la cartulina pintada con el número del round en el combate. Pensarán que eres tus ficciones y no la síntesis de aspereza, ternura y dolor que recorre este libro como una electricidad.

Hay historias exageradas e hiperbólicas a las que podría resistirse un lector que se tome demasiado en serio a sí mismo. Pero da igual: caerá a la lona. La primera y la tercera persona se atornillan en este libro como un combinado de puños. Más que lector, uno se siente esparrin. Gistau derriba con la primera persona y cuando el lector cree que ya sabe por dónde viene el siguiente upper, lo derriba el muy cabrón con una tercera persona directa a la quijada. Gana Gistau, por knock out y por puntos. Gistau entierra en la frente los zafiros que ha incrustado en el puño americano de este libro.

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Autor: David Gistau. Título: Gente que se fue. Editorial: Círculo de Tiza. Venta: Amazon

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Karina Sainz Borgo

Periodista y escritora. Siente debilidad por los paquidermos, Fante y Flaubert y cree, firmemente, en la resurrección futbolística de Guti. Trabaja en ABC. @karinasainz · mypublicinbox.com/karinasainz Ha publicado las novelas 'La hija de la española' (Lumen) y 'El tercer país' (Lumen), así como 'Crónicas barbitúricas' (Círculo de Tiza) y más recientemente 'El doctor Schubert' (Lumen). Su obra ha sido traducida en más de 30 idiomas.

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Ricarrob
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11 meses hace

Las tribus. No cree en ellas la sra. Sainz. Yo tampoco. Ni nadie con dos dedos de frente. Pero hay pocos, poca gente con frente amplia. Precisamente estamos en una época trival. Todo son tribus. Futbolísticas, políticas, sociales, raciales, linguísticas, económicas…

Se pertenece a una tribu o a varias, a pesar de las incongruencias. Con sus totems y sus tabús, sus ritos y sus sacrificios, sus exclusiones, sus guerras, su infelicidad, su infierno. La tribu llevada a su máximo epìtome. La tribu lo llena todo, sobre todo en política. Y su máximo exponente, los nacionalismos. Y todos los «ismos». La tribu como degradación de todo lo humano.

Pocos somos los que no pertenecemos a ninguna tribu. Pocos somos los libres y limpios de corazón.

Enhorabuena a la sra. Sainz. Enhorabuena a una Ilustrada, de los últimos que quedan…

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