¿Gandhi era un pederasta, Einstein un maltratador, Teresa de Calcuta una farsante, Elvis Presley un fascista, Juan Pablo II un corrupto, Adolfo Suárez un trepa, Errol Flynn un violador, Ronald Reagan un delator, Camilo José Cela un mentiroso compulsivo, Peter Sellers un acosador sexual, Jacques-Yves Cousteau un maltratador de animales…?
Cuando alguien muere solemos olvidar todos sus defectos y recordar solo sus virtudes, muchas de las cuales son magnificadas, si no inventadas para honrar su desaparición. Malcolm Otero y Santi Giménez no están de acuerdo con esa costumbre y han decidido sacar a la luz el lado más oscuro —tenebroso— de alguno de los personajes más ilustres de la humanidad. El libro El club de los execrables repasa sus vidas para mostrar pecados, faltas y delitos de políticos, artistas, escritores y hasta santos. Y lo hace con saña y mala leche.
Estos son algunos de los más destacados miembros del Club de los Execrables de Otero y Giménez.
Félix Rodríguez de la Fuente. Los autores de este libro no respetan la «santa infancia» de varias generaciones de españolitos —entre los que me incluyo—, y nos pegan un puñetazo en la boca del estómago con las páginas que le dedican al «amigo Félix». Interesado, maltratador de animales, más franquista que Martínez el Facha, déspota… No ahorran en calificativos para atacar a uno de los personajes más queridos de las últimas décadas, acusándalo de «malas artes» a la hora de preparar los documentales que hicieron tan famoso al naturalista. Como ocurrió con el del águila que agarraba una cabra entre sus garras. Algo que parecía imposible por el peso del muflón, pero que lo consiguió filmar cuando abrió un ejemplar en canal, lo vació y lo llenó de paja para que fuese más «ligerito» para el ave rapaz.
Jacques-Yves Cousteau. Malcolm y Santi siguen destrozando mitos a los niños de los años ochenta. Al francés le acusan de terrorista medioambiental, maltratador de animales y farsante. A este lobo de mar —que nos embaucó a todos para que quisiésemos ser parte de la tripulación del Calypso— le tildan de pesetero, avaricioso, arribista y colaboracionista con el regimen nazi.
¿Os acordáis de Pepito y Cristóbal? Dos leones marinos adorables. Cousteau se encaprichó de ellos en Sudáfrica y se los llevó de tourné por medio mundo para filmarlos y convertirlos en animales televisivos. Fuera de su hábitat, los animales marinos no duraron mucho tiempo. Hasta su propio hijo se lo echó en cara años después, en un libro muy crítico con la labor de su padre.
Cousteau, al igual que Félix, también tenía sus trucos. En una ocasión se imaginó que un pulpo saltaba a la cubierta del barco y luego volvía hacerlo al mar. Parece que eso no era muy factible, y para ayudar le inyectó clórax de sodio al octópodo…
Mahatma Gandhi. Si alguien ha tenido buena prensa en nuestra historia reciente ese ha sido Gandhi. El gran símbolo de la paz mundial. Pero por lo visto no todo eran buenos sentimientos en el interior del pensador indio.
Parece ser que el Mahatma, durante los años que pasó en Sudáfrica, no solo alimentó su espíritu, también tuvo tiempo para escribir lindezas como esta:
«Los europeos intentan degradar a los indios al nivel de los negros, que solo se ocupan de cazar y cuya única ambición es tener ganado para comprar una mujer y después morir en la indolencia»
Una de las amistades peligrosas que cultivó Gandhi fue la de un tal Adolf Hitler, a quien calificó de «sincero amigo» en la correspondencia que cruzó con él, en la cual decía cosas como «no tengo dudas de su valentía y tampoco pienso que sea usted el monstruo que describen sus oponentes«.
Gandhi se aficionó en sus últimos años a un hobby bastante deleznable, la pederastia. Al Mahatma en sus últimos años le gustaba dormir con jovencitas desnudas. Según él, lo hacía solo en un sentido «térmico»; para calentarse. Para solucionar el problema el periódico The Times inició una colecta entre sus lectores para comprarle una manta…
Teresa de Calcuta. La santa por lo visto también elegía mal a sus amigos, como la familia Duvalier, los terribles dictadores de Haití. Papa Doc y Baby Doc se hicieron múltiples fotos con ella cuando la monja visitó su palacio.
Pero sus pecados no estaban causados por sus cuestionables relaciones y por sus frases desafortunadas —»Es hermoso ver que los pobres aceptan su suerte»—, sobre todo nacían de la falta de transparencia en la administración de las donaciones que su congregación recibía.
La lista de los personajes que habitan en las páginas de El club de los execrables es extensa y sus pecados también. Hay uno común a muchos de ellos, el maltrato. Steve McQueen, Pablo Picasso, Errol Flynn, Jim Morrison y Albert Einstein compartían según los autores de esta obra la misma afición.
La principal reflexión que saco de este libro es la necesidad de alejar al personaje del artista. Creo que es necesario diferenciar entre ambos. También me parece importante recomponer la imagen que deja tras de sí una importante figura política y social, sin desdeñar lo malo, importante también a la hora de conocer su verdadera historia y dimensión.
El club de los execrables es una lectura entretenida y recomendable, si bien abusa de la parodia y de buscar la sonrisa fácil con bromas demasiadas veces repetidas —lo de «para los de la ESO»: con una vez era suficiente—. Me quedan dudas de la certeza de muchas de las afirmaciones. Quizás un libro de estas características, por la dureza de sus acusaciones, debería apoyarse en una bibliografía y unas notas a pie de página que hicieran sus conclusiones irrefutables para el lector y evitara el «cuñadismo».
Absténganse mitómanos; la lectura de este libro les causará una grave depresión.
¡Kill your idols!
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