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Ganadores del concurso de historias vascas - Zenda
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Ganadores del concurso de historias vascas

Cuenta atrás, de Paula Zumalacárregui, en la categoría de castellano, y Lohia, de Mikel Zumeta, en la categoría de euskera, son los relatos ganadores del concurso de historias vascas, patrocinado por Iberdrola y con 3.000 euros en premios. Y Días de lluvia, de Diego de la Fuente, y Zeruertza, de Igor Mercado, han quedado finalistas del certamen....

Cuenta atrás, de Paula Zumalacárregui, en la categoría de castellano, y Lohia, de Mikel Zumeta, en la categoría de euskera, son los relatos ganadores del concurso de historias vascas, patrocinado por Iberdrola y con 3.000 euros en premios. Y Días de lluvia, de Diego de la Fuente, y Zeruertza, de Igor Mercado, han quedado finalistas del certamen.

El concurso, dotado tanto en euskera como en castellano con 1.000 euros para los ganadores y 500 para los finalistas, ha contado con un jurado formado por Txani Rodríguez, Ana Malagón, Iban Zaldua, June Fernández,  Ander Izagirre y Mikel Urkiaga.

Para participar había que enviar historias vascas entre el 28 de noviembre y el 9 de diciembre. Al resto de las historias se puede acceder a través de nuestro foro. Gracias a todos por participar.

GANADORES

Cuenta atrás
Paula Zumalacárregui

Cuando el sistema de megafonía del Aquapark se activa con un chirrido ese sábado, 12 de julio de 1997, Zuriñe se está comiendo un Frigopié. Hace tanto calor que no se puede dar un solo paso sin chanclas.

Todos los años, al final de las vacaciones, cuando tienen la piel lo suficientemente tostada como para aguantar tantas horas seguidas bajo el sol, su madre hace una tortilla y se van a pasar el día al Aquapark de Torrevieja. Para Zuriñe, ese es el momento más esperado del verano.

El viaje hasta la Dehesa de Campoamor, donde sus abuelos tienen una casa de veraneo, dura casi once horas. Salen de Getxo cuando aún no ha amanecido para evitar el tráfico de Madrid y antes de partir su padre se asegura de mirar bajo el coche por si hubiera algún gatito escondido. Durante las primeras horas, el desvaído círculo blanco de la luna escolta al coche en su avance por la carretera. El Renault 19 rojo matrícula de Bilbao vuelve siempre de las vacaciones con un rayón nuevo en la carrocería.

El día del Aquapark después de comer la obligan a esperar antes de volverse a montar en los toboganes. Zuriñe es hija única y tiene que entretenerse por su cuenta mientras sus padres echan la siesta. Se ha puesto tan pesada que le han dado cincuenta pesetas y le han dejado ir sola por primera vez a comprar un Frigopié. Se pasea entre las piscinas protegida por el escudo blanco de la crema, arrastrando las chanclas rojas que le ha cogido a su madre sin que se entere. Va desdibujando el contorno del Frigopié con lametones lentos y concienzudos, girando el helado hacia un lado y hacia el otro, reservándose los dedos para el final. Le gusta atacarlos cuando están a punto de empezar a derretirse, reblandecidos por el calor del mediodía levantino. La digestión es un fastidio. A esas horas hay mucha menos cola y habría podido subirse a varias atracciones seguidas. Prefiere montarse con su madre: su padre pesa tanto que se quedan atascados y tienen que darse impulso con las manos para bajar por los toboganes. Por desgracia, normalmente se tira con él, porque su madre prefiere quedarse leyendo en la toalla.

Va donde las ranas, que no son de verdad, sino de piedra, y sueltan chorros de agua sin previo aviso. De pequeña, Zuriñe correteaba entre ellas gritando «¿A que no me pillas, a que no me pillas?», pero hoy hace tanto calor que lo que quiere es refrescarse con los chorros. Babas de rana, piensa, y se ríe. Deja las chanclas junto a la entrada y accede al recinto vacío. El suelo de piedra está refrigerado por el agua que escupen las ranas y en algunas zonas se han formado pequeños charcos. Decide que se permitirá dar una chupada al Frigopié, a modo de premio, cada vez que consiga que la moje alguna de las ranas.

Está a punto de lanzarse a por el dedo gordo cuando una voz metálica empieza a hablar por megafonía. A veces algún niño se pierde y los socorristas tratan de localizar a sus padres de esa manera. Zuriñe solía pensar que, si los padres no acudían a la llamada, el niño tendría que quedarse a dormir en el Aquapark con los socorristas y podría montarse en las atracciones un montón de veces sin hacer cola ni nada y vaya morro. A veces incluso le daban ganas de perderse aposta, pero ahora que es mayor le daría pena que sus padres pudieran preocuparse.

Ese día, sin embargo, el mensaje entrecortado que vierte la megafonía es distinto. Zuriñe no entiende muy bien qué ha pasado —parece que han matado a un ángel blanco—, pero comprende que la voz seria y temblorosa que brota de la megafonía del Aquapark está pidiendo un minuto de silencio. No le resulta extraño. A menudo a la hora del recreo el colegio entero se congrega en un círculo en el patio y todo el mundo se queda callado hasta que los profesores dicen que ya pueden irse a jugar. Zuriñe no entiende de qué sirve guardar silencio por una persona muerta —mejor rezar—, pero obedece. Una vez sacó el bocata y empezó a comerlo sin hacer ruido, pero su profesora la vio desde el lado opuesto del círculo y la miró con tal severidad que dejó de masticar. El pan y el chorizo se le hicieron una bola y la tuvo que tirar a la basura al concluir el minuto de silencio.

Zuriñe se queda inmóvil frente a una de las ranas. Allí no hay profesoras, así que empieza a contar hacia atrás muy despacio por miedo a equivocarse: 60, 59, 58… Los rayos del sol se descargan sobre el dedo gordo del Frigopié, que empieza a derretirse lentamente. 36, 35, 34… Zuriñe es testigo del proceso con un sentimiento de impotencia que le llena los ojos de lágrimas. 18, 19, digo 18, 17, 16… El dedo gordo se ha desintegrado y el Frigopié está ya irreconocible. 9, 8, 7… El helado empieza a chorrear y el líquido rosa se le escurre entre los dedos. Cuando llega a 0, la rana frente a la que se encuentra le dispara al ombligo un chorretazo de agua helada y del sobresalto se le cae el helado de la mano.

Zuriñe echa a correr descalza sobre el pavimento achicharrante y llega dolorida y hecha un mar de lágrimas donde sus padres, que ya se han despertado de la siesta. Su padre, de pie junto a la tumbona donde está sentada su madre, no deja de menear la cabeza. A su madre se le escapan las lágrimas y la abraza con tanta fuerza que a Zuriñe le duele el pecho. Le ha debido de dar mucha pena también a su madre lo del Frigopié, porque le compra otro sin que Zuriñe se lo pida. Su padre ha tenido que ir donde las ranas a coger las chanclas.

***

Lohia
Mikel Zumeta

Atera nahi duzu, aste arraroa izan duzu, barrenak nahasten dizkizun horietakoa, baina ondo zaude, aseptiko samar. Ez duzu ateratzeko beharrik sentitzen, hala ere, atera zara, larunbat gaua da.

Egian zaude, lagun baten zain, bat batean, urrutira ikusi duzu, ez, laguna ez, beste hura, bai, bera, ikusi nahi ez zenuen hori bera. Ez da ezer gertatzen, dagoeneko erabakia hartuta dago, zu zurera, eta beste guztia pikutara (nahasi samar utzi zaitu baina).

Gintonic bat, bi, garagardoa, tabakoa… Kontua galtzen hasi zara, baina ondo zaude. Bukowskira heldu eta hip-hopa jartzen ari dira; zuk gitarrak eta zarata espero zenituen. Hortaz, Dabadabara joatea erabaki duzu. Gauak aurrera egiten du, ez zenuen uste horrenbeste iraungo zenuenik. Sartu eta aurpegi ezagunen bila jarri zara, dantzan egiten duzu, txupitoak edatera gonbidatu zaituzte. Dantzan jarraitzen duzu, barrezka. Bi tipo erakargarri daude, gustuko duzun neska bat. Neskarekin musukatzen zara, ez dakizu zer nahi duzun, mozkor zaude dagoeneko. Zure patuaren zain zaude, zerbaiten zain, erreferenteak galtzen ari zara. Aretoan dauden guztiekin eta dagoen guztiarekin hitz egiten duzu, edo ia, zer demontre?!

Dabadabatik atera eta ezagun batekin aurkitu zara (behin bakarrik hitz egin duzue elkarrekin, ez dakizu ezagun kategoriara ere iritsiko litzatekeen), lokal batera zaramatza. Rokodromo bat da, mozkor zaude, dena da posible. Bost lagun zaudete bertan, hizketan, elkarrizketa surrealista bilakatu da, ez zara eroso sentitzen, alde egiten duzu.

Cactusera abiatu zara, dagoeneko berokirik gabe (ustez), edaten jarraitzen duzu, ez dago zu bezalakorik, handituta zaude, argi dago alkoholaren eragina dela. Atera egin zara, vending makinara abiatu (zer gertatzen da vendingetan billeteak hartzeko tramankuluekin? Nork diseinatzen ditu? Deabruak? Mozkorren kontrako tranpak dira). Zerbait jan duzu, Cactusera bueltatu. Itzultzerakoan han aurkitzen duzunak ez zaitu konbentzitzen: etxera joateko garaia.

Bazoaz, vendingetik pasa zara berriz, bigarrenez jan (bai, eta zer?!) eta oinez abiatu zara; eguna da. Etxeko giltzak berokian zeneramatzala konturatu zara. Segi goiti berriz. Cactuseko jabearekin eta zerbitzariarekin topo egin eta atea ireki dizute, berokiaren arrastorik ez. Etxera berriz. Pisua konpartitzen duzu, norbaitek irekiko dizu (egun Donostian bakarrik bizitzea luxua da). Iritsi zara. Ez dago inor. Deitu duzu, behin, bitan, hirutan, aspertzeraino. Pareko bizilaguna agertu da, gertatutakoa azaldu diozu (beno, gutxi gorabehera…). Bere etxean lo egitera gonbidatu zaitu, baiezkoa eman diozu, guztiz eroso sentitu ez bazara ere, zer erremedio. Ohea egin dizu, jator portatu da (senarra bihotzekoak jota hil zela esan dizu, gogora dakarkiozu antza, zinegotzia izandakoa da, ETAk mehatxatua).

Esnatu zara, arratsaldeko laurak, giltzarik gabe jarraitzen duzu. Non zauden eta zer gertatu den gogoratu duzu, oraindik erdi mozkor jarraitzen duzu (ez da txantxa). Altxa, bizilagunarekin hitz egin. Geldi zaitezen konbentzitzen saiatzen da, ez duzu gelditu nahi, nahastuta zaude, ezin argi pentsatu, bazoaz.

Atzo mugikorrean PIN zenbakia pare batetan sartzen saiatu zinen, hanka sartu zenuen, edo gorputz osoa, beste galaxia bateraino. PUKa eskatzen dizu, argi dago ez dakizula zein den, oraindik ez zara gertatzen ari denaz jabetu, tentelduta zaude. Kiribil batean sartuta zaude norbaiti deitu nahian, telefono zenbaki bat eskuratu nahian, ezinezkoa da, logikoa, mugikorra blokeatuta dago.

Etxe ondoko tabernara joan zara, kafea eskatu, eskerrak atzo ez zenuela gainean zeneraman diru guztia xahutu (izerdi hotz tanta bat kopetan). Ordenagailu bat eskatu duzu, baietz esan dizute, bazkalostea da, zu ez zara lehentasuna, egia esateko, erritmo bananeroa daramate eta ez zaude itxaroteko ganoraz. Atera zara, Dabadabara itzuli, maitagarriak dira. Ordenagailua eskatu diezu, mugikor bat. Utzi dizkizute.

Argitasunik gabe pentsatzen jarraitzen duzu, (memelo) Marten zaude oraindik, zure ex-arekin kontaktatzen saiatzen zara. Lubaki bat eskain diezazukeen bakarra da oraintxe bertan. Ezer ez, tontotuta zaude, zirkuituak kiskalita, haserre zaude, barraskiloaren abiaduran zoaz, gainerako mundua erritmo normalean (edo alderantziz?). Eskerrak eman ondoren, bazoaz, ez duzu deus garbirik lortu, (biba zu!).

Egian zaude berriro, ez dakizu zer egin. Lokutoriora joan zara. Guadalupeko amabirjina agertu zaizu eta oraindik ditxosozko PUK hostia ez dakizula oroitarazi (arrazoi!). Bai, Dabadaban egon zara, ordenagailua eta mugikor bat eskutan eduki eta ez diezu etekinik ateratzen jakin, badakizu, atzeratua zara, argi dago, bestela ez zinateke zauden egoeran egongo. Lokutorioan, azkenik, Internet bidez PUKa zein den jakitea lortu duzu. Vodafonen web orria infernua da (ez zaitezte sartu). Mugikorra blokeatzerakoan PINa aldatu dizutela ikusi duzu, baina ez diozu jaramonik egin.

Irten zara, mugikorra dagoeneko desblokeatu duzu. Anaiari deitu diozu, lagun bati, amari mezu bat bidali, igandea da eta ez duzu bizi seinalerik eman. Dagoeneko Deloreana hartuko zuen eta denboran nork daki nora bidaiatuko zuen auskalo non agertzeko, zu topatzeko asmoz. Lasaitzen duzu, lasaitzen dituzu, edo kontrako guztia, nork daki.

Zure ex-ari deitu diozu. Dagoeneko ez dakizu pentsatzeko gauza zaren ala artaburu hutsa (zakil halakoa, ez duzu erremediorik). Ez dio telefonoari erantzuten. Mezu bat bidaltzen diozu, hurbil bizi da, “Help me, laguntza mesedez!”. Erantzun du, baita zutaz erdi-paso egin ere. Bazenekien ideia txarra zela eta ergela dela, baina ez zenuen deus galtzekorik. Mugikorra hil zaizu, zu ere pixka bat hil zara (falta zena!).

Txinatarren dendatxo batera joan eta kargadorea erosi, erreta zaude dagoeneko, dendariari mesedez mugikorra kargatzen uzteko eskatu diozu. Aquarius bat erosi duzu (sanoa zara, oso), zigarro bat erretzera atera zara bitartean. Berriz sartu zara, mugikorra pixka bat kargatu da, baina itzali denez, pizterakoan PINa eskatu dizu berriz. Sartu duzu. Ez du balio. PUKaren kontuarekin PINa jatorrizko berrezarpenetara itzuli dela konturatu zara, ikusi duzu, ez diozu jaramonik egin (benetan?). Ez dago zu bezalakorik…

Lokutoriora itzuli zara, jabeari istorioa azaldu, oso jatorra da, laguntzen dizu. Azkenik desblokeatu duzu mugikorra (Iuju!). Pisukide batekin kontaktatzea lortzen duzu. Zure ex-ak erantzun dizu eta ordu pare bat barru libre egongo dela dio (Go fuck yourself!).

Arratsaldeko zortziak. Hotz dago. Oroitu elastiko motzean zoazela, (ez zara horren matxoa, badakizu). Jokaldia probestuz, ohiaren etxera itzultzea otu zaizu, behin etxetik pasa, dutxatu eta txukundu ondoren. Matte batzuen beharra duzu, motel, egun latza izan duzu.

Etxera izoztuta iritsi zara. Azkenean. Pisukideak atea ireki dizu, ordu betean etxean egongo zela esan dizu eta han dago. Etxean sartu zara, istorioa kontatu diozu, barrez lehertu da. Besarkatu zaitu, besarkatu zarete, begietara begiratu dizu goxotasunez. Zure ohiaren etxera joateko asmoa azaldu diozu. Eskuak heldu dizkizu, “Ezta pentsatu ere!”. Gelara joan, dutxa hartu, ohean etzan eta mezu bat bidali diozu. Etxean nago dagoeneko, dena ondo.

Bihar astelehena da.

***

FINALISTAS

Días de lluvia
Diego de la Fuente

I

La empresa me envía unos meses a trabajar al País Vasco. Cuando llego a San Sebastián son las once de la noche y llueve. El hotel donde me alojo está a las afueras, en la cima de un monte. El GPS me conduce por un camino que no parece llevar a ninguna parte, dice que mi destino se encuentra a pocos kilómetros, pero no me fío. A medida que asciendo por la carretera, me voy adentrando más y más en una especie de bosque, y las historias en las que ETA dejaba a un empresario atado a un árbol en mitad de la nada empiezan a rondarme la cabeza. Por suerte, en pocos minutos la carretera termina en la puerta del hotel. Aparco al pie de unas escaleras de mármol. Mi habitación está en la cuarta planta, es amplia y la moqueta está limpia. Se notan las cuatro estrellas. Salgo al balcón. El viento arrastra la lluvia hasta mi cara. Al fondo, la playa de la Concha brilla como en las postales y el mar y el cielo son la misma cosa inmensa y oscura. Bajo al restaurante. No hay más clientes. Tampoco hay camareros. A pesar del lujo, me siento vulnerable. Tras la barra, una puerta con ojo de pez deja escapar un sonido de cacharros metálicos. Pasan quince minutos, puede que más. Entonces entra en el restaurante un tipo con pijama de raso y batín a juego. Se acerca al mostrador, espera unos segundos y luego se lleva dos dedos a la boca y silba con fuerza, igual que si llamara a un puñado de vacas. Un chico con granos en la frente se asoma por el ojo de pez. El tipo le hace una seña con la mano, el chico sale y prepara un escocés sin hielo en vaso de tubo. Yo le digo que me gustaría cenar algo. Cuando el chico regresa a la cocina, el tipo del pijama me dice que hace exactamente treinta años celebró su boda en ese mismo hotel. No sé qué contestar a eso. Ni siquiera acabo de creérmelo. El tipo del pijama coge su whisky y se larga. Entonces pienso que hubiera estado bien que se quedara un rato más a mi lado. El chico vuelve a salir, dice que no hay cocina, pero que puede hacerme un sándwich mixto.

II

Después del trabajo doy un paseo por los alrededores del hotel. A la izquierda de las escaleras de mármol hay un arco de piedra que me lleva a lo que parece ser una vieja montaña rusa. Intengo seguir el recorrido de las vías, a veces se asoman al borde del precipicio y pienso que no creo que nadie tenga huevos a subirse ahí. Los raíles están oxidados y algunos tramos están cubiertos por las ramas de los árboles que crecen en la ladera del monte. Luego encuentro una especie de mirador. Empieza a anochecer, la lluvia es tan fina que apenas cae, es como si nunca dejara de llover del todo. Miro de nuevo hacia la playa de la Concha, distingo a unos  surfistas nadando hacia la oscuridad. Entonces todo transcurre igual que en los sueños. Subo al coche, enciendo la radio y en unos minutos ya formo parte de la postal, mis manos están apoyadas en la barandilla blanca que recorre el paseo y el olor de la sal me trae viejos recuerdos. Un tipo se me acerca, un tipo con gabardina y flequillo peinado hacia abajo. Me pregunta si quiero un cupón. No, no quiero, gracias. El tipo sonríe. También tengo películas porno, dice, ¿te gustan las películas porno? El tipo tiene una cara extraña, parece viejo y joven al mismo tiempo. Echo un vistazo a mi alrededor, la playa ha quedado desierta, ni siquiera veo a los surfistas, el mar debe de habérselos tragado. No, no me gustan, bueno sí me gustan, pero me tengo que ir. El tipo insiste, quiere que le invite a mi casa, podemos fumarnos un porro y ver una película porno, me dice. Mira, ¿ves aquellas luces de allí, encima del monte?, pues ahí vivo yo, en el hotel. Ah, sí, me dice, yo iba de niño a montar en la Montaña Suiza. Será rusa, le digo yo. No, no, responde muy serio, no es rusa, es suiza.

III

Hoy viene mi jefe en el avión de las doce y media. Cuando se encuentra conmigo, dice que quiere saber qué tal me va, pero parece pensar en otra cosa mientras intento explicarle que todo marcha según lo previsto. De pronto mira su reloj y me pregunta si Aitor habrá reservado mesa en el Sugarri. Aitor es el jefe de operaciones, un tipo peculiar. Salimos fuera, el Sugarri no queda lejos del aeropuerto, pero está lloviendo y mi jefe prefiere ir en coche. Cuando llegamos, Aitor nos espera en la puerta, fumándose algo que tira precipitadamente al vernos aparecer. Durante la comida hablamos de temas relacionados con el trabajo. Luego Aitor nos acompaña de vuelta al aeropuerto. El avión de mi jefe sale a las cuatro y veinte. Desde el ventanal de la cafetería podemos ver cómo las nubes acaban engullendo al aparato. Aitor tiene prisa, pero antes me dice que podíamos quedar algún día, ya sabes, para tomar unos katxis. Me pregunta donde vivo. En un hotel. ¿En cuál? En el Monte Igueldo. Ahí va la hostia, me dice, ¿el de la Montaña Suiza? Sí, en ese, le digo. Pues allí celebraron mis padres su boda. Nos despedimos con un apretón de manos. Mi jornada laboral ha terminado. En el peaje observo que no está el chaval con acné de todos los días, sino una chica morena más o menos de mi edad. Le pregunto si aquí deja de llover alguna vez. La chica sonríe y me dice que sí. Llego al hotel, subo corriendo a la habitación, quiero comprobar algo. Es verdad: solo tengo que cerrar los ojos y pensar en ella para que salga el sol.

***

Zeruertza
Igor Mercado

Testuen isiltasun nabarmenetan, hutsuneetan eta absentzietan,

senti daiteke modu positiboenean ideologiaren presentzia».

Terry Eagleton.

Semea hil dioten amak estu besarkatzen du bere potreta. Egongelan zuen zintzilik duela gutxirarte, eserita dagoen besaulkiaren atzeko horman. Altzoan du orain, argazkia estaltzen duen kristaletik malkoak irristatzen direlarik. Markoa gogor oratzeak semea ordezkatu ahal izango balu bezala.

Argazkiak hamar urte inguru izango ditu. Gazte agertzen da, neurturiko irribarrea ahoan kamerari so. Bisaiak gordetzen du aitaren antzik. Orrazkera, sudurra, begien adierazkortasuna. Bi begi marroixka; horien artean sartu zioten graziazko tiroa. Bi bala guztira, lehenengoa garondotik. Nahita ere nork tirokatuko zuen ez jakiteko moduan.

Amak ezin dio negarrari eutsi. Zutik dagoen senarraren bi esku lodiak sorbaldan paraturik ditu, mundu honekiko konexioa galdu ez dezan edo. Mahaitxo gainean dauden pilulek laguntza eskasa eskaintzen diote, amaren jarduna, zotinek eta senar estoikoaren animozko berba urriek soilik eteten dutena, ez baita oso koherentea. Gisara nekez har ditzaket oharrak eta gogaitzen hasia naiz, sofan postura erosoa topatu ezinik.

Hiru aste dira gaztea hil zutenetik. Horregatik ez nuen ulertu erredakzio buruak ni hona bidaltzen jarritako tema, gertaerari jada apenas atera dakiokenean zukurik. Edo morborik. «Idatzizu zerbait sakonagoa, beste ikuspuntu batetik baina gizatasunik galdu gabe; badakizu, lizentzia literario batzuk erabili, ez dadila kronika hutsa izan. Asteburuko gehigarrian agertzeko da», halaxe erran zidaten. Berandu gabiltza, beste behin ere, kazetaritzan bekatua dena. Aitzitik, ez dirudi zuzendaritzako inor asaldatzen denik.

Etxe honetatik igarotzen den enegarren kazetaria naiz baina ez naiz azkena izango. Familiak adeitsu jokatzen du, sartu bezain laster tea edo kafea edango dudan galdetu dit gizonak. Berdintsu egingo zuten ni baino lehenago agertutakoekin. Euren etxe eta bizitzako ateak irekitzea dolua gainditzeko terapiaren parte balira bezala.

Zer egiten zuen, nolakoa zen, zeintzuk ziren bere etorkizuneko planak; hortan omen datza albistea, hortik galderak. Ama kontakizunean galdu egiten da, denboran atzera eta aurrera eginez bukle eternal batean erortzeraino. Umetan auzokideak zelan laguntzen zituen du hizpide; zuhaitzetara fruitu bila igotako batean hartu zuen kolpea eta senarraren errieta; oporretan herrira egindako bidaiak, berriz burutuko ez dituenak. Jaiotzetiko onberatasuna azpimarratu gura didate pasadizo guztiek. Informazio hutsala, gainontzeko egunkariek jada aletu dutena. Berandu, beti berandu.

Negarrak behartutako etenaldi bat baliatzen du senarrak semearen logela izandakoa erakusteko. Ume batena dirudi, aspalditik ez baitzen bertan bizi. Liburu bakan batzuk daude apaletan, futbol talde baten banderatxoa paretan zintzilik. Hogeita hamarren bueltan hildako gaztea hamalau urte zitueneko garaira itzultzen dit aitak, amak arestian egin moduan. Ume eta nerabe hura duela hiru asterarte heldua zen gizona baino hobeto ezagutuko zuten.

Ezin dezaket halakorik idatzi ordea. Behin doluminak adierazita, protokolozko itaun eta denbora igarotzen utzi ostean, galdera sakonekin has naiteke egongelera itzuli bezain pronto. Erantzunek erakusten didate gurasoek ezer gutxi dakitela politikaz, erlijioaz, gudaz, gatazka hauetaz, are maila kultural arrunta dela berea, eskasegia aukeran. Zital sentitzen naiz nirekiko, aurreiritziek bultzatuta hurkoa epaitzeagatik. Beren intimitatea biluztera etorri den lapurra besterik ez naiz.

Arrunkeriak ihardesten dizkidaten bitartean oinazeari buruz hausnartzen dut. Samin honen jatorria politikoa izanagatik ezer gutxi aldatzen du horrek pairamenaren bizipenak. Errentagarritasun politikoa, aldarrien justizia eta minaren zilegia filosofoek izango dute hizpide, parlamentariek hausnarketagai, baina deus gutxi aldatuko da. Badaudelako arrazoi gordeak zeinei buruz ni bezalakook ezer ez dakigun. Eta zerbait dakigunean izkutuan iraunarazten dugu.

Mediku, epaile eta politikariek urtetan adierazi dituztenak datozkit burura. Etxebizitza xume honetan ere entzungo zituzten berbok, irrati eta telebistaz, beren semea baino lehen asko eta asko desagertu, torturatu, erail dituzten heinean. Belaunaldi hainbatek bortxa besterik ez baitugu ezagutu. Odolaren mintzoa.

«Langilea eta zintzoa», halakoxea omen. «Ez zuen merezi». «Zergatik? Zergatik bera?». Eta atzera negarra, senar isilaren eskua emaztearena itxiz oskolen modura.

Galderak, are galdetzeko gogoak, agortzen ari zaizkidanean atetik agertu da arreba, gaztea bera ere; neba bezala, ni bezala. Libre zegoen besaulkian eseri da. Nahi duena esateko aukera errefusatu du, mesfidati. Alde egiteko unea dela ebatzita, azkenengo galdera bota diet, etorkizunaz. Negar zotinka darrai amak, bertan denbora larregi egon naizen seinale. Aitak justizia nahi du. Halakorik berriz ez jazotzea, beren oinaze hau azkena izan dadila. Arreba begiratu dut hurrena. Hitz bakarra, mendekua, murmurikatu du. Odol gehiago.

Ezkaratzean doluminak, hitz goxoak eta agurrak errepikatu dira. Amak ene gorputz zurruna besarkatu du, atzera negarrari lotu. Erredakziora bidean justizia eta mendekua izan ditut buruan. Non datzan muga, bien arteko distantzia. Zenbat duen batak bestetik. Etorkizuna zer izango den. Zergatik ilunabarrak gorriz margotzen duen zeruertza. Zeintzuk izango diren lanera itzultzean erabili ezin izango ditudan berbak.

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