La ganadora del concurso de relatos #surrealismopuro, organizado por Zenda y patrocinado por Iberdrola, es María Sergia Martín González, autora del relato Desandar, premiado con 1.000 euros. Los dos finalistas del certamen, en el que han participado un total de 2.400 historias, son Manuel Alejandro López López —autor de El coleccionista bizarro— y José Luis Ramírez Álvarez —autor de Trinidad (mi barrio)—, que recibirán por su parte 500 euros cada una. El jurado ha valorado la calidad literaria y la originalidad de los textos presentados.
El jurado ha estado formado por Juan Eslava Galán, Juan Gómez-Jurado, Espido Freire, Paula Izquierdo y Miguel Munárriz.
A continuación reproducimos los tres relatos premiados. En este enlace puedes consultar las bases del premio. Gracias a todos por participar.
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GANADORA
Desandar
María Sergia Martín González
Fue mamá quién aseguró haber escuchado tres golpes en la caja, justo en el instante en que se derramó la primera paletada de tierra. Aunque algunas vecinas trataron de tranquilizarla, porque entendían su dolor, ella gritó a los sepultureros que abrieran de inmediato el ataúd. A regañadientes, aceptaron mientras se hacía el silencio en el camposanto. Dentro, papá, ataviado con el mejor de sus trajes, recibía el aire fresco con una amplia sonrisa y un poco de carraspera. En vida siempre había sido un hombre cordial y afable y, cuando llegaba el otoño, su garganta acostumbraba a resentirse. ¡Bienvenido, de nuevo, maldito otoño!, fue lo primero que dijo. Le ayudamos a incorporarse entre mamá, don Anselmo, el viejo párroco, y yo mientras sacudíamos de su ropa la arena y los pétalos de rosa que habíamos depositado en el interior. Si bien a mamá se le desparramaron los ojos de lágrimas por volver a escucharlo, dijo muy enfadada que, si aquello era otra de sus bromas, tenía muy poquita gracia, que habían venido todos los vecinos, los de las partidas de las tardes, sus amigas de manualidades y hasta Paquita Peña, la que –según decían en el barrio– era una hija secreta de mamá.
Papá pidió perdón a todos los allí reunidos por el trastorno de tener que devolver las docenas de ramos y coronas que habían traído para despedirle. Se disculpó con afecto de sus compañeros de “mus” por no poder acabar el torneo e hizo un guiño a Paquita Peña. Dicen que le escucharon decir que cuidara de su verdadera madre y que no hiciese caso de pamplinas de chismosas. Luego, besó en los labios a mamá y explicó que había olvidado algo muy importante. Que no sabía muy bien qué era, pero que necesitaba recuperarlo antes de encomendarse al sueño eterno. No hubo manera de hacerle entrar en razón, ni siquiera cuando le dijimos que tía Margarita estaba siendo trasladada al hospital tras desmayarse al verlo salir de la caja. Un infarto, creo que afirmó uno de los sanitarios. Menudo susto se llevó la pobre. Después de velarlo durante toda la noche y hartarse de llorar con mamá mientras lo amortajaba, parece que su maltrecho y deshidratado corazón no pudo resistir más emociones.
Ya en pie, papá tomó a mamá del brazo y a mí me tendió la mano como solía hacer siempre que me llevaba al parque. Nos preguntó si queríamos acompañarlo a desandar parte de su camino. Yo le miré igual que se mira a un hombre mágico, capaz de conseguir que los pájaros del cielo volaran hacia atrás o que la lluvia, en lugar de caer y derramarse, ascendiera hasta las nubes y dejara seco el suelo. Confieso que, a pesar de no entender muy bien lo que quería decir, asentí entusiasmado solo por poder pasar más tiempo con él. Mamá lo apretó contra su pecho y los tres comenzamos a desandar juntos. Desandar, dijo, es como deshacer un camino hecho con anterioridad. Al principio, resultó complicado eso de poner un pie detrás del otro y retroceder sin tropezar, sobre todo a mamá, pero en cuanto descaminamos los primeros pasos parecía que lo hubiésemos hecho toda la vida. Mamá protestó un poco, pero a mí de divirtió eso de volver hacia atrás. Y así, descaminando, regresamos al tanatorio. Aunque preguntamos si alguien había encontrado algo, él dijo que no estaba allí lo que buscaba. Continuamos desandando hasta los últimos meses de hospital, hasta el camino que llevaba a los columpios del parque, a sus partidas de cartas por la tarde, a nuestra casa… Nada más entrar, comencé a llorar porque me sentía cansado y tenía hambre. Mamá me tomó en brazos, me dio la teta y me dejó durmiendo en la cuna. Papá buscó y rebuscó en cajones y armarios, pero tampoco lo encontró. Cuando salieron, sentí como un desvanecimiento que me hizo convertirme en una pequeña partícula cósmica y alzarme por encima de las nubes. Los vi retroceder hasta la iglesia donde ambos se prometieron amor eterno. Qué bonita estaba mamá vestida de blanco y él, qué elegante y apuesto.
En el mismo altar, se despidió de mamá y continuó descaminando solo hasta la fábrica donde trabajó toda su vida, a la estación de autobuses que lo trajo a la ciudad, al pueblo que tanto añoraba, a su fiesta de comunión, a los juegos en la calle… En la plaza, frente a una casona blanca de tejas azules, la misma que durante años nos había dibujado con palabras, unos críos jugaban a la rayuela. El más pequeño le invitó a acercarse. Papá negó con la cabeza, dijo que no podía, que antes debía recuperar algo muy importante para él y empujó el portón con decisión. Dentro, una mujer joven y bonita preparaba el almuerzo. Corrió a abrazarla por las rodillas con sus diminutos brazos.
—¡Madre!
—Avíate, zalamero, o llegarás tarde a tu primer día de escuela.
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FINALISTAS
El coleccionista bizarro
Manuel Alejandro López López
Artemio Bizarro ha conseguido reunir la mayor colección privada de inutilidades y curiosidades. Cuando alguien le pregunta para qué sirven, responde que para hacerle único. No da ninguna explicación más.
En la última actualización de su catálogo puede leerse: “Un columpio sin niños; un barco naufragado en una botella de cristal; una compañía de soldaditos desertores de plomo; una bandera que no ondea; unas gafas de luna; estampas de jugadores de fútbol fracasados; un himno para apátridas; el autógrafo de una persona anónima; una entrada para ver un atardecer; una litografía de Venecia asfaltada; el carné de identidad de un broker con escrúpulos; una Biblia donde no aparece la palabra Dios; una fotografía de un perro paseando a su dueño; un San Pancracio en paro; una invitación para un divorcio por lo civil; un saco de boxeo de plumas; la radiografía del tórax de un poeta; una tarjeta de embarque en un avión de papel; un cuenta-nubes; un Monopoly versión comunista; un Buda de pie; un tarro que conserva aire cogido el 14 de julio de 1789; una cuna para adultos; un ajedrez republicano sin rey ni reina; un ojo de cristal que llora; una brújula que marca siempre el Sur; una sinfonía de una sola nota; una montura para caballos de mar; un sismógrafo de emociones; una horca para bonsáis; un rulo de Luis XIV; una Olivetti con las teclas A, M, O y R arrancadas; dos prótesis de brazos para la Venus de Milo; un tornillo del Telón de Acero; un taxidermista disecado y el currículum de un recién nacido. Pendientes de adquisición: el electrocardiograma de un enamorado, un Scalextric de cuadrigas y un tebeo protagonizado por un cobarde”.
*
Llevaba más de un año sin tener noticias de Bizarro, el inclasificable coleccionista de objetos inútiles. Hace dos días me llegó una carta suya, breve como el infarto de un colibrí, en la que me explicaba que había estado viajando para aumentar su catálogo con nuevas adquisiciones ya que, según él, “mi colección se estaba volviendo vulgar y anodina”.
Junto a su carta, introdujo copia de la ficha de actualización con las nuevas adquisiciones:
“Un peluche hosco y violento; una luciérnaga fundida; un Risk pacifista; un cañón afónico; una caracola donde se escucha la Quinta Avenida; un Neptuno que no sabe nadar; un tarro con el sudor de un francotirador; una gramática de la Real Academia de las Miradas; la vida laboral de un bohemio; un mono heroinómano; un despertador con remordimientos; la cartera de un carterista; el exvoto de un asesino a sueldo; la dirección de la sede de un fondo inversor sin ánimo de lucro; el congelador de un descuartizador; la cajita de betún de las botas de un militar golpista; un espejo roto por Gandhi; la tarjeta de visita de un fotógrafo ciego; la agenda de un anarquista; la talonera que utilizaba Aquiles; la grabación de un almuédano con vértigo; un gallo con jetlag y un maniquí que suda serrín. Desafortunadamente no pude hacerme con el cuaderno de caligrafía a espada de El Zorro ni con la patente del primer pegamento de la historia firmada por Merlín”.
*
Siempre me han provocado ternura los locos como Artemio. Quiero tener un detalle con él, así que le enviaré tres piezas que conservo en casa: el monóculo de Simone Mareuil, un calendario de tareas de André Breton y una pila líquida del reloj de bolsillo de Dalí.
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Trinidad (mi barrio)
José Luis Ramírez Álvarez
DIOS es UNO (*)
DIOS = 1
1 + 1 = 2
1 + 1 = DOS = D + O + S
Sumando uno tenemos:
1 + 1 + 1 = DOS + 1 = D + O + S + 1
Por la propiedad conmutativa de la adición:
D + O + S + 1 = D + 1 + O + S = D1OS, luego
1 + 1 + 1 = D1OS
Pero 1 + 1 + 1 = 3
Luego D1OS = 3
DIOS es TRINO (**)
De (*) y (**) deducimos que DIOS es UNO y TRINO.
Quod erat demonstrandum.
Amén.
Amen.
Eso.
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