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Gabinete de curiosidades, de Joseph Roth - Zenda
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Gabinete de curiosidades, de Joseph Roth

Foto de portada: © La bailarina Elinor Tordis, de Grete Kolliner, 1930. Este libro es una selección de artículos periodísticos de Josep Roth, hasta ahora inéditos, publicados entre 1918 y 1938. Un conjunto de textos que deslumbran por su mirada humanista llena de humor y belleza. A continuación reproducimos un fragmento de Gabinete de curiosidades (Ladera...

Foto de portada: © La bailarina Elinor Tordis, de Grete Kolliner, 1930.

Este libro es una selección de artículos periodísticos de Josep Roth, hasta ahora inéditos, publicados entre 1918 y 1938. Un conjunto de textos que deslumbran por su mirada humanista llena de humor y belleza.

A continuación reproducimos un fragmento de Gabinete de curiosidades (Ladera Norte).

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El mago

Hace muchos años los artistas de la magia se hacían llamar simplemente magos, con la misma naturalidad inocente y metafísica con la que aún hoy día los auténticos magos aparecen en los cuentos. Entonces también a mí la diferencia entre un truco, cuyo mecanismo permanecía oculto para mí, y un verdadero prodigio, que tampoco podía explicarse, me parecía sumamente pequeña. Y el natural empeño de mi razón por adivinar el secreto de la magia iba acompañado por un hermoso e incomprensible temor ante la idea de que algún día realmente llegara a lograrlo. De modo que asistía a las actuaciones que cada año puntualmente por la misma época organizaba un denominado mago, y lo hacía con un corazón en el que se mezclaban una curiosidad ilimitada y un reservado respeto.

Pues, más que el temor a que una vez desvelado el mecanismo la existencia me resultara un par de grados más fría, me asustaba el demencial horror que, más allá de las revelaciones, se producía en el ámbito del conocimiento y el castigo que necesariamente debía alcanzar a una persona tan pronto como hubiera desenmascarado al mago. Me parecía que, aunque cada uno de los trucos pudiera explicarse de forma racional, de ningún modo debía hacerse. Pues un hombre que era capaz de provocar al mundo metafísico aun cuando sólo fuera con fenómenos explicables, seguramente también tenía a su disposición poderes metafísicos más allá del área en el que se producían sus trucos. De esa índole era yo en la época en la que cada año iba a visitar al mago.

Sin duda no se trataba de un artista de la magia corriente, como los que puede uno ver hoy día en cualquier espectáculo de variedades. Sus trucos de magia tal vez fueran sumamente sencillos, pero los llevaba a cabo con tanto aplomo, hasta tal punto instalado en una escenografía sobrenatural, que cualquier movimiento de sus manos, cada paso que daban sus pies con cuidadosa gravedad parecía tener un significado doble, triple, místico. Su existencia real, física, por lo tanto, no era más que la envoltura exterior de la verdadera, desconocida.

El escenario estaba oscuro y cubierto de telas negras, lleno de una espesa tiniebla, tangible, por así decir, el elemento de la tiniebla. La rampa, en cambio, se veía sembrada de numerosas, sea como sea incontables, bujías cegadoras, llamitas de gas abiertas, cuyos delicados extremos lengüeteaban, cambiantes dagas de fuego azul, tan sólo interrumpidas en el centro por una escalera de tres peldaños forrada de negro, que, aunque por lo visto tenía el objeto de establecer una conexión entre el escenario y la sala de espectadores, probablemente ninguna persona del público la habría pisado por su propia voluntad. El telón no se levantaba hacia las alturas como en las funciones habituales, sino que se abría rápida y súbitamente, como una nube a la que un viento rasga por la mitad.

Y ya se encontraba también en el interior de la negra noche el mago, vestido con ropas blancas, un pan de azúcar plateado en la cabeza y una barba larga y blanca. Como si fuera el diámetro blanco de la oscuridad, se elevaba en el medio hasta el techo. Tres veces golpeó el suelo con una vara de plata. El suelo se abrió y surgió una figura esbelta, un paje plateado con rizos rubios.

Lo que a partir de entonces ocurrió en el escenario resultó bastante indiferente. Pues, aunque yo creía que aún me interesaba el mago, me preocupé exclusivamente del paje, que no perdió el tiempo, sino que enseguida bajó los tres escalones y con modestia se sentó en el último. Se trataba sin duda de un paje de sexo femenino. Unos pequeños senos de metal liso con cúpulas diminutas adornaban la parte superior de su cota de mallas. Entre la asociación bélica que evocaba la vista de la coraza y la gracia sin lugar a dudas femenina que ocultaba se produjo la encantadora tensión que puede existir entre la sangre y el amor. Mientras el mago, en medio de la terrible negrura de su noche, hacía volar serpientes multicolores, a blancas palomas despedir lenguas de fuego por su boca y de vasijas iridiscentes, burbujeantes, surgir pelotitas de un material opalino ligeras como el aire, yo, como es natural, creí que le observaba con atención. Sin embargo, aunque pude conservar en la memoria cada uno de sus más pequeños actos prodigiosos, en realidad miraba, como hoy sé, el escenario sólo con los ojos. Y, en cambio, la escalera, en la que estaba sentada la chica, con el alma.

Entonces, claro está, yo aún no sabía, como sé ya hoy, que la magia de un paje de dieciocho años es más prodigiosa que el prodigio de un mago. Quizá lo sospeché una sola vez en el transcurso de la velada. Ocurrió cuando el viejo empezó a fabricar caramelos en su plateado sombrero cónico. Y es que la chica no había esperado otra cosa que el instante en el que debía empezar a moverse entre las filas del patio de butacas para repartir los dulces entre los espectadores. Se puso en pie y comenzó a pasearse entre nosotros como una persona de carne y hueso. Un delicado aroma a lirio de los valles se expandió por la sala. El paje pasó junto a mí. Alargué la mano. Me dio dos caramelos que no me comí, sino que los escondí en el bolsillo.

Entonces acabó la función y yo me fui a casa, para otra vez esperar durante todo un año… Al mago, como entonces creía, a la chica, como hoy sé. Volvió cada año, hasta que yo me hice viejo y los magos se extinguieron y dejaron su legado a artistas de la magia corrientes. Desde entonces he visto a muchos ilusionistas actuar bajo los deslumbrantes focos y realizar prodigios muy complicados. Pero no me causaron ninguna impresión, no los aguardo con impaciencia de un año para otro, y probablemente también me he vuelto un incrédulo.

Joseph Roth, Münchner Neueste Nachrichten, 25 de enero de 1930

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Autor: Josep RothTítuloGabinete de curiosidadesEdición y traducción: Berta Vias Mahou. Editorial: Ladera Norte. Venta: Todostuslibros.

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