Dicen que vienen tiempos de recesión en el streaming. Se acabó gastar a lo loco, fin del todo vale, adiós a unos años en los que se ha demostrado que el espectador y la industria es incapaz de asimilar tanto producto. ¿Bien, mal, regular? De todo hay, como en botica, pero es una pena que quizá productos tan decentes como Fubar, la serie de acción de Netflix y Schwarzenegger, y Platónico, la comedia anti-romántica de Seth Rogen y Rose Byrne para Apple TV+, puedan volver a quedarse en tierra de nadie.
Si el cine de acción de los ochenta y noventa ya ha sido absorbido y superado por el blockbuster de superhéroes, con solo ocasionales fugas en —precisamente— series como Fubar, y la comedia más o menos políticamente incorrecta como la cultivada por Rogen y su colega Nicholas Stoller en Platónico lo tiene cada vez más difícil en tiempos de cancelación y wokismo en vena, solo quedaba el todo vale televisivo para disfrutar de risas gamberras y sinceras.
Quizá no todo sea grave y la vida, como decía el de Parque Jurásico, al final se abre camino. Lo que nos queda es saludar el saludable sentido del humor de Fubar, una serie que inesperadamente vale la pena por las interacciones de sus personajes (convencionales pero bien observadas) que por sus escenas de acción; por el aliento a serie “a la antigua” que su showrunner Nick Santora (el mismo de Reacher) ha logrado imprimir a un argumento sobado hasta el extremo. Una serie que, de todas formas, no sería nada sin el respaldo de Schwarzenegger, que derrocha carisma, candidez y su habitual humor negro, y el astro austriaco está a bordo, presente y remando a favor en todo momento.
Lo de Platónico es otro nivel. Rogen y Byrne, viejos colegas de Malditos vecinos y su secuela, son dos antiguos amigos que se reencuentran en la cuarentena para descubrir que todavía es posible pasárselo bien, pero también que todo puede tener consecuencias. Los dos actores se funden con sus personajes, dos hipsters trasnochados como todos nosotros, en una comedia ligeramente incómoda pero enormemente tierna, repleto de diálogos inteligentes y situaciones abiertamente estúpidas, cargada de neuras de la mediana edad, referencias judías y hasta alguna que otra metáfora afortunada. Debería ser ilegal divertirse tanto. Mientras leen estas líneas, HBO Max (o como vaya a llamarse de aquí al próximo año) y Disney, la todopoderosa Disney, emprenden una serie de fulminantes y abundantes despidos para compensar un dispendio de dinero que el streaming se ha visto incapaz de reintegrar en las arcas post-pandémicas. Ambas plataformas, una vez lanzadas y establecidas, han retirado contenido de sus servicios porque —ahora nos enteramos— disponer de ellas en su catálogo también cuesta dinero a sus matrices, arrojando a decenas de productos a la incertidumbre más absoluta. De modo que, sea como sea, disfruten, porque lo que viene será mejor o peor, pero desde luego, no será lo mismo.
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