No soy nada partidario de la pura recopilación de artículos de prensa en libro. Suelen deberse a motivos espurios. O a sacarles unas monedas supernumerarias, algo que ya Baroja practicó a modo con diferentes trámites. O a mantener vivo en el mercado al autor mientras engendra una nueva criatura. Sin dejar de ser una reunión de artículos, Vladivostok es un caso muy distinto. José Carlos Llop ha juntado treinta escritos de andadura ensayística presididos por un criterio unitario infrecuente en esta clase de libros. Poco importa que vieran la luz primero como “terceras” del periódico ABC, lo cual se dilató entre 2006 y 2017. Importa poco porque todos los textos, uno de ellos inédito, están relacionados con un mismo motivo, de tal modo que, bajo un rótulo simbólico, o más bien alegórico, Vladivostok constituye una reflexión orgánica sobre el papel y derrotero de la cultura europea en la configuración de la específica sensibilidad moral e intelectual del continente.
Estos variados componentes dan pie a lo que, aun a riesgo de utilizar una etiqueta sospechosa, llamaré obra de tesis. Podría resumirse de manera sencilla. La Europa humanista, construida sobre el respeto y el amor a la literatura, el arte y la música, está en peligro. El relativismo posmoderno propicia la bancarrota de esos cimientos culturales que parecían sólidos y ahora estamos viendo cómo se resquebrajan. En estos tiempos andamos muy necesitados “del gran gusto europeo”. Un adanismo de nuevo cuño va liquidando antiguos principios. Y quienes no comulgan con esta deriva sienten desamparo.
Lo que he llamado tesis no se plantea, sin embargo, en términos especulativos o filosóficos sino desde presupuestos vitales, existenciales y emocionales. No parte Llop de ideas abstractas, porque prefiere el hecho concreto del que se derivan sus lecciones de vida. Puede ser una lectura, una música, la visita a un lugar. Y con frecuencia un hecho bien anclado en el recuerdo personal. Una base autobiográfica proporciona autenticidad al comentario. Así, la conciencia de vacío en el presente se asienta sobre una verídica rememoración generacional. Lo muestra bien “Visconti y nosotros”, que apela al estreno madrileño en 1972 de Muerte en Venecia con detalles costumbristas del cine en que tuvo lugar. En la misma sala la vimos en idéntica fecha otros de esa promoción —discúlpeseme la referencia personal— y sacamos de la cinta una impresión también turbadora del cambio que encarnaba. Aquel esteticismo dramático, firmado por Visconti, daba la puntilla al realismo socialista todavía renqueante.
Llop relaciona el motivo actual que espolea la reflexión con antecedentes de ayer. En bucle relaciona a Stefan Zweig, a Zola a propósito del caso Dreyfus y a la activista Ayaan Hirsi Ali. De Fabrizio del Dongo y Aníbal salta al cincuentenario del comienzo de nuestra guerra civil y deriva hasta el actual revisionismo histórico. Que “el cuerpo europeo parece poseído por una profunda enfermedad moral” antecede a una estricta distinción entre los casos de Salman Rushdie y Orhan Pamuk. La persecución de los fumadores inspira una vivaz estampa a raíz del cartel de una exposición conjunta sobre Sartre y Camus en París. Arranca el artículo, por cierto, con una inspirada consideración: “Es difícil saber si ambos pensaron alguna vez en bailar juntos ese minué, después de tanta esgrima previa y con sable”. Aprovecha una estancia en el Hotel Louvre de París, donde solía alojarse Llorenç Villalonga, para tirar con bala: el mallorquín, que repudiaba el “behaviorismo”, perdió —“una derrota de potente carga simbólica”— el Nadal con Bearn frente a El Jarama. De paso, reivindica el valor profético de la novela postergada: “años más tarde arrasaría en nuestra lengua una novela ultramarina donde los hombres vivían doscientos años y las mujeres volaban”.
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Y es que Llop no pierde ocasión de actuar de misionero de sus personales creencias artísticas, de hacer historia literaria sui generis y, aunque hombre templado, no teme la exageración: Benet enriqueció “la sintaxis castellana e impartió lecciones sobre lo que era el gran estilo en ese libro capital que fue La inspiración y el estilo”. Abundan las consideraciones artísticas generales, pero también sabe descender a la prosaica realidad. Así ocurre en “¿Turcos, austrohúngaros o sin techo?”, que repasa la actuación oficial con los escritores en castellano de Cataluña, los “sin techo” del incisivo título. Dos notas diferencian este texto de los restantes: una explícita denuncia y un humorismo franco.
Una nota más marca el conjunto de Vladivostok: la vivencia intensa del tiempo, un registro habitual de Llop, quien en su novela Los reyes de Alejandría llega a definir su huella y efecto como un “vasto catálogo de pérdidas y desapariciones”. Este sintagma explica la impresión global del libro como un almacén de pérdidas. Pero recopiladas sin nostalgia, porque en el fondo, creo, el autor no da del todo por malogrado ese mundo en decadencia. Y si no hay una explícita manifestación de esperanza sí que está todo marcado por un fuerte vitalismo. Como una “época descreída” califica el autor la actual en el artículo “La alegría de los pájaros”, donde se opone al propósito del Ayuntamiento de Barcelona de prohibir las tradicionales pajarerías de las Ramblas.
José Carlos Llop hace un diagnóstico bastante pesimista de la situación cultural europea. Sin embargo, Vladivostok no es un libro derrotista ni triste. Creo que el autor alberga la esperanza de que será posible enderezar el rumbo reciente. A la vez invita a disfrutar de la vida y de los placeres nobles y superiores. No sobra este aliento positivo en el incierto tiempo presente. La literatura es un árbol “que da sombra y protege y acompaña”, afirma en unas páginas con motivo del Nobel de Patrick Modiano. En realidad, en el sentir Llop, todas las artes causan ese beneficioso efecto.
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Autor: José Carlos Llop. Título: Vladivostok. Editorial: Fórcola. Venta: Todostuslibros.
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