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Frau Troffea empieza a bailar - Zenda
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Frau Troffea empieza a bailar

Pero sí se sabe que fue Paracelso quien describió la “peste del baile”, que se le decía entonces, como la coreomanía. No es nada nuevo. Unos lo llaman el baile de San Juan, ya que suele verse en los días que se celebra a este santo —el 24 de junio—; otros, los más, el baile...

Otro cinco de julio, el de 1518, hace hoy justo 505 años, una paisana de Estrasburgo llamada Frau Troffea comienza a bailar poseída por un singular ritmo que le impide detenerse. No acaba de estar claro si Paracelso, un hombre de aquel tiempo, da o no noticia de esta joven en los escritos que el más célebre de los alquimistas legó a la posteridad.

Pero sí se sabe que fue Paracelso quien describió la “peste del baile”, que se le decía entonces, como la coreomanía. No es nada nuevo. Unos lo llaman el baile de San Juan, ya que suele verse en los días que se celebra a este santo —el 24 de junio—; otros, los más, el baile de san Vito, el mártir conmemorado el día 15 del mismo mes. Insólito, pero no nuevo. Uno de los primeros brotes de esta manía danzante, auténtica histeria colectiva, se remonta al Bernburg de 1020. No se precisa el año, pero se sabe que en algún invierno de aquella década —la estación cambia por una vez—, esta ciudad de Sajonia-Anhalt (hoy Alemania), vio alterados sus oficios navideños por una grey de 18 campesinos que irrumpieron en la iglesia cantando y bailando.

"Tras tres días danzando sin parar, se decidió llevar a la mujer a un santuario a las montañas de los Vosgos"

En 1518 todo son poco más que conjeturas en torno a esta irresistible danza, que para muchos acaba por ser la de la muerte. Pero hay tantas noticias de ella que incluso parece estar en el origen de la leyenda del flautista de Hamelin. Aquel que se llevó a todos los niños de esta localidad de la baja Sajonia, magnetizados con su pífano, pudiera haber sido el mismo que, allá por 1237, empezó aquel baile y aquellos saltos que ocuparon a otros niños durante todo el camino que separa Erfurt de Arnstadt, allá en Turingia. Casi siempre en lo que hoy es Alemania, entonces aún el Sacro Imperio Romano Germánico, en 1278 unos doscientos individuos se pusieron a bailar sobre un puente del Mosa hasta que éste acabó cediendo y el baile, una vez más, se tornó la danza de la muerte. Y en Aquisgrán el 24 de junio de 1374. Aquel cobró tales dimensiones que también se bailó en Colonia, Flandes, Franconia, Hainaut, Metz, Estrasburgo, Tongeren o Utrecht. En efecto, a partir de entonces, comenzaron a registrarse casos en Italia, Luxemburgo y los Países Bajos…

Sin embargo, volviendo a 1518, todo siguen siendo conjeturas en cuanto a la causa del baile de Frau Troffea. Tras tres días danzando sin parar, se decidió llevar a la mujer a un santuario a las montañas de los Vosgos. Al no saberse nada a ciencia cierta, no faltan quienes dicen que no es cosa de los santos, que el frenético baile es un mal que manda Satán. Cuando la primera danzanta abandona Estrasburgo, ha contagiado su ritmo a una treintena de personas que evolucionan por sus calles a un compás que nadie entiende. Se diría que están sumidos en un trance, parecen mevlevíes, esos derviches giradores pertenecientes a la orden tariqa, fundada en la Turquía del siglo XIII por los discípulos del poeta sufí Jalal al-Din Muhammad Rumi.

"Los cadáveres, y ya van siendo unos cuantos los que arroja el furor bailarín, son los de quienes han muerto de ataques al corazón o derrames cerebrales"

La tropa de bailarines crece con nuevos espontáneos que lo dejan todo para empezar a danzar. Cuando llega agosto sobrepasan el centenar, y a comienzos de septiembre son más de cuatrocientos. Las sangrías, tan recurrentes en aquellos tiempos, resultan inútiles, de modo que el consistorio, con una buena voluntad en verdad infrecuente en la época, dispone que una banda de músicos acompañe a los danzantes en la idea de que la música aplacará la fiebre del baile. Se habilita un espacio tras la catedral y se les deja danzar. Los cadáveres, y ya van siendo unos cuantos los que arroja el furor bailarín, son los de quienes han muerto de ataques al corazón o derrames cerebrales.

Empieza a hablarse de castigo divino. Se dice que san Vito mata entre convulsiones. Pero el mártir no tiene nada que ver. Se organizan peregrinaciones al santuario de los Vosgos. Allí los bailarines, tras calzarse unos zapatos rojos y caminar entre las sagradas reliquias, comienzan a recuperar el sosiego. Al final todo parece acabar como surgió: por generación espontánea. Habrá más brotes: el de Basilea de 1536 también se hará notar antes de dar por erradicada la enfermedad en 1840, con un último brote en Madagascar.

"La epidemia del baile de 1518 fue un momento estelar de la humanidad porque esa danza de la muerte inspiró a varios artistas"

Ya en épocas más recientes continuarán las especulaciones. En Italia llegará a creerse que el mal obedece a la picadura de la tarántula o a la de un escorpión. Más acertada parece esa teoría que pretende que los contagios obedecían a un envenenamiento por cornezuelo, el hongo del centeno del que se sintetiza el LSD. Se habla asimismo de histeria colectiva. Sea como fuere, el baile de san Vito simplemente la corea. El último de los estudios que ha inspirado la epidemia del baile de 1518 —A Time to Dance, a Time to Die (Michigan State University, 2008)— del que es autor el historiador John Waller, concluye que fue un caso de histeria colectiva. El baile de San Vito se cura con sedantes.

La epidemia del baile de 1518 fue un momento estelar de la humanidad porque esa danza de la muerte inspiró a varios artistas: a Pieter Brueghel el Viejo, a su hijo, Pieter Brueghel el Joven y a esos desaprensivos promotores de espectáculos que, ya andando el siglo XX, con los rigores de la Gran Depresión, organizaban maratones de baile, donde los más desdichados bailaban hasta morir extenuados en aras de un premio millonario que solo uno podía conseguir. Horace McCoy dio noticia de aquellas miserias en ¿Acaso no matan a los caballos? (1932), su novela más celebrada. Así se escribe la historia.

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Javier Memba

Tintinófilo, escritor y periodista con casi cuarenta años de experiencia –su primer texto apareció en la revista Ozono en 1978–, Javier Memba (Madrid, 1959) es colaborador habitual del diario EL MUNDO desde 1990. Estudioso del cine antiguo, tanto en este rotativo madrileño como en el resto de los medios donde ha publicado sus cientos de piezas, ha demostrado un decidido interés por cuanto concierne a la gran pantalla. Puede y debe decirse que el setenta por ciento de su actividad literaria viene a dar cuenta de su actividad cinéfila. Ha dado a la estampa La nouvelle vague (2003 y 2009), El cine de terror de la Universal (2004 y 2006), La década de oro de la ciencia-ficción (2005) –edición corregida y aumentada tres años después en La edad de oro de la ciencia ficción–La serie B (2006), La Hammer (2007) e Historia del cine universal (2008). Asimismo ha sido guionista de cine, radio y televisión. Como novelista se dio a conocer en títulos como Homenaje a Kid Valencia (1989), Disciplina (1991) o Good-bye, señorita Julia (1993) y ha reunido algunos de sus artículos en Mi adorada Nicole y otras perversiones (2007). Vinilos rock español (2009) fue una evocación nostálgica del rock y de quienes le amaron en España mientras éste se grabó en vinilo. Cuanto sabemos de Bosco Rincón (2010) supuso su regreso a la narrativa tras quince años de ausencia. La nueva era del cine de ciencia-ficción (2011), junto a La edad de oro de la ciencia-ficción, constituye una historia completa del género, aunque ambos textos son de lectura independiente. No halagaron opiniones (2014), un recorrido por la literatura maldita, heterodoxa y alucinada, es su última publicación hasta la fecha. Blog El insolidario · @javiermemba

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