Lo que más me gusta de la última película de Francis Ford Coppola es el susto que le debe de haber dado a sus hijos. “¿Veis esos 120 millones de dólares de ahí fuera? —les dijo, señalando unos viñedos—; pues me los voy a fundir todos antes de morir”. Y se los ha fundido todos en efecto en el oneroso capricho de su arte, una película colosal, Megalópolis, destinada como pocas al fracaso.
También he pensado en Woody Allen, otro gran director al que nadie quiere financiar las películas. Allen es dueño de casas valorados en decenas de millones de dólares, pero no parece que se le haya pasado por la cabeza producirse a sí mismo una película vendiendo alguna de ellas.
Todo esto sólo viene a confirmar que Francis Ford Coppola está loco. Megalópolis quedará para la historia como la mayor excentricidad (o la más cara) que se vio nunca en el cine moderno. Será mejor como anécdota que como película, y quizá mejor como serie sobre la anécdota en HBO que como película.
Mi poca fe en Megalópolis tiene que ver con la sensación de que Coppola no es exactamente un gran director, y desde luego dejó de ser un director de obras maestras hace muchísimos años. Volví a ver hace poco La ley de la calle (1983) y tuve el pálpito de que Coppola necesita hacer una película muy grande para que le salga bien. A lo mejor ese pálpito, después de Tetro y (me acabo de enterar) una cosa llamada Twixt (4,7 en Imdb) lo ha tenido también el director: necesita mucha gente sobre la que mandar, volverse cada vez más loco, tener miles de papeles sobre la mesa, miles de problemas, cantidades aplastantes de dinero corriendo por encima de su cabeza hacia el desastre, y sólo así, en un apocalipse now financiero, la inspiración aparecerá, o no.
Cuando se piensa en grandes directores, nunca se cita a Coppola, y sí a Scorsese. Cuando se piensa en grandes películas, las mejores de Coppola se sitúan muy arriba, como es lógico. Pero hay algo en Coppola, visto panorámicamente, película a película, que me hace dudar de que sea tan bueno como sus películas mejores. Diría que no es un profesional, y que no ser un profesional se nota mucho menos si cuentas con un equipo gigantesco de profesionales extraordinarios, donde tu delirio se diluya y fragüe, mientras que en una película de gente que habla (Tetro), y pocos medios, eres apenas alguien que empieza, nada te sale, nadie la va a ver, nadie se cree que dirigiste una vez El Padrino. O tres veces.
Así que Coppola, para dejar este mundo con sensaciones artísticas menos deprimentes, ha decidido sepultar su pasión en dinero, grandes estrellas, grandes decorados, técnicos de primer nivel, gente sobre la que mandar con la esperanza de que no le hagan mucho caso, y así ha surgido Megalópolis, como el Sunset Boulevard de un director que aún cree que el cine era grande, porque lo hizo él.
El fracaso de la película es inevitable. Coppola tiene 85 años, su idea tiene 40. Las ideas de 40 años no aparecen en el mundo y engranan con lo que sea que la gente tiene en mente. Si Christopher Nolan rodara Interstelar dentro de 40 años, a nadie le interesaría. Hay algo en una idea que no puede esperar, si quiere ser visitada por los demás, celebrada, sopesada. Si a Coppola se le ocurrió esta especie de versión de El manantial (novela de Ayn Rand, película de King Vidor) mientras rodaba Apocalipse now, es una idea muerta. De hecho, basta ver lo que poco que se puede ver de Megalópolis (fotografías del rodaje, el look de Adam Driver, la influencia romana, la fotografía…), para notar lo mal que ha envejecido antes incluso de estrenarse.
Que yo voy a ir a verla el primer día, en la primera sesión, y de rodillas. Pero sé que me espera un completo desastre.
Hasta el casting suena mal: Adam Driver, porque estaba de moda hace cuatro años, y ahora nadie pagaría por verle; Jon Voigh, Dustin Hofman (!) y Laurence Fishburne: ¿por qué? Cuando Denis Villenueve prepara Dune, ficha a actores que, al estrenarse la película, son los actores más atractivos, en términos de taquilla, del mundo. No sé cómo lo hace, pero así fue. Cuando Tarantino recupera a una vieja gloria, su papel es exactamente ese, un cameo sobredimensionado y lleno de matices. Cuando Coppola ficha a Dustin Hofman, algo rechina, y uno piensa en piedad, amistad, sucesivos rechazos de actores más adecuados. No piensa que Dustin Hoffman le aporte algo a Megalópolis, sino que algo en Megalópolis es tan fallido que merece aparecer Dustin Hoffman.
Con todo, el recorrido hacia la ruina absoluta de Megalópolis tiene paradas sorprendentes. Por ejemplo, ahora se habla de que nadie quiere distribuir la película. Si se asoman a los cines de su ciudad, verán que cualquier gilipollez es distribuida, y cualquier coñazo, y cualquier película buena, mala o regular. Uno no entiende que “nadie” quiera distribuir la epopeya final de Francis Ford Coppola. Es como no querer ir al cumpleaños de tu abuela.
Además, la cinta se estrenará en Cannes, lo cual me parece bonito, pero deja en bandeja de plata a los críticos la ocasión de ponerla por las nubes, siendo muy mala. Los festivales de cine sólo sirven para decir que se han visto películas increíbles antes que nadie, y luego las películas no son increíbles, son todas del montón.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: