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Fran Navarro Prieto: "Trato de hallar la frontera entre un afán de representación literaria y un afán de cambio real"
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Fran Navarro Prieto: «Trato de hallar la frontera entre un afán de representación literaria y un afán de cambio real»

Fotos: Marina Martínez López. Diré, en primer lugar, que Francisco Javier Navarro Prieto (Tomelloso, 1994) estudió filosofía y literatura comparada, escribió El bello mundo y con él ganó el XXII Premio de Poesía Joven Antonio Carvajal, lo que lo ha llevado a ser editado por el sello Hiperión. Diré, en segundo y último lugar: me gustaría...

Fotos: Marina Martínez López.

Diré un par de cosas antes de dar comienzo a esta entrevista.

Diré, en primer lugar, que Francisco Javier Navarro Prieto (Tomelloso, 1994) estudió filosofía y literatura comparada, escribió El bello mundo y con él ganó el XXII Premio de Poesía Joven Antonio Carvajal, lo que lo ha llevado a ser editado por el sello Hiperión.

Diré, en segundo y último lugar: me gustaría que una entrevista pudiese construirse presuponiendo un libro, encima de él, saltando sobre él, saltando, saltando y saltando. Me gustaría que una entrevista no fuese un mecanismo retórico de adulación o asalto, pero tampoco un ejercicio hermenéutico de reciclaje de ideas. Me gustaría que una entrevista pudiese decir cosas sobre un libro que el propio libro no dice, aunque sean en esencia cosas que le pertenecen. Me gustaría construir una torre enorme, que el lenguaje atravesase las nubes y se encontrase con el sol. Pero esto es solo lo que me gustaría. Lo que tengo, lo que os doy —corrijo: lo que os damos—, es lo que viene a continuación.

***

—No puedo evitar empezar por el principio, Fran: El bello mundo se materializa —y corrígeme si me equivoco— desde una herencia básicamente filosófica.

—Es así. Yo, mientras estudiaba filosofía, nunca tuve la vocación de escribir poesía. Siempre la he leído, pero no considero que estuviese latente en mí la necesidad de producirla por mí mismo. Durante aquellos años, lo que hice fue leer mucho. Al final, creo que la biografía pesa mucho en toda esta serie de transiciones: terminé el grado en filosofía, comencé a estudiar literatura comparada y, ya sobrepasada la veintena, fue cuando realmente empecé a concebir la idea de que yo pudiese integrar mis lecturas y mi aprendizaje en algo que, de hecho, estuviese escrito por mí. Evidentemente, en lo que ahora soy está presente la impronta de mi herencia filosófico-literaria. Y considero que ambas disciplinas se encuentran en una mirada concreta sobre el mundo; digamos que siento un profundo interés acerca de una posible mirada ensayística que suponga una totalidad en la que lo político se enrosque con la poética.

—Este diálogo entre filosofía y literatura que mencionas está trasladado a El bello mundo desde un prisma formal, en una serie de poemas que son en sí mismos un diálogo entre dos voces entrecruzadas: una de ellas de corte más ensayística; la otra más liberada de esa vocación teórica. Pienso que quizá esa pueda ser la tensión central del libro: la confrontación entre lo teórico y lo puramente lírico.

—Yo creo que esa doble voz que tanto caracteriza al libro se puede leer también desde lo biográfico. Es una mezcla entre mi formación —que entrelaza, efectivamente, filosofía y literatura— y otra sensibilidad que no está tan mediada por lo teórico, pero que también forma parte de mí. Mi preocupación a la hora de escribir el libro era esencialmente formal: quería encontrar la mejor manera posible de integrar, dentro del mismo texto, estos dos puntos de vista. Que conformasen una unidad en la forma.

—Además de este diálogo entre lo teórico y lo lírico, creo que también planteas otras tensiones fundamentales como, por ejemplo, la que estableces entre el cuerpo y el mundo; tensión que creo que tratas de diluir al disociar un poco la cuestión identitaria más allá de los límites del propio cuerpo —escribes: el cuerpo no es suficiente para mí—.

—Para mí, esta relación cuerpo-mundo que mencionas tenía una connotación poética. Es decir: yo no invento nada, el anhelo de disolución con lo contemplado es algo presente en la tradición poética prácticamente desde su fundación; pero a mí también me interesaba esgrimirlo desde un punto de vista político. Me explico: buscaba hacerme preguntas sobre lo que sucede en nuestra sociedad con los cuerpos precarizados y explotados; también con los cuerpos de los animales. En ese sentido, esa tensión me proporcionaba un punto de partida, un lugar desde el que abarcar una serie de temas a los que me parecía pertinente hacer referencia.

—Es cierto que la tesis de El bello mundo es eminentemente política y que, en su centro discursivo, se halla este intento de horizontalizar la carne, por así decirlo. De tratar de poner los cuerpos a un mismo nivel y desvelar, de esta manera, cómo una horizontalidad corporal no lleva consigo una horizontalidad política.

—Creo que si examinas con detenimiento qué es lo que sucede con los cuerpos puedes obtener una suerte de imagen poética de la carne sobre la que se depositan, de manera externa, un gran número de condicionamientos sociales, de explotaciones, de opresiones. Buscaba trazar una continuidad entre la carne que somos y la carne animal, identificada como la carne que no cuenta, la del cuerpo precario al que se le niega su identidad política.

—Utilizas también al cuerpo como un elemento de fijación espacio-temporal, a la hora de marcar nuestra posición en un contexto sociocultural determinado. En este sentido, pones de relieve la importancia de la escritura como testimonio de un dolor que también fija el espacio y el tiempo en un cuerpo concreto.

—Es cierto que El bello mundo se posiciona mucho desde la corporalidad, porque en él tienen mucha importancia las imágenes del dolor o del grito, por ejemplo. Volvemos a la relación entre el cuerpo y la identidad, a esta pregunta sobre a qué cuerpos concretos se les otorga el derecho a disponer de una identidad política y qué otros cuerpos padecen una serie de sufrimientos determinados; pero también a la pregunta de cómo es posible —si es que lo es— representar ese dolor en un poema.

—En ese sentido creo que en el interior del libro late una contradicción entre tu forma política de posicionarte, marcada por una sólida conciencia de clase —escribes, en tu polifonía y desde una voz precarizada: vivir es morir tratando de no morir del todo—, y la incapacidad del arte como mecanismo de representación a la hora de modificar de facto una realidad político-social. Creo que hay una tensión retórica que recorre todo el libro entre tu voluntad de fijarte y posicionarte y el hecho de que eso no alcance, de que no sea suficiente, al menos desde la escritura.

—Yo creo que cualquier persona que escriba se habrá hecho esta pregunta de qué es lo que puede hacer un libro, qué es lo que puede hacer un poema o qué es lo que puede hacer una novela. La mayor parte de las personas que escriben ahora mismo comparten una especie de conciencia global de crisis, de colapso de ideas. La pregunta de qué puede hacer la literatura, pese a su ingenuidad, a mí nunca ha dejado de interesarme. Y es por eso que está dentro de El bello mundo, en la forma de una pregunta más específica, que es la siguiente: ¿representar el dolor es actuar sobre el dolor? La respuesta que yo pueda proporcionar a esa pregunta oscila bastante. En ocasiones me armo de optimismo y soy capaz de creer que escribir es un acto valiente y valioso, y que este tipo de posicionamientos pueden obtener frutos materiales en algún sentido. Otras veces, sin embargo, me encuentro ante una impotencia absoluta que, evidentemente, problematiza mucho el acto de la escritura, porque lo desprovee de contenido material, de sentido aparente. Esto suelo resolverlo diciendo que escribo porque no puedo hacer otra cosa, es decir, a través de esta afirmación —en cierta medida tautológica— de que simplemente lo hago porque lo hago.

—En un poema específico, ubicado en el centro del libro, generas un relato polifónico, una especie de palimpsesto o sucesión de miradas sobre la escritura que se superponen: un poeta que escribe por amor, uno que lo hace pese a la conciencia de la futilidad del acto —el cuadro de Magritte es insuficiente y necesita una manzana de verdad—… de algún modo, mediante esta permanente actualización, planteas también como punto de partida este propio sentido de la búsqueda sin conclusión alcanzable. Es decir: que no hay una respuesta absoluta, desde un punto de vista estrictamente lingüístico, que se pueda proporcionar a esta voluntad o vocación de escribir.

—Creo que —y también motivado por mi propia biografía—, en muchas partes del poemario, mi afán teórico-academicista choca frontalmente con una voluntad más activista, de grito explícito, de decir: quiero dedicar mi energía a otras cosas más allá del estudio a nivel de tesis teórica, de un estudio que, a fin de cuentas, consume una gran parte de la energía de la que yo pueda disponer. Así que creo que el primer punto de partida de todo esto está en mi propia biografía. El propio poemario plantea toda una frontera entre lo literario y lo real, expresada en ese ejemplo que mencionas del cuadro de Magritte. Me pregunto acerca de cuál puede ser la frontera exacta entre un afán literario de representación, de escritura; y un afán de cambio real, de actuar sobre la realidad de manera directa y sin la mediación de la literatura. Ese poema central y polifónico al que haces referencia está atravesado por la idea de que, dadas todas las contradicciones entre los puntos de vista posibles que se plantean desde el lugar de la representación, a fin de cuentas, se anula la posibilidad de nos sea devuelta una imagen coherente del mundo.

—Recogiendo un poco el testigo de esta referencia a Magritte, quiero incidir en tu forma de estudiar la imagen en El bello mundo, de contraponer la pintura a la escritura como medios de representación con alcances distintos. 

—La escritura de El bello mundo está marcada por una serie de lecturas también vinculadas con lo pictórico —de Francis Bacon, Egon Schiele, el propio Magritte…— Lo que a mí me impresionaba, por así decirlo, era la manera en que un cuadro de Bacon, por ejemplo, puede llegar a representar la violencia sobre los cuerpos, es decir, el tema sobre el que hemos estado hablando y que constituye el núcleo de mi libro, de una manera mucho más inmediata que la escritura. De algún modo, pienso que la imagen precede siempre a las palabras, a cualquier discurso teórico o racional que, a posteriori, puedas armar para analizar el cuadro. La imagen te impacta antes de eso, te impacta directamente. Yo me preguntaba si en la poesía se podría expresar la violencia de un modo tan efectivo, si se podría construir un verso que impactase de la manera tan directa en que lo hace un cuadro. Es evidente que este anhelo no es más que puramente retórico e imposible, pero considero que su exploración ha sido un asunto fértil en mi caso personal.

—Hay algo de intuicionismo en esa manera que tienes de comprender la pintura, algo extralingüístico que conecta también con la referencia explícita que haces a La carta a Lord Chandos y a la incapacidad humana para trascender los límites del lenguaje. Quizá la imagen sea la vía que tú encuentras para arrojar luz a este respecto, y por eso introduces a la pintura de manera subtextual, más allá de las referencias explícitas; intentas colocarla en la cabeza del lector.

—Creo, evidentemente, que el libro tiene que poder leerse sin ver los cuadros que referencia. Creo que lo sustancial de esa relación es que me sirve para pensar acerca de esta cierta incapacidad literaria, que también es una frustración personal mía y que entronca con la idea general de escribir en una época de crisis en muchos niveles: de crisis ecológica, de crisis machista… y un largo etcétera. Está, por una parte, la conciencia de que todas estas cosas suceden. Por otra, la frustración o incapacidad literaria de intervenir en ellas desde la escritura. Quizá venga de ahí esta vocación de impactar del mismo modo en que lo hace un cuadro.

***

—Es cierto que hay varias semillas previas, pero creo que hay un momento determinado del libro en el que asumes esa incapacidad y llevas a cabo un giro retórico que me traslada a otro tema que quería abordar: el de la relación que estableces entre lo afectivo y la escritura. Escribes: de tanto amar se nos va a morir la poesía. No sé si es exactamente lo que propones, pero yo me quedo con la sensación de que haces referencia a una contraposición tradicional entre el hecho de ser felizestar enamorado con la idea de escritura, que entonces se revela como un acto de reacción, de contraposición respecto a. Es decir: alcanzada la utopía, no tendría sentido escribir.

—Para empezar, yo diría que El bello mundo está escrito de una manera muy ansiosa, quizá antitética a lo que pueda ser una escritura más tranquila o relacionada con otro tipo de temáticas. Esto se produce así porque el libro nace como reacción a una realidad ante la cual yo solo soy capaz de revolverme, ansiosamente, a través de la escritura. Ese verso que mencionas, al igual que otros, forma parte de la esencia política de El bello mundo, en el sentido de que lo contrapone a otra tradición poética. Una tradición que, por otra parte, es la que yo he leído con mayor frecuencia; una poesía de tipo lírico-amatorio en la que el tú es muy central —del mismo modo que el yo, que se construye en diálogo con el tú interlocutor, con la persona amada—. Mi sensación era la de que esas dinámicas poéticas resultaban insuficientes —tanto por cuestiones rítmicas como temáticas— para hacerse cargo del mundo que yo quiero introducir en el libro. Existe aquí, diría yo, una doble ansia, ya que además de lo mencionado también se da el hecho de tratar de diferenciarte, de posicionarte frente a una tradición concreta con la que buscas romper. Soy consciente de que este gesto puede ser algo arrogante y también de principiante, por así decirlo, pero me parecía honesto reflejarlo, en tanto que, biográficamente, también forma parte de lo que construye El bello mundo.

—Es cierto que el poemario resulta ser, al menos en sus primeros tres cuartos, un libro muy agitado. Sin embargo, creo que en su parte final se aprecia una cierta tendencia hacia la serenidad, desde el momento en que la voz poética se retira de lo explícitamente sociopolítico, se asocia a la herencia de Inger Christensen y se limita, en cierto modo, a ofrecer testimonio de lo que ve, de hablar del mundo de una manera recogida casi en el asombro, en la inocencia.

—Toda la primera parte del libro, en la que hago referencia directa a la realidad social a través de fragmentos de textos periodísticos e imágenes extraídas de telediarios, la escribí inmerso en ese proceso que te comentaba antes, un proceso totalmente ansioso. Es cierto que la última sección de El bello mundo contiene esa reflexión que mencionas. Me recojo, después de todas las tensiones que atraviesan el poemario, para comprender que lo que nos queda finalmente no es más que el objeto estético; el mundo entrando dentro del poema y transformándose en un objeto, en un libro. Todo se traduce, finalmente, en algo bastante evidente: el hecho de haber escrito un libro. Es ahí cuando la impotencia que recorre toda la escritura parece resolverse, y es cierto que el último poema es en esencia celebratorio, una redención respecto a las tensiones que me condujeron a la escritura. Creo que esa serenidad no es nuclear en El bello mundo, que no está presente en ninguna otra parte de su geografía textual, pero sí es verdad que aparece ahí, justo al final.

—Tampoco puedo evitar acabar hablando sobre el principio. Creo que se da, en último término, una confrontación entre título y contenido. Está, por una parte, tu manera agitada de acercarte a una realidad política, de problematizarla desde lo lingüístico; por otra, ese título de vocación intensamente lírica, esa evocación a El bello mundo.

—Leyendo el libro es muy fácil hacer hincapié en su parte más cruda, porque creo que es central y porque es la que lo hace avanzar dialécticamente; sin embargo, creo que su otro lado, en esencia celebratorio, también forma parte de lo que, en último término, acaba siendo. Y aquí vuelvo a insistir en la importancia de mi biografía, dado que esa vertiente lírico-celebratoria también es algo presente en mi formación, en mi identidad como individuo expuesto a una serie de herencias socioculturales. En el sentido de que la pulsión última del libro pueda ser mi sentido de la admiración respecto al mundo, a pesar del mundo, creo que es justo admitir que esa contemplación serena late en el fondo de él.

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Autor: Francisco Javier Navarro Prieto. Título: El bello mundo. Editorial: Hiperión. Venta: Hiperión y Todos tus libros.

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Adrián Viéitez

Periodista cultural y estudiante de filosofía. Profesor de poesía contemporánea en el Máster de Periodismo Cultural de la USP-CEU. Antes, en la sección de cultura de El País, La Voz de Galicia, Radio Galega, Jot Down o en el Festival Márgenes. Coordinador de la antología 'Árboles frutales' (Ed. Dieciséis, 2021) y autor de los poemarios 'tratado sobre tu nombre' (Ed. En el mar, 2021) y 'Alta Escuela Musical' (Ed. Dieciséis, 2022).

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