Cuando, el 10 de junio de 2013, el editor de Libros del KO, Emilio Sánchez Mediavilla, salía del metro de Príncipe de Vergara rumbo a la caseta de su editorial, ubicada en el Retiro con motivo de la Feria del Libro, se encontró con que la zona estaba completamente acordonada e infestada de policías. «En la feria —cuenta a Zenda— nos enteramos de que habían entrado a robar en un banco con un butrón. Me pareció increíble y, de hecho, lo fui contando desde la cuenta de Twitter de Libros del KO».
En aquella jornada, Sánchez Mediavilla vivió la «resaca» del atraco que Flako y sus compañeros cometieron en la sucursal del Santander ubicada en el número 74 de la calle Alcalá. Cuatro años después, el editor recibió una llamada del cineasta Elías León Siminiani: «Conocía la editorial y se la habían recomendado a través de Bambú, la productora de la serie Fariña. Mejor dicho, fue Nacho Carretero el primero que me llamó avisándome de que un director me quería comentar un proyecto».
Entonces, Siminiani estaba rodando Apuntes para una película de atracos, un documental que orbitaba en torno al, por entonces, encarcelado butronero. «Elías —sigue Sánchez Mediavilla— me comentó que Flako había escrito sus memorias en la cárcel y que quizá me interesaba sacar el libro». Quedaron. El encuentro se suspendió en la noche previa por un motivo de peso: la mujer del editor se puso de parto. Cuando por fin se citaron, acordaron la publicación de Esa maldita pared, un libro de memorias directo, sin manierismos ni rastro de mística —»Caminar por las cloacas es como Humor amarillo«, escribe el autor—, muy natural, muy franco. La obra muestra la forja de un ladrón. Es la autobiografía de un tipo, ya reinsertado, que considera que «atracar bancos es un oficio honrado» y al que no ha hecho «bueno» la cárcel, sino el hecho de no poder ver a su hijo.
Esa maldita pared justifica esta conversación:
—Flako, ¿desde cuándo no le persigue nadie?
—Desde que entré en prisión. Puedo decir que el 31 de julio de 2017 se cometió un atraco por el procedimiento del butrón de alcantarillas en un Bankia que hay en Doctor Esquerdo. Creo que igual me pudieron perseguir sin que me diera cuenta, pensando que yo tenía algo que ver. Pero estaba en prisión. Siete meses después, detuvieron a las personas que cometieron el atraco.
—¿Y cuándo le empezaron a perseguir?
—Un mes antes de detenerme. Me detuvieron un 26 de agosto. Creo que el 26 de julio o por ahí ya estábamos mordidos.
—Emilio (Libros del KO): Hubo un chivatazo y les pincharon los teléfonos. Otra gente de la banda eran clásicos, digamos, y estaban fichados. Pero tardaron mucho en dar con Flako. Estaba fuera del radar de la Policía, aunque su padre había sido un atracador conocido.
—En el sumario sale mi foto. La Policía reseña que «esta persona no tiene antecedentes» y que era hijo de un conocido atracador relacionado con el personaje que en el libro se llama Ricardo.
—¿Atracar bancos crea adicción?
—Sí. Cuando no lo haces… (Piensa) Yo no es que lo hiciera por necesidad de vida o muerte, porque yo podía tener una vida normal, pero tener dinero crea adicción. Y estar dentro de un banco, movilizar lo que se mueve dentro de un atraco, ver lo que dicen las noticias…
—Emilio (Libros del KO):También te creaban —a Flako— mucha adicción los preparativos.
—En Esa maldita pared, cuenta que su padre y un amigo de este, Ricardo, le dieron «una formación alternativa y muy completa».
—No me pusieron en un pupitre o ante una pizarra y me dijeron «esto es así». No. La formación la obtenía con el día a día.
—En el instituto no se enseña primero de butrones.
—(Risas) Claro. Yo, por ejemplo, iba a las siete y media de la mañana con mi padre a ver cómo abrían un banco, cómo entraban los trabajadores. Me fijaba en si todos entraban con llave o en si el que entraba el primero iba dejando entrar al resto. En caso de que el segundo trabajador no entrara con llave y tuviera que ser el primero el que se levante y se acerque a la puerta, ya tienes un inconveniente: tienes que dejar entrar a dos o tres trabajadores. Eran cosas que iba aprendiendo según iba pasando el tiempo con ellos. Por ejemplo, montar el gato hidráulico. Yo no comprendía para qué servía un taco de madera. Ibas viendo cómo lo montaban, cómo hacían una simulación de cómo acoplarían el gato… y te vas dando cuenta para qué sirve el taco de madera. También aprendí a fabricar lanzas térmicas. Estaba con ellos y montaba las lanzas, las varillas, soldaba las válvulas… Luego, otro día íbamos al pozo, y veía cómo montaban las pistolas, cómo las desmontaban… Vas viendo cómo se quita el pasador, cómo tienes que tirar el carro para atrás… Son cosas que, poco a poco, vas asimilando hasta que eres tú quien las hace. Igual que atracar. Yo le preguntaba a mi padre: «Papa, ¿y esto cómo se hace?». «Pues esto es muy fácil. Tú no tienes que decir «esto es un atraco» ni «arriba las manos». Eso es en las películas. Tú di: «Todo el mundo serio, mirando hacia abajo, y las manos fuera de los bolsillos».
—También escribe que a usted no le ha hecho bueno la cárcel, «sino el hecho de no poder ver a mi hijo».
—Se habla mucho de la reinserción. Si no tuviera a mi hijo, seguramente, intentaría volver a robar pero sin tener que apuntar a nadie con la pistola. Pero sé que eso puede alejarme de mi hijo. Por eso no lo hago. Yo me he dado cuenta de que si robo, como mi forma de robar es casi única, es una firma que apenas se puede encontrar en España, me acarrearía problemas. Por eso no lo hago, porque no me quiero separar en mi hijo. Habrá quien piense: «Flako, como ya ha salido de la cárcel y ha estado cuatro años en prisión, ya es bueno. Fíjate, cuánta terapia ha hecho en prisión». Pues terapia, ninguna. Antes, para conseguir una pistola, me costaba Dios y ayuda. Y ahora subo a la parte de arriba de mi barrio y tengo coca, tengo pistola, tengo casa de putas… Lo que quiera. En la cárcel, el que tienes al lado no es un farmacéutico o un bombero, sino un delincuente peor que tú o más hijo de puta que tú.
—¿En qué se parece usted a su padre?
—En el físico, en los andares, un poco en la forma de ser y, bueno, algún compañero decía que atracaba igual que mi padre. No sé. Yo he aprendido de mi padre una cosa, y yo creo que eso lo aprendió mi padre en la cárcel: la paciencia. Aunque yo soy muy nervioso e impaciente, mi padre siempre me decía: «Tú tienes que tener paciencia». Y a veces lo pienso: ¿habrá sido la cárcel lo que hizo a mi padre paciente y lo que me ha hecho paciente?». Y, bueno, soy buena persona, aunque haya atracado bancos. Mi padre también lo era.
—Emilio (Libros del KO): Además, aprendió la paciencia y la puntualidad. Es el tío más puntual que conozco.
—Aparte de que forma parte del respeto de las citas, para mí es una obsesión no llegar tarde a una cita. ¿Por qué me tienes que esperar tú a mí o yo a ti? Tengo la obsesión de ser puntual. Incluso, cuando estoy enfadado en el trabajo y estoy hasta los cojones, digo: «Mañana voy a las ocho de la mañana, no pongo ni el despertador». Pero estoy en la cama, me entra el remordimiento de conciencia y digo: «Venga, voy a llegar pronto». Y ahora ya no, pero antes me obsesionaba el tiempo que hacía. Nosotros, para bajar, mirábamos el tiempo por si llovía. Y en prisión tenía que mirar el tiempo, y ponía Telemadrid porque creo que daban tres o cuatro días más.
—¿Y en qué se diferencia —o se quiere diferenciar—?
—(Piensa) Yo tengo un familiar que dice que «al que a los suyos se parece, honra merece». ¿Diferenciarme? Mi padre ya falleció, pero yo creo que la diferencia entre mi padre y yo era que mi padre era mucho más cañero a la hora de vivir la vida, y yo he sido más prudente, aun habiendo hecho lo que he hecho.
—Lo digo porque en el libro escribe: «Yo no dejaría que Danilo —su hijo— viese droga en mi casa, pistolas, mucho dinero».
—Por ejemplo. Sí. Si vas por ahí… Cuando eres pequeño, cuando tienes catorce o quince años… (Piensa) Yo a mi padre lo veía como un héroe. Sales de un pueblo, donde todos los niños están bajo el ala de sus padres, y llegas a Madrid, a Vallecas, y tu padre atraca bancos, luego monta un bar, ves kilos de cocaína, de chocolate, pistolas… Está mal, pero está ahí tu padre, que es un protector, y sabes que no te va a pasar nada, que está ahí. Me daba cuenta de lo que había en el momento, claro, pero, sobre todo, con el tiempo, eres más consciente. Eso puede destrozar la vida de un crío. Me ha hecho tener un bache en mi vida, no me la ha destrozado, pero yo no quisiera que mi hijo viera eso en mi casa. Ni lo va a ver, vamos.
—Por cierto, su padre fue amigo de Camarón. ¿Qué recuerda de ello?
—Yo era muy pequeño, no le llegué a conocer. Cuando Camarón fue a casa de mi abuela, esta no sabía que era un genio del flamenco. Mi abuela me lo decía cada vez que salía Camarón en la tele: «Mira, qué gitano tan feo. Ese gitano ha estado sentado ahí. Le he puesto cocido y café». Mi padre tuvo buena relación con él, bajó a San Fernando a visitarlo…
—¿Qué recuerdos tiene de la enfermedad y de la muerte de su padre?
—Estaba montando un rótulo en Tomelloso de la Mutua Universal. Estaba encima del andamio y me llamó la mujer de mi padre desde un número oculto. Mi padre estaba en busca y captura. Entonces, sabía que esas llamadas desde un número oculto provenían de él o de un amigo muy cercano. Y Marisa, se llama Marisa en el libro, me dijo: «Tu padre está ingresado en Gandía porque le han encontrado pólipos en el ano. Vamos, es cáncer de colon lo que tiene». Eso fue en noviembre de 2006. O a primeros de diciembre. Porque yo bajé a celebrar las Navidades de 2006 con mi madre y luego subí a Gandía. Y murió el 20 de julio de 2008. Justamente, el mismo día que, en 1976, Spaggiari robó el banco.
—¿Alguna vez pensó: «Después de mi próximo atraco, me retiro»?
—A mí me detienen por el atraco a un Bankia, el de la calle Pilarica número 23. Nosotros estábamos viendo otras opciones por esa misma época. Salió mal una cosa y mi socio me culpó a mí. Entonces, yo le dije que estaba hasta los cojones, que esto no podía ser y había veces… Cuando discutía con Ricardo, le decía: «Yo ya me quito de esto, tengo mi trabajo, mi dinero ahorrado». Pero… ¡es que como lo ves tan fácil, tío!
—Emilio (Libros del KO): En el golpe del Santander, pensabais que podíais haber sacado muchísimo más dinero, el botín fue bastante modesto. Si en el Santander hubiérias sacado el dinero que pensabais…
—Me hubiera ido a Brasil.
—¿Con tu mujer, tu hijo…?
—Sí. En la ciudad de mi mujer hay un negocio muy rentable, casi sin gastos, que son los párkings.
—¿De qué ciudad es tu mujer?
—De Goiânia. No sé si valían como medio millón de reales, que son 100-150.000 euros. Si hubiese salido lo del Santander, que me hubiese tocado millón y medio-dos millones de pavos, me hubiera ido para allá.
—En la cárcel, por cierto, coincidió con el etarra Txeroki. Y le regaló un libro sobre racismo.
—Al pie de la escalera. No me regaló: me dejó leer. El libro se lo pasó su madre a él, y entonces él me lo quería regalar, pero yo le decía: «Tío, no, que es de tu madre». Y él me decía: «Que yo eso no lo leo, esas mariconadas que me pasa mi madre…». Yo salía al patio con él en Soto del Real. Y estuve un tiempo, durante tres o cuatro días, que no me sacaban con él. Llevaba poco tiempo en aislamiento, pero sabía más o menos por dónde iban los tiros. Yo no quería darle el libro a los funcionarios, porque como era de un etarra… Entonces, un preso común con un preso etarra… Digo: «A ver si se van a imaginar estos…». Me emparanoiaba.
—Y en prisión le dio por escribir. ¿Lo había hecho antes?
—No. Empecé a escribir por rabia. Cuando me metieron en aislamiento en Soto del Real, no tenía televisión ni radio. El día tiene 24 horas. Si te sacan tres horas al patio, te sobran 21. Si en esas 21 horas duermes ocho, te quedan trece. Si es que duermes ocho, igual duermes seis. ¿Qué haces tú trece, catorce, quince horas en una habitación de dos por dos? Recuerdo que era verano. Pasaban los ordenanzas a limpiar el patio. En Soto del Real, aislamiento se encuentra al raso, a pie de calle. Claro, los limpiadores pasaban al patio y había internos que tiraban las cosas por la ventana, la mermelada, el pan… Yo me ponía a saltar. Me verían y dirían: «Éste está loco». Y luego hacía flexiones, y luego abdominales, bububu. Mi familia me había pasado algún libro y leía. Entonces, empecé a escribir por eso. Dije: «Ahora va a ser el momento». Y escribía con mucha rabia. Empecé a escribir todo lo que recordaba de mi vida, desde mi infancia, y lo alternaba con los atracos. Yo no había escrito nunca. Emilio, en eso, tiene mucha razón: para escribir, tienes que leer primero.
—¿Y qué leía?
—La sombra del viento, El código da Vinci, La familia Corleone de Ed Falco y Mario Puzo, Resistir es vencer de El Lute… Luego, hubo otra fase en la que Elías me pasaba libros de Erik el Belga, Edward Bunker, Allan Sillitoe…
—Emilio (Libros del KO): En esa fase, Elías le pasó muchos libros escritos por delincuentes que empezaron a escribir en la cárcel, para redirigirle un poco más las lecturas.
—Y, para finalizar, ¿qué tal le va ahora?
—Pues mira cómo tengo las manos. Trabajo en una empresa de resinas haciendo pavimentos. Luchando, como seguramente la mayoría de la gente que está por aquí. Soy un currante más. Un padre de familia. Llevo quince meses viviendo únicamente de mi sueldo. Los primeros quince meses de mi vida en que no he pensado nada raro. Pero bien. Creo que se puede vivir honradamente, como mucha gente, y seguir para adelante.
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