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Fito Cabrales: "La felicidad no existe, me baso sólo en estar contento" - Zenda
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Fito Cabrales: «La felicidad no existe, me baso sólo en estar contento»

El compositor vasco ha conquistado todos los ochomiles del rock en la lengua de Aramburu y de Unamuno con un cóctel estoico de talento, trabajo y humildad. A Fito no se le entrevista: con Fito se conversa.

Aúlla Fito Cabrales (Bilbao, 1966) en “A morir cantando”, un blues incluido en su último disco con los Fitipaldis, Cada vez cadáver (Warner Music Spain, 2021), que es “un tipo extraordinario de lo más común”. No es imprecisa la definición: ya fuere con Platero y Tú –esa banda tremenda que, como Los Rodríguez, conoció el gran éxito… tras su disolución–, ya con el grupo que creó en 1998 y que aún mantiene, el compositor vasco ha conquistado todos los ochomiles del rock en la lengua de Aramburu y de Unamuno con un cóctel estoico de talento, trabajo y humildad. A Fito no se le entrevista: con Fito se conversa. Su verbo emana electricidad, humanidad y respeto. Su naturalidad hipnotiza. Es un artista libre de plásticos; de, digamos, efectos de Instagram. Trasluce eso en esta conversación desordenada, en este cuestionario desmontado, en esta interviú salvaje que, por vez primera desde que estoy en Zenda, comienza el entrevistado:

— Componer es algo que haces en solitario siempre. Tú no me puedes ayudar a componer. Luego, en el disco, sí se necesita toda la ayuda posible. O sea, vivan Carlos Raya, mis músicos, mis productores… es un trabajo colectivo. Claro, ¿para qué sacamos discos si no es para mostrarlos? Llevo haciendo canciones desde los quince o dieciséis años y, en el momento en que grabas, no hay otro fin que enseñarlas. Por eso te digo que tenemos la euforia todavía, acaba de salir y es como cuando presentas al niño en sociedad.

Luis Alberto de Cuenca me dijo que “no se puede escribir novela sin horario ni poesía con horario”. ¿Se pueden escribir canciones con horario?

"¿Qué es una musa? Es trabajo. Al final, tienes que trabajar"

—Estoy totalmente de acuerdo. Sí es verdad que creo que hay ciertas formas en las cuales el oficio es muy importante. Un novelista necesita tener oficio, no puede estar pendiente de la musa. Pero escribir canciones, porque yo no me considero poeta… Me gusta pensar que nunca sé quién va a escribir la primera palabra; luego, sé que el resto lo escribo yo. Pero, cuando se habla de musas, yo creo que las musas son las que, cuando está el papel en blanco, escriben la primera palabra. Me lo explico así. ¿Qué es una musa? Es trabajo. Al final, tienes que trabajar. Yo, realmente, no trabajo mucho. No escribo nunca o casi nunca dedico horas y horas a escribir. No soy un escritor. Dedico horas y horas a tocar, a componer, a buscar melodías, a buscar frases… Me gusta leer, y un libro puedo llevarme a algún lado… Estoy sintonizando todo el rato, intento sintonizar cosas que me lleven a una canción. Pero no tengo oficio de escritor: no se me ocurre, estando aburrido, coger mi libreta y ponerme. A lo mejor, en un momento descubro una palabra, me gusta como suena y la escribo. Luego, voy recopilando todas esas cosas y, a los años, en un momento digo: “¡Voy a poner esto en orden!”. Y ya me da la puerta de entrada para escribir canciones. Nunca me pongo ante el papel en blanco total. Tengo material acumulado. Volviendo a lo de escribir prosa: es que necesitas un oficio. Igual que necesitas una técnica con la guitarra. No me considero escritor, ni poeta ni nada de eso: hago letras de canciones.

— A usted, ¿qué le inspira?

—¡Uff! Es complicado… (Piensa) No es complicado en el sentido de que intento explicar a la gente mi “yo”. El rock tiene una importancia brutal en mi vida: desde los quince años, estoy enamorado del rock y todo lo pienso en música. Pero, a la hora de escribir canciones, de tocar, creo que… no es metafísica, pero, si no eres tú, no vale. Da igual si una canción va a ser muy buena. Lo que firmas, ¿por qué lo firmas? ¿Por qué, de las cosas que trabajas, hay proyectos que los abordas y los terminas, y otros que no? La mayoría de los proyectos musicales no los acabo nunca. No siempre que cojo una guitarra estoy intentando hacer una canción. No.

—También toca por amor al arte.

—Sí. O porque me he comprado un pedal y lo estoy probando. Tocar por diversión también es importante. Puedo escribir una mierda de canción, y tres a la vez, y ya está. Lo que enseñas sí es importante, pero lo enseñas porque ahí estás tú, si no, ¿por qué? Para mí, lo importante es comunicar, expresarle a alguien cómo estoy.

—Canta en “Fantasmas”: “No dejaba de escribir / sin saber lo que escribía”. Cuando escribe, ¿sabe hacia donde quiere ir, o la meta se va dilucidando a medida que se avanza por el camino?

"No soy astrofísico ni hablo de la teoría de cuerdas. Hablo de cosas normales"

—Creo que es lo segundo. No siempre tengo la seguridad de saber lo que quiero decir. Sí que tengo… Vuelvo a lo de antes: siempre hablo de mí. Pero, claro, hablar de uno es hablar de mucha gente. No soy astrofísico ni hablo de la teoría de cuerdas (risas). Hablo de cosas normales. Y hablar de uno mismo es de hablar de un universo de gente. Mira, por esto no soy un poeta: no soy capaz de encontrar la poesía en cada cosa que se posa ante mis ojos. No puedo escribir sobre ti o sobre tal o cual libro. Un poeta sí puede hacerlo: cuenta las palabras, la visión… Lo importante es que yo escribo cosas y ellas me van guiando. Incluso puedo tener, en un día, una canción, y al día siguiente, cuatro. Es lo mismo, solo que lo he repartido. O puedo tener cuatro canciones y, al día siguiente, quedarme con dos, porque las he juntado. Eso te va guiando. No sé cómo lo hacen los demás: yo no puedo escribir una canción del tirón. Una vez me salió una canción así, y casi me da un ataque.

—¿Qué canción?

—“Corazón oxidado”. No me ha vuelto a pasar. Nunca. Y me quedé alucinado. Es una letra larga, eh. No quiero decir que me salió así, en diez minutos. Me puse a escribir esa letra, la empecé y la acabé. Y nunca más me ha pasado ni me pasará. Y tan acojonado me quedé que la guardé y se la regalé a un amigo.

—Antes ha dicho que cuando canta, muestra su yo.

—Eso intento.

—Le he notado más pesimista en los últimos discos, Huyendo conmigo de mí y, sobre todo, Cada vez cadáver. ¿Mi percepción es errónea? ¿Hasta qué punto se expone cuando canta: “Ya nada es igual / nada me dice nada / hay un silencio eterno / que nunca se calla”?

—Sí que tiene un punto pesimista. Sí que es verdad que yo, de una manera inconsciente, natural, trato de equilibrar las fuerzas. O sea, es raro que haga una canción totalmente pesimista. Siempre busco una forma graciosa de acabar, un contrapunto, que la música acompañe de una u otra forma… (Piensa) A ver, realmente tiene más gracia cantar a las tristezas que a las alegrías. Te vas al germen, a la semilla: cantar es eso. No voy a decir “espiritual”, pero es un “auuuuu…”.

—¿Un aullido?

"Resulta mucho más atractivo soltar mierda que decir a todo el mundo: qué de puta madre me va"

—Pues eso. Resulta mucho más atractivo soltar mierda que decir a todo el mundo “qué de puta madre me va”. Sobre todo, por lo que decíamos antes: cuando tratas de explicarte, en primer lugar, tú escribes como un reto personal, a ver si te explicas a ti. Si te explicas a ti, da igual que la canción mole o no, pero la primera barrera la hemos superado, que es escribir y que te sirva para perder el miedo a no saber decirlo. El miedo a no saber decirlo es terrible. Entonces, cuando escribes y te sale algo que crees que es tuyo, pues mola. Y casi siempre sale mierda. No sale: “¡Aquí estoy en San Fermín de puta madre!” (risas). “¡Y fíjate si lo estoy pasando bien, que me pongo a escribir!”. ¡Gilipollas! (Risas)

—¿Algún asunto o temática pendiente sobre los que cantar? Que tenga en la cabeza, claro.

—No. Como proyecto, no. Lo que estábamos comentando: voy cogiendo apuntes, pero a veces no por el tema, sino porque me hace gracia una frase…

—“Cada vez cadáver”.

—Exacto. Eso era una banda de rockabilly que iba a hacer, y que nunca la hice. De repente, en la primera canción que hice, dije: “Tengo que poner ‘Cada vez cadáver’ en algún lado”. Y no te creas que me daba mucho juego. Hasta tal punto, que es lo último que digo en la canción. La parte final de la canción está pensada solamente para decir “Cada vez cadáver”.

—¿Sobre qué no cantaría nunca?

—Uff… Esas palabras como never, never… “Nunca” es una palabra mortal. Nunca cantaría sobre el exterminio judío. Nunca cantaría sobre la supremacía blanca (risas).

—Oiga, hay gente que lo hace.

—¡Incluso ha tenido éxitos! (Risas) No puedo imaginar que tenga algo como fobia para cantarle, pero la mayoría de las cosas no me interesan para cantar. La mayoría de las cosas no me interesan.

—“Sólo quiero gritar, / quiero gritar una vez (y otra vez)”. ¿Gritar por, contra o a favor de qué?

"Mentiras, y todos lo sabemos: ni manda el Gobierno, ni manda no sé quién, y todos nos comemos las guerras que nos ofrece la televisión como un menú"

—No lo tengo muy claro. Esa es, quizá, la canción más gamberra porque ahí sí que no estaba enfadado (risas). De repente, un día, no sé cómo llegó un libro a mis manos, Era más grande el muerto, de Luis Miguel Rivas, un colombiano que no sabía ni quién era, y es un libro muy divertido. En la letra canto: “No hay que tentar al diablo, / él siempre quiere jugar / y una cosa es llamarlo / y otra verlo llegar”. Y en el libreto pongo un asterisco y digo: Rivas. No sé cómo, pero el libro llegó, me pongo a leerlo y empiezo a leer frases como esa. Y me hace gracia. Está escrito con las frases hechas de allí, y son muy graciosas. O sea, llegar a casa borracho es “llegar arañado”. ¿Te imaginas cómo llegas arañado? Me pareció súper correcto. A un backliner nuestro, amigo ya desde hace muchos años, y a mí nos gustan las expresiones folclóricas mexicanas, sobre todo. Nos hacen gracia, por lo que sea, y las compartimos. Recuerdo que le llamé y le conté todas las frases del libro que tenía subrayadas. Otra era, para echar a la gente: “¡Me van cancelando, me van cancelando!”. Todo era gracioso. “¿Qué haces? Son cosas de flaco”. Me gustó tanto lo de “una cosa es llamar al diablo y otra verlo llegar” que me dio pie a escribir la letra entera. Que no tiene nada que ver con el libro, pero me gustó tanto que dije: “Voy a seguir por ahí”. Luego, me voy a otros lados. El libro habla de narcotráfico, de unos chavales que compran ropa de los muertos… Hay un mercado de eso: “Tengo esta camisa. Bueno, estos dos agujeros…” (risas). No sé si tenía muy mala hostia cuando hice la canción… En fin, lo de todo el mundo: te cansas, ¿no? Estás todo el rato recibiendo mensajes, mentiras: todo el rato recibes elocuencias, “somos la hostia”… Mentiras, y todos lo sabemos: ni manda el Gobierno, ni manda no sé quién, y todos nos comemos las guerras que nos ofrece la televisión como un menú. Como un menú: tenemos primer plato, segundo… Eso te harta a veces. Y quieres gritar. Pero bueno, es una canción muy positiva, muy funk, muy divertida. No es un grito punk.

—El demonio es mencionado en más de una canción. ¿Qué tal se lleva usted con sus demonios?

—Pues como tú. A veces vienen y a veces se van. Hay gente que no tiene demonios, o eso dice. Yo me asombro. Hay gente que me cuenta eso, que está sin demonios, tan a gusto, y yo no: a mí me vienen demonios a veces. Siempre que miento al demonio me refiero a mí. Son recursos literarios muy recurrentes: los abismos, los demonios, las virgencitas…

—Me he tomado su disco tan a pecho, que me está quedando un cuestionario nada funk, pero, basándome en otros versos suyos, quería preguntarle cómo se refugia de sí mismo.

"He tardado mucho en darme cuenta de que uno, cuando quiere hablar de sí mismo, no quiere hablar de las cosas de las que no quiere hablar"

—Escribir es una gran forma. No encuentro otra mejor. Es difícil. Muchas veces tardas en darte cuenta. ¿Cómo me refugio de los miedos? O sea, ¿qué puedes hacer cuando no te salen canciones? ¿De qué hablas? Pues de que no te salen canciones. He tardado mucho en darme cuenta de que uno, cuando quiere hablar de sí mismo, no quiere hablar de las cosas de las que no quiere hablar: no quiere hablar de las cosas que no le salen, de que es un negao, de que está acabao. Eso no lo quieres contar. Pero, si te sientes así, ¿qué vas a contar? Pues cuéntalo. Pero tardas en darte cuenta. Uno siempre quiere escribir, aunque sea triste y tal, como un pistolero. Nadie quiere contar: “Estoy hecho una puta mierda, pero es que, además, soy un negao”. Joder, qué mal, qué mal”. Pues eso lo puedes usar a tu favor. Y en esa estamos (risas).

—¿Es verdad eso de que “para ser feliz”, como dice en “A morir cantando”, “hay que intentar parecerlo”?

—Mira, hay pocas cosas que tenga claras, pero eso yo lo tengo clarísimo. Se lo podría contar al diablo. Lo tengo clarísimo. El mundo que tienes en tu cabeza es el mundo en el que vives. La felicidad no existe. Me baso sólo en estar contento. La felicidad es lo que se vende. En todos los sitios te dicen de “alcanzar la felicidad”. Es mentira. La gente nunca llega a ser feliz, pero es muy fácil estar contento. Estar contento está tirao. Entonces, yo juego en esta canción con la sensación de que para poder tener algo parecido a la felicidad, hay que hacer el esfuerzo. No es un premio. No te toca. No viene. La felicidad no viene. Tu cabeza la busca. ¿Qué coño es la felicidad? Puedes tener todo lo que has soñado, puede salirte todo bien… Vamos, el mundo está lleno de gente que tiene todo eso y hay quienes dicen: “No sé cómo coño no es feliz”. Y no, tener una mansión o que te vaya muy bien en tu carrera no da la felicidad. Ojo, no la aparta tampoco: te la facilita. Pero creo que es más fácil ponerse objetivos que se pueden conseguir, como estar contento. Y estar contento está al alcance de todos. Quitando en las desgracias, que te lo impiden, claro. Es una locura eso de la felicidad. Es como una política, como ser liberal, yo qué sé… ¿Qué vendemos? La felicidad. Pues no. Es imposible, inabarcable.

—Cierra el disco con una versión de “Transporte”, de Jorge Drexler. ¿El amor sigue siendo el mejor salvavidas?

—Seguro. O depende. Según para qué gente. Para mí, sí. No tengo ninguna duda. Yo tengo un amor muy especial, llámame loco, por mis hijos (risas). Nunca he encontrado un motor tan fuerte como pensar en mis hijos. Te lo digo en serio. Cuando tenía veinte no. Tenía otros motores. Aparte de que no tenía hijos (risas). Tenía otros motores. Otro surtidor.

—Otro combustible.

"Tengo un hijo de 23 años. La primera vez que se me ocurrió escribirle una canción fue hace 23 años. Intento fallido, claro"

—¡Otro combustible! Esa es la palabra. El amor puede ser a los hijos, a la vida… En general, suele ser a personas. Cuando es combustible de verdad, suele ser a personas. Mira, “Transporte” y “A quemarropa” son dos canciones que hablan del amor a nuestros hijos, pero como no es explícito… O sea, yo no quiero escribir: “Mira qué guapo está, Guillermo, hijo mío…” (risas). Me parecía mucho más divertido… Divertido no, fíjate: tengo un hijo de 23 años. La primera vez que se me ocurrió escribirle una canción fue hace 23 años. Intento fallido, claro. No sabía cómo afrontarlo. Luego, de repente, en los últimos tres, empecé a apuntar cosas y me salió algo parecido a esto. Lo que pasa es que ya tenía dos más. Entonces, aunque mi primera brújula fue Guille, mi hijo mayor, esto me lo planteé cómo: ¿qué le diría un padre a sus hijos?

—Eso hizo Dylan en “Forever Young”.

—Claro. Pero si lo sabes, bien; si no, pasa desapercibido. Y eso tiene mucho más magia. Drexler también: cuando escuchaba “Transporte”, no me imaginaba que se la dedicaba a su hijo. No la elegí por eso. La elegí porque Drexler es el puto amo, y ya está (risas). Es extraterrestre, un semidiós. No hay nadie que pueda hacer las cosas tan bien. Canta de la hostia, toca la guitarra que te mueres, tiene ideas disparatadas, locas y buenas. Todo lo que habla en las entrevistas es genial. ¡Menos mal que no hace rock! Si no, ¿qué hacemos aquí?

—En “Fantasmas” hay una mención a Sabina; hace unos meses, versionó “Ruido” con Coque Malla. ¿Hay un acercamiento, no sé si personal, pero, desde luego, profesional al cantautor ubetense?

"Para mí, Sabina es el rey. Creo que nadie ha escrito como Sabina"

—En lo personal, nos hemos visto alguna vez. Le he conocido y siempre ha sido muy amable. Para mí, Sabina es el rey. Creo que nadie ha escrito como Sabina. No escribo canciones por haber oído a Sabina, no soy de su escuela. Para mí, Sabina es el mejor letrista en español. Y luego, estaría Drexler, Quique González… cada día escribe la gente mejor, joder. Lo de Coque Malla fue maravilloso. Y lo de “Fantasmas” es un chiste. Lo que te decía: a veces, estoy haciendo una letra e, inmediatamente, si digo algo que es demasiado solemne, ¡uuffff!, hay que destensar.

—Para terminar, ¿podría hablarme de los libros que sintoniza?

—Me gusta leer. Utilizo los libros como drogas, me llevan a mundos mejores. No estoy buscando inspiración, realmente. Hombre, no quiere decir que si leo una frase, me pasó con el libro de Rivas, y digo “qué buena es”, puedo utilizarlo en una canción. Me gusta leer casi de todo. Ahora estoy leyendo La montaña viva, de Nan Shepard. Habla de la montaña desde un punto de vista totalmente diferente. No es para un tío que quiere escalar. Y antes de eso, he estado leyendo El día del ajuste, de Palahniuk. En el fondo, me pasa lo que con los discos: no los elijo yo. Te lees un libro, y ese libro te lleva a una referencia, voy a mi librería de Bilbao y busco ese libro… Con los discos pasa igual: una canción hace una mención a no sé quién, buscas, “y este bajista, mira, qué bueno es…”. La vida es así.

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Jesús Fernández Úbeda

Jesús Fernández Úbeda (Ciudad Real, 1989) es periodista por obra y gracia —o desgracia— de la Universidad Complutense de Madrid. Escribe en Zenda y en Libertad Digital. Además, ha cubierto un par de giras de Enrique Bunbury y escribió el press release de su último álbum, Expectativas. También hizo de compilador, o como se diga, en El último pistolero, de Raúl del Pozo. Aterrizaje forzoso (Cultiva Libros, 2018) es su primer libro. En Twitter @jfubeda89

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