Cuando pensábamos que no podía pasarnos nada más, llegó ella. Una mala actriz con excesivo afán de protagonismo, dispuesta a hacer callar aún más la ciudad, preparada para escribir su particular capítulo de la pesadilla. Filomena podría haber sido un rumor, un atisbo de temporal fallido, un «dijeron-que-iba-a-nevar-muchísimo-y-no-ha-sido-para-tanto», una amenaza más que sumar a la larga lista, pero ella quería que nos acordásemos de su nombre durante mucho tiempo, y puso todo su empeño en lograrlo. Cuando Ignacio Izquierdo —un reconocido fotógrafo de viajes— cogió su cámara el primer día de esta gran borrasca —aburrido después de tanto tiempo sin poder recorrer mundo, sin tener la posibilidad de inmortalizar con su objetivo su querido Himalaya— lo hizo sin excesivo convencimiento. Pero enseguida comprendió que esto iba a ser otra cosa, una nevada de las que se hablaría durante décadas, y decidió que él sería quien nos lo contase con sus fotografías.
—Filomena ha quedado para siempre grabada en la memoria de una generación de madrileños. ¿Cuándo te diste cuenta de que esta no era una nevada más?
—Cuando comenzaron a caer los primeros copos en Madrid, el día 7 de enero, los miramos con cierto escepticismo. Al fin y al cabo, son ya muchos años en los que a los madrileños se nos prometía una nevada épica que generalmente se quedaba en una pequeña pátina blanca que no acababa de cuajar, y que había que retratar a toda prisa antes de que el calor de la ciudad la devorara. Yo salí a caminar por las calles desde el principio de la nevada, con la esperanza de capturar esos momentos efímeros… La tarde-noche del día 8 de enero, al ver el asfalto sucumbir a la nieve, fui consciente de que esa vez las previsiones iban en serio, y que iban a dar lo que prometían. Al levantarme el día 9 de madrugada, la noche había superado todas mis expectativas. Tras la ventana, Madrid estaba irreconocible.
—Desde ese momento en que comprendes que Filomena es «la gran nevada», prometida durante tantos años, ¿de qué forma organizas la crónica fotográfica de este temporal?
—Darle forma de crónica sucede después. De primeras no había ningún plan. Solo salí a disfrutar de la situación y a vivir lo que podía ser una nevada en Madrid. Mi manera de estar dentro del momento, atento a todo, siempre ha sido a través de mi cámara, así que era una reacción lógica lanzarme a la calle con ella para ver qué estaba pasando. No sabía si la propia situación iba a brindar fotos que merecieran la pena, y si en el caso de haber esos momentos yo los podría capturar. No fue hasta después de la nevada que pude organizar el material, y me pareció lógico contar la historia como una crónica, desde esos primeros copos prometedores hasta la rendición incondicional de la ciudad ante el temporal. Después decidí cerrarlo con alguna foto posterior, cuando el sol ya había vuelto a aparecer.
—¿Habría sido diferente Filomena sin pandemia? ¿Serían iguales las fotos que sacaste sin restricciones de movilidad ni toque de queda?
—Creo que después de todos estos meses tan duros, muchos recibimos la nevada, esta situación de excepcionalidad, como un regalo, un paréntesis en la angustia en la que todavía andamos sumidos. Supongo que sin pandemia lo habríamos disfrutado también, pero en ese momento había un componente extra de alivio. Sin el toque de queda lo que sí que habría hecho sería salir antes, de madrugada. Para mí el momento más especial de esos días era a primera hora de la mañana —a las seis—, antes del amanecer, cuando las calles estaban abandonadas a su suerte y tras la noche aún no las habían corrompido con las pisadas.
—¿Por qué un libro de fotos cuando todos han compartido ya sus imágenes en Instagram? ¿Es un impulso romántico, o piensas que el papel sigue teniendo vigencia y puede convivir con las cámaras de los móviles?
—A pesar de que nuestras costumbres han cambiado mucho, especialmente en cómo consumimos el contenido, el papel sigue teniendo algo mágico e irrepetible. Cada año hacemos más fotos, pero la mayoría acaban ahogadas en discos duros. Sacarlas de ahí era un indulto necesario para una situación histórica. Quería compartirlo con todo aquel que quisiera ver y tener el recuerdo de este Madrid tan sorprendente.
—¿Cómo la fue la experiencia de hacer un crowdfunding? ¿De qué manera respondió la gente?
—Ha sido un proceso muy bonito, más orgánico que el método tradicional, porque nos ha permitido ajustarnos al interés y mejorar el producto que teníamos pensado inicialmente. Aunque antes de lanzar la campaña era un manojo de nervios, lo cierto es que la gente respondió abrumadoramente a la propuesta y convirtió la idea en realidad en menos de doce horas. Resulta especialmente sorprendente que mucha gente que ha apoyado el proyecto no me conozca o no estaba al tanto de mi trabajo como fotógrafo, pero querían tener su recuerdo de esos días. Al fin y al cabo, todos lo vivimos de alguna manera, y será un momento que nos acompañará toda la vida.
—¿Cuál fue tu rutina durante esos días? ¿Te preparaste de alguna forma especial? ¿Qué equipo fotográfico empleaste?
—Más que rutina lo que hubo que hacer fue ir improvisando según las circunstancias. Iba organizando mi recorrido sobre la marcha, según iba evolucionando el temporal. Sí que salí con una cámara Nikon D810 que está sellada y que por tanto puede soportar mejor las inclemencias del tiempo. También llevaba trípode, pero, sobre todo, mucho paño seco para ir limpiando la cámara y la lente en mitad del temporal. También salí, obviamente, con toda la ropa de montaña de la que disponía. Me faltó llevarme un termo con bebida calentita —cosa que me apunto para la próxima ocasión— porque muchas veces había que estar parado en un sitio y me quedaba heleado. Caminar durante horas, entre las calles congeladas, sobre casi medio metro de nieve, me iba restando temperatura corporal a cada nueva fotografía que hacía.
—A nivel técnico, fotografiar una nevada como Filomena, ¿qué problemas tiene? ¿Qué fue lo más difícil?
—Como te comentaba, lo más difícil fue mantener el objetivo limpio de copos el tiempo suficiente para hacer una foto. En numerosas ocasiones no lo pude conseguir y tocaba limpiar la lente antes de volver a intentarlo, pero la nevada era tan intensa y el viento tan fuerte —formando tantos remolinos—, que te pusieras para donde te pusieras no pasaban más de unos segundos antes de tener que volver a parar para limpiarla de nuevo. Llevaba un bolso de bandolera para la cámara, así que según terminaba la foto, guardaba la cámara y la limpiaba como buenamente podía. El problema fue que según pasaban las horas cada vez tenía menos cosas secas con las que poder conservar el objetivo en buenas condiciones.
—¿Tu libro es un argumento contra los que dicen que cualquiera puede ser un reportero con un smartphone? ¿Por qué siguen siendo necesarios en nuestra sociedad los fotógrafos, los periodistas?
—Creo que el teléfono móvil es también una herramienta perfectamente válida para retratar el mundo y contar lo que está pasando. No es la herramienta, sino quién y cómo la usa. Hay gente haciendo maravillas con smartphones y otras personas haciendo fotos desastrosas con equipos carísimos. Creo que es más importante el saber qué quieres hacer y cómo lo quieres hacer que la herramienta en sí. Yo saqué la réflex porque conozco bien el equipo, me siento cómodo con él y al hacer la foto ya sé cómo la voy a poder exprimir después a la hora de retocarla, pero había muchas fotos espectaculares con móviles también. Lo más importante es la técnica y el ojo del fotógrafo. Yo no soy ni me considero periodista, una profesión que respeto mucho y que tiene la función esencial de contarnos y hacernos entender el mundo. Es impensable una sociedad sin periodistas. Yo como fotógrafo me limito a contar lo que vivo e intentar transmitir mis emociones en las fotografías, intento llevarme conmigo a quien las vea. Espero que la gente sienta el frío y el viento por esas calles de Madrid al ver el libro.
—Después de haber fotografiado el Himalaya, Colombia, Nueva Zelanda, el Madrid de Filomena… ¿qué destino quieres retratar con tu cámara cuando puedas volver a viajar?
—Hay tantos que sería difícil decantarme por uno. Me encantaría volver a las montañas de Asia central a seguir descubriendo valles, rincones y cumbres por allí, pero estoy bastante agradecido siempre que puedo ir a descubrir un lugar en el que no he estado antes. Me encanta dejarme sorprender. Lo que está claro es que siempre lo haré con mi cámara de fotos.
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Ignacio Izquierdo es un ingeniero de telecomunicaciones reconvertido en fotógrafo. A sus espaldas, una vida en Alemania, en Londres, en Japón, y una vuelta al mundo que le ha hecho ver y entender el mundo de mil maneras distintas. Desde hace 15 años, su cámara ha sido fiel compañera y testigo de estos momentos, como puede verse en ignacioizquierdo.com/blog. Cuando no está viajando, se le puede ver por las calles de Madrid, probablemente tomando café.
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Autor: Ignacio Izquierdo. Título: Filomena. Editorial: Libros.com. Preventa: en la plataforma libros.com
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