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Fernando Schwartz: "¿Realpolitik? Depende de cómo quieras llamar a la falta de escrúpulos" - Zenda
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Fernando Schwartz: «¿Realpolitik? Depende de cómo quieras llamar a la falta de escrúpulos»

El currículum diplomático y político de Schwartz es vasto. Ha sido embajador en Kuwait y en los Países Bajos, así como portavoz de Exteriores. Ha visto tanto mundo como Phileas Fogg, cosa que se nota en sus novelas. El autor dice que nunca ha escrito de lugares en los que no haya estado o que...

Preparando esta entrevista, me enteré de que Fernando Schwartz (Ginebra, 1937) fue diplomático. Yo, que por seis meses no soy hijo de los noventa, sabía que era/es escritor, por supuesto, pero, sobre todo, lo recordaba copresentando Lo más plus, un programa de entrevistas que veía, cuasi a diario, de niño chico, cuando todavía quería ser Félix Rodríguez de la Fuente y no Raúl del Pozo. Siempre he admirado del autor de El desencuentro —Premio Planeta en 1996— su elegancia, su saber estar, su puntería. Con ese magacín vespertino, descubrí que, a través de la interviú, uno podía conocer a cualquiera. Años después, he sido consciente de que, si bien no fue decisivo en mi trayectoria, Lo más plus me encendió, al menos, una bombillita mental que iluminó y me mostró, de algún modo, una parte del camino.

El currículum diplomático y político de Schwartz es vasto. Ha sido embajador en Kuwait y en los Países Bajos, así como portavoz de Exteriores. Ha visto tanto mundo como Phileas Fogg, cosa que se nota en sus novelas. El autor dice que nunca ha escrito de lugares en los que no haya estado o que no conozca. Matambezi, país ubicado en el África negra, es la excepción. Porque Matambezi no existe —sí los safaris Matembezi, en Tanzania—. O, mejor dicho, existe en Que vaya Meneses (Espasa, 2019), la última novela de uno de los pocos nacidos en Suiza que optó por tener la nacionalidad española.

En la obra, el Gobierno patrio envía al diplomático Patricio Meneses a Matambezi. En el país africano hay petróleo y coltán, España quiere sacar tajada… pero hay un problema: dos años antes, al estallar un golpe de Estado, un grupo de españoles —dos médicos, cuatro enfermeras y cinco monjas españolas— fue brutalmente asesinado. Por ello, el Gobierno de España rompió relaciones con Matambezi. ¿Cómo reanudarlas para coger una porción del pastel? En Que vaya Meneses está la respuesta.

Sobre diplomacia, literatura y su última novela converso con Schwartz, quien, por cierto, cuando entrevistó al exduque de Palma, Iñaki Urdangarín, antes de que estallara el caso Nóos, le hizo las dos preguntas clave: «¿Se pega mucho sello?» y «¿Ustedes viven de su trabajo?».

—Señor Schwartz, ¿cuánto mundo ha visto o, si lo prefiere, recorrido usted?

"En nuestra juventud extrema, al hacer balance de nuestros viajes, solíamos reseñar como válida la visita a un punto geográfico cualquiera aunque solo fuera de paso"

—¿Ver mundo? Lo prefiero a “recorrer mundo”. En nuestra juventud extrema, al hacer balance de nuestros viajes, solíamos reseñar como válida la visita a un punto geográfico cualquiera aunque solo fuera de paso: el aeropuerto de Panamá, por ejemplo, contaba como país recorrido. Pequeñas vanidades: mi padre es más fuerte que el tuyo o ha visitado más países que el tuyo. Bueno, de acuerdo, he estado en los cinco continentes. Y con parada y fonda en muchos lugares. Hasta hubo un año mediados los ochenta en que despegué y aterricé 120 veces; pero no cuenta porque volábamos de Madrid a Bruselas y vuelta cuando España negociaba su ingreso en la Unión Europea. Entonces yo era un cargo menor en el Ministerio de Asuntos Exteriores y viajaba con el ministro. Después, cuando dejé el servicio público, me puse a viajar en serio con mi mujer: Asia, África, América y Mnemba y Bora Bora, que cuentan como dos continentes independientes.

—Y, habiendo conocido tantos lugares, ¿ha encontrado alguna verdad fundamental?

—Sólo hay dos verdades fundamentales: el universo y la mirada de un niño sin malear. Lo demás son valores cambiantes según su localización.

—¿La diplomacia cambia al ritmo que lo hace el mundo?

—No. Siempre ha ido a remolque de los cambios en el mundo. Es inevitable que así sea porque la diplomacia es un arte fino, de encajes, más de análisis y componendas que de predicción. Andreotti, ministro de Exteriores italiano, reclamaba finezza en quienes eran sus adversarios en la mesa de la negociación. Sospecho que le gustaba más la esgrima que la victoria. Sólo he conocido a una persona capaz de predecir los momentos de cambio y sus consecuencias y no era diplomática: Helène Carrère d’Encausse, que anunció con gran exactitud la caída del imperio soviético y, con la aparición del capitalismo, el nacimiento de la mafia rusa bajo la protección de un sátrapa. Que yo sepa, a principios de 1989 no había aún nadie que fuera capaz de augurar la inminente caída del muro. Es obvio que, a lo largo de la Historia moderna, la misión del diplomático se ha venido ajustando al cambio de las circunstancias sociológicas y políticas globales. Pero no me parece que lo preceda. Por otra parte, y perdón por la digresión, ¿con quién debe tenerse relaciones? ¿Con el Estado o con el rebelde sin fuerza real que nos cae mejor? Ese ha sido el gran dilema con la situación en Venezuela, frente a la que aparece con fuerza una nueva realidad: reconocer como país legítimo al pueblo perseguido antes que a la soberanía del poder. A lo mejor estas son generalizaciones a las que manca finezza. Tal vez, leyendo Que vaya Meneses se pueda llegar a comprender lo frustrante y muchas veces incómodo y peligroso que es ser diplomático. Y divertido.

—¿Todo es más líquido, según el concepto de Bauman? ¿El exceso de lo líquido o la ausencia de lo sólido permite que afloren los populismos?

"El afloramiento de la extrema derecha es, tal vez, la manifestación de lo sólido, del populismo primitivo"

—Pues sí, todo es más líquido. Usamos el concepto de modernidad líquida para definir el actual momento de la Historia, un momento en el que las realidades sólidas se han ido desvaneciendo: no parece que queden ya realidades inmutables a las que agarrarse, ¿no?, en las que poder depositar nuestra confianza. Se nos tambalean las cosas que constituían nuestras anclas. Bueno, panta rei, solo que esa proposición fue formulada hace siglos. Tomemos las manifestaciones en la plaza Tahrir de El Cairo y las del 15 de mayo en la Puerta del Sol. Son el origen de un populismo ingenuo pronto destruido por la realidad líquida y cambiante. ¿Eso es lo que es? Nunca he relacionado una cosa con otra, nunca he pensado que es correcto ajustar una situación a su explicación. No me parece muy útil formularlo en esos términos, igual que no me parece útil operar con el criterio de que las grandes manifestaciones en Núremberg orquestadas por el Tercer Reich constituyen lo sólido. ¿Hay que definirlo así? El afloramiento de la extrema derecha es, tal vez, la manifestación de lo sólido, del populismo primitivo, al que las masas irritadas y desamparadas en la confusión ideológica pretenden volver, frente a una sociedad líquida, siempre cambiante, incierta y cada vez más imprevisible. En realidad, el populismo surge del cansancio y del enfado. Pero a Bauman le faltaba poner en la balanza el peso revolucionario e inesperado de la sociedad digital. Dios mío.

—¿Hasta qué punto se puede reconocer a Fernando Schwartz en Patricio Meneses?

—No se me puede reconocer en Patricio Meneses por muy atractivo que resulte el personaje. No hay gente así de cínica y divertida campando a sus anchas por el mundo de la política y la violencia internacionales. No creo que existan componedores que por su descaro y habilidad van por la geografía arreglando cosas, cometiendo un pequeño crimen por aquí y un mínimo robo por ahí sin perder la sonrisa y los modales de un gentleman. Y sin perder el sentido del bien y el mal, por más que a veces emprenda caminos expeditivos solo justificables si los corona el éxito. Y resolviendo de paso las mayores y más peligrosas crisis. Ese no soy yo. Yo soy un contador de historias que ha imaginado un personaje creo que estupendo que se mueve en el mundo enrarecido y peligroso que conozco bien. Bueno, hablo idiomas, hice una larga carrera diplomática hasta que me harté y he viajado por el mundo. El sofisticado y el otro; lo único que tal vez me asemeje a Meneses, aparte del sentido del humor, es que me siento igual de cómodo en ambos. Al fin y al cabo, Meneses es mi criatura y la imaginé y diseñé como un hada benéfica e imposible, pero divertida, como me hubiera gustado ser. Y sí, como dice Giovanni Raboni en la introducción al Album Proust, todo artista transfiere a su obra el sentido, la savia de su propia experiencia. Quod erat demonstrandum.

—A Meneses le gusta Proust y usted, en la dedicatoria, muestra sus agradecimientos a, entre otros, quienes criticaron la “abundancia de adjetivos”. ¿En el adjetivo está la literatura?

"Me adhiero a Azorín, que asegura que la literatura está en el adjetivo"

—¡Ay, los adjetivos! Mis amigos más severos siempre han criticado la generosidad con que salpico de adjetivos mis escritos. Pues sí, en esto me adhiero a Azorín, que asegura, como formulas en tu pregunta, que la literatura está en el adjetivo. ¿Y por qué no? ¿Para qué están si no? Los puristas antiadjetivistas preferirían sustituirlos con expresiones menos descriptivas y de mayor circunloquio. Otros querrían que no existieran, descarnando el texto y dejándolo reducido a los huesos. Eso es lo que le gusta a Iñaki Uriarte cuando dice “yo no me hablo con adjetivos”. Pues yo sí. Porque cuando me hablo, son mis sentidos los que adjetivan. ¿No utiliza Proust el adjetivo para embellecer una imagen o un pensamiento? Otra cosa es que a veces me paso y entonces mis amigos me señalan los que sobran y yo les hago caso. El texto se hace más sobrio, y no porque la ausencia de adjetivos lo mejore sino porque han desaparecido los superfluos. Unos absorben a otros, porque de lo único que hay que huir es de la abundancia de calificativos inútiles y reiterativos. Cierto que con la edad se aprende a quitar adjetivos y no a añadirlos: es un buen trabajo de pulimento que, al hacer más preciso el texto, lo embellece.

—Por cierto, ¿el nombre de Meneses es un guiño al periodista Enrique Meneses? En su última novela, el protagonista hace, por circunstancias que no vamos a desvelar, un viaje desde Matambezi a El Cairo, y luego vuelve. Enrique Meneses hizo algo similar en 1956 —evidentemente, no desde St. Juste, sino desde Ciudad del Cabo—.

—Nada que ver. Escogí el nombre Meneses de sopetón, en un momento inspirado: encajaba en un título que se me antojaba directo y atractivo, con música propia, como si fuera un bolero. Por cierto ¿cuántos adjetivos hay en este párrafo? Era un aventurero interesante, Enrique Meneses, y es casualidad que tanto Patricio, mi protagonista, como él hicieran viajes similares a través del mismo continente. Pero es casualidad. De Enrique Meneses recuerdo un reportaje, que leí años más tarde, sobre la muerte de Manolete. Era un texto periodístico que contrastaba con los recuerdos de un amigo mío, mucho mayor, que en el mismo instante de la muerte del torero, estaba acomodado sobre una roca cerca de Galapagar haciendo el amor con una señorita de buen ver. Al enterarse me dijo, y son sus palabras: “Brindé el polvo a la muerte del maestro puesto en pie sobre la pizarra de la sierra madrileña con una botella de ginebra Larios en la mano”.

—Patricio Meneses es un sinvergüenza, también es implacable —de hecho, por ejemplo, participa en una tortura—, pero también tiene un código de valores y una conciencia que le produce no pocos remordimientos.

—Digamos que Meneses es un sinvergüenza con conciencia. No mira con desprecio al amo al que sirve sino con condescendencia. Meneses no es un criminal indiferente sino un justiciero simpaticón. Puede ser, como me sugieres, un torturador inmisericorde. Pero también es capaz de tener piedad… bueno, si sus sentimientos magnánimos coinciden con lo útil y sirven a la misión que ha ido a cumplir a Matambezi. Es capaz de venganza y de amor, de concupiscencia y de amparo. Y además lee a Proust con pasión (no tiene suficiente dinero para comprar en una subasta neoyorkina un manuscrito mecanografiado de Du Côté de chez Swann; le gustaría robarlo pero la casa Sotheby’s lo tiene muy custodiado) y se pirra por Verdi (para él, Verdi es el éxtasis, el Nabucco su coronación, y Riccardo Muti, el arcángel San Gabriel). Y además, tiene en depósito un enorme cuadro de Rothko (que no se piensa quedar porque es de su íntimo amigo, Atumu Kokomo, uno de los grandes jefes de Matambezi). Un personaje curioso, este Patricio (Patrís para los amigos) Meneses, con muy poco respeto por la Superioridad. Y encima juega al póquer. Pienso que, en fin, todo el ambiente de la novela es tintinesco, igual que la portada. Como una aventura del reportero más célebre, del Tintín de nuestra adolescencia.

—En un diálogo entre Atumu Kokomo y Meneses, el primero le dice al segundo: “Sois unos sinvergüenzas, Patrís”. Responde el español: “No. Es la realpolitik”. ¿La realpolitik es una cosa de sinvergüenzas?

"La tiranía y la corrupción son bolsas encajadas hoy como abscesos allá donde florece la libertad entre espinas"

—La realpolitik es exactamente el terreno de juego de la sucia realidad política: no hay concesiones a la inocencia, a la limpieza; solo las hay a las necesidades de lo que el político interpreta desde su óptica ideológica o de partido como ineludible y conveniente. Recuerda cómo se retorcían los acontecimientos, las alianzas, las guerras en 1984. El mundo en 2019 no es muy distinto de aquel mundo tan mísero, aunque, claro, la tiranía y la corrupción son bolsas encajadas hoy como abscesos allá donde florece la libertad entre espinas. El peligro está ahí. ¿Realpolitik? Depende de cómo quieras llamar a la falta de escrúpulos.

—Intentaré regatear el spoiler, pero, casi al final de la novela, Atumu, refiriéndose al África profunda, le dice a Meneses que en El corazón de las tinieblas “lo tienes todo” y que esta “es la tierra de la violencia”, en la que “hay que contar con todos, buenos, malos y sádicos”. Y, previamente, Meneses reflexiona, con el ministro de Exteriores español, que “la fe del carbonero no atiende a las razones de la lógica o de la oportunidad política. Y eso que Atumu se ha rebozado en los valores democráticos y la hipocresía de Occidente”. ¿Cómo puede lidiar la comunidad internacional, políticamente, en ese territorio del mundo? ¿Por qué habría que, digamos, occidentalizar a esas gentes? ¿No implica, con respecto a ellos, un aire de superioridad?

—Casi al final de la novela, en los momentos de sinceridad a ras de suelo, yo buscaba la contraposición del idealista, el cínico y el realista, entre el líder que busca para su pueblo un futuro pacífico (condenado de antemano); el componedor que ha hecho posible esta visión casi idílica, convencido de que lo que viene no tiene remedio, y el político pragmático que va a lo que va y lo consigue. Atumu espera contra toda esperanza sabiendo cómo es su tierra. No se hace ilusiones; por eso se refiere con tanto dolor a El corazón de las tinieblas (“Ahí lo tienes todo… la tierra de la violencia en la que hay que contar con todos, buenos, malos y sádicos”), y se ofrece como víctima de un sueño de civilidad irrealizable. ¿Irrealizable? Así, Meneses explica a su ministro que Atumu tiene la fe del carbonero y piensa contra toda lógica que, por algún milagro, el futuro es posible. La comunidad internacional no está preparada para lidiar con ese territorio inmenso e ignorado. Hay demasiado desprecio, demasiado recuerdo colonial, demasiado desconocimiento de lo que son los resortes morales y materiales de África, para que nuestros líderes blancos lo comprendan. ¿Occidentalizar a esas gentes? No. Basta con mirar lo que hemos hecho con el continente africano, cómo hemos destruido la civilización tribal, cómo la hemos corrompido. Todo esfuerzo de occidentalización ha sido vano porque no lo necesitaban; era como intentar encajar un triángulo en un redondel. Desde el siglo XIV en que los portugueses llegaron al África ecuatorial y desmontaron una civilización ordenada, rica y funcionante hasta hoy no hemos comprendido nada. Solo hemos explotado. Nada más.

—En Que vaya Meneses, los personajes femeninos son muy poderosos. Para empezar, la presidenta del Gobierno de España es una mujer.

"Procuro que los personajes femeninos de mis novelas sean siempre fuertes, es decir, seres humanos"

—Procuro que los personajes femeninos de mis novelas sean siempre fuertes, es decir, seres humanos. En Meneses, las dos mujeres, Merveille Kokomo y Virginaly, son valientes e inteligentes, una sofisticada y la otra intuitiva. Saben bien lo que quieren y cómo defender con fiereza sus posiciones. Aparecen en roles que nada tienen que ver con sumisión, ni siquiera con sumisión enamorada. Es Merveille la que sabe dónde está el deber de sacrificio. Su ternura es poderosa. También en Bijou, la hija cuasi adolescente de Merveille, se atisba lo que acabará siendo. Que la presidenta del Gobierno español sea una mujer es un simple guiño a lo que se va necesitando en mi país.

—Una mujer, por cierto, socialista. ¿Ve antes a una presidenta del Gobierno que sea del PSOE antes que a una del PP o de Ciudadanos?

—No necesariamente: poco le ha faltado a una de entre dos mujeres para presidir el PP. Pero todavía no veo en el horizonte político a una socialista emergente. Buena falta hace. Como diría aquel, algunas de mis mejores amigas son mujeres.

—También hay una crítica sobre cómo vive la mujer en el África negra. En un momento, cuando Meneses le habla a Virginaly de ser “independiente”, la joven no entiende qué quiere decir el diplomático; cuando éste le dice que en Europa podrá hacer lo que quiera con su vida, ella se ríe.

—Esta incomprensión de Virginaly respecto de la vida en Europa es típica de la lejanía entre los dos mundos. Y supongo que también refleja el machismo insoportable de la sociedad blanca y su capacidad para la discriminación. Toda la sociedad occidental es racista y eso se refleja en sus actitudes globales. Podría decirse que el racismo es la reacción tribal y defensiva de las sociedades europea y norteamericana frente al asalto de lo diferente. El trecho a recorrer es largo.

—¿El personaje de Meneses da para una saga? Con la que está cayendo en Venezuela, es difícil no imaginarlo ahí.

"Maduro es poco enemigo para Meneses. Claro que si el Gobierno fuera del PP, les aplicaría directamente el 155"

—Eso me ha dicho Arturo Pérez-Reverte: que en Meneses hay un personaje permanente, con fuerza, uno para repetir aventuras, una saga, aunque no sé si me pilla un poco mayor para embarcarme en ella. Me parece que la siguiente novela de este antihéroe puede intitularse Rescates Meneses. ¿Venezuela? Sí que pegaría allí Meneses. Yo lo mandaría a lidiar con Maduro y a arreglar la situación él solo. Maduro es poco enemigo para Meneses. Claro que si el Gobierno fuera del PP, les aplicaría directamente el 155.

—Y, para finalizar, no sabía que usted había presentado una gala de José Luis Moreno. ¿Cómo fue la experiencia?

—A alguien se le ha ocurrido decir que presenté a José Luis Moreno en una gala. No. Presenté la primera temporada de la televisión autonómica balear hace una docena de años. Fue una gala insoportablemente interminable. Y algunos de los programas previstos pertenecían a Moreno como productor. Nada que ver conmigo. Por cierto, durante una temporada hice un programa, Schwartz & Co., de entrevistas de breve permanencia en antena. Mi primer invitado, ante la incredulidad de los directores, unos perfectos inútiles llegados de la televisión valenciana, fue Iñaki Urdangarín. Desde entonces lo he pagado sin remisión.

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Jesús Fernández Úbeda

Jesús Fernández Úbeda (Ciudad Real, 1989) es periodista por obra y gracia —o desgracia— de la Universidad Complutense de Madrid. Escribe en Zenda y en Libertad Digital. Además, ha cubierto un par de giras de Enrique Bunbury y escribió el press release de su último álbum, Expectativas. También hizo de compilador, o como se diga, en El último pistolero, de Raúl del Pozo. Aterrizaje forzoso (Cultiva Libros, 2018) es su primer libro. En Twitter @jfubeda89

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