La cultura de un país es como un paisaje emocional. Hay llanuras y alturas. Y luego están las grandes cimas de cada región: esos son los héroes. Hay héroes del arte como Cervantes o Goya, héroes de la ciencia como Servet o Ramón y Cajal, héroes políticos (aunque este sea un territorio poco fecundo ahora mismo) y por supuesto héroes bélicos, los que quizá sean los héroes por excelencia.
En la Península ibérica nunca nos faltaron héroes belicosos. Ahí tenemos a Viriato, Pelayo, el Cid, el Gran Capitán, Hernán Cortés, la Monja Alférez, Blas de Lezo o Agustina de Aragón, y es solo un botón de muestra. Ya lo decía Tito Livio de nosotros: “Más que Italia y que cualquier país de la Tierra, es España a propósito para hacer insistentemente la guerra, dados la forma del terreno y el carácter de sus habitantes”. Esta frase, citada hasta la saciedad, destila todo el esfuerzo invertido por Roma en conquistar la Península palmo a palmo durante doscientos años.
Desde hace algún tiempo quien siga mi obra se habrá dado cuenta de que voy retomando en mis novelas históricas momentos claves de la historia de España en los que procuro enmarcar siempre algún héroe peninsular. Lo hice con Cortés en Conquistadores de lo Imposible, con Retógenes en Numancia, con Pelayo en mi última propuesta, y ahora he resucitado al “buen conde” en ¡Fernán González!, el hombre que forjó Castilla, obra en la que recreo lo sucedido durante los casi cuarenta años que gobernó este personaje la tierra de los castillos.
Mi idea ha sido novelar a partir de la vida de Fernán González ese nuevo momento crucial de la Alta Edad Media en el cual toma forma, por primera vez, una comunidad política que pronto será hegemónica en la Península. Aquel condado de Castilla de incipiente autonomía será el que, ya en 1065 y bajo la férula de Sancho II, dé nacimiento al reino de Castilla que en cuanto se junte con León será ya el territorio principal de la corona de Castilla, esa que forja Fernando el Santo y que es quizás la antecesora más nuclear del presente reino de España.
Huelga decir que mi proyecto de recrear los momentos cruciales de la historia de España sería difícilmente comprensible sin ese ambiente de turbulencias identitarias en el que nos hemos visto sumido todos estos últimos años. Personalmente, he sentido la necesidad de bucear en la historia para entender mejor el país en el que vivo y, de paso, he procurado trasladar al lector, de la manera más amena posible, lo aprendido por el camino.
Con respecto a Fernán González, he de advertir que no es un héroe consensual español, como Pelayo o el Cid, y que los historiadores clásicos se muestran ambiguos en su valoración. Menéndez Pidal, por ejemplo, escribió que “resulta más afortunado y sagaz que heroico, más hábil para aprovecharse de las discordias de León y Navarra, que para ampliar su territorio”. Y Sánchez Albornoz le sigue por esta línea, sin que las obras más elogiosas de Pérez de Urbel o fray Valentín de la Cruz hayan logrado compensar la balanza.
Lo cierto es que ni llegó a independizar Castilla, ni tampoco agrandó los territorios castellanos. Y sin embargo, en sus más de treinta años de gobierno unificó lo suficiente el condado como para que Valentín de la Cruz pudiera escribir de él que «superó inmediatamente el mero nombre para hacer de su titularidad un cargo positivo. El rey hubo de autorizar la supresión de los demás títulos y la entrega al nuevo conde de todas las alcaidías de los castillos. Castrojeriz, Cerezo, Roa, Lantarón, Amaya, Gormaz, Pancorbo, no reconocieron a otro señor».
Fernán González vivió con plenitud un siglo tan conflictivo como el X, y se vio enfrentado con los poderosos mandatarios que rodeaban su Castilla. En León tuvo como señor a un tipo con tanta personalidad y carisma como Ramiro II, que inició su reinado con una guerra civil con su hermano Alfonso, al que capturó y arrancó los ojos. Por el este andaba Toda, la reina de Pamplona y Nájera y gran casamentera que logró matrimoniar a todas sus hijas con monarcas. Y en el sur, por supuesto, se las tuvo tiesas durante décadas con el agresivo Abderramán III, el primer califa de Córdoba, que será el constructor de Medina Azahara y un megalómano de primera. A todos los tuvo que combatir, en un momento u otro, el conde de Castilla.
El resultado de juntar a todas estas personalidades maquiavélicas en una novela es, como no podía ser menos, un Juego de tronos a la española en el cual, incluso prescindiendo del azor y el caballo, Fernán González tuvo suficiente peso político para que, al cabo de más de mil años, sigamos hablando de él. Para mí ha sido un auténtico placer consagrarle la que, pienso, es una de mis mejores novelas históricas.
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Autor: José Ángel Mañas. Título: ¡Fernán González!. Editorial: La esfera de los libros. Venta: Amazon.
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