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Fascismo de yugo y flecha en Guadix - Zenda
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Fascismo de yugo y flecha en Guadix

Los símbolos tienen una importancia capital en el trasvase que va del político al politizado. Hitler sabía que su propósito, una aspiración genocida, homófoba y racial, nada tenía que ver con el anhelo de Federico II, ese ilustrado, homosexual y francófono referente. Pero la simbología tiene esto: en su metáfora, en su doble sentido, encuentra...

Cuentan que Hitler anduvo muchos meses agobiado, quizá perdido a la hora de materializar la ceremonia de apertura del nuevo Reichstag. Acudió en su ayuda la célebre mano derecha del pequeño dictador, el ínclito Joseph Goebbels, quien eligió para tan magno evento una fecha, el 21 de marzo de 1933, y un lugar, la iglesia de Potsdam. Nadie se fijó en estos dos datos. La celebración se llevó a cabo entre elementos fastuosos. Ceremonias para católicos y luteranos; desfiles de las SS, de las SA, de los Stahlhelm; antorchas salpicaban la oscuridad de la noche en Brandeburgo; una ópera de Wagner para amenizar la velada. Cuando la fiesta hubo avanzado, Goebbels bramaba: «Los símbolos por los que luchamos están henchidos por el espíritu de Prusia, y los objetivos que esperamos alcanzar son una forma renovada de los ideales por los que combatieron en su día Federico el Grande y Bismarck». Ahora quedaba claro: la fecha elegida por Hitler había sido reservada por la historia para conmemorar la creación del primer Reichstag de la Alemania Imperial, y el lugar, Potsdam, para señalar el centro político que seleccionaron, en su día, Federico y Bismarck. Hitler tiraba con bala.

Los símbolos tienen una importancia capital en el trasvase que va del político al politizado. Hitler sabía que su propósito, una aspiración genocida, homófoba y racial, nada tenía que ver con el anhelo de Federico II, ese ilustrado, homosexual y francófono referente. Pero la simbología tiene esto: en su metáfora, en su doble sentido, encuentra a la vez su poder y su peligro. Los grandes movimientos de la historia han sabido extraer perfectamente de cada icono aquello que les convenía. Hitler, por ejemplo, obviaba la francofilia del emperador amado mientras penetraba en París, pero se valía mucho de su carácter identitario y beligerante.

Estos días vivimos, en sentido similar, una polémica sospechosa: la bandera de Guadix ha sido objeto de disputa por el yugo y las flechas que luce en su escudo. Cuarenta asociaciones que forman parte de la Asamblea Memorialista de Andalucía han firmado un manifiesto contra el uso de «símbolos franquistas» en la bandera del pueblo granadino. El consistorio se defiende afirmando que se trata de un símbolo que se remonta a tiempos de Ysabel y Fernando, impulsores de la cristianización de dicha tierra, que asumieron la representación por hallar la coincidencia en la letra inicial de cada término, así como por aludir a mitos como el del nudo gordiano o el haz de flechas. Las asociaciones obvian que esta misma representación la hallamos igualmente en escudos como los de Puerto Rico o Panamá, dos pueblos poco sospechosos de ser falangistas, facciosidad que sí achacan al pueblo accitano. Como se puede observar, la simbología transforma su objeto de referencia a lo largo del tiempo, aunque su propósito siga siendo el mismo: despertar en los aludidos pasiones ocultas. Desde Wagner hasta José Antonio Primo de Rivera. Desde los católicos hasta la propaganda nazi. Tanto monta cortar como desatar, sigue pareciendo ser.

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Carlos Mayoral

Juntapalabras. Mitad machadiano, mitad azorinista. Ha publicado, entre otras novelas, 'Empiezo a creer que es mentira' (2017, Círculo de Tiza, finalista premio Ojo Crítico de Narrativa) y 'Un episodio nacional' (2019, Espasa). @Carlos__Mayoral

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