Ingrid me enseñó Antes del huracán cuando vivía en Londres. Era una casa donde las pelusas rodaban por el pasillo y ella planeaba dejar a su pareja.
A veces necesitamos los libros, quizá como a los animales, porque son compañías que nos mantienen en el presente sin llegar a desbordarnos. Toda nuestra atención, o amor, se separa del ahora, y mantiene a raya la fantosmia, descrita en Antes del huracán como una consecuencia común del estrés postraumático. Las visiones, sonidos u olores insoportables que son consecuencia de una experiencia dramática se encierran en una cámara subterránea separada de la mente. Se secuestran esas experiencias, señor, y se aíslan para que no puedan dañarnos. Pero esa disociación crea una grieta en la conciencia. Uno se parte en dos, señor. Y alucina, por decirlo de algún modo.
Ingrid, Valeria y yo reconocemos que nos hemos partido en dos varias veces, como todo el mundo, pero nosotros hablamos de ello y recogemos los pedazos leyendo. Como seres divididos en constante lucha por la unidad —ficticia—, vamos a la Feria del Libro para saludar a Kiko Amat. Antes de salir, bebemos un chupito de algo que estaba aparcado en la nevera. Tenemos un plan: conseguir firmas e invitar a cervezas al escritor que nos ha reunido. Ingrid ha tirado su tercer cigarro al entrar al Retiro. Hemos vuelto a ser niños que van al Parque de Atracciones. En la ilusión se recobra momentáneamente la unidad —perdida—.
Según entregamos los libros a Kiko, nos pregunta un par de veces por nuestros nombres, nos dedica las páginas con generosidad e interrupciones. Su forma de hablar tiene algo de niño superdotado que se esfuerza por ser normal, pero no puede, es auténtico y nos contagia. Los libreros nos miran con desdén. No, no hemos comprado ninguno. Los tenemos todos y los hemos traído de casa.
Le cuento que Antes del huracán me reconcilió con mis orígenes, cuando bajaba al parque con mis primos y sus amigos. Todos me sacaban bastante años, habían abandonado el COU, trabajaban en fábricas, fumaban canutos, bebían litronas y hablaban de fútbol o discos. Ese era su día a día, su repetición, su forma de mantener a raya la fantosmia. Miraba ese mundo con admiración y me limitaba a escupir con aires de adulto las cáscaras de las pipas, hasta construir un mosaico a mi alrededor. Así era la vida del extrarradio.
—Poca gente conoce el placer de las pipas —me responde Kiko. Le animamos para que se haga una foto con nosotros y acepta la cerveza cuando cierren la caseta.
Kiko nos confiesa que le aburren los clásicos y todos esos escritores obsesionados con los libros que te cambian la vida. En Humanidades, la vida académica es un lugar donde se disputa el monopolio interpretativo de un muerto. Algunos viven en el orgullo de la sombra.
—La escritura, como todo arte, es un pálido éxtasis de la vida, ningún libro puede superarla, lo que te cambia la vida es cuando te ponen un bebé en las manos que ha salido de una vagina —dice Kiko. Mi pregunta ha sido fantasmal, pesa como la academia: ¿qué libros te han cambiado la vida?
Nos ponen otra ronda de cervezas.
—Lo que deseas ser y no te dejan, aquello que amas, pero eres expulsado, después es lo que intentas aplastar, eso es Revancha —nos cuenta Kiko. Pienso que me quedan muchas revanchas, también a Valeria. Los dos habíamos leído Antes del huracán en la cama, antes de dormir. Se lo confesamos a Kiko, que nos mira con extrañeza y segundos después afina su mirada hacia la compasión sarcástica, porque es, según él, su libro más triste.
—Ese libro lo salva el humor —mientras lo dice, hace el gesto de cortarse las venas.
Hablamos del humor y de los ingleses. Kiko los ama, porque son capaces de entrar a un pub en llamas y pedir fuego. Viven disociados, pero a veces, tras la quinta pinta y años de amistad, un inglés puede decirte que fue violado por su abuela, después coge unos cacahuetes rancios, sigue bebiendo, y prosigue hablando de otro tema. Ingrid los odia, porque son personas como lugares de tránsito. Extrarradios, espacios que están demasiado lejos y no invitan a quedarse.
Cuando Ingrid lo dejó con su novio inglés, llegaron a un acuerdo: él se quedó con el libro Antes del huracán dedicado por Kiko y ella eligió la gata. Hemos reunido lo separado. Para Ingrid, esta noche, ha sido su revancha, aplastó su pasado y nosotros hemos sido sus cómplices.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: