Imagen de portada: Javier Romero Jordano.
A tiro de piedra del Congreso de la Nación Argentina tiene su despacho Ezequiel Martínez, director general, desde hace dos años, de la Fundación El Libro, organizadora de, entre otros eventos, la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. Gestor cultural, periodista y editor, director general de Cultura de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno desde 2016 a 2020, con una vasta trayectoria en medios, vástago de Tomás Eloy Martínez, cuenta a Zenda que su trabajo “es como si estás en un parque de diversiones sin poder subir a ningún juego”, “una responsabilidad enorme y agotadora, pero, a la vez, cuando las cosas empiezan a salir, te sale una sonrisa de oreja a oreja”.
Conversamos con Martínez sobre la fundación que dirige, la feria que promueve, periodismo cultural y, evidentemente, sobre libros y lecturas.
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—Señor Martínez, ¿de qué salva la cultura? Si es que salva de algo…
—¡Uh, de todo, de muchas cosas! Salva de las depresiones, de quedar estancado, porque te abre mundos y puertas que no te imaginabas. Te hace viajar… No sé, a mí me ha salvado, incluso, la adolescencia: yo era muy tímido y me dedicaba a leer. Mi padre se había ido al exilio, nos había quedado toda su biblioteca, y yo tenía esos montones de libros, que leía muy desordenadamente y sin demasiado criterio, pero eran mi refugio. Entonces, en la lectura encontré un refugio, y la lectura me salvó. Era un chico solitario y tímido, y la lectura fue mi forma de conectarme con el mundo.
—¿Un hombre que lee es mejor que uno que no lo hace?
—Sí. A ver, en la vida, hay gente que no tiene posibilidad de entrar en contacto con la lectura y con los libros y, sin embargo, tienen una filosofía de vida tremenda y te pueden enseñar montones de cosas. Entre comillas, pueden ser “analfabetas”, pero tienen una formación muy rica. La lectura te ayuda a ser un poco mejor. Todo tiene sus matices… ¡Vaya preguntas que te traes! (Risas)
—¿Es Buenos Aires la ciudad con más librerías del mundo?
—Eso dicen. Si caminas un poco, te vas a dar cuenta de que sí. La avenida Corrientes tiene mucha librería de usado, de viejos. Ves pilas y pilas de libros para revolver. Mi propia biblioteca la empecé a formar en esas librerías de la calle Corrientes, cuando compraba clásicos muy baratos, algunos con marcas… Pero si vas a barrios, quizás muy alejados, encontrás librerías hermosas. Hay librerías hermosas con mucha vida en los barrios, con ese librero que te sabe recomendar… A la vuelta de mi casa, no muy lejos de acá, hay una que está en un lugar donde no hay demasiadas librerías. Me acuerdo de que cuando la inauguraron, no tiene más de dos años, pensé: “Esto es una librería para lectores”. Te das cuenta de cuándo el librero piensa en un lector-lector. Como esa, hay muchas por todo Buenos Aires. Y por toda Argentina. Una de las entidades que forman la Fundación del Libro son los libreros.
—¿Cuán lectores son los argentinos?
—Se dice, en general, que los lectores han bajado en todo el mundo. Que la competencia de lo digital, de las pantallas y demás, influye. En la Feria del Libro, en la edición del año pasado, a todos nos sorprendió la cantidad de jóvenes que vinieron y que se fueron con libros. Hay instagramers, influencers, tiktokers y no sé qué que transmiten la pasión por la lectura, y algunos hasta se ponen a escribir y venden cientos de miles. Nosotros, en la Feria, tenemos una cosa que se llama “Encuentro Internacional de Bookfluencers”. Los chicos hacen colas horas y horas para escuchar a estos divulgadores de la lectura. Quizá hay menos lectores de libro físico. La medición se hace de acuerdo a los libros que se venden. Hay muchos más títulos y menos cantidad de libros por título. También, en la Argentina, aparecen nuevas generaciones de autores que entusiasman a los nuevos lectores…
—¿Como por ejemplo?
—Samanta Schweblin, Mariana Enríquez…
—Mariana Enríquez está pegando fuerte en España.
—¡Uf, Mariana Enríquez es una cosa…! Son autoras de una nueva generación que están pegando mucho entre los lectores y entre los más jóvenes. Bueno, Mariana Enríquez volvió a poner de moda el terror. Ahora, acaba de hacer una función en un teatro y lo llenó leyendo. Son fenómenos que dices: “¡Guau! ¡Llenás un teatro leyendo!”.
— Llevar el timón de la Feria del Libro de Buenos Aires implica…
—No es sólo la Feria del Libro de Buenos Aires: en julio hacemos la Feria Infantil y Juvenil, colaboramos en ciudades como Santiago del Estero o en Rosario… Hacemos muchas ferias a lo largo del año. Esta será mi segunda feria al frente de la Fundación del Libro.
—¿Le pilló la pandemia?
—El cargo que tengo ahora, el de director general, es nuevo. Antes, existía un director institucional y cultural, y después, el director de operaciones, administrativo, etcétera. Renunció antes de la pandemia, se jubiló, y se hizo una búsqueda, que duró tres meses, para un director general. Fue durante la pandemia. Nos presentamos unos 300 o 400 y después de tres meses quedé yo, e ingresé en noviembre del 2021, y a los cuatro meses, teníamos la feria. Me cayó una feria encima, la de la postpandemia, y creo que por el fenómeno de la pandemia la feria explotó en todos los sentidos: de gente, de ventas, de expositores, de presencias internacionales… El año pasado, cuando me preguntaban los periodistas qué sentía, decía: “Bueno, dejen pasar un año”. (Risas) Una cosa es disfrutar la feria como lector o como periodista, incluso, y otra, estar detrás del mostrador. Hay un esfuerzo enorme, y todo funciona, todo está listo. Es como si estás en un parque de diversiones sin poder subir a ningún juego. Tienes a todos los autores, a todas las autoras que te encantan, a las que querés ver y escuchar, y no puedes sentarte porque tienes un compromiso institucional. Es una responsabilidad enorme y agotadora, pero, a la vez, cuando las cosas empiezan a salir, te sale una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Qué puede destacar de la edición de este año?
—Tenemos mucha presencia de españoles. Estarán Arturo Pérez-Reverte, Fernando Aramburu, Santiago Posteguillo, Irene Vallejo… Luego, Santiago de Chile es la ciudad invitada. Nosotros tenemos una ciudad invitada de honor: La Habana, Santiago de Compostela, Barcelona… Al final de la feria, presentaremos a la ciudad del año que viene, que es secreto, no lo puedo contar.
— Madrid no está mal…
—Desde luego. Nosotros hacemos ciudad invitada, no país invitado. Llevamos haciendo esto desde hace diez años, y ya hubo dos españolas. Una tercera… Les queremos mucho (risas), pero hay que repartir un poco. De igual modo, España estuvo en la Feria de Frankfurt el año pasado y no sé si estuvo en alguna otra feria.
—Usted tiene una amplia trayectoria periodística. En general, ¿qué opinión le merece el periodismo cultural que se hace en Argentina?
—Tenemos una tradición de periodismo cultural grandísima. Muchas publicaciones fueron fundadas por escritores, o por figuras emblemáticas como Victoria Ocampo, con su revista Sur. Yo vengo de la Revista Ñ, del diario Clarín, que se sigue editando en papel. Son periodistas con formación, preparados. Hablando de Pérez-Reverte: yo lo fui a entrevistar una vez a España por la quinta novela del capitán Alatriste. En realidad, no sé por qué te estoy contando esto (risas).
—Ni yo, pero continúe, por favor.
—No había leído un solo libro de Alatriste. Me habían dicho, no sé si esto es real o mítico, que una periodista que no había leído nada de Pérez-Reverte, al comenzar la entrevista, le preguntó: “Cuénteme sobre los libros que escribió”. Entonces, Pérez-Reverte dijo: “Deme su nombre. Le voy a pedir a mi editor que le mande todos los libros que he escrito. Usted los lee y, cuando los haya leído, me hace la entrevista”. La echó. Y pensé: “Hay que prepararse, porque me va a echar” (risas). Entonces, no me leí los cinco Alatristes, pero sí el primero, el que tocaba, sus crónicas, La piel del tambor y no sé qué otra cosa más. Después, fui a ver todos los escenarios de esa novela. Un cuadro de Felipe no sé cuánto lo fui a ver al Prado. Total, que hice la entrevista y le expliqué que fui a tal sitio, a ver tal cuadro, y le hablé de la evolución de Íñigo Balboa. Quedó fascinado, o eso creo yo, porque, tras esa entrevista, empezó a mandarme todos los libros que publicaba a través de su agente. Y no me echó (risas). El periodista cultural argentino, en general, se prepara y lee. No es un periodista que te va a entrevistar tras leer la contratapa. Y en España también hay periodistas excelentes: no es cosa de Argentina, sino de que te apasione lo que hacés y de hacerlo con responsabilidad.
—¿Qué fuerza tiene lo políticamente correcto? ¿Ha habido algún caso reciente de, como se dice ahora, cancelación literaria?
—Acá, en Argentina, creo que no. (Piensa) Mirá: nos pasó el año pasado, en la inauguración de la Feria. Guillermo Saccomanno, un escritor argentino, disparó contra todo: contra los escritores, contra los agentes, contra la Feria misma… fue todo disparar y disparar. Entonces, me preguntaban: “¿Qué te pareció? Hasta criticó cosas de la Feria”. Y respondía que pudo decir lo que quería, que estaba todo fantástico. El debate duró semanas. Lo bueno está en eso: en generar debate. Yo le decía, previamente al discurso: “Decí lo que quieras, escribí lo que quieras, de eso se trata”. Uno de sus reclamos era que el trabajo intelectual había que pagarlo: “Yo soy un escritor, me pidieron que escribiera un discurso que me ha llevado meses escribir y pensar”. Reclamó que se le pagara y se le pagó. Yo estuve de acuerdo. Eso armó un debate que duró, duró y duró, pero, a partir del año pasado, se paga a todos los escritores por su discurso inaugural. Y me parece fantástico.
—Vamos acabando, señor Martínez. Dadas las circunstancias, ¿qué es lo más inteligente que puede hacer un hombre —o una mujer— que lee?
—Seguir leyendo. Nunca dejar de leer. Ahora no tengo tanto tiempo como quisiera para leer. Cada lector tiene sus mecanismos, sus rutinas, sus formas de marcar libros, lo que sea. Trato, desde hace años, para no perderme nada, leo un autor argentino, un latinoamericano, un extranjero contemporáneo y algo clásico. Voy saltando por esos cuatro ejes.
—Y, para finalizar, tengo entendido que comparte sangre con un tal Tomás Eloy Martínez. Cuénteme algo sobre él, recomiéndeme algún libro…
—¡Uh! Mirá, la que más me llega es la última, Purgatorio. Los dos últimos años de su vida, cuando él ya estaba enfermo, no podía viajar solo y yo lo acompañaba. Lo acompañé, por ejemplo, cuando hizo la presentación en España de esta novela. Luego de esos viajes, mientras se hacía un tratamiento en Boston, me dice: “Tengo que entregar el manuscrito de Purgatorio. ¿Por qué no lo corregimos juntos?”. Nunca había hecho ese trabajo de corregirle, editarle o mirarle manuscritos, siempre tenía una esposa que hacía eso, y se casó cuatro veces (risas). Al final, estaba yo, que era quien lo acompañaba. Había también una cuestión de afinidad: era periodista, venía de la cultura y demás. Entonces, lo empiezo a leer y, en la primera escena, encuentro una cosa que no me cerraba. La historia es la de una mujer cuyo esposo desaparece en la dictadura, y ella lo encuentra exactamente igual, no había envejecido, 30 años después, en Nueva York o en Nueva Jersey, no recuerdo dónde vivía. Entonces, en la escena escrita, ella va al baño a refrescarse, porque no se lo podía creer, entró en shock, y vuelve a salir. Y pensé: “¿Para qué va al baño? Está el peligro de que, cuando salga del baño, esa persona no va a estar ahí”. No me animaba a decírselo. Pasaron dos o tres días, me preguntó si había empezado a leer el manuscrito, “sí, sí”, “¿y no tienes nada”, y le digo: “Mirá, en el arranque hay una cosa que no me cierra”. Se lo cuento. Y me dice: “¡Tienes razón! ¡Eso es lo que quiero que me digas y que me marques!”. Me dio la libertad y la confianza de decir: “Ché, acá esto no se sostiene”.
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