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¿Existe realmente Vila-Matas? - José Belmonte Serrano - Zenda
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¿Existe realmente Vila-Matas?

Mario Aznar, sin embargo, con buen criterio, recurre, una y otra vez, a su patrimonio intelectual, y pone en boca de Vila-Matas una sabrosa anécdota en la que participa uno de sus grandes amigos, el recién desaparecido Juan Marsé, quien no era capaz de escuchar la palabra «autoficción» sin montar en cólera y cabrearse más...

El autor de estas páginas, Mario Aznar (Murcia, 1991), quizá por cuestiones metodológicas, deja claro, al menos en un par de ocasiones a lo largo de toda la obra, que lo que pretende llevar a cabo no es una novela convencional, a la vieja usanza, ni mucho menos un encendido panegírico dedicado a Vila-Matas, su santo de devoción. Antes bien, se trata de lo que aquí mismo se denomina “ficción crítica”, ahora que está tan de moda la autobiografía novelada, la novela autobiográfica o la ya más que pedante “autoficción” por la que tantos críticos de renombre han apostado hasta su propio patrimonio.

Mario Aznar, sin embargo, con buen criterio, recurre, una y otra vez, a su patrimonio intelectual, y pone en boca de Vila-Matas una sabrosa anécdota en la que participa uno de sus grandes amigos, el recién desaparecido Juan Marsé, quien no era capaz de escuchar la palabra «autoficción» sin montar en cólera y cabrearse más de lo permitido. En este mismo sentido, en el capítulo de “Agradecimientos y Nota final”, con el que se concluye el libro, Aznar vuelve a la carga aludiendo a “este ejercicio de ficción crítica”, por si alguien hubiera olvidado el color de la carta por la que hace su apuesta.

"La presencia de Vila-Matas podría, incluso, ser una pura invención y, aun así, sería un libro igual de hermoso y sugerente"

Pero lo del género no deja de ser una simple anécdota. Y mucho más si tenemos en cuenta que la novela sigue siendo un género aún por definir, en constante evolución, fresco como un pez recién sacado del agua, hasta llevarnos de sorpresa en sorpresa. Siempre el mismo, pero diferente, como si el tiempo no pasara por él y jugara a su favor. Sea como fuere, lo que tiene el lector ante sus ojos es, de  entrada, un libro sólido, bien construido, originalísimo, con una estructura muy bien definida, repleto de  frases que rozan la genialidad, y en el que, de vez en cuando, asoman ciertos nombres que, a buen seguro, forman parte del santoral literario del autor: Monterroso, Tabucchi, Auster, Fernández Mallo, Pitol, Bernhard, Wittgenstein… y, cómo no, Vila-Matas, que aquí se convierte, para abreviar, en el Autor.

En un Autor generoso y paciente que tiene que soportar, estoicamente, los impulsos, los arrebatos, las preguntas, las apreciaciones del Crítico, que no desaprovecha la oportunidad que se le brinda para sacarle la mayor enjundia a este encuentro. La presencia de Vila-Matas podría, incluso, ser una pura invención y, aun así, sería un libro igual de hermoso y sugerente. Hace unos cuantos lustros, cuando García Márquez aún se dejaba entrevistar, no tuvo piedad alguna con los críticos, a los que llamó, literalmente, burros después de las absurdas interpretaciones que llevaron a cabo de dos de sus principales novelas, Cien años de soledad y El otoño del patriarca. Mario Aznar, mucho más sereno y menos soberbio, también lleva a cabo una ingeniosa reflexión sobre el oficio de crítico, sobre lo que él mismo denomina “el noble ejercicio de la crítica”. Porque, después de todo, el crítico no deja de ser un atrevido parásito que vive del arte creativo de los demás. Y para otorgarle una base científica a su información, echa mano de unas palabras del escritor polaco —hoy casi por completo olvidado— Stanislaw Lem, quien aseguraba que “el crítico vive de segunda mano. Escribe acerca de. Ha de dársele el poema, la novela o el drama; la crítica existe gracias al genio de otros hombres”. Y aquí paz y después gloria.

"El resultado es sorprendente porque la obra llega a los lectores, esa reducidísima comunidad de animales nocturnos, como un torrente de ideas"

Hacia 1727, un joven salmantino de buena familia, algo alocado y visionario, astrólogo, médico, matemático (salió a hombros de los estudiantes cuando le concedieron la cátedra en esta especialidad), dramaturgo, poeta, novelista, sacerdote y todo lo que se propuso en sus casi ochenta años de vida, escribió un libro repleto de nostalgia y melancolía titulado Visiones y visitas de Torres con don Francisco de Quevedo por Madrid. La portentosa imaginación del don Diego de Torres Villarroel le llevó a creer en esa quimera de desafiar el paso del tiempo y forjar ese sueño en el que uno y otro, don Diego y don Francisco, caminan de la mano destripando todo lo habido y por haber del enorme pastelón de Madrid. Siglos después, la técnica empleada por Mario Aznar no está a tantos años luz de la de Villarroel. En estas páginas se nos transmite cabalmente, sin disimulo alguno, la emoción del Crítico en tanto conversa con el Autor, que no quiere que se le escape vivo, estirando la brevedad de las horas. Empieza por describir, con la minuciosidad de un artesano, el escenario del encuentro. Y no son pocas las ocasiones en las que se confunden ambas voces —la del Autor y la del Crítico— para dar paso a una obra híbrida e inclasificable en la que poco importan sus protagonistas. El Crítico, consciente de su más que segura dispersión, promete rehuir de los chismes y ser fiel a su labor. E intenta, por todos los medios, utilizar un tono que no caiga en el hermetismo y la incomprensión.

El resultado es sorprendente porque la obra llega a los lectores, esa “reducidísima comunidad de animales nocturnos”, como un torrente de ideas en las que asoma una poética personal que parece ir creándose a golpes. Pero, en cualquier caso, Mario Aznar no elude la pregunta directa a Vila-Matas, aunque no del modo más convencional, sino con un elemento añadido que tiene que ver con una puesta en escena que hace mucho más entretenido su mensaje. A la pregunta no le sigue de inmediato una respuesta. Deja que, durante unos segundos, entre pregunta y respuesta, corra el aire y se purifique el entorno con reflexiones intercaladas que pone en manos del lector para que este le busque su sentido.

"Too late —título que surge de una sabrosa anécdota relacionada con Barbey d’Aurevilly— es un libro que tiene algún mejunje secreto que atrapa al lector desde la primera página"

Se alude, como no podía ser de otro modo, a buena parte de las obras de Vila-Matas, pero sin atosigar, sin abusar, sin incordiar demasiado. Cuando el libro está llegando a su fin, Mario Aznar, que parece haberse adueñado de la situación, le pregunta a Vila-Matas por la necrológica con la que le gustaría ser recordado. Y el autor de París no se acaba nunca logra estar a la altura de las circunstancias y no decepciona en absoluto: “En el futuro me gustaría tener algunos buenos lectores y ningún escritor que me imitara”.

Too late —título que surge de una sabrosa anécdota relacionada con el escritor y periodista Barbey d’Aurevilly— es un libro que tiene algún mejunje secreto que atrapa al lector desde la primera página, con ese inicio verdaderamente portentoso y demoledor: “Hay pocas sensaciones tan intensas como darle una patada a una mierda pensando que está seca”. Se trata, en fin, de una obra escrita con encomiable soltura, y que, además, exhibe un tono lúdico, incluso divertido, algo que se advierte, por ejemplo, cuando su autor juega a las hipótesis y se pregunta por la posibilidad de que Sócrates fuera tan sólo un títere de Platón, para terminar interrogándose, en esta febril aventura, si, de igual manera, Vila-Matas no vendría a ser una invención de los críticos. O una fabulación del propio Mario Aznar.

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Autor: Mario Aznar. TítuloToo lateEditorial: La Navaja Suiza. VentaTodostuslibros

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José Belmonte Serrano

José Belmonte Serrano (Murcia, 1957), fue, hasta 1992, profesor de Lengua y Literatura en Educación Secundaria. Desde 1997 hasta 2016 fue Profesor Titular de Didáctica de la Lengua y Literatura de la Facultad de Educación de la Universidad de Murcia. Desde 2016 es Profesor de Literatura de la Facultad de Letras de la misma institución. En la actualidad, forma parte del Consejo Editor de las revistas Scripta Mediterranea, de Canadá, Letras Peninsulares, de los Estados Unidos, y Ocnos, de la Universidad de Castilla-La Mancha. Es codirector de Hécula, revista de la Fundación Castillo-Puche de Yecla

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