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Eva Baltasar: «No concibo una historia sin que el cuerpo tenga protagonismo» - Zenda
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Eva Baltasar: «No concibo una historia sin que el cuerpo tenga protagonismo»

Después de quince años dedicada a la poesía, Eva Baltasar se zambulló en la escritura de prosa, lo hizo “por casualidad”, y se convirtió en uno de los títulos más aclamados de aquel año. Tras el exitoso recorrido de su primera novela, la autora se centró en Boulder, protagonizada por una mujer solitaria que se...

Una poderosa voz poética surca el trabajo de Eva Baltasar. Lo hizo hace dos años en Permafrost, la novela que nos descubrió a la autora, y lo hace ahora en Boulder (Literatura Random House), la segunda parte de un tríptico de ficción protagonizado por mujeres solitarias.

Después de quince años dedicada a la poesía, Eva Baltasar se zambulló en la escritura de prosa, lo hizo “por casualidad”, y se convirtió en uno de los títulos más aclamados de aquel año. Tras el exitoso recorrido de su primera novela, la autora se centró en Boulder, protagonizada por una mujer solitaria que se adentraba, un poco más, en el universo de la maternidad.

La poesía es un páramo circundado por palabras e imágenes. Precisamente de una imagen personal de Baltasar surgió la protagonista de Boulder. Con la llegada de la protagonista, llegó el amor por una historia que se desliza desde el mar a la isla de Islandia. Sus protagonistas, dos mujeres, se encuentran lejos de todo, y poco a poco el amor que crean sostiene una maternidad asentada en Islandia, donde pronto conforman un hogar. Soledad, amor y maternidad son los tres ejes en los que se cimenta la novela de Eva Baltasar, que llega estos días a nuestras librerías.

Conversamos telefónicamente con la autora sobre la creación de esta novela, sobre las voces que escuchamos en su obra, sobre personas que son islas y sobre poesía. Descubrimos con Eva Baltasar la piedra que se esconde libre en medio del océano.

—¿Qué es Boulder?

—Es el título de mi novela [se ríe]. Creo que es una metáfora de la protagonista. Son esas piedras grandes que puedes encontrar en sitios aislados como un valle, una montaña, o incluso en medio del océano. Son piedras enormes que parece que lo están soportando todo, que lo aguantan todo, pero que también están expuestas a las inclemencias. Veo en esa palabra la metáfora de la protagonista de la novela.

—La novela nace de una imagen. ¿Puede contarnos de dónde surge la historia?

"Escribí primero Permafrost, sin saber que iba a hacer tres novelas relacionadas"

Boulder es la segunda entrega de un tríptico. Escribí primero Permafrost, sin saber que iba a hacer tres novelas relacionadas. Y al terminar me lo había pasado tan bien que pensé: “Voy a hacer dos más, porque quiero profundizar en algunos temas: quiero ver a una protagonista viviendo en pareja o viviendo la experiencia de la maternidad, por ejemplo”. Esto está más a fondo trabajado en Boulder. Fue una novela que luché dos veces. No estuve conforme con ella, porque Permafrost me gustaba más, y creo que una segunda novela como mínimo tiene que gustarte igual que la primera, y si puede ser, un poquito más. En el momento en que me rendí, dije: “Necesito una imagen para empezar”. Y la imagen que me vino fue un recuerdo de cuando yo tenía 20 años e iba de mochilera en Chiloé (esta escena es la primera del libro), cogiendo un pasaje para un mercante que iba a llevarnos por la noche hacia el continente, a Puerto Montt. En cuanto ya encontré esta escena, enseguida vi a la protagonista y vi cómo se sentía, cómo hablaba. Cuando la encuentro, cuando me enamoro de ella, en seguida la novela sale sola, a partir de un apunte autobiográfico. Le hice vivir la vida que yo no viví. Porque en el barco sí que me encontré muy a gusto, y lo pasé muy mal por la noche, con un temporal. Pero por la mañana fue una mañana muy bonita, entramos en Puerto Montt, estuve en el puente con el capitán y pensé: “Me encantaría quedarme aquí”. Yo no me quedé, pero ahí la puse a ella, ahí vi esa vida.

—La protagonista recibe de su amante, Samsa, el sobrenombre de «Boulder». ¿Quién es Boulder antes de llamarse así? ¿Quién es después?

—Boulder antes de llamarse «Boulder» es una mujer solitaria, una mujer que siente que para estar en paz en este mundo tiene que estar sola. Se encuentra muy a gusto en la provisionalidad. Es en ese barco donde no está en un sitio fijo. Ella allí descubre la felicidad, y lo reconoce en el libro. Lo que pasa es que, primero a través del sexo y luego a través del amor, se enamora de Samsa, y ahí sí que Samsa la bautiza, le cambia el nombre. Un nombre que no sabemos cuál es, pero sí que se lo cambia. En ese momento ella tiene que tomar una decisión. Siente que tiene que estar sola, pero también siente que quiere acompañar a Samsa —porque está enamorada— en su proyecto de vida, a Islandia. Creo que el sentimiento de soledad es más fuerte que el otro, pero ahí ella comete una incoherencia, que es hacer algo sintiendo que debería hacer otra cosa. Eso le produce una incoherencia importante que la debilita, y que hace que la problemática aparezca tarde o temprano. Comete una segunda incoherencia mucho más grande y mucho más problemática: asumir una maternidad no deseada. El gran error creo que es este, porque al fin y al cabo si tú decides por amor dejar tu vida e irte donde sea y no funciona, pues lo dejas y ya está. Pero en el momento en que aparece un bebé no es tan fácil.

—Me da la impresión de que Boulder es al tiempo una novela que tiene un tono muy frío, y también es muy sensorial. ¿Por qué la escribió con esa doble tonalidad?

"Me dicen que son protagonistas muy frías. Igual sí dan esa impresión. Son mujeres, yo creo, muy honestas"

—¿Frío? Permafrost también. Me dicen que son protagonistas muy frías. Igual sí dan esa impresión. Son mujeres, yo creo, muy honestas. Con el lector o la lectora son 100% transparentes. Te cuentan lo que sienten y lo que piensan tal cual. Sí que es cierto que son mujeres que no terminan de encajar en sociedad. Se encuentran incómodas, tienen esa mirada crítica, y están un poco en la periferia. Las periferias son muy frías. Desde dentro se ven muy frías, y cuando estás en la periferia te puedes llegar a sentir muy sola. Ella es una mujer que sabe estar sola. Ahí no veo problema. ¿Sensorial, decías? Sí, para mí el cuerpo es muy importante. Al final es la herramienta que tenemos para experimentarnos en la vida. Yo venía de 15 años de escribir y publicar poesía, una poesía muy del cuerpo, donde el cuerpo está muy presente. Para mí es importante: yo vivo a través de mi cuerpo y no concibo una historia sin que el cuerpo tenga protagonismo.

—Al inicio de la novela, a Boulder le causan desazón los niños. ¿Qué le provoca desazón a Eva Baltasar?

—Defíneme «desazón».

—Diría que es una mezcla entre un poco de angustia y bastante mala leche.

[Risas] Vale, a mí las injusticias me provocan bastante mala leche [vuelve a reír], ¡y puede que angustia también! Simpatizo con la parte que está sufriendo la injusticia. Pero cada vez lo vivo todo con más tranquilidad, sabiendo que, si tú quieres, de cualquier situación que vivas, aunque te parezca injusta, puedes aprender algo, y puedes trabajar para ser mejor persona, para sobrellevar eso de otra forma, para crear una sociedad más justa. Pero me cuestan las injusticias cuando las veo infligidas sobre otros, no sobre mí.

—La novela se aleja de una visión que es casi normativa de la maternidad, acompañada de un embarazo muy feliz. ¿Cómo es la maternidad en la novela?

"No hay una cara y una cruz. Maternidades hay tantas como madres"

—Creo que hay dos maternidades muy extremas: Samsa, que es una mujer que es supercoherente, que sabe lo que quiere, lo exige y lo obtiene. Vive la maternidad, un embarazo muy feliz, con exuberancia; y luego está Boulder, que no tiene ningún tipo de instinto maternal, los niños la molestan, y ella no quiere ser madre y cometer el error de asumir una maternidad no deseada, pero también lo asume y logra vivir su maternidad a su manera. No es cuestión de hacer spoiler, pero sí es cierto que al final, creo, Boulder logra una maternidad muy salvaje y muy libre, que es válida. La suya es ver a la niña cuatro días al mes, y está contenta, le va bien. Samsa le cubre el resto. Lo importante es que un niño no quede desatendido. Son maternidades que no creo que sean las únicas. No hay una cara y una cruz. Maternidades hay tantas como madres. Yo sí que he sido madre gestante en dos ocasiones. Me he sentido muy Samsa, muy exuberante y muy feliz, pero a la vez me he visto a mí misma con la mirada de Boulder. Me identifico con Boulder porque sí que me he juzgado en algunos momentos. Encontrarme en una clase de preparación al parto, rodeada de más mujeres embarazadas superfelices y yo estar incomodísima y preguntarme: “Pero, ¿qué estoy haciendo aquí? ¿Lo hago porque toca? ¿Lo hago por encajar en esa especie de construcción social acerca de lo que tiene que ser la perfecta maternidad?”. Pues no, en ese momento decidí hacer un ejercicio de coherencia y si aquí no estoy a gusto, me largo. No significa que sea mejor o peor madre, me largo y ya está. Lo interesante es que cada cual viva su maternidad, su paternidad, de una forma coherente con uno mismo.

—La cocina salva a Boulder. ¿Qué salva a Eva Baltasar?

—La soledad me salva, porque me da ese tiempo para estar conmigo misma, para conectar, para saber qué quiero hacer con ese tiempo de vida que tengo, que no sé cuándo va a terminar. Esto hace que tenga más claras cuáles son mis prioridades y cuándo estoy con los demás, porque al final hemos venido a compartir. Estar sola me sirve muchísimo para estar más presente cuando estoy compartiendo mi vida con la gente que quiero. Hay más cosas: la literatura también me salva. Poder escribir y leer me salva.

—Tras el éxito de su primera novela, ¿qué espera que ocurra con Boulder?

"Yo escribo sin pensar en los lectores, escribo para mí, y luego me desentiendo del resultado porque estoy en paz, porque he escrito lo que yo quería escribir"

—¡Uy!, yo no espero nada, nunca, nada de nada. Lo que sea, lo que tenga que ser. Permafrost salió y fue como un boom, y yo muy contenta y agradecida a lectores, a libreros que recomendaban mi libro, a los medios que habéis hablado de él… Y con Boulder no tengo ni idea. Yo escribo sin pensar en los lectores, escribo para mí, y luego me desentiendo del resultado porque estoy en paz, porque he escrito lo que yo quería escribir. Si no gusta, mala suerte; si gusta, genial. Boulder precisamente salió el 12 de marzo, dos días antes de empezar todo. Fueron cayendo todas las presentaciones. Iba a viajar a Madrid a presentarlo, a varios sitios… Al final no se hizo nada, y yo he ido acompañando el libro como he sabido. Creo que si esto es lo que tiene que ser, se hará lo mejor para el libro, y ya hará su recorrido, y quien quiera leer, por supuesto lo va a leer. Se puede seguir comprando literatura y leyéndola en casa. Entonces, no espero nada. Me gustaría que gustara. Pero voy a aceptar lo que venga, porque estoy en paz.

—¿Qué papel tienen los escenarios en su novela?

Permafrost era una novela sin paisaje. En Boulder hay exteriores. Al escribirla me di cuenta de que iban saliendo paisajes y que eran muy importantes. Paisajes vastos, sin gente, un poco desolados, con horizonte. Chile, el océano, la isla de Islandia, son un reflejo de las protagonistas y para Boulder son una forma de dialogar consigo misma. Al final, cuando la vemos en aquel barco, en un crucero trabajando. Los momentos que tiene paz son los momentos en que puede salir y mirar el horizonte. Son espejos de la inmensidad interior que tienen las protagonistas.

Boulder es el segundo título de una trilogía. ¿Sobre qué va a tratar el cierre?

"En Mamut, la tercera, vamos a encontrar a otra mujer que en primera persona nos cuenta su vida, y es otra solitaria"

—En Mamut, la tercera, vamos a encontrar a otra mujer que en primera persona nos cuenta su vida, y es otra solitaria. Las tres son grandes solitarias. Pero el tema de la maternidad que se insinuaba en Permafrost y que en Boulder coge más cuerpo, en Mamut va a seguir porque es una mujer que sí quiere ser madre, una madre sola. Vamos a ver cómo se desarrolla. También es una novela más rural, donde el paisaje tiene aún más peso, un paisaje de montañas… Estoy en ello. Tampoco te puedo avanzar mucho, porque a veces voy escribiendo y luego recorto y voy para otro lado. Pero en principio va a ser otra protagonista dura.

—Ha escrito también poemarios. ¿En qué género se siente más cómoda escribiendo? ¿A qué género, en el que aún no haya escrito nada, le gustaría aproximarse?

—¿Un género al que me gustaría aproximarme? No tengo ni idea. Empecé escribiendo poesía porque es lo que me salió, y llegué a la narrativa de casualidad. Estaba muy contenta escribiendo poesía, hasta que un día fui a una psicóloga que me dijo: “Te iría muy bien ir a casa y hacer un ejercicio de escribir en cuatro páginas tu biografía para estructurarte”. Yo lo hice, pero me di cuenta que era aburridísimo. Ahí descubrí la voz de Permafrost. Una mujer que empezó hablando de mí y al final se fabuló y salió una novela completamente ficticia. Encontré una forma de expresarme sin abandonar la poesía. No siento que haya abandonado la poesía. La narrativa me ha dado algo que la poesía no me daba. Es un proyecto largo, y eso me encanta. Un poemario en dos o tres meses está. Una novela es un trabajo de un año o un año y pico. Y es un año de levantarme enamorada de una historia. Esto me gusta muchísimo. También el hecho de crear una tercera voz, un personaje, una tercera persona, la protagonista, me da como mucho aire. Yo venía de escribir una poesía muy intimista, muy del ego, y al final, sin darme cuenta, tanto hablar desde el ego crea una burbuja un poco tóxica. Con una protagonista ahí, hago que diga lo que le apetece, que al final son cosas que yo pienso, que he sentido, que opino… pero es ella, no soy yo. Esto es para mí muy sanador. De momento voy a seguir por aquí porque me apetece y porque me encuentro muy cómoda. Ahora, yo qué sé más adelante, ya lo veré. Si siento que tengo que hacer otra cosa la haré; si no, no. No puedo anticipar.

—¿Somos todos una piedra?

—No sé. No sé qué somos. Me gusta pensar cómo nos sentimos. A veces me he sentido una piedra, y puedo ver a otra gente y pensar: “¡Ostras! Son como una roca”. Pero igual no se sienten así. Al final lo importante es cómo se siente cada cual, y si eso le hace sentir bien. Porque si eres una piedra y te sientes bien, perfecto. Si eres una roca y sientes que estás soportando cosas que no deberías soportar, pues esto no está tan bien.

—¿Suele planificar sus novelas y su escritura?

"Me pongo a escribir y nunca sé cuándo se terminará la novela, qué personajes van a aparecer…"

—No. Nunca. Para nada. Me pongo a escribir y nunca sé cuándo se terminará la novela, qué personajes van a aparecer… Cada día me sorprendo descubriendo cosas. Soy muy intuitiva. Hay gente que dice que hay dos tipos de escritores: los que escriben con mapa, lo tienen todo trazado y todo localizado; y los que van con brújula. A mí una vez me dijeron: “Tú eres de brújula”. Yo pensé: “Puede ser”. Pero creo más que soy como de mirar las estrellas, ¡es que ni brújula! Sería incapaz de planificar.

—¿Cómo elige o como desecha la historia que merece ser contada?

—Creo que la historia me va eligiendo un poquito. Se me va presentando sola o me elige a mí, no sé. Voy escribiendo y voy viendo que por ahí voy bien. Es una cuestión instintiva que no sé explicar. A veces cojo un derrotero y voy por ahí, y digo: “¡Ostras!, esto no”. Pero es instintivo, no es que detecte elementos… Lo que sí que hago es meterme mucho, muchísimo, en la piel de la protagonista y que para mí sea creíble todo lo que hace. “¿Yo en esa situación habría podido actuar así? Sí”. Pues entonces va bien. Yo actúo raro, también lo sé [Risas]. Todo lo que escribo podría haberlo hecho o podría haberlo pensado, porque me dejo guiar por mi propio instinto. Esta sería mi única hoja de ruta: ponerme en su piel y ver si por allí yo podría pasar o no.

—¿Nos puede comentar qué libros está leyendo?

—Ahora mismo casi nada. Para escribir y leer me gusta estar sola. Tengo la suerte de poder trabajar en casa y durante el día mi mujer y mis hijas se iban: una a su trabajo, otra al instituto, al cole… y pasaba muchas horas sola en casa. Ahora estamos las cuatro aquí y me cuesta un montón. He leído y me ha gustado Emilie Paine (Todo lo que no puedo decir); durante este período de confinamiento releí a Nikos Kazantzakis (Cristo de nuevo crucificado); releí también a Deborah Levy… releí la autobiografía de Doris Lessing, que me encanta. Tengo también los de cabecera: Sylvia Plath, una poeta que leo a menudo.

—¿Qué libros le han influido como autora?

"Creo que la poesía de Anne Sexton y Sylvia Plath me ha influido mucho como poeta, y esto quiere decir que me han influido como autora, escriba lo que escriba"

—Creo que la poesía de Anne Sexton y Sylvia Plath me ha influido mucho como poeta, y esto quiere decir que me han influido como autora, escriba lo que escriba. También Mercé Rodoreda es una autora que me encanta, lo tiene todo, tiene prosa cargada de poesía y de lecturas políticas muy interesantes. Me encantan los escritores norteamericanos de mediados del siglo XX: Philip Roth, Lucia Berlin, James Salter, John Cheever… ¡Me gustan muchísimo! Me crié mamando Antonio Machado, García Lorca, Salinas… los poetas españoles.

—¿Para qué sirve la literatura?

—Cada cual sabrá. A mí me sirve para vivir de forma poética, que es algo que me encanta. Es una pregunta que tiene que responder cada cual, creo yo.

Fotos: David Ruano

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Raquel Jiménez Jiménez

Chica prensa (gabinete de comunicación) y estudiante aficionada a la Historia. A veces hago reseñas y entrevistas. Me encanta el teatro, ¿Qué sería de nosotros sin él?

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