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Eugenio Salomón Rugarcía: De Alekhine a Kasparov o cómo jugar a la ciega en el tablero de la vida  (II) - Zenda
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Eugenio Salomón Rugarcía: De Alekhine a Kasparov o cómo jugar a la ciega en el tablero de la vida  (II)

 “Quien sabe de lo que habla no necesita levantar la voz”. Leonardo Fin de la guerra y primeros estudios. Ajedrez. Casimiro Rugarcía   Frecuentemente mi esposa Beatriz me pone mi postre favorito, melocotones en almíbar y como le sucedía a Marcel Proust desencadenan en mí recuerdos tan vívidos que  parece que están sucediendo ahora mismo,...

 “Quien sabe de lo que habla no necesita levantar la voz”.

Leonardo

Fin de la guerra y primeros estudios. Ajedrez. Casimiro Rugarcía

 

Frecuentemente mi esposa Beatriz me pone mi postre favorito, melocotones en almíbar y como le sucedía a Marcel Proust desencadenan en mí recuerdos tan vívidos que  parece que están sucediendo ahora mismo, afirma Eugenio con un atisbo de complacencia.

Esto ocurrió el otro día cuando volví a saborear este manjar para mí exquisito. La imagen del regreso a San Bernardo una vez hecho el periplo francés y zamorano fue muy desalentadora. Recuerdo con un especial cariño el día de mi noveno cumpleaños. Mi madre me pregunto qué quería de regalo: ¡Una lata de melocotones en almíbar, le conteste sin vacilación! Después de pasar hambre y recordando los días de comer tan solo algarrobas, los melocotones llegan a ser el mejor «juguete».

Tras concluir mis estudios primarios ingresé en el Instituto Jovellanos de Gijón donde hice hasta cuarto de bachiller, luego, cuando nos trasladamos a Madrid concluí allí los de quinto, sexto y séptimo en el Ramiro de Maeztu.

Mi primer contacto con el ajedrez llegó en la casa donde nací en la calle de San Bernardo. Fue allí, en 1941-2, cuando mi padre me enseñó a mover las piezas. Eran aquellos años difíciles de la post-guerra cuando todo se veía aun en “blanco y negro”. Los únicos tonos grises eran los del: «paisaje gris bajo norteño, gris cielo anubarrado de costumbre» que decía el poeta-ajedrecista Dr. Casimiro Rugarcía.

La familia Salomón al completo: Roberto jr, Roberto senior, Carmen, Ana Maria, Juanita, la madre y Eugenio en 1941, cuando el padre enseñó al pequeño Salomón a jugar al ajedrez © E. Salomón

"Como consecuencia de la Guerra Civil, mi padre decidió abandonar España con dirección a Francia, donde luego sufrió el encarcelamiento en los campos de concentración que los nazis tenían en la Francia ocupada."

La Guerra Civil Española, en la que murieron más de 500.000 personas, me robó mi infancia. Las consecuencias de ella, entrelazadas con la II Guerra Mundial y la salida forzada de mi padre de España, me privaron de compartir la vida con él durante los 10 años más críticos de mi vida —con la excepción de algunos meses en 1941, cuando me enseñó a jugar al ajedrez—. Inscritos en el Consulado alemán al nacer los 4 hermanos teníamos la ciudadanía alemana de mi padre, hasta que Hitler nos quitó la ciudadanía el 14 de mayo de 1940, por decreto del gobierno, al ser judíos. Desde el punto de vista religioso, éramos católicos practicantes, pero para Hitler, «la cuestión judía» no era de religión, sino de raza. Habiendo perdido mi nacionalidad alemana, me convertí en ciudadano cubano porque, según la ley de entonces, de aquel país, si una persona no tenía derecho a reclamar la ciudadanía de su padre, podía reclamar la nacionalidad de su madre con todos los derechos y deberes de un nativo. Esta «conexión cubana» fue la razón por la que, en 1943, mi padre puso todas sus cosas en una maleta y viajó a Cuba. Abandonar España fue la condición impuesta para su liberación del encarcelamiento en un campo de concentración de Aranda de Duero, por lo que decidió iniciar una nueva vida en el «Nuevo Mundo». Debido a que entre 1936 y 1947 sólo pude convivir con él durante unos pocos meses de 1942, cuando fue liberado del campo,  mis recuerdos son escasos pero tan vívidos como si estuvieran sucediendo ahora.

Los padres de Eugenio, Juanita y Roberto el día de su boda en Gijón ©E. Salomón

Mi padre logró sobrevivir a la Guerra Civil española en Madrid, mientras mi hermano, mis hermanas y yo vivíamos con la familia de mi madre a más de 450 km de distancia. Como consecuencia de la Guerra Civil, mi padre decidió abandonar España con dirección a Francia, donde luego sufrió el encarcelamiento en los campos de concentración que los nazis tenían en la Francia ocupada. También pasó algunos meses enrolado en el ejército británico como «voluntario», antes de Dunkerque.

Debo confesar que no amé a mi padre de la forma habitual en que lo hace un niño que ha jugado e interactuado con su progenitor durante la infancia o la adolescencia. Sin embargo, él es el hombre al que más he admirado, por la integridad de su carácter y saber sobrevivir, tanto a la adversidad como a la injusticia, conservando su buen ánimo mostrándose siempre libre de resentimientos.

El ajedrez como refugio

Solía contarme, afirma Eugenio, cómo el ajedrez le ayudó a sobrevivir cuando se encontraba  en cautiverio. Creo que esa ausencia de mi padre pudo haber sido el origen de mi pasión por el ajedrez. Tal vez fue una reacción psicológica para tratar de aferrarme a mi ausente figura paterna. ¿Quién sabe?

Al poco tiempo de aprender el movimiento de las piezas, empecé a reproducir las partidas de los maestros. Lasker, Capablanca y Alekhine fueron un buen punto de partida. Gracias a Capablanca y a su claridad de pensamiento, llegué a amar el final. Lasker (me da vergüenza reconocerlo) no me impresionó demasiado. Pero Alekhine, con su estilo combinativo y su enfoque dinámico del ajedrez, supuso una revelación. ¡Me enamoré del ajedrez!

"El centro neurálgico de la actividad ajedrecística de Gijón se encontraba en el Casino de la Unión de los Gremios, en la calle Corrida, justo en el centro de la ciudad. Alekhine era un visitante habitual."

Por suerte, a principios de los años 40 el gran Alekhine, que se encontraba en su segundo reinado como campeón del mundo de ajedrez, se instaló en España, pasando largas temporadas en mi ciudad natal, Gijón, al lado del mar. Por aquel entonces, él era paciente de mi tío, el Dr. Rugarcía (quien también era un ávido jugador de ajedrez y del que más adelante hablaremos).

El centro neurálgico de la actividad ajedrecística de Gijón se encontraba en el «Casino de la Unión de los Gremios«, en la calle Corrida, justo en el centro de la ciudad. Alekhine era un visitante habitual. Su hotel estaba a sólo unas manzanas del local, al final de la calle que desemboca en el puerto de los pescadores.

Paseando con Alekhine por la calle Corrida

Nunca olvidaré la noche en que mi tío me pidió que acompañara a Alekhine a su hotel, diciéndome: «No debemos dejar que vaya solo». Tenía unos 15 años en ese momento  y  nadie se puede imaginar lo orgulloso  que iba caminando, cogido del brazo de mi ídolo, ¡Alekhine!, aunque sólo fuese durante unas cuantas manzanas. Recuerdo vívidamente que apenas hablamos pero en un momento dado de nuestro paseo me dijo: «Joven, el ajedrez no es algo a lo que se deba dedicar toda una vida». Ese consejo marcaría toda mi existencia.

Un aspecto del Gijón de finales de los años 20 donde Eugenio nació.

En julio de 1944, Alekhine participó en el I Torneo internacional de Gijón. Yo colaboraba como ayudante y echaba una mano a los organizadores dondequiera que me necesitaran: colocando las piezas en el tablero antes de la partida y recolocándolas más tarde, o asegurándome de que cada jugador tuviese agua o café o lo que fuera necesario.

"Recuerdo que a finales de 1944, precisa Salomón, Alekhine, dio una sesión de partidas simultáneas contra los 10 mejores jugadores de Gijón. Ganó todas las partidas."

Impulsivamente, tal vez movido por el sentido histórico del momento, rogué a mi madre que me comprara un nuevo juego de ajedrez. Ella me consiguió un hermoso conjunto tallado en madera y a la tarde siguiente y varios días sucesivos, esas piezas fueron cuidadosamente alineadas sobre el tablero en el que «El Genio» estaba a punto de jugar.

Con estas piezas compradas por la madre de Eugenio jugó Alekhine algunas tardes del torneo de Gijón de 1944. © E. Salomón

Y seguidamente, con un tono nostálgico impregnado de evocadores recuerdos, Gene revive uno de los momentos más significativos de su juventud, el encuentro con su admirado maestro Alekhine, en una partida que le marcaría para toda su vida ya que en un momento determinado del final el joven jugador pudo entablar la partida si llega a percatarse de un movimiento preciso de caballo que no llegó a realizar.

Recuerdo que a finales de 1944, precisa Salomón, Alekhine, dio una sesión de partidas simultáneas contra los 10 mejores jugadores de Gijón. Ganó todas las partidas. Tuve el privilegio de ser el último en finalizar mi  partida contra él, mano a mano, en un final muy igualado. En ese momento, los comentaristas que seguían las partidas aseguraron que debía haber sido capaz de obtener un empate, pero supongo que no estaba destinado a ello. Esto ocurrió hace siete décadas.

Mi primera partida contra un campeón del mundo

Alekhine no sólo era el campeón del mundo reinante en el momento en que jugué con él estas simultáneas, también era mi ídolo. Había analizado todas sus partidas con creciente asombro. Esta partida fue publicada aquel mismo año y el análisis descubrió que con 45…Cd3!, el final de alfil vs caballo debería haber sido tablas.

Alekhine, Alexander – Salomon, Eugene [C24] Simultáneas a 10 tableros, (Gijón, 2-Agosto-1944)

1.e4 e5 2.Ac4 Cf6 3.d3 Cc6 4.f4 d6 5.Cf3 Ae7 6.0–0 Ag4 7.c3 0–0 8.b4 exf4 9.Axf4 Ce5 10.Ab3 Cg6 11.Ae3 d5 (han pasado casi setenta años, pero recuerdo claramente que con el movimiento 11…d5, sentí que acababa de igualar) ,12.Cbd2 dxe4 13.Cxe4 Cxe4 14.dxe4 Dd6 15.Ad4 Af6 16.Dd2 Tad8 17.Tad1 De7 18.De3 Axd4 19.Txd4 Txd4 20.Cxd4 a6 21.Dg3 Ac8 22.Te1 Ce5 23.Cf5 Df6 24.Tf1 Rh8 25.De3 b6 26.h3 g6 27.Dh6 Te8 28.Ce3 Dg7 29.Dh4 g5 30.Dg3 Ae6 31.Cf5 Axf5 32.exf5 f6 33.Td1 De7 34.h4 h6 35.hxg5 hxg5 36.De3 Td8 37.Td4 Rg7 38.a3 Th8 39.Ae6 Td8 40.De4 c5 41.bxc5?! Dxc5 42.Rf1 Txd4 43.cxd4 Dc1+ 44.Rf2 Dd2+ 45.Rg3 

"Y de esta forma un tanto decepcionante concluyó mi primer encuentro con un campeón del mundo que además era mi ídolo, pero con la enorme satisfacción de haber podido realizar un juego digno para un joven de 15 años."

Después de 40 movimientos, la posición parece muerta, incluso para el programa Fritz. En aquel momento Alekhine ya no se movía de mesa en mesa dado que el resto de las partidas habían finalizado con victoria suya y estaba sentado frente a mí. 45…Dd3+?. este movimiento lo realicé empujado por el pánico; vi que las blancas amenazaban 46.Db7 + y 47.Df7 seguido de jaque mate. Nunca hay que dejarse llevar por el pánico en el ajedrez, sentencia Gene. Las blancas no podían permitirse el lujo de mover tan lejos su dama, ya que recibirían mate en primer término, tal como demuestra Fritz: 45…Cd3 tablas: 46.Ad5 Rh6 47.Rh2 Cf2 48.De8 Cg4 + 49.Rh3 Cf2 + etc.

45…Dd3+?!  46.Dxd3 Cxd3 47.Ac4 Ce1 48.Axa6 Cc2 49.Rf3 Cxd4+ 50.Re4 Cc2 51.a4 Rf7 52.Ab7 Re7 53.Rd3 Ca3 54.Rc3 Rd6 55.Aa6 Cb1+ 56.Rc2 Ca3+ 57.Rb2 b5 58.Rxa3 bxa4 59.g4 Re5 60.Rxa4 1–0

Y de esta forma un tanto decepcionante concluyó mi primer encuentro con un campeón del mundo que además era mi ídolo, pero con la enorme satisfacción de haber podido realizar un juego digno que para un joven de 15 años era mucho más de lo que hubiera podido soñar antes del inicio, concluye el maestro gijonés.

© E. Salomón De izquierda a dercha: Félix Heras, futuro presidente de la FEDA, Eugenio Salomón, Alekhine, el profesor Juan Fernández Rúa, el Dr. Muñiz, su hijo y el jugador local José Morán.

Casimiro Rugarcía, médico de cuerpos y almas

Por aquel entonces todas las cosas buenas eran “de antes de la guerra”. Las gentes habían sido “de derechas o de izquierdas”, rojas o azules, “germanófilas” o “anglófilas”.

Mi pasión por el ajedrez iba en aumento de día en día y en unos cuantos meses, cuando ya mi padre no era “rival” en el tablero y llegaron refuerzos: mi tío, el famoso medico gijonés Casimiro Rugarcía, un gran aficionado al ajedrez con el que jugué mucho hasta que cuando vio que podía jugar mano a mano con él, decidió llevarme a su tertulia habitual en “El Casino de la Unión de los Gremios”.

El Campeón del Mundo Alekhine en plena concentración.

“Tío Casi”, como lo llamábamos en la familia, fue desde niño un referente en mi vida. Era hermano de mi madre y entre otras muchas cosas fue además de cantante, pintor, poeta y un gran aficionado al ajedrez además de médico personal de Alekhine cuando el campeón del mundo visitaba Gijón. 

El Dr. Casimiro Rugarcía. ©E. Salomón

La familia Rugarcía tenía cinco hijos, dos varones y tres niñas María Herminia, Casimiro, Lucrecia, Juanita y Eugenio. Todos ellos fueron buenos pintores, preparados  durante  años por Don Nemesio Lavilla y todos estudiaron música clásica. El más artista, Casimiro, a quien llamábamos como digo «tío Casi», se fue de joven a Italia a tomar cursos avanzados de pintura y a educar su voz lírica. Cuando regresó, estudió la carrera de Medicina, se estableció en Gijón y tuvo el trauma de un matrimonio que no funcionó. En la vieja España eso era «casi deshonroso».  “Pienso que semejante fiasco fue el origen de su pasión por el ajedrez, un refugio que ayuda a olvidar las penas, aparte de ser estímulo mental. Como buen artista era un jugador con un gran sentido de la belleza de las combinaciones. Quizás un jugador de segunda, pero siempre peligroso.

"Sucede a veces que, personas con hipersensibilidad acusada, frecuentemente tienen episodios cercanos a la locura y mi tío Casi no pudo mantenerse ajeno."

Todas las tardes, religiosamente, estaba en «El Casino» jugando contra su amigo, el Oculista Dr. Pedro del Río…quien, recuerdo, me graduó la vista en su consulta a mis 14 años. Como tenía miopía un día en su casa me hizo mirar desde la ventana a la Playa San Lorenzo con las lentes de graduar. Descubrí por primera vez el profundo y hermoso azul del mar y su contraste con el amarillo de la arena. Tio “Casi” era un buen médico con alma de artista, educación renacentista y con un carácter afable. El ajedrez le absorbía por completo mientras tarareaba su música preferida buscando combinaciones. Contaban los amigos que un día, distraído, echó el peón que acababa de «comer» en su café expreso y empezó a revolver como si fuera un terrón de azúcar. Ajedrecísticamente, aprendí de él el amor a las combinaciones con los caballos, algo que me vino muy bien en mi partida con el maestro ruso Murzin Lenar en el Open de Filadelfia de 1998.

Sucede a veces que, personas con hipersensibilidad acusada, frecuentemente tienen episodios cercanos a la locura y mi tío “Casi” no pudo mantenerse ajeno. Durante una temporada estuvo recluido en la clínica psiquiátrica de su amigo y ajedrecista Dr. José Salas. Gracias a Dios se recuperó por completo a pesar de que los tratamientos por aquel entonces incluían «electro-shocks». Su recuperación —yo creo— fue la obra de un ángel de la guarda vestido de enfermera. Desde el punto de vista artístico como alguien que ha pasado horas sin fin admirando los cuadros en los museos de Madrid, Barcelona, New York y París, entre otros, puedo asegurar que tío “Casi” fue un pintor de categoría. En mi casa de Nueva Jersey conservo un retrato de mi madre pintado por él al que tengo un gran cariño.

Retrato de la madre de Eugenio, Juanita, pintado por su tío Casimiro Rugarcía. © E. Salomón

Como poeta, publicó en Madrid en 1971 un libro titulado Paginas de mi Diario cuya copia dedicada guardo como un tesoro. En  «La Hoja del Lunes de Gijón», de fecha 13 Diciembre de 1971, Pablo Morán publicó un hermoso artículo profundo y sentido. 

Portada del poemario de Casimiro Rugarcía, obra maestra de la poesía asturiana.

Mis recuerdos más imborrables, prosigue Gene, son los de esas tardes en el “Casino de la Unión de los Gremios” donde cada tarde se reunían desde los “habituales” como mi tío “Casi” que diariamente jugaba contra su amigo el oculista Don Pedro del Río, hasta el Sr. Delgado, siempre buscando “corderitos” que no vieran sus jaques dobles y otros asiduos a las tertulias de café. También iban de vez en cuando los dos jugadores más fuertes de la época Manuel de las Clotas y Antonio Rico, ambos de verdadera talla nacional y era por supuesto una gran oportunidad el jugar con ellos. También lo frecuentaban el profesor Don Juan Fernández Rúa, el psiquiatra Dr. Salas y el genial Vicente González, de León, figuras todas ellas destacadas que acudían casi diariamente al centro. Otros habituales que recuerdo muy bien eran el Dr. Muniz,  Madreira y Luis Gallego. Alguna vez venían también los fuertes jugadores Bonet y Mampel. Y siempre, por supuesto, estaba allí el talento organizador de la época: Don Félix de las Heras, que con el tiempo llegaría a ser  presidente de la FEDA (Federación Española de Ajedrez).

"El Alcázar de Madrid con su típico sensacionalismo publica: Sale otro Arturito Pomar. Se llama Salomón, tiene 14 años y ya le ha ganado al Campeón de España Sanz."

Muy pronto, creo que en 1944, entra en escena quien sería por muchos años una luminaria del ajedrez español: Román Torán Albero, futuro Presidente de la FEDA y Vicepresidente de la FIDE, (Federación Internacional de Ajedrez). Junto a él comienzan a despuntar otros jóvenes valores como Ramón del Olmo y Pablo Morán o un poco más tarde el médico estomatólogo Máximo López García-Riaño, que falleció en 2012 y sería subcampeón de España en 1959 clasificándose para jugar el zonal para el campeonato del Mundo de 1960.

Máximo López

 

Román Torán, amigo y rival de Eugenio Salomón al (© Club d´escacs sant Andreu)

©E.Salomón Francisco José Pérez se enfrenta a Eugenio Salomón en Gijón 1947

(Chess Review) Participantes en el Torneo de Gijón de 1947: Morán, Medina, Torán, Pomar, Fuentes, F.J.Pérez, Salomón, Rico, Dr. Salas, Wood, Prins, Del Olmo, Bonet, de las Clotas.

Volviendo a la competición recuerdo que mi primer torneo de ajedrez fue en 1943 en tercera categoría de Educación y Descanso. Quedé primero seguido de Benigno Arribas y Ramón del Olmo. Al mes siguiente participé en el de segunda categoría también de E y D, que ganó José Luis Leicher seguido por mí con medio punto menos. Leicher fue uno de los jóvenes jugadores más prometedores de aquel tiempo, murió desgraciadamente en plena juventud. Nunca se me olvidarán las tardes que con un tablero bajo el brazo tomaríamos el tranvía para pasarnos la tarde en Somio Park sentados en un rústico banco jugando al ajedrez.

En julio de 1943 fui con el equipo del Casino a Oviedo a jugar en el Centro Asturiano de La Habana. Ganamos +9-3=3, yo le gané mi partida a uno que llamábamos “El Andaluz”.  En Agosto de 1943 el nuevo Campeón de España, José Sanz, dió unas simultáneas contra 25 tableros en Gijón, fui seleccionado para jugar con él y le gané. El Alcázar de Madrid con su típico sensacionalismo publica: “Sale otro Arturito Pomar. Se llama Salomón, tiene 14 años y ya le ha ganado al Campeón de España Sanz».

José Sanz Aguado (Campeón de España 1943). © M.A.Nepomuceno

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Miguel Ángel Nepomuceno

Nace en León (1947).  Maestro Internacional de Ajedrez, durante 25 años se dedica profesionalmente a este deporte obteniendo el título de Campeón de España Escolar así como varios otros títulos nacionales e internacionales. Juega 20 campeonatos de España absolutos y por Equipos de primera división quedando en siete ocasiones campeón nacional por equipos.  Como autor de libros sobre ajedrez tiene  una dilatada trayectoria con 18 libros publicados en los apartados de biografía, apertura, estrategia y táctica, torneos e Historia del Ajedrez, e investigación. Como traductor ha vertido al español diez libros sobre biografías, historia y teoría del juego. Ha dirigido dos revistas de Ajedrez  y colabora en diversos medios nacionales y extranjeros. Es vicepresidente de la Asociación de Historiadores de Ajedrez de España, cargo que lleva desempeñando desde hace 22 años. Como periodista desarrolla durante 40 años una prolongada carrera como redactor en el Diario de León en las secciones de Cultura, Investigación e información nacional así como crítico especializado de música clásica en las revistas Scherzo, Ritmo y Ópera Actual. Desde 2011 colabora en La Crónica de León y en Leonoticias. En 2011 obtiene junto a su paisano Santos Escarabajal el Premio Internacional de Periodismo Miguel Hernández.

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