No le he prestado atención. Supongo que tengo la curiosidad del periodista atrofiada o que mi ser analógico responde con abulia a cosas que me son y quiero lejanas.
Aprendí de mi padre, un sabio real, que en el planeta hay unos cuantos miles de millones de humanos mucho más sagaces que yo. “La cosa, hijo, es tratar de reducir esa cifra”. Desde entonces, mi reto diario es ese. Tratar de conocer y aprender de gente que en mi caso escribe infinitamente mejor que yo, practica el oficio de plumilla con más tino y ahorma opiniones con poso y por derecho. Quizá pueda aparentar hacerlo una máquina de esas pero, quia, es truco de trilero. No cotiza, no hay mérito y, me reafirmo, me despierta la misma curiosidad que el mecanismo de una lata de berberechos.
Lo que espero de esos cacharros es que me ayuden, no que me suplan; que imiten o tracen un retrato artificial de lo que realmente somos, un cúmulo de errores con intermitentes aciertos.
Que por obra y desgracia de la IA nada sea ya lo que parece es un espanto, el abono donde germina salvaje la desconfianza. Ni una imagen, la que antes hacía innecesarias las palabras, valdrá ya una mierda. No volveremos a creer en lo que vemos porque nos sentiremos cómodos en la sospecha, acurrucados en el embuste, que es el signo de estos malos tiempos donde no se erigen altares a la inteligencia humana sino que son la certeza de que nos precipitamos a un abismo de sospechas. ¿Y para qué? Ni pajolera, no tengo inteligencia real para dar con la respuesta correcta que santifique lo que por ahora me parece sólo un tedioso divertimento.
La sabiduría bebe de la memoria, de la experiencia, el esfuerzo, la repetición, la constancia, la tenacidad y nada, absolutamente nada, de un chusco algoritmo, tan manipulable como quieran sus creadores. Hay, creo, algo de cobardía en ese báculo digital, como si la vida real nos estorbara, incapaces de lidiar con ella y prefiriéramos una impostada, falsaria, ser unos remedos, fakes de nosotros mismos, una tachadura nada más que solo se puede enmendar en un mundo de broma, para qué luchar por ser mejores en el real ¿no?, toditos todos detrás del burladero del metaverso.
Será así entonces que los elegidos no serán los más sabios sino los más duchos. El saber ya no ocupará otro lugar que los terabytes de una máquina tan inteligente como fría y torticera. Para quien quiera esa bobería. Suya toda la IA. Yo me quedo aquí, en el lado de los tontos, me fio más de ellos. Son, somos, muchos todavía. Afortunadamente
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