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¿Estás muerto, Thomas Pynchon? - Miguel Ángel Santamarina - Zenda
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¿Estás muerto, Thomas Pynchon?

Me pregunto si solo fuiste un sueño, Thomas Pynchon. ¿Qué sé de ti? Que estudiaste ingeniería y literatura en la Universidad de Cornell. Como oficio reconocido: que escribías folletos técnicos para la compañía Boeing. Y que en tu único acto público enviaste a un cómico a recoger en tu nombre el National Book Award. Dicen...

Hace un par de semanas se supone que fue tu cumpleaños. ¿Cuántos ya? ¿83? Puede que lo celebrases con un muffin —puede que de chocolate, o a lo mejor de arándanos—, viendo una serie en Netflix y/o leyendo The New Yorker en el jardín de tu casa. Aunque yo tengo otras teorías: quizá hayas muerto de coronavirus —en un pasillo de un abarrotado hospital de Queens—; puede que estuvieses en 2001 en lo alto del World Trade Center; o que te diese un infarto durante un paseo por Central Park. Y mientras, yo sigo creyendo en ti: el escritor fantasma. ¿Cuánto tiempo va a seguir esta farsa?

Me pregunto si solo fuiste un sueño, Thomas Pynchon.

"Me niego a dar por buena la versión del National Enquirer. Ese hombre desvalido, que apenas puede mantenerse en pie, no eres tú. Es otro de tus juegos"

¿Qué sé de ti? Que estudiaste ingeniería y literatura en la Universidad de Cornell. Como oficio reconocido: que escribías folletos técnicos para la compañía Boeing. Y que en tu único acto público enviaste a un cómico a recoger en tu nombre el National Book Award. Dicen que vives en Nueva York, pero yo, a estas alturas, ya no me creo nada de lo que me has contado.

Me quedo un buen rato mirando esa foto en la que se te ve vestido de recluta. Ahora vivimos otra guerra mundial. Enfrente no están los Panzers de Hitler ni los acorazados japoneses, sino un enemigo escurridizo, letal e invisible. ¿Habrás vuelto a resistir otra vez, maldito? Necesitamos que Tyrone Slothrop nos vuelva a salvar, y solo tú puedes lograrlo.

A mí no me gustan los escritores previsibles, los que se dejan ver en la televisión, en las presentaciones de sus libros y ahora en las redes sociales. A mí lo que me gusta es el morbo; por eso te amo tanto. Igual que adoraba a Salinger: porque se escondió de todos nosotros y eso me permitió fantasear sobre él. Tú rizaste el rizo: fuiste el gran Houdini del club de los escritores fantasma. En ocasiones te imagino como ese Mago de Oz del final de la película. Escondido detrás de ese retrato de marinero, riéndote de todos nosotros, manejando los mandos de tu gran mentira, empeñado en continuar engañando a Dorothy, aunque ella —y nosotros también— ya te haya descubierto. 

Me niego a dar por buena la versión del National Enquirer. Ese hombre desvalido, que apenas puede mantenerse en pie, no eres tú. Es otro de tus juegos, otro de tus montajes, una más de tus fabulaciones. Prefiero pensar que, en realidad, eres un personaje de Los Simpson. No haces más que dejarme trampas, rastros falsos, y yo me los creo, ávido de ti como estoy.

"Como en tu libro: todo es verdad y todo es mentira. Sigo a V y pienso que puede que ella sea lo único cierto en este mundo distópico que estamos viviendo"

Veo Watchmen en la tele. Ni me gusta ni me disgusta. Después de ese vibrante primer capítulo, en el que Don Johnson nos recuerda lo bueno que era en Miami Vice y lo injustos que fuimos siempre con él, la adaptación televisiva de la famosa novela gráfica, que ha hecho mi admirado Damon Lindelof, me aburrió solemnemente. Lo mejor de esta distópica, apocalíptica y, también por momentos, estúpida serie es la historia del Doctor Manhattan / El Hombre Rubio / Ozymandias, el personaje interpretado por el actor Jeremy Irons. ¡Me recuerda tanto a ti! Te sueño creando criados —como los Mr. Phillips y Ms. Crookshanks de la historia de Alan Moore y Dave Gibbons— a los que destruyes una y otra vez. Como si fueran tus «negros», los escritores que escriben tus libros y a los que fulminas cuando han terminado un nuevo invento ácido y absurdo que llegará a las estanterías de las librerías de medio mundo. Una vez soñé —y hasta lo escribí— que había un «Club Pynchon», al que pertenecían los autores que acababan escribiendo tus novelas. Seleccionados en función de su estilo, éxito y personalidad, como si fuesen a ser reclutados para una secreta misión de la CIA.

Dejo de divagar.

Abro V. Como Herbert Stencil, creo que he perdido algo, aunque yo sí sé qué ha sido: mi libertad. Mientras cambio de fase intento recuperarla, leo las páginas de esta magnífica novela otra vez para conseguir volver a ser yo mismo. Como en tu libro: todo es verdad y todo es mentira. Sigo a V y pienso que puede que ella sea lo único cierto en este mundo distópico que estamos viviendo. Quizá nos quisiste avisar de algo y no te hicimos caso.

Siempre te he necesitado. Porque no eres sincero. Porque no eres real. Tu mentira ha sido mi verdad. Esa loca historia fálica que es Arco iris de gravedad fue tu gran broma, y la mía: creérmela. Nos han dicho que eres el gran novelista postmoderno, y es posible que no seas ninguna de las dos cosas, pero me da igual; te necesito, a ti y a tus engaños. Durante años tus seguidores hemos buscado una foto exclusiva de ti que fuera verdad. Cuántas esperanzas y también cuántas desilusiones; como cuando se suponía que habías hecho un cameo en la película de Paul Thomas Anderson. Otra maldita broma de las tuyas. Ya son demasiadas para mí.

Salgo a correr. Sigo pensando en ti. Entre los setos veo a alguien que me resulta familiar. Aprieto la zancada. Mi cabeza va a estallar. No puedo creer que todo esto haya pasado. No puedo más. Tengo que parar. Alzo la vista, y al fondo veo a Laszlo Jamf, y vuelvo a preguntarme: ¿Estás muerto, Thomas Pynchon? Espero que no.

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Miguel Ángel Santamarina

Nací en Burgos, y ahora vivo bajo las palmeras de Almuñécar. Estoy prisionero en Zenda desde sus comienzos. No me canso de darle a la tecla. En breve, publico un libro de historia, mientras le sigo dando vueltas a mi primera novela.

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