Fui a verme con mi hija de vacaciones en las vacaciones con su padre de Charlotte Wells, cuando ella era niña, pues la directora británica ha hecho una película, Aftersun, que cuenta esa trivialidad. Es una película muy extraña.
El caso es que la novela ha pasado página sobre este asunto de forma muy simple: que el lector piense lo que quiera. ¿Qué más da?
Con el cine, sin embargo, no sabe uno cómo tomárselo, dado que uno no tiene ni idea de cine. Cuando leo un libro de Houellebecq (digamos: cuando leo un libro suyo por primera vez) enseguida ese Houellebecq pasa a ser sus protagonistas, su tono, su visión del mundo, porque a fin de cuentas esta asunción da sentido a una marca. Sin embargo, cuando veo películas, nunca pienso que éstas tengan una relación particular con su director. El cine de Scorsese es violento, gangsteril, porque (piensa uno) simplemente eso es lo que le gusta a Scorsese, como le gusta a Tarantino la violencia o a Paul King hacer películas para toda la familia. De primeras, no parece necesario saber absolutamente nada de un director y de su vida, y de hecho la vida de los directores, dado que no protagonizan tantos escándalos como los actores, suele sernos por completo desconocida.
Así, cuando entro en la sala a ver Aftersun, sólo sé que está recibiendo buenas críticas (hay que verla) y que es autobiográfica (de alguna manera, la directora recuerda un verano real con su padre, recién divorciado de su madre).
La película, tomada zoológicamente, es impecable. Es decir: eso es un verano de divorciado con niña a tu cargo. El hotel con piscina y animadores que cantan muy mal, las horas muertas, las conversaciones desequilibradas entre adulto (padre) e infante (niña); los trazados relacionales efímeros con otros clientes del hotel, camping o resort. Fotos, días tristes, sensación de familia mutilada, bañadores y toallas, días alegres. Las vacaciones de una familia completa pueden ser un infierno, pero las de una familia incompleta son siempre un purgatorio. Es sólo una frase.
Aftersun, desde otro punto de vista, es muy buen cine. Había visto alguna imagen aquí o allá y pensaba encontrarme el coñazo habitual del cine realista, planos planos, escenas dialogadas sobre nada, realismo peor que la realidad. Wells, en rigor, plantea una película muy trabajada técnicamente, donde abundan las texturas, los saltos temporales, la sensación de puzle/memoria. Todo esto está muy bien y se vuelve auténtica virguería en una escena en plano fijo donde vemos una televisión que tiene detrás un espejo y, delante (no lo vemos), a la pareja familiar filmándose con la cámara conectada a la propia tele, que nos muestra lo que hacen. Cuando el padre le pide a la niña que deje de grabar, la pantalla de la televisión se apaga, y ahí vemos reflejados vagamente a los personajes; y si miramos a la izquierda del cuadro, vemos reflejado al padre en el espejo que hay detrás de la tele. Describir esta escena es complicado, como ven. Filmarla, seguro que también. Viene a decirnos (ya saben que el cine está para inventarse lo que quiere decir), viene a decirnos que somos muchos, y más recordados, reflejos consecutivos, memoria deformada, según quién la ofrezca o la materialice, tele, espejo, tele apagada.
Finalmente, tenemos la materia prima del filme, esas simples vacaciones niña/padre en Turquía (pasando simbólicamente por Torremolinos) y compuestas de días comunes y actividades regulares y momentos sangrantemente reconocibles. Despertar, comer, cenar, piscinear, comprar (alfombras), discusiones, máquinas recreativas, show nocturno de los animadores, excursiones campestres con guía… Todo vulgar, divertidísimo.
Entonces uno se fija en el padre. El padre es perfecto. O sea, nunca grita a la niña, apenas la regaña, es simpático con todas y cada una de las personas con las que se cruza, escucha a su hija, la apoya cuando se besa con un gordo, que además es inglés, inglés y gordo, primer beso: la apoya. No sé. Todo como quizá demasiado perfecto, amable, de never lose your temper, increíble.
Pero la directora se saca a sí misma de mayor, en unas escenas desconcertantes dentro de una discoteca, donde baila su padre, alocado, y ella, enfurecida. Luz estroboscópica. Hay ahí como odio.
Luego el padre se interna en el mar, como si fuera a suicidarse. Pensé en Un buen día para el pez plátano, de Salinger, aquí.
También hay una escena, que contempla la niña, de hombres besándose. Ella en el futuro tendrá un hijo con otra mujer. Pero la escena deja otro poso.
Lo peor que hace el padre es dormirse sobre la cama reservada (la grande) a la niña. Desnudo. Hay algún plano donde las manos del padre sobre el cuerpo de su hija sientan mal a la mirada.
En fin, diría uno que Wells busca (consigue) generar una oscuridad, un trauma seminal, un mal comportamiento, un rencor. Pero la película misma sólo cuenta la suerte que tiene una niña (que tuvo Wells) de tener un padre como ese. Nunca le habla mal de su madre. Cuando habla con ella por teléfono, se despiden con un: “Te quiero”.
¿Qué te ha hecho tu padre, Charlotte?
Es la pregunta (pero ¿qué le hizo su padre, si era un buen hombre?) que le he trasladado a otros espectadores de Aftersun, que quizá leen más los periódicos que yo. Uno me dice que, en efecto, ha visto muchas reseñas donde se interpreta que el padre se suicidó. Entonces la directora recordaría rencorosa a un padre abandonadizo, ausente sin perdón. Pero no es el caso, me dice este confidente. Según él, la película no trata del suicidio del padre, en absoluto.
Otra espectadora ilustrada me cuenta que la directora ha dicho en las entrevistas que dejó de verse con su padre, después o poco después de ese verano. ¿Por? Porque sí. “Porque le hacía mal”, me cuenta, “cortó la comunicación para siempre”. No hay (entiendo) gran motivo. El padre era tan extraordinario, amable y encantador que, claro, te dejas de ver con él.
La película, que me parece fascinante cara a cara, como tal película, como 90 minutos de imágenes, me deja la duda sobre su sentido profundo, casi no artístico, diríamos que personal. ¿Puedes odiar a tu padre, alejarte de él, sugerir oscuridades en los márgenes de su exquisita personalidad, sin razón alguna? Hay, si me apuran, algo ahí de capricho y niñatería, de buscar problemas al hecho aburridísimo de ser feliz, de tener un buen padre. Si no lo fuera a dejar ya (este texto), me veo diciendo que cierta necesidad de culpar al padre por ser hombre consigue aquí su más delirante plasmación. Mi padre era buenísimo, qué horror viví, amigas, qué horror.
Espero que mi hija no haga nunca una película sobre mí. Que no soy buenísimo.
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