Dicen que en Toledo se encuentra escondido en palacio de Hércules, que en Fisterra permanece oculto el sepulcro de una bruja y que el río Limia (Orense) pude hace perder la memoria a quien lo atraviesa. Estas y otras leyendas, así como lugares de culto y tradiciones, rescata Pedro García Cuartango en un libro en el que trata de descubrir si la siempre polémica identidad española se encuentra en sus secretos ancestrales.
En Zenda reproducimos el Prólogo de España mágica (Ediciones B), de Pedro García Cuartango.
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Prólogo
Homo sum, humani nihil
a me alienum puto.Publio Terencio Africano
Escribía Tucídides, un historiador ateniense que nació en el 460 a. C., que la historia es un incesante volver a empezar. He elegido su frase para abrir este prólogo porque refleja el cambio inherente a todo proceso histórico y, sobre todo, porque sugiere que hay un fondo que subyace en toda acción humana. Ese fondo sobre el que se construye la historia es biológico y a la vez cultural. Nada se explica sin esa combinación interactiva entre la genética y los valores y creencias que laten en una época.
Sostengo en este libro que es necesario profundizar en ese pasado para entender muchas de las actitudes, los valores, las costumbres y los ritos que han sobrevivido desde tiempos ancestrales y que siguen estando presentes en la sociedad española. Avanzo la tesis que subyace en mi trabajo: España es una nación o un país, como se quiera, cuya identidad es el resultado de la acumulación de una serie de sustratos o materiales de muy diversa procedencia, dada la condición de cruce de culturas de la vieja Iberia. Dicho con otras palabras, España ha sido un crisol donde se han fundido otros pueblos que dejaron una huella profunda desde los Pirineos a Gibraltar. Unos venían del norte de Europa, otros del Mediterráneo y otros de África.
La cuestión de la identidad nacional es un debate que se plantea en nuestro país desde que los Reyes Católicos unieron las coronas de Castilla y Aragón y acabaron con el último reino musulmán de la Península. Isabel y Fernando fueron los principales artífices de una unidad de España basada en la romanización y el cristianismo. Expulsaron a los judíos en 1492 ya que estaban convencidos de que eran ajenos y hostiles a esa identidad religiosa y cultural que se había ido forjando en la lucha durante la Reconquista. Los Reyes Católicos habían aprovechado una bula del papa Sixto IV para constituir la llamada Inquisición Real, cuya finalidad era perseguir las prácticas de los judíos. La Inquisición ya existía desde varios siglos antes, pero fueron ambos monarcas quienes le dieron un carácter político e institucional. El tristemente célebre Tomás de Torquemada fue nombrado inquisidor general. Con todos los matices que se quiera, la idea de un Estado unitario con una identidad nacional proviene de los Reyes Católicos. Antes se hablaba de las Hispanias, que eran el conjunto de los reinos cristianos.
Como ha ocurrido en otras muchas naciones europeas, el modelo ha funcionado durante más de cinco siglos. Pero ello no nos debería hacer olvidar la realidad histórica de que la Península fue el espacio geográfico donde convivieron pueblos de orígenes y formas de vivir diversos, que nos dejaron un legado arqueológico y monumental que todavía es posible rastrear. Por establecer unos límites temporales, podríamos apuntar que este periodo abarca desde la época de la construcción de los dólmenes y los menhires megalíticos, diseminados por todo el territorio español, incluidas las islas Canarias, hasta la unificación del Estado en el siglo XV tras la eclosión del Renacimiento. Hablamos de un lapso de tiempo de unos cinco mil años, diez veces más que la existencia de ese Estado unitario desde la España isabelina del «tanto monta, monta tanto». Algo deben de haber influido en nuestra mentalidad esos cincuenta siglos que hoy nos parecen tan lejanos y ajenos a la sociedad de internet y de las redes sociales en la que vivimos.
La polémica sobre la identidad nacional de España ya se planteaba, como decíamos, en los tiempos de la Reconquista, cuando los árabes fueron perdiendo su dominio sobre la Península. Pero para no remontarnos tan atrás, merece la pena recordar el debate entre Américo Castro y Claudio Sánchez-Albornoz, dos historiadores que vivieron en el siglo XX, que polemizaron sobre la esencia de esa identidad nacional. La cuestión sigue hoy abierta. En unos momentos en los que los nacionalismos cuestionan la unidad del Estado, tiene sentido volver atrás para comprender quiénes somos y los vínculos que compartimos.
Américo Castro, un filólogo nacido en Brasil en 1885, sostenía que España solo se podía entender a partir del cruce y la relación de tres culturas: la árabe, la judía y la cristiana. La cohabitación de los tres pueblos había dado a luz un híbrido que constituía la especificidad de España respecto a otras naciones europeas como Francia o Alemania. Esta tesis era combatida enérgicamente por Sánchez-Albornoz, un republicano progresista, que sostenía que la base de la identidad era el sustrato romano y cristiano que se había impuesto tras la expulsión de los árabes y los judíos.
Estoy más cerca de la tesis de Castro que la de Sánchez-Albornoz, aunque es verdad que los cinco siglos transcurridos desde la caída del último reino árabe de Granada han agudizado el carácter católico y romano de España como un barniz que oculta las capas más profundas de una veta de madera.
Podría decirse que el mito de la limpieza de sangre, ligado a la tradición de los hidalgos castellanos, dominó el relato histórico y la mentalidad española hasta tiempos muy recientes. El franquismo fomentó este estereotipo a través de las escuelas, en las que se estudiaba la asignatura llamada Formación del Espíritu Nacional, dando por sentado que las naciones tienen alma como las personas. En esa materia que yo estudié en el bachillerato impartido por los jesuitas en Burgos en los años sesenta, se defendía la existencia de una raza española, ligada a valores como la reciedumbre, la fe católica y una nostalgia por el imperio perdido.
Una somera lectura de la historia desmonta esta visión tópica, muy vinculada a la ideología de la dictadura franquista. España no es diferente, como decía la propaganda del régimen, sino que es diversa y plural. En todo caso, lo que la hace distinta es paradójicamente esa mezcla de culturas y pueblos que llegaron a la Península por razones que desconocemos y sobre los que sabemos muy poco. Ese desconocimiento ha determinado el uso en este libro de la palabra «mágica», que hace referencia a las creencias de esos pueblos con religiones anteriores al cristianismo que divinizaban las fuerzas de la naturaleza y recurrían a los mitos para explicar fenómenos que escapaban a su comprensión. Parte de esas viejas tradiciones populares sobrevivió en el cristianismo bajo otras formas perfectamente reconocibles. Este volumen abunda en ejemplos.
Otra idea esencial para comprender el pasado remoto de España es su situación geográfica en el extremo más occidental del continente europeo. El finis terrae gallego, Finisterre, era considerado el confín del mundo civilizado en la época del Imperio romano, e incluso posteriormente. Griegos y romanos creían que el Hades, el reino de los muertos, estaba situado en las costas de Galicia, donde había numerosos lugares de culto a la caída del sol.
El posterior fenómeno de la peregrinación a la tumba de Santiago podría guardar alguna relación con celtas, griegos y romanos que seguían el camino de las estrellas para llegar a esos confines del mundo, a ese Finisterre poblado por la imaginación de peligros y seres fantásticos.
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Autor: Pedro García Cuartango. Título: España mágica. Editorial: Ediciones B. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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