Gran parte de los supuestos escritores, aspirantes a escritores y escritores en ciernes con los que me topo de un tiempo a esta parte, en realidad no están preocupados por la escritura, sino por la publicación de su obra. Una obra que, paradójicamente, todavía no han escrito, pero que desean ver en los escaparates de las librerías cuanto antes. Sí, tienen más urgencia por publicar que por escribir; la publicación no es una consecuencia, es necesidad, una obsesión. Es, diría, el objetivo único. La literatura queda en un segundo plano. ¿A quién le importa la literatura? Lo que está en juego es otra cosa.
En una encuesta realizada por el diario El País en enero del 2015, el 35% de los españoles reconocía no leer nunca y solo el 29,3% aseguraba hacerlo de manera habitual. Yo sería todavía menos benévolo. Considerando que la lectura tiende a ser utilizada como una de las principales varas para medir la cultura y el desarrollo humano —probablemente de manera sobrevalorada—, a nadie le gusta pasar por inculto y poco evolucionado. Así que es fácil que ese 35% sea algo mayor y que del 29,3% no lea de un modo tan frecuente como asegura.
A pesar de estos datos, puede que este sea el país con más escritores por metro cuadrado. Usted mismo seguro que también escribe, pese a no leer. O su vecino del tercero. O su cuñado. Los cuñados escriben mucho.
Sí, España es un país plagado de escritores que no leen. Prueba de ello es la ingente cantidad de concursos literarios que podemos encontrar, posiblemente uno por cada población de más de mil habitantes, a los que se presentan del orden de trescientos manuscritos —como poco—. Ya ironizó sobre el tema el escritor peruano Fernando Iwasaki en su divertido libro de cuentos España aparta de mí esos premios —por cierto finalista en su primera edición del premio de relatos mejor dotado, El Premio Ribera del Duero—.
Al calor de este fenómeno —los escritores que no leen—, sin parangón en ningún otro país, han surgido infinidad de editoriales de autoedición y coedición que, impulsadas por el crecimiento de las plataformas digitales y las redes sociales, crecen y se multiplican al igual que las setas venenosas, que diría Bukowski.
Si no me creen, tecleen en el infatigable Google y verán que aparecen tantas como editoriales tradicionales, con reclamos del porte “publicar un libro nunca fue tan fácil”, o “publica tu libro fácil y rápido”.
Y sí, efectivamente, es así de sencillo. Envías un archivo en Word o PDF y a los pocos días recibes una respuesta en la que te informan de que ha sido aprobada la publicación de tu obra por “un comité de lectura” y que, si así lo deseas, tendrás un libro maravilloso entre tus manos: tu libro. Ellos ponen a tu disposición toda la maquinaria de una editorial tradicional: diseñadores, maquetadores, correctores… Lo único que, irónicamente, no hacen es la labor de un editor, que principalmente consiste en cuestionar la obra, o ciertas partes de ella, para intentar mejorarla.
¡Claro que sí! Por qué tener que someterse a la posibilidad de engorrosos rechazos. El arte es subjetivo.
Junto con la carta de aceptación se adjunta un presupuesto que deberás abonar en dos cómodos pagos (50 % por anticipado) y que dependerá de la tirada que desees. Puede variar desde los 500 € hasta los 750 € por una tirada de 50 ejemplares (se va reduciendo la cuantía por ejemplar según aumenta esta).
Por supuesto, aceptas porque ya te imaginas con tu obra bajo el brazo. Una gran obra a la que un mercado editorial viciado le ha cerrado las puertas injustamente. Además, como todo el mundo sabe, muchos de los grandes escritores de la historia comenzaron autopublicando. Has oído por ahí que incluso el propio García Márquez; todo un Premio Nobel. Lo que no te preguntas, para qué, es cuánto leyeron estos escritores antes de poner una letra sobre el papel y animarse a enviarla.
Y tu libro llegó. Una gran caja, con alrededor de 300 ejemplares dentro, que abres con orgullo de escritor. Sacas uno, lo acaricias, lo fotografías y cuelgas su imagen, cuando tu corazón se ha recuperado de la emoción y la arritmia, en Twitter, Instagram y Facebook. Los “me gusta” caen como moscas. Poco importa si la maquetación deja mucho que desear, las correcciones brillan por su ausencia, el blanco nuclear del papel tiene una calidad más que cuestionable y el diseño de cubierta es de dudoso gusto. Mejor aún, poco importa el contenido del mismo. Ni siquiera a ti, que, a fin de cuentas, no lees. Lo importante es que te has convertido en escritor.
Y para culminar tu escalada al mundo de las letras, solo te queda organizar una presentación en uno de los garitos literarios de moda del centro de tu ciudad y convocar a todos tus familiares y amigos para endosarles tu obra. Si se te da bien la venta recuperarás el dinero invertido y quizá hasta puedas ganar unos eurillos. Ellos, además, no tendrán ningún problema en alimentar tu ego con alabanzas a tu literatura, para eso están allí y algunos desconocen otra con la que comparar, aunque luego utilicen tu novela o tu libro de relatos para calzar un mesa que cojea.
Sí, publicar nunca fue tan fácil. Editar tampoco. Pero escribir sigue siendo un poco más complejo, aunque no se publique; entre otras cosas porque para ello primero hay que realizar el esfuerzo (para algunos placer) de leer mucho.
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