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¿Por qué escribir una novela sobre Carlota? Making of de Locura Imperial

“¿Por qué escribir una novela sobre Carlota?” Esa es la pregunta que, en México, el primer país en el que salió publicada la novela, me hacían los periodistas. Todos. Sin faltar ninguno, todos preguntaron por qué. Y yo sabía por qué lo preguntaban. Escribir sobre Carlota de Bélgica, emperatriz de México, junto a su malogrado...

¿Por qué escribir una novela sobre Carlota?” Esa es la pregunta que, en México, el primer país en el que salió publicada la novela, me hacían los periodistas. Todos. Sin faltar ninguno, todos preguntaron por qué. Y yo sabía por qué lo preguntaban. Escribir sobre Carlota de Bélgica, emperatriz de México, junto a su malogrado esposo Maximiliano, era una osadía. Un atrevimiento literario porque Fernando del Paso hizo cumbre con Noticias del Imperio, una obra en la que una Carlota enajenada narra desde el castillo de Bouchot la tragedia de su vida y del Segundo Imperio. En México, decir Carlota es decir Del Paso. Cómo yo, entonces, me atrevía a lanzarme a dar ese salto mortal sin red, cómo se me ocurría escoger un tema que ya estaba tratado. Era como si alguien quisiera reescribir El Quijote. Esa era, en el fondo, la pregunta que todos los periodistas me estaban haciendo.

La respuesta estaba en el centro mismo de la cuestión. Mi Carlota no era la de Del Paso. No sería eso. Mi Carlota sería otra cosa. No llegué a ella buscando comparaciones, que siempre son odiosas, sino por la grandeza del personaje. Buscaba a una mujer contundente, eso lo primero, porque tras escribir varias novelas, empecé a descubrir —para mi asombro— que empezaba a haber ciertos “temas” en mi literatura de los cuales yo misma no era consciente. Y resultó que Carlota, esa princesa belga que llegó a México en 1862 para convertirse en emperatriz, era el mar en el que desembocaban todos esos ríos: el destierro, el amor a una tierra en la que no se ha nacido, la maternidad frustrada, la búsqueda de identidad, el poder, la reinvención de uno mismo. La mujer. Decidí, por tanto, que escribiría una novela ambientada en el llamado Segundo Imperio mexicano. Me aboqué a una exhaustiva labor de investigación y documentación que duró casi tres años. Pero tenía claro que no quería hacer un libro de Historia (tentación en la que se cae fácilmente cuando se aborda la novela histórica). No, yo quería que la ficción compitiera con las verdades comprobables, que la literatura no estuviera al servicio de la Historia, sino todo lo contrario; que la Historia estuviese al servicio de la Literatura. Los personajes anónimos deberían irrumpir con fuerza para recrear la convulsión de un México dividido entre liberales y conversadores, un México que era el nodo en el que Europa y América convergían, haría una trama que correría al margen de lo histórico. Nacieron así los Murrieta y mi querido Philippe Petit (como el funambulista), el andamiaje sobre el que se levanta el edificio de lo histórico, para que los lectores pudieran sentir, vibrar e imaginar un mundo, y que al igual que Gavroche muere para mostrarnos vívidamente cómo fueron las barricadas de la insurrección de París de 1832, la familia Murrieta fuera esa familia mexicana en la que las hijas serían damas de la Corte en Chapultepec y los varones soldados en las filas contra Juárez.

"Escribir sobre Carlota de Bélgica, emperatriz de México, junto a su malogrado esposo Maximiliano, era una osadía"

Pero me asaltaba una duda más inquietante: después de documentarme sobre Carlota, no había podido entender aún quién era ella. Había muchos vacíos, muchos huecos. Los libros apenas la perfilaban en un par de líneas, “la esposa de Maximiliano”, la hija de Leopoldo I, la sobrina de la reina de Inglaterra, y luego la abandonaban en un silencio gigante que se la tragó durante los 58 años que sobrevinieron al Imperio. ¿Qué había sido de esta mujer durante esos años? La respuesta cabía en cuatro palabras: se había vuelto loca. Sí, eso era todo. De ser una mujer brillante pasó a ser una mujer perdida en las tinieblas, de legislar en la corte pasó a regar las flores de su alfombra, de ir a rogar ante el mismísimo Pío IX y de exigir lealtades políticas a Napoleón III a tocar al piano el Himno de México en su castillo de Bélgica. Pero por más que busqué, la Historia no podía mostrarme las imágenes que sin duda crearían la Literatura. La novela me mostraría cómo una mujer de 26 años de pronto pierde el juicio. Y entonces la trama se presentó ante mí paulatinamente, con una claridad pasmosa: traiciones políticas, intrigas palaciegas, amores inconfesables, realeza, plebeyos, demócratas, soldados, todos conviviendo dentro de una olla a presión que terminó por explotar con el fusilamiento de Maximiliano. Pero Carlota no murió ese día. Ella volvió a Europa, y ahí, Eureka, ahí empezaría mi novela, cuando ella abandona el Imperio. Cuando se va.

Mostraría a esa Carlota joven, no hablaría la vieja que hace recuento de su vida pasada, mi Carlota estaría en sus cabales, gobernando, una mujer preparada, sana y entera, a sus 26 años, enamorada y desenamorada de Maximiliano. Ahí nació la novela. Lo demás fue tirar del hilo.

"El drama que vivió Carlota es el de una mujer con la condena de nacer monarca. Carlota somos todas las que alguna vez hemos intentado asomar la cabeza y nos la han cortado."

“Locura Imperial” nació bajo el nombre de “Carlota” en México, Colombia, Argentina y Chile, también ha salido en Estados Unidos en español y ahora, por fin, llega también a España de la mano del sello Espasa. ¿Por qué, se preguntarán algunos, un tema “tan mexicano” se está abriendo paso entre las fronteras, qué tiene esta novela que gusta tanto independientemente de la nacionalidad del lector? Pienso que es por la misma razón por la que nos sigue embelesando Ana Bolena o Victoria de Inglaterra: porque el drama que vivió Carlota es el de una mujer con la condena de nacer monarca, porque Carlota somos todas las que alguna vez hemos intentado asomar la cabeza y nos la han cortado como hacía la Reina de Corazones, y porque llega en un momento propicio, cuando la sociedad reconoce el peso específico, el valor y la importancia de la mujer en cualquier espacio de toma de decisiones.

Además, en este período de la Historia de México, en particular, confluyeron personajes históricos que todos conocemos: Leopoldo II, el tirano al que Conrad mostró en El Corazón de las Tinieblas, quien era, ni más ni menos, el hermano de Carlota; José Zorrilla, el del Tenorio, quien fue director del Teatro Imperial en los años que vivió en México, Victor Hugo, que defendió la causa liberal en contra de los emperadores y luego imploró a Juárez por la vida de Maximiliano, al igual que el italiano Garibaldi, Sissi, Francisco José, un jovencísimo Porfirio Díaz y una lista de personajes desfilan por las páginas de esta novela.

Siempre he sido de la idea de que una buena trama no tiene por qué pelearse con la prosa. Uno escribe la novela que le gustaría leer y yo escribí Locura Imperial con profundo respeto hacia el personaje, hacia México y hacia todos los que, como yo, no somos de todas y de ninguna parte, pero que, al cerrar los ojos, tarareamos himnos al ritmo de la música del corazón. Porque uno no busca un lugar al que llegar, sino al que desear volver.

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Autor: Laura Martínez-Belli. Título: Locura imperial. Editorial: Espasa. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro

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Laura Martínez-Belli

Laura Martínez Belli nació en Barcelona, hija de español y nicaragüense, y pasó su infancia en Panamá y la adolescencia en Madrid. Vive en México desde 2004 y dice sentirse «ciudadana del mundo». Tras una breve incursión en las Ciencias de la Información, se formó en Historia del Arte, área en la que se desempeñó en museos, instituciones culturales y galerías de arte tanto en Madrid como en la Ciudad de México. Es profesora en la Escuela de escritores y autora de cinco novelas. @MartinezBelli

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