Burgos, Almuñécar, Madrid y Barcelona. La redacción de Zenda es virtual, tiempos modernos, aunque algunos añoramos esas redacciones de techos bajos, sala de teletipos y una sección de Documentación en la que se reunía todo el saber previo a Internet.
Zenda, el espacio para lectores y escritores de un millón de visitas al mes, que congrega a 1.500 autores y 20.000 artículos, reúne a talento que escribe aquí o allá; a jóvenes como Guillermo Garabito, a entrevistadores descomunales como el incorregible Edu Galán, la cada vez más internacional Karina Sainz Borgo, la viajera María José Solano o Jesús Fernández Úbeda —cómo me alegro del éxito de su Nido de piratas—.
Leo, apuntando notas, la técnica de los autores gracias a las preguntas de Álvaro Colomer, me detengo en poemas y adelantos de libros, como el último de Guillermo Altares, y animo a mis alumnos a que se presenten a los concursos literarios que se convocan. Y sobre todo los viernes escribo en Omoshiroi, mi diario Toma y lee al mes, que llevo retrasado por la promoción de Hiroshima: Testimonios de los últimos supervivientes, y en Zenda he podido desarrollar el articulismo, el género que menos he practicado en 30 años de experiencia profesional.
El lunes fue uno de los grandes días zendianos. No hay muchas oportunidades de juntarnos todos —o casi todos—, pero si nos convocan los patrones Leandro, Miguel y Arturo allá que vamos. Nada más llegar a la sede de la Comisión Europea saludo a Daniel Arjona, que prepara su crónica del acto, la presentación de un libro de las mil Europas que no se parecen a Interrails de saldo.
El exquisito Ignacio Camacho, con elegante sombrero en mano, conversa con Pérez-Reverte, que acaba de llegar de Buenos Aires, mientras Leandro mira hacia atrás para comprobar que la sala casi se ha llenado. Escuchamos el rico debate europeo, sosegado, con ideas para reflexionar, entre Alfonso Guerra y Miguel Arias-Cañete. Otro Miguel, Barrero, acaba de dejar un rato la playa de San Lorenzo, se lo recuerda Munárriz, con el que siempre recuerdo los tiempos heroicos de Pradillo, 42 y me gustaría tomarme algo este verano en Vejer.
Echo de menos a otro Miguel —y ya van tres— y que se apellida Santamarina, que lo tiene todo bien estructurado, silencioso motor y vigía de que todo esté en orden, y que no ha podido venir. Tampoco veo a Jeosm, pero sí la mirada mítica de Victoria Iglesias.
Leo por la tarde la crónica de Arjona y las fotografías en blanco y negro de Iglesias. La nave zendiana avanza en este territorio comanche de letras, prisioneros de ficciones en busca de los mejores libros.
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