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Cómo escribí La Leyenda del Ladrón (4) - Zenda
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Cómo escribí La Leyenda del Ladrón (4)

Describir la ropa de los personajes es algo que me aburre profundamente. No porque no me interese el tema, sino por  que entorpece la narración. Que un personaje lleve una camisa roja me interesa sólo si afecta a la trama. Por ejemplo, si está en la nieve y le persiguen francotiradores. De lo contrario el...

Vestimenta masculina
Describir la ropa de los personajes es algo que me aburre profundamente. No porque no me interese el tema, sino por  que entorpece la narración. Que un personaje lleve una camisa roja me interesa sólo si afecta a la trama. Por ejemplo, si está en la nieve y le persiguen francotiradores. De lo contrario el color es irrelevante. A no ser que cómo va vestido sea un condicionante, prefiero no tocar mucho este tema. A lo largo de la novela la ropa aparece descrita con pocas pinceladas, con una importante excepción, que es el momento en el que Sancho va a casa del sastre Fanzón para conseguir un traje de Caco.

"Necesito un jubón que tenga refuerzo interior, bolsillos para ganzúas y un espacio en la manga izquierda para una hoja adicional. Me han dicho que vos tenéis incluso un nombre para este modelo.

(...)

—¡Un traje de Caco completo! ¡Por el rey Felipe, llevaba más de diez años sin recibir un encargo como éste! Os lo haré con botas a juego, con sus correspondientes bolsillos.

- La Leyenda del Ladrón, pág. 369"

Cuando estoy escribiendo dejo que sea mi ojo mental quien me cuente cómo son los personajes, pero son mis dedos al teclear quienes deciden el ritmo, y normalmente son bastante más escuetos que su compañero del piso de arriba. De cualquier forma, este resumen de la moda de la época gustará a los lectores a los que interesen estos asuntos:

“A simple vista permitía establecer una clasificación de los individuos y juzgar su posición social y económica, ya que la ropa era extremadamente cara. En general, el color más usado era el negro, sobre todo entre los hombres, pues acentuaba el aspecto de seriedad que la mentalidad de la época requería.

El hombre se vestía con un jubón, que le cubría desde cabeza hasta cintura, o llevaba un «coleto«, un pespunte sin mangas, a modo de chaleco, sin aberturas, habitualmente fabricado en piel, con un forro interior y una rígida armadura de ballenas, que hacía las veces de defensa contra cualquier ataque por daga o puñal. Por encima, el caballero portaba la «ropilla«, una vestidura corta con mangas, ceñida sobre los hombros formando pliegues. Sobre las piernas se llevaban las «calzas«, pantalones ajustados que primero fueron enteros y después se dividieron en dos piezas, medias y muslos, o muslos de calzas.

El caballero de la mano en el pecho, cuadro de El Greco en quien algunos han querido ver a Cervantes

El caballero de la mano en el pecho, cuadro de El Greco en quien algunos han querido ver a Cervantes

Los varones más humildes vestían calzones largos, no muy ajustados, que podían estar cortados por la rodilla. Completaba su vestimenta una camisa de lienzo, una capa y un sombrero de alas anchas y caídas, que servía para realizar un ceremonioso y complicado saludo.

Los zapatos estaban hechos en piel, generalmente de color negro, atado con amplios lazos. Para el campo o los viajes, la bota de ante es el complemento más usado. Las clases populares usan alpargatas. Un adorno esencial son los cuellos, gruesas «lechuguillas» que cubren totalmente la garganta y que no eran precisamente cómodas de llevar. Espada y capa, para quien podía permitírselo, denotaban hidalguía.”

Revista ArteHistoria. “Vida cotidiana en la España del Siglo de Oro”.

Los enormes contrastes sociales quedaban aún más marcados por la ropa, ya que un noble engalanado con juboncillo, medias de seda, capa y chambergo compartía el mismo espacio que un mendigo desnudo que se tapaba las vergüenzas con harapos. A diferencia de nuestra época, la mentalidad era de gran frialdad, aquellas distinciones no producían en los más favorecidos la incomodidad que todos experimentaríamos en esa situación. 

Vestimenta femenina
Sé que las lectoras aprecian enormemente las descripciones que tengan que ver con la manera de vestir de las mujeres en épocas pasadas. Para un hombre las cosas han cambiado poco. Calzas, botas, jubón. No hay gran diferencia con una chaqueta y un pantalón de nuestros días. Sin embargo para las mujeres las cosas eran muy distintas. Y nunca fue más cierto el dicho anglosajón “to walk in her shoes (caminar en sus zapatos)” que para una lectora femenina a la hora de ponerse en el lugar de la heroína. Las lectoras quieren saber, y por su mayor capacidad para detenerse en el detalle también disfrutan más de esta información.

Ahora bien, las mujeres que aparecen en la novela son de condición humilde. Y la protagonista femenina, Clara, es una esclava —que va a elevarse por encima de la presión social para desvelar su verdadera naturaleza y todo de lo que es capaz— que va vestida de forma humilde. Así que no me vi en la necesidad de describir la vestimenta femenina durante la narración, a pesar de que tenía grandes cantidades de información. He de decir que fue un alivio, aunque haya sido temporal. Si algún día Sancho y Clara regresan —en vuestras manos está—, tendré que preocuparme más de éste tema.

"Creo que tenéis un problema con los polvos que os ponéis en la cara y en el pecho. Están hechos con plomo, que es venenoso para vuestro cuerpo.

—¡Pero si mucha gente los usa, mi alma! dijo la mujer, meneando incrédula la cabeza.

- La Leyenda del Ladrón, pág. 471"

Mientras tanto, aquí hay un pequeño resumen:

Las mujeres humildes vestían faldas largas y lisas, sin adornos, combinadas con blusas o camisas sencillas. Normalmente se llevaba una pañoleta que cubría los hombros y se anudaba sobre el pecho. En épocas de frío, un manto de paño o lana proporcionaba algo de calor.

Entre las mujeres de clase noble, el «guardainfante» fue la prenda que más se usó. Consistía éste en un armazón hecho de varillas, aros, cuerdas y ballenas, que daban forma de campana a la enagua. Importado de Flandes, su uso atendía no sólo a cuestiones estéticas sino que también se usaba para proteger o disimular el embarazo, lo que provocaba no pocos escándalos. La complicación de la prenda se acrecentó con los años, llegando a adquirir un volumen tal que las mujeres que lo llevaban debían entrar de lado por las puertas, al no poder hacerlo de frente. El abultamiento acentuaba el contraste con el talle, muy ceñido, y el pecho, ceñidísimo por el corsé. En el siglo XVII, los escotes se fueron haciendo cada vez más pronunciados, hasta que fueron prohibidos excepto para las prostitutas, que debían ganarse el sustento con su cuerpo.

Los vestidos eran siempre largos, llegando a cubrir los pies. El pie femenino es, en la España del Siglo de Oro, el último reducto a ceder por la dama ante el galanteo del caballero. Gustan los pies pequeños y gráciles, que se ocultan en «chapines», una especie de chanclas muy elevadas con suela de madera y forradas de cordobán. Su misión era doble: ocultaban el pie en su interior y protegían a los zapatos del barro y la suciedad de la calle.

El maquillaje fue usado con generosidad entre las damas que podían permitírselo; tanta, que voces como las de Vives, Laguna o fray Luis de León se alzaron contra el ocultamiento y la artificiosidad que, según su gusto, denotaban los rostros femeninos. Coloretes, afeites, emplastos, etc. Cubren desde la parte inferior de los ojos hasta las orejas, cuello, escote y manos, tanto de nobles damas como de sencillas mujeres. Los labios se abrillantaban con ceras y la piel se blanqueaba con solimán, pues la piel morena o tostada daba a entender que el individuo trabajaba y no llevaba una vida ociosa y regalada, como era el ideal de vida. Perfumes y aguas (de azahar, cordobesa o de rosas) se usaban con abundancia, para disimular los olores. Las joyas, siempre que fuera posible, completaban el panorama de la vestimenta. Los anteojos fueron muy usados, así como otros complementos, lo que levantó críticas a la ostentación y el derroche. Guantes cortos y abrochados a las muñecas y medias cortas de seda cruda completaban la vestimenta femenina.

Sevilla y alrededores, hacia 1589

Sevilla y alrededores, hacia 1589

(Continuará) 

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Primera anotación de Cómo escribí La leyenda del ladrón

Segunda anotación de Cómo escribí La leyenda del ladrón

Tercera anotación de Cómo escribí La leyenda del ladrón

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Juan Gómez-Jurado

Escritor y periodista. Ha pasado por las redacciones de algunos de los principales medios españoles. Sus novelas (Espía de Dios, Contrato con Dios, El emblema del traidor, La leyenda del ladrón, El paciente y, Cicatriz) se publican en más de cuarenta países, se han convertido en best sellers mundiales y han conquistado a millones de lectores. En Hollywood hay planes para adaptar varias de ellas a la gran pantalla. Habla en Julia en la onda y en @TPoderosos. @juangomezjurado · juangomezjurado.com ·  mypublicinbox.com/juangomezjurado

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