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Entrevista póstuma a John Meade Falkner - Zenda
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Entrevista póstuma a John Meade Falkner

Demostrando con hechos que en literatura todo es posible, nos hemos sentado a charlar con él, maravillados de que finalmente nos haya concedido esta valiosísima entrevista. —¿Cuáles son sus mejores recuerdos de infancia? —La cultura clásica y todo lo que ella trajo de riqueza a mi vida como niño, llenando de historias una imaginación desbordante...

Ciento veintiún años después de su publicación en Inglaterra, Moonfleet es recuperado por Zenda y editado en español por su flamante sello editorial, Zenda Aventuras. Su autor, John Meade Falkner, cumpliría hoy, 8 de mayo, 161 años. Un hombre singular, erudito, bibliófilo, empresario de éxito, viajero incansable, aficionado a las lecturas de heráldica y demonología, director de una de las fábricas armamentísticas más importantes de Gran Bretaña, amigo íntimo del bibliotecario de la Biblioteca Vaticana y Bibliotecario de Honor él mismo de la biblioteca de la Catedral de Durham. Nunca tuvo hijos. Murió dejando atrás una intensa vida clandestina, una impresionante biblioteca, una viuda, un puñado de buenos amigos y tres novelas.

"John Meade Falkner cumpliría hoy, 8 de mayo, 161 años"

Demostrando con hechos que en literatura todo es posible, nos hemos sentado a charlar con él, maravillados de que finalmente nos haya concedido esta valiosísima entrevista.

—¿Cuáles son sus mejores recuerdos de infancia?

—La cultura clásica y todo lo que ella trajo de riqueza a mi vida como niño, llenando de historias una imaginación desbordante con la que había nacido y más tarde como adulto, por todo lo que me ayudó a comprender al hombre y al mundo. Poder adentrarme en el conocimiento de las lenguas griega y latina; a su inicial dificultad en el aprendizaje, que en poco tiempo dio paso a una musicalidad que lo impregnaba todo para finalmente guiarme, ya adolescente, hacia su comprensión profunda, me abrieron una vía impagable de conocimiento, así como un deseo de aventura y placer hacia los libros. Las lecciones de griego de mi padre, a la edad de 7, pero sobre todo las de latín de mi madre, que comenzaron tal día como hoy, un 8 de mayo pero de 1864, justo el día que cumplía los 6 años de edad, han sido la gran herencia que recibí de ellos. Siempre les he agradecido ese empeño.

—¿Cómo fueron sus primeros años de estudiante?

"Todo en él irradia una suerte de majestad orgullosa y contenida, como si practicase las maneras de un prototipo de hidalgo español"

—No fui buen estudiante, la verdad. La escuela me parecía insoportablemente aburrida. La primera etapa, siendo niño, comenzó en la Hardye’s School, en Dorchester, cuyo director  dejó una profunda huella en mí. Se llamaba, cómo olvidarlo, Ratsey Maskew. Tenía una preciosa hija un poco mayor que yo, Katie. Ella fue mi primer amor.

—¿Ratsey Maskew? Un momento, esos nombres los he oído yo recientemente…

—Claro. Los utilicé para construir a dos de los personajes principales de Moonfleet: Ratsey es el buen sacristán del pueblo, contrabandista, como todos, pero cariñoso con el joven John, el protagonista. De hecho, entre ellos se entabla una amistad muy especial; tanto que cuando John cree estar sobre la pista del diamante, lo primero que piensa es en comprarle un precioso barco a su viejo amigo.

(Me abalanzo sobre El diamante de Moonfleet y leo en voz alta.)

“allí estaba Ratsey, el sacristán, ocupado en labrar un escrito sobre una lápida. Antes de convertirse en pescador, Ratsey había sido albañil, conservaba su habilidad con el martillo y el cincel y cuando alguien quería colocar una lápida en el cementerio acudía a él para que le hiciera la labor.” […] Ratsey se mostraba siempre amable conmigo, y muchas veces me había prestado algún cincel para que yo me hiciera botes, así que entré en el hangar y sostuve la lámpara en alto mirando cómo su cincel de grabar se abría camino en la piedra Portland pensando en el enorme diamante que, a buen seguro, me esperaba al final del trayecto; y en la cantidad de cosas que me sería dado hacer con semejante riqueza. Le compraría un jamelgo al párroco Glennie y un barco nuevo al sacristán Ratsey.”

Moonfleet Manor Hotel

(Mr. Falkner mira el libro sobre la mesa con un despunte de sonrisa en los labios. Alarga la mano rozando apenas los retratos de Elzevir y John dibujados por Ferrer-Dalmau. Tiene unas manos elegantes, de dedos finos, acostumbrados a los libros, el papel y la pluma. En realidad todo en él irradia una suerte de majestad orgullosa y contenida, como si practicase las maneras de un prototipo de hidalgo español)

"Su hija en la novela, Grace Maskew, le debe mucho a aquella joven Katie de mis sueños de adolescencia"

En cuanto a Maskew —continúa después de un breve silencio—, bueno, ya sabe usted que es el “malo” de esta historia y lo paga bien caro. Su hija en la novela, Grace Maskew, le debe mucho a aquella joven Katie de mis sueños de adolescencia.

—Otro de los protagonistas indiscutibles de esta novela es el paisaje. Moonfleet, enclave singular en el sur de Inglaterra, está tan presente que no duda en escogerlo incluso como título de esta historia.

—Es que aquel lugar quedó muy marcado en mis años de juventud. Aunque solo estaba a treinta minutos en automóvil de nuestro primer hogar en Dorchester, al ser trasladado mi padre a Weymouth la familia decidió mudarse junto a él. Yo tenía entonces 13 años, una edad clave en todos los sentidos. Aquellas tierras cercanas a la costa, la presencia invisible del Canal de la Mancha, los pueblos de pescadores, los blancos acantilados… El condado de Dorset y sus leyendas de bucaneros y contrabandistas dejaron en mi imaginación de adolescente una huella fructífera.

"El condado de Dorset y sus leyendas de bucaneros y contrabandistas dejaron en mi imaginación de adolescente una huella fructífera"

En cuanto a los estudios, insisto, a pesar de poner de mi parte por no disgustar a mis padres nunca me sentí satisfecho dentro de la vida académica. Peregriné entre Weymouth College y Marlborough College, para terminar en el Hertford College de Oxford graduándome en Historia Moderna con una nota bastante mediocre. De aquella época tan solo recuerdo con delectación los largos paseos en bicicleta por la campiña, una afición que he conservado hasta el final de mi vida.

—¿Cómo llega un diplomado en Historia a dirigir la mayor empresa armamentística de Inglaterra?

—Llega por azar, pero se queda únicamente por medio del trabajo y el esfuerzo. En el azar intervino un amigo de la universidad, que me recomendó vivamente como tutor de los hijos de la familia Noble .Con el tiempo, Sir Andrew Noble y yo llegamos a cultivar una amistad hecha de lealtad y admiración. Él me convenció y comencé a trabajar a su lado, pues necesitaba a una persona de confianza que manejara varias lenguas extranjeras para tratar asuntos delicados de política y comercio a nivel internacional. Confió en mí y yo nunca le defraudé. Con el tiempo valoró la posibilidad de jubilarse y así lo hizo, con la tranquilidad de saber que dejaba en manos responsables la enorme carga que suponía dirigir Armstrong Whitworth Co. en época de guerra.

Durham

—¿Cuándo surge la necesidad en usted de escribir?

"Nunca me sentí satisfecho dentro de la vida académica"

—La voracidad lectora alimenta inevitablemente a un escritor en las sombras. Soy lector voraz, y era natural que un día decidiera sentarme a escribir. Por desgracia mi profesión y los continuos viajes a los que me vi obligado imposibilitaron la tranquilidad necesaria para gestar una obra extensa. Escribí en total cuatro novelas, aunque solo publiqué tres, pues la cuarta la perdí en un tren y nunca quise reiniciarla; me sentía demasiado mayor para ello. Pero esa es otra historia.

—¿De cuál se siente más orgulloso como escritor?

"De aquella época tan solo recuerdo con delectación los largos paseos en bicicleta por la campiña, una afición que he conservado hasta el final de mi vida"

—Sin duda alguna, de Moonfleet, o El diamante de Moonfleet, como lo han traducido en Zenda Aventuras para los lectores españoles. En ella se resume, creo, mi pericia como narrador mezclado con todo aquello que aprendí de los libros, pero sobre todo de la vida: el gusto por la observación, el conocimiento de los hombres, el sabor del  primer enamoramiento y la juventud como viaje iniciático en el que se hace casi imprescindible la presencia de un guía, un maestro; alguien que sirva de reflejo útil para la admiración y la emulación.

Harry Potter y la piedra filosofal

Algunos críticos la compararon con La Isla del Tesoro, de mi admirado Stevenson, pero a diferencia de aquella esta historia no brilla; es una novela intencionadamente oscura, falsamente aventurera, donde el único, verdadero,  diamante que al final resta en la vida es el amor, en el sentido amplísimo de esa difícil palabra.

"Si un lector no se deja engañar deliberadamente por la magia de la literatura es que no es un verdadero lector"

—A propósito del novelista escocés, se dice por ahí que al leer su novela, Stevenson afirmó que “Moonfleet es la novela que siempre quise escribir, pero lo único que pude hacer fue La isla del Tesoro. Sin embargo, Moonfleet se publicó en 1898, cuatro años después de la muerte del Tusitala.

—Pero es que yo terminé de escribir Moonfleet mucho antes, siendo apenas un muchacho de 25 años. Al terminar el manuscrito y releerlo me pareció una obra de juventud, y lo guardé en un cajón. Pero casualmente, un editor al que yo conocía por ser vecino de Dorset, concretamente oriundo de Dorchester, a menos de 26 minutos en auto de Moonfleet, al preguntarme y saber que yo tenía una novela con ese título se interesó por ella, llevándose una copia del manuscrito. Ese editor, aunque yo no podía saberlo entonces, era Thomas Dixon Galpin, uno de los socios de la editorial que publicaría la obra del escocés. A la muerte de Stevenson, Galpin me confesó que, sorprendido por la similitud de Moonfleet con La isla del Tesoro, le dio a leer el manuscrito a Stevenson, quien al terminarlo pronunció aquellas palabras. A su muerte Galpin publicó un artículo donde las volvía a repetir, y supongo que con el paso del tiempo y porque así son las cosas, la frase terminó convirtiéndose en algo expresado por Stevenson de forma directa.

De todas maneras, señorita, me alegro mucho de que utilicen esa frase. Si un lector no se deja engañar deliberadamente por la magia de la literatura, que al fin y al cabo nace de la necesidad de fabulación que tiene el ser humano, es que no es un verdadero lector.

—¿A qué dedica su tiempo ahora que ya está retirado de los negocios?

"Necesitaba a una persona de confianza que manejara varias lenguas extranjeras para tratar asuntos delicados de política y comercio a nivel internacional. Confió en mí y yo nunca le defraudé"

A alimentar mis grandes pasiones: el mundo medieval, la investigación histórica y los viejos manuscritos. Tengo la suerte de vivir en la bella ciudad de Durham, no lejos de Newcastle, cuyo centro urbano sigue pareciendo un relicario medieval, coronado por su catedral, esa hermosa mole normanda de la que Walter Scott decía que era «mitad templo para Dios, mitad castillo contra los escoceses», hoy mundialmente conocida por haber sido el escenario de la saga cinematográfica de Harry Potter. Si tiene tiempo, vaya y asómese a su claustro, verá como lo reconoce enseguida.

—Precisamente ha sido usted nombrado Bibliotecario Honorario de esa catedral.

"Soy lector voraz, y era natural que un día decidiera sentarme a escribir"

—Por suerte la biblioteca es menos famosa, y espero que así siga siendo por mucho tiempo. El verdadero tesoro de Durham se encuentra en los volúmenes de sus anaqueles, pero prefiero que usted me siga guardando el secreto. Después de los libros, lo que más aprecio en el mundo es la soledad.

(Su sonrisa cansada pone punto final al encuentro. Con un gesto discreto, casi imperceptible, ha detenido al camarero del diminuto bar del Hotel Beverley Arms, donde nos hemos encontrado. Este, obediente, se ha esfumado llevándose consigo el recibo del té. Yo quisiera añadir algo más pero me limito a sonreír y Mr. Falkner, suavemente, me toma la mano y la besa con una ligerísima inclinación de cabeza. Al otro lado del cristal, la tarde ha caído, envolviendo el pueblo con una niebla temprana. Cuando me vuelvo a mirar, el escritor ha desaparecido.

Nadie abre un libro impunemente, pienso. Estamos a decenas de kilómetros, pero puedo oír con claridad el sonido de los guijarros bajo el rompiente de las olas embravecidas de las playas de Moonfleet.)

 

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Autor: John Meade Falkner. Traductora: Dolores Payás. Prólogo: Arturo Pérez-Reverte. TítuloEl diamante de MoonfleetEditorial: Zenda Aventuras. VentaAmazonFnac y Casa del Libro.

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María José Solano

Autora de Una aventura griega (Debate) y Jerez (Tinta Blanca). Columnista en ABC Licenciada en Historia del Arte, cofundadora de zendalibros.com, colabora en FD Magazine, ABC Cultural y Diario ABC, donde conduce el podcast de entrevistas "Casa de fieras". Es corresponsable de la editorial Zenda-Edhasa y directora del taller de la Fundación de Arte e Historia Ferrer Dalmau (FFD). mypublicinbox.com/mariajosesolano

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