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Íñigo Errejón: "Las batallas culturales e intelectuales no se ganan en el terreno normativo" - Zenda
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Íñigo Errejón: «Las batallas culturales e intelectuales no se ganan en el terreno normativo»

El diputado de Podemos conversa con Zenda sobre sus manías como lector, sobre los antagonismos en la cultura o sobre concejales, concejalas y concejalos. Quizá sea el del Congreso el único bar español que cobre más cara la caña de cerveza que la lata de Coca Cola. A Jeosm y a mí nos acompaña Luis...

El diputado de Podemos conversa con Zenda sobre sus manías como lector, sobre los antagonismos en la cultura o sobre concejales, concejalas y concejalos.

Quizá sea el del Congreso el único bar español que cobre más cara la caña de cerveza que la lata de Coca Cola. A Jeosm y a mí nos acompaña Luis Giménez, responsable de prensa de la secretaría de Análisis Estratégico de Podemos que dirige nuestro entrevistado, el diputado Íñigo Errejón (Madrid, 1983), quien se retrasa por culpa de una votación adelantada —o retrasada, no recuerdo—, anunciada por megafonía con un sonido persistente primero, cansino después, y como de fin de recreo. En la cafetería de la Cámara, hacemos tiempo hablando de sus —ya encarecidos, ay— gin-tonics, de la nueva política o de la letanía catalana. Magnífica tapa de salchichas la que nos sirvieron, por cierto.

Veinte minutos después, tras un cigarrillo callejero y una peregrinación laberíntica, Giménez nos conduce al despacho de un Errejón simpático, quien nos dice, casi con entusiasmo, que tiene muchas ganas de hablar sobre literatura. Se disculpa por el retraso y nos enseña el mamotreto legislativo, casi de cemento, sobre el que ha estado debatiendo durante la jornada vespertina. El diputado nos ofrece una barra libre temporal relativa, sólo condicionada por el cierre de la biblioteca del Congreso, donde, como ya hizo con el exdiputado socialista Eduardo Madina, Jeosm quiere tomar unas fotos. Así, comenzamos una conversación sobre libros y autores que –sin darnos cuenta y, en mi opinión, por fortuna– se desborda.

P: Señor Errejón, ¿qué es lo más inteligente que puede hacer en política un hombre que lee?

R: Seguir leyendo (risas), no permitir que la velocidad y los ritmos de la política te hagan dejar de leer. Leer nunca parece urgente, no te vas a encontrar un solo día de trabajo en que digas: “Hoy no me puedo acostar sin leerme esto”. Nunca es para mañana mismo, pero en el largo plazo se nota la diferencia. Es como sembrar. Hay que seguir leyendo, aunque sea difícil. Normalmente, discutimos sobre cuestiones que son fundamentales en la coyuntura, pero que 24 o 48 horas después han caducado; una buena parte de las cosas que lees, discutes o te sugieren los libros no caducan. Ahora que todo el rato estamos manejando que si las últimas declaraciones de un político, la última nota de prensa, el último tuit… todo eso marca la agenda mucho en el día a día, pero nadie sería capaz de recordar lo que pasó la semana pasada. Y, sin embargo, sí eres capaz de recordar lo que te ha hecho pensar, lo que te ha conmovido, y una buena parte de esas cosas se transmiten a través de los libros.

P: ¿Se puede construir democracia sin lectores?

R: Es una democracia de peor calidad. No estoy pensando en lectores de política, sino en leer cualquier cosa. Obviamente, hay cosas más instructivas que otras. Leer sobre cualquier cosa ayuda a fraguar lazos como comunidad. Para ser un pueblo, y no sólo un conjunto de lectores o consumidores asustados, cada uno buscando el sálvese quien pueda, también es importante leer cosas compartidas, emocionarnos y discutir sobre las mismas cosas. Haber leído las mismas cosas de pequeños, que haya libros que marquen un hito para nuestra conciencia como país. Eso fragua ese lazo no visible con el que se construyen los pueblos, que no tiene que ver con leyes que se publican en el BOE ni con las paredes de los edificios de los ministerios. Además, leyendo ejercitamos la cabeza y, si no leemos, corremos el riesgo de que la realidad sea un caos, un caos que nos agobia y del que nos apartamos. Si no lees y sólo recibes este bombardeo permanente de noticias rapidísimas, la realidad puede parecerte un caos y, si te parece un caos, lo más seguro es que te apartes de ella. Y si te apartas de ella, se la vas a regalar a los que nunca se apartan de ella: los poderosos. Por tanto, para no apartarnos, tenemos que tener la capacidad de ordenar toda la información que nos llega, y esas estanterías son los libros. Yo leo mucho menos libros que artículos, informes o documentos, pero los segundos pasan: lo que te construye la estructura básica que te permite ordenar las cosas son los libros.

"Nunca me ha gustado ese tono de regañina permanente con el que algunos sectores se dirigen al resto de la ciudadanía empujándola a que lea."

P: ¿Un político que lee es mejor que uno que no lo hace?

R: Estoy tentado a decir que sí, pero con matices. Leer no sólo puede ser una decisión individual: hacen falta recursos económicos y tiempo. Nunca me ha gustado ese tono de regañina permanente con el que algunos sectores se dirigen al resto de la ciudadanía empujándola a que lea. Primero, porque lo convierte en una cosa por obligación y aburrida que a nadie le apetece; segundo, lo que leamos no es del todo ajeno a las vidas que tengamos. Si tienes que compatibilizar dos o tres trabajos, llegas a casa reventado y al día siguiente tienes que levantarte pronto, no es tan fácil que te salga ponerte a leer. Me haría cargo de cuáles son las condiciones que permiten que la gente lea más o menos: si en tu casa ha habido libros, si tienes el recuerdo de ver a tus padres leer o no, si te han enseñado a leer como una cosa que puedes disfrutar mucho o como un tostón…

P: En ese sentido, fue su madre quien le contagió la afición por la novela negra.

R: Mucho. Tengo una relación como de parasitismo de hijo, en el buen sentido, y saqueo las cosas que mi madre va comprando.

P: ¿Cuál es el primer libro que recuerda haber leído?

R: Del Barco de Vapor, fijo. Igual Fray Perico y su borrico. O Las aventuras de Vania el forzudo. Recuerdo la ilusión de pasar de la serie blanca a la azul, luego a la naranja y, finalmente, a la roja. Era como de haber pasado a la edad adulta, de leer cosas maduras, aunque fuera Fray Perico 3 (risas).

P: ¿Alguna obra que alimentara su vocación política?

R: Si me remonto a lo más anterior posible, te va a sorprender: quizá los cómics de Astérix y Obélix. Son una comunidad de galos que se organizan, que viven sin demasiadas desigualdades sociales, y resisten sistemáticamente por no ser invadidos por los romanos y, además, ganan. Tienen el truco de la pócima, pero no dejan de ser tipos no profesionales. Es una comunidad de gente sencilla: recuerdo los tumultos en las peleas, en las que aparece un pez porque el pescadero lucha con un pez… Esa cosa de los galos, como más débiles, ganando a las poderosas legiones romanas, a lo mejor está en el corazón de una cierta forma romántica de ver la política en la que casi nunca los galos ganan, sino las legiones romanas.

Luego, más adolescente, me marcó mucho un libro mitad histórico, mitad como novela, de Hans Magnus Enzensberger, que se llama El corto verano de la anarquía. Es un libro sobre la vida de Durruti. A veces es libro de historia, a veces novela de aventuras, y merece muchísimo la pena. Te lo pasas muy bien y, a la vez, es una parte de la historia hermosa y trágica, cómo gente humilde para un golpe de Estado al que le cuesta tres años triunfar.

"El Quijote lo leí como truncado en el instituto, luego volvió a caer en mis manos y descubrí una parte de humor ahistórico: te puedes reír igual ahora."

P: ¿Qué obras conformarían la Santísima –o laiquísima, como prefiera– Trinidad de su biblioteca?

R: (Piensa) Sería una Santísima Trinidad desordenada. Si incluyéramos las cosas políticas, sin duda, una antología de Sacristán que recopila los textos más importantes de Gramsci, que estaría… vamos, es relectura permanente y obligatoria; un texto que se llama El concepto de lo político de Schmitt; Hegemonía y estrategia socialista, de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe. Luego, en ficción, estoy a medias con los Episodios nacionales, que me tienen absolutamente fascinado. (Piensa) Es posible que estuviera El Quijote. Lo leí como truncado en el instituto, luego volvió a caer en mis manos y descubrí una parte de humor ahistórico: te puedes reír igual ahora. Estoy diciendo muchos…

P: Admitimos politeísmos.

R: (Risas) También estarían Limónov, muchas obras de Houellebecq, Levantado del suelo de Saramago, novelas negras de Dennis Lehane y de los nórdicos, que me entretienen mucho.

P: ¿Algún libro que le haya quitado el sueño?

R: En el buen sentido, estuve literalmente enganchado por El poder del perro. En cambio, El cartel me lo compré y lo dejé a la mitad, y mira que soy maniático y no puedo dejar los libros a la mitad en general. Cuando dejo uno, es porque no hay por dónde cogerlo. Pero El poder del perro me atrapó hasta el punto de que me daban las tantas y decía: pues hala, al día siguiente voy a estar hecho mierda, pero bueno.

P: Bajemos al barro: ¿algún autor u obra que no soporte?

R: Te decía antes que dejo pocos libros. De chaval, mi madre me insistió como a sangre y fuego, como descubriéndome una maravilla, con Mañana en la batalla piensa en mí, de Marías. No lo pude soportar. Luego, más en genérico, le tengo un odio furibundo a las publicaciones como de coaching o autoayuda. Me parecen criminales. Lo digo muy en serio. Hacen daño, fundamentalmente, porque intentan convencer a la gente de que una buena parte de las cosas que nos pasan es por no tener la actitud suficientemente positiva, no ser suficientemente emprendedor o no tener fuerza espiritual. En nuestro país, tenemos un tercio de exclusión social o un 40% de paro juvenil no porque los jóvenes no tengan paz interior, sino porque el modelo económico reparte mucho para unos pocos que, además, no generan empleo, y condiciones de precariedad para la mayoría. No me parece mal que la gente acuda a eso, sino que cuando más cosas nos pasan como pueblo o como país, más gente crea que el problema lo tiene él individualmente. Entonces, en vez de organizarte para que haya mejores servicios públicos o no haya desahucios, creas que es una cosa de aprender a respirar o tener una actitud suficientemente positiva.

"En realidad, detrás de toda la retórica buenista, hay un intento de aislar, individualizar y responsabilizar en privado a cada uno de las cosas que le pasan."

P: Hace unos meses, me llegó un libro de ese estilo para poner buena cara al cáncer, combatirlo con una actitud positiva y cosas así. Inmediatamente, lo tiré a la basura.

R: ¡Dios! Ojalá nadie les haga caso. Los médicos tienen soluciones, cuando las tienen, médicas. En realidad, detrás de toda la retórica buenista, hay un intento de aislar, individualizar y responsabilizar en privado a cada uno de las cosas que le pasan. ¿Qué pasa: que desde 2008 a esta parte, ha habido más españoles con una actitud negativa? Es una vergüenza.

P: Aprovechando que está encendido, ¿algún personaje literario al que haya querido asesinar?

R: (Risas) Hay una novela que me pareció fantástica, que me leí en la universidad, que se llama Q, del colectivo Luther Blissett, que transcurre en el siglo XV en Europa, sobre las revueltas campesinas anabaptistas, que son revueltas cristianas contra la autoridad de los nobles y la Iglesia y reivindican la redistribución de la tierra. Y hay un personaje que muere en Venecia cuando es descubierto, que es un infiltrado entre los campesinos, enviado por un cardenal de la Inquisición. Y va frustrando a los campesinos sistemáticamente, hace que detengan a gente, es un infame. Finalmente, lo encuentran y lo matan. No puedo decir que me alegra que le maten, pero es inevitable no empatizar cuando descubren a un tipo que, al servicio de los de arriba, vive de traicionar a los de abajo.

Íñigo Errejón. Foto: Jeosm

P: ¿Alguno del que se haya enamorado?

R: ¿Platónicamente?

P: Claro.

R: Es verdad, no puede ser de otra manera (risas). No mucho. Me parece hermosa la persistencia en la ternura y en la voluntad de libertad de la protagonista de El cuento de la criada. En una situación claustrofóbica, se empeña en seguir siendo libre. Hay una tipa en Cien años de soledad de la que todo el mundo está enamorado y que es inalcanzable, y te colocas en esa posición. Todo el mundo proyecta o, al menos, a mí me pasaba, en esa situación a otra mujer que te ha gustado y te ha resultado inalcanzable. Las mejores representaciones del amor, sea frustrado o realizado, en la literatura son aquellas que te permiten cargar el personaje de cualquier otra persona de tu vida real de la que has estado enamorado. Esa figura la revistes con los rasgos de alguien real. Cuando tú te has leído un libro y luego ves la película, esa imagen te la jode. ¿Sabes con qué me pasaba mucho? ¿Te acuerdas de una colección que se llamaba Las aventuras de Guillermo? Transcurría como en la Inglaterra victoriana. Era un chaval con una gorrilla y un tirachinas, travieso, y cargabas con él, con los amigos, con el profesor que le castigaba… Te sugería un personaje, pero no te cerraba todos los rasgos: dejaba algunos abiertos para que tú los rellenaras.

P: ¿Qué está leyendo ahora?

R: Leo siempre un libro de ensayo y otro de literatura. No puedo leer ensayo por las noches. Confieso dos manías: esa, y que tengo que leer por la noche, antes de dormirme. Me acuerdo que de pequeño, hasta los dieciséis, estuve en los scouts, y leer en las tiendas de campaña es un rollo. Y me era más difícil dormir porque es un hábito que tengo cogidísimo: leer antes de dormir. Pero si lees un ensayo, te despista, o coges ideas que quieres apuntar. Por un lado, estoy leyendo Orden y progresismo, de Martín Rodríguez. Es un ensayo que reflexiona sobre los valores fundamentales de la clase media en Argentina y por qué primero acompaña a los gobiernos de los Kirchner y luego los deja de acompañar. Toca en el corazón de una cosa fundamental en términos políticos: cuándo procesos de redistribución de la riqueza consiguen la adhesión de los sectores medios, que a menudo son los que basculan la balanza en uno u otro sentido, y cuándo no. Por otro lado, tengo recién empezado El corazón es un cazador solitario, de Carson McCullers. Describe un abanico de personajes con una vida hecha trizas. El protagonista es sordo y, precisamente por eso, se convierte como en el polo al que acuden muchos personajes de vidas muy desgraciadas y que se la cuentan a él. Es una novela muy hermosa: está escrita muy bien y es de gente con mucha capacidad de encontrar sentimientos de amor y ternura en situaciones durísimas.

"Los libros te permiten indignarte, ilusionarte, sufrir y amar."

P: ¿Ha encontrado en los libros alguna verdad fundamental?

R: (Piensa) Me parece encontrarla muchas veces. Soy mitómano con los libros. A veces cierras un libro porque lo has acabado, y te apetece que nadie te hable ni te venga otro estímulo. Te parece haber rozado algo sublime, alguna verdad, sabiduría o sentimiento imposible de recrear ni en la música, la conversación, el cine, la pintura… y te genera la ansiedad de que se te está a punto de escapar: cuando lo leías, estabas en éxtasis, y cuando cierras, dices: “Ay, ¿qué es exactamente lo que me pasa?”. A veces te da por escribirlo y, como no eres escritor, cuando lo escribes no es tan hermoso.

Los libros dan capacidad de empatía. Te permiten indignarte, ilusionarte, sufrir o amar en el cuerpo de personas que no son tú y que nunca podrías ser tú. Sin embargo, si el escritor te lo cuenta bien, podrías vivir un tiempo como si lo fueras. Esa capacidad nos civiliza y nos la dan los libros. Este verano me estaba leyendo uno de los libritos de los Episodios Nacionales. Que alguien que escribe hace poco más de un siglo tenga la capacidad de que tú sientas la indignación, la rabia, el desorden y la angustia de los madrileños a punto de que entren los franceses en Madrid, creo que ni el mejor director de cine lo podría hacer. Como en el libro, las imágenes que tú recreas son imperfectas, eso hace que sean más reales.

P: ¿Es imposible una cultura sin antagonismos?

R: Sí. Porque la cultura, si dice algo de su tiempo, está comprometida con su tiempo. Y cuando estás comprometido con tu tiempo, no puedes agradar a todos. Si agradas a todos…

P: Sería una dictadura.

R: Claro. Y además, algo estás haciendo mal. Las dictaduras no suelen ser sitios donde, en general, te prohíben a hablar, sino que te obligan a estar de acuerdo con el pensamiento único. Orwell, en ese sentido, era un maestro a la hora de describir cómo determinadas formas de autoritarismo no se deslizan obligando a la gente a que esté en silencio, sino a que acepte una única versión oficial de las cosas, porque el resto son una barbaridad o antinaturales. La cultura siempre va a reflejar contradicciones, disputas, enfrentamientos por la explicación de la realidad, y está bien que así sea. Una buena parte de la mejor literatura se escribe en la disputa por contar cosas y reflejando antagonismos. La novela que me estoy leyendo es tan hermosa, y te cuenta cosas muy hermosas a la vez que muestra cosas feas reflejando antagonismos. Claro, como es histórica, nadie se siente identificado con el propietario de la fábrica que intenta pagar lo menos posible a sus trabajadores, a pesar de que luego necesita que consuman. Nadie se identifica con ese señor, porque es en el pasado. Pero, ¿y si se escribiera hoy? ¿Si lo escribe hoy sobre un mensajero de Deliveroo que ni siquiera tiene contrato? Y, del otro lado, se podría escribir otra novela sobre el tipo que no puede hacerle un contrato. La cultura, cuando toca en el alma e influye en el alma de los pueblos, siempre se mancha. Ahora bien, eso no significa que no nos podamos poner de acuerdo en condiciones para que florezca una cultura mejor. No me refiero a dictar lo que tienen que ser o decir las obras de ficción. Pero la cultura no florece del aire, y hace falta un grado de financiación en la cultura y la educación que nos saquen de la cola de la UE y la OCDE. Al mismo tiempo, la cultura necesita cierto mimo: que se le riegue sin obligarle a ir por un camino determinado. Y esa es una combinación compleja. Hemos oscilado, en el modelo cultural español…

P: ¿Hay modelo cultural español?

R: Bueno, no hay modelo cultural español (risas). Hay una suma de ocurrencias de cada gobierno que viene. Pero hemos oscilado entre dos modelos: o bien te pago porque eres un buen propagandista del partido de gobierno, subvenciono porque domestico, lo cual mata, o búscate las habichuelas en la que hacer una peli es imposible, sacar tu primera novela es dificilísimo…

"Hay mucha mierda que se viste de alta cultura y es infumable."

P: ¿Debe ser la cultura “populista”, basándonos en el concepto de Laclau, o “elitista”, como dice Vargas Llosa que siempre ha sido?

R: Hay un ejemplo en nuestro país. Hubo un florecimiento cultural en los años 20 y 30 que no sólo iba de la mano de las élites. Florecieron ateneos libertarios o casas del pueblo que se empeñaban en que la gente, en vez de en la taberna, discutiera sobre cosas, hiciera obras de teatro, leyera periódicos juntos. Es una tradición hermosísima. Hay buenos ejemplos de apropiación masiva de la cultura. Y eso no es por voluntad pedagógica: es que la cultura es mejor si concurre más gente. Es como en la música. ¿Por qué de repente pega un salto, yo qué sé, el punk o el rap? Porque popularizan hacer música con soportes baratos que permite que todo el mundo cree. Y eso mejora el arte. Me podrás decir: hay también mucha mierda. Como en todo: también hay mucha mierda que se viste de alta cultura y es infumable. La facilidad para hacer productos culturales hoy hace que emerjan más talentos. Y si pasa en la música, también puede pasar en otras disciplinas. ¿Cuántos creadores nos estamos perdiendo porque en España hacer cine es un deporte de riesgo? Luego, consagramos al que ha llegado arriba. Pero, cuando estás abajo, tienes que subir por tus propios medios; luego, cuando llegas arriba, que si premios, subvenciones, galas, aplausos… Debiera ser al revés: no digo que se las quiten a los más consagrados, pero es a los que menos hace falta. ¿Cuánta cantera hay por debajo que pudiera hacer cosas interesantísimas, pero que no las puede hacer porque trabaja en el desierto? Pongámonos de acuerdo en que para que eso aflore, hace falta autonomía y recursos económicos no condicionados. Escribe y crea lo que quieras, y si no es de mi agrado, mejor. Si piensas en las mejores novelas o canciones, si hubieran tenido que depender de que le gusten a las personas que están en el poder en ese momento, nunca hubieran sucedido. Son cosas que deben removernos y que tienen que emerger. Con recursos y con autonomía. Además, no sólo es ya una cosa cultural o estética, sino económica: tenemos países en nuestro entorno en que determinados sectores culturales son locomotoras económicas. Para eso, hay que invertir.

P: A propósito de Laclau, ¿tiene un deje neofascista? Lo digo por aquello de sustituir los procedimientos e instituciones por la interpretación de la voluntad del pueblo, cosa que puede derivar en caudillaje, y por lo de asumir que el pueblo camina hacia un proyecto o lugar común, que me suena a la “unidad de destino” falangista.

R: En la primera parte estoy de acuerdo; en la segunda, no. Creo que una buena interpretación de Laclau es que hay momentos en que ninguno de nuestros órdenes políticos o institucionales ha caído del cielo, ni es verdad que haya sido resultado de un consenso perfecto. Siempre emanan de una cierta correlación de fuerzas y de un momento que está en el origen de todas las constituciones, que es el «we the people». Somos algo en común y queremos serlo y nos dotamos de estas reglas. Ahora, ninguna sociedad puede estar así todos los días, sino en momentos calientes. Y en estos momentos es cuando emanan los grandes derechos conquistados por la Humanidad, que deben expresarse en instituciones concretas, con procedimientos y contrapesos concretos. Ahí es donde entra un necesario diálogo entre populismo y republicanismo, no en el sentido de la II República, sino en las formas institucionales republicanas: hace falta en nuestro país reconstruir y recuperar el pueblo español y hacer un acuerdo de convivencia mejor. Ese acuerdo no lo va a garantizar la gente en las plazas permanentemente, sino un conjunto de instituciones que aseguren ese equilibrio.

Respecto a la segunda parte, no estoy de acuerdo con esa interpretación. La voluntad popular es una construcción cultural y, por tanto, está siempre mutando. Eso es bueno: hace que las cosas nunca sean irreversibles y es una garantía de libertad. Los pueblos no preexisten: se construyen culturalmente. Es una especie de diálogo en el que, a veces, de diferentes sensibilidades e individuos, se funda un horizonte común. Caminamos a ese horizonte común, pero no es eterno. Cambiará cuando quieran las voluntades. Es una especie de movimiento permanente que no da el fin por anticipado. Seguramente, la diferencia entre una concepción democrática del populismo y una reaccionaria o fascista es que, en la primera, el destino o el rumbo de un pueblo es el resultado de la discusión democrática y puede cambiar, y en la segunda, está escrito en la Historia.

P: Cuando, bajo la excusa –noble, faltaría más– de cumplir la Ley de Memoria Histórica, un ayuntamiento del cambio dice que hay que eliminar del callejero a escritores como Gerardo Diego, Agustín de Foxá o Pedro Muñoz Seca, ¿usted qué piensa?

R: (Piensa) Que no tiene mucho sentido. Una memoria democrática en España tiene que ver con que la democracia no puede honrar a sus verdugos, tiene que tener raíces profundas. Nuestro país está en deuda: hubo gente que lo dio todo para que en nuestro país hubiera libertad, para que hubiera igualdad de oportunidades, y esa gente se nos está muriendo de pena, sin el reconocimiento que merece. No lo digo con vistas al pasado, sino con vistas a construir una conciencia colectiva más sólida para enfrentar los retos del futuro. Ahora bien, las batallas culturales e intelectuales se ganan en el terreno cultural o intelectual, no en el terreno normativo. Deberíamos ser prudentes al diferenciar las dos cosas. Luego, deberíamos ser prudentes en no regalar al adversario, a los sectores conservadores, la idea de que estamos discutiendo del pasado. Lo mejor que hacen estos ayuntamientos es demostrar que hoy transforman bien las condiciones de vida de los madrileños, barceloneses, zaragozanos o gaditanos, y que están más preocupados por eso que por lo de antes.

"Concejalos no me parece muy atractivo en términos gramaticales, pero el problema fundamental no es cómo hablemos, sino que tenemos un país profundamente desigual. "

P: Cuando oye hablar de concejales y concejalas, ¿se pregunta por qué “ningunean a los concejalos”?

R: (Risas) Me parece no muy atractivo en términos gramaticales, pero el problema fundamental no es cómo hablemos, sino que tenemos un país profundamente desigual. Y se refleja no sólo en la diferencia de salarios, sino en la de consideración, cómo se trata en el espacio público a una mujer y a un hombre. Es posible que tú y yo no nos hayamos vuelto solos con miedo a casa, y si le preguntas a tus amigas, es muy posible que la mayoría de ellas haya tenido una experiencia desagradable. Como tenemos que acabar con eso, uno de los campos de batalla es también un lenguaje que visibilice y fortalezca la posición de las mujeres. Es verdad que no siempre lo expresamos de la forma más estética, pero estoy dispuesto a sacrificar un poco de estética para ganar un poco de conciencia de igualdad en nuestro país.

P: ¿Tiene derecho Andrea Levy a leer a Lorca?

R: Sí. Es más: y a disfrutarlo. Con una cierta decencia, alguien que lee a Lorca y se conmueve con Lorca, debería conmoverse también con la gente que sufrió su mismo destino, y debería hacerse cargo de la terrible amputación cultural que tuvo en nuestro país asesinar u obligar al exilio a buena parte de la flor y nata de nuestra cultura. El país del «muera la inteligencia», que es el mismo del «vivan las caenas», el de la represión contra los maestros, el que asesinó a Ferrer i Guardia, es un país al que hay que dejar atrás, y no se puede dejar atrás tapándose los ojos, sino reconociendo que una buena parte de lo que más podía contribuir al desarrollo, al prestigio de España, fue asesinado, enterrado en cunetas o condenado al exilio. Todo el mundo tiene derecho a disfrutar de Lorca. Es más, nadie tiene por qué compartir sus ideas para disfrutarlo. Pero los autores no son criaturas asépticas, tienen compromisos concretos. Antes te citaba a Saramago. Saramago no escribiría igual si no se conmoviera tanto con el sufrimiento o las privaciones de la gente más humilde. A uno le puede gustar Saramago, pero debe recordar que la fuente que permite generar belleza es un profundo amor por los de abajo y una indignación con una vida que les obliga a vivir sometidos. Si uno quita esa parte, convierte a los autores en poco más de un eslogan. No es justa esa forma de leerlos y tampoco es una buena forma de interpretarlos.

P: Bueno, Rimbaud, por ejemplo, era traficante de armas…

R: No es estar de acuerdo con ellos. Yo disfruto en lo literario con Vargas Llosa, y en lo político… No es estar de acuerdo, pero sí hacerte cargo del contexto y de quién es de verdad un autor. Aunque sea mucho aventurar…, por ejemplo: hoy hemos propuesto una ley de libertad sexual y contra la discriminación LGTBI. El PP se ha abstenido; Lorca hubiera votado con nosotros.

"No creo que tener raíces y pertenencia racional sea cosa de incultos. Creo que es al revés: una buena parte de los pueblos más cultos tiene raíces y pertenencia nacional. Eso no nos aboca a la confrontación necesariamente. Puede que nos aboque a la convivencia o al diálogo."

P: Finalmente, ¿es Oriol Junqueras la excepción que confirma la regla de que el nacionalismo se cura leyendo?

R: (Risas) Nunca he estado de acuerdo con esa idea de que el nacionalismo se cura leyendo o viajando. Casi siempre, porque la mejor manera de descubrir a un nacionalista es alguien que llama «nacionalistas» a los otros. Me parece que estar orgulloso de la nación a la que pertenece uno no es malo. En absoluto. Es verdad que yo tengo un tipo de identificación nacional con mi país diferente al PP. El patriotismo español que yo vivo tiene más que ver con enorgullecerse de los jóvenes creadores, de los investigadores que se tienen que ir de España y son punteros en Europa, o de que tengamos una buena sanidad, o de que tuviéramos 15-M y, por eso, no un Frente Nacional, son motivos que no tienen mucho que ver con las pulseras en las muñecas, que las respeto, eh, o con el Cid Campeador. No creo que tener raíces y pertenencia racional sea cosa de incultos. Creo que es al revés: una buena parte de los pueblos más cultos tiene raíces y pertenencia nacional. Eso no nos aboca a la confrontación necesariamente. Puede que nos aboque a la convivencia o al diálogo. Ojo: los países, a menudo, han sido una fuente de pertenencia y de comunidad para la gente de abajo y, al mismo tiempo, un ámbito en el que poníamos límites al poder de los privilegiados. Cuando la soberanía nacional ha sido sustituida por la de las finanzas, vivimos en un mundo más injusto y más antidemocrático.

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Jesús Fernández Úbeda

Jesús Fernández Úbeda (Ciudad Real, 1989) es periodista por obra y gracia —o desgracia— de la Universidad Complutense de Madrid. Escribe en Zenda y en Libertad Digital. Además, ha cubierto un par de giras de Enrique Bunbury y escribió el press release de su último álbum, Expectativas. También hizo de compilador, o como se diga, en El último pistolero, de Raúl del Pozo. Aterrizaje forzoso (Cultiva Libros, 2018) es su primer libro. En Twitter @jfubeda89

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