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Enrique Llamas: «En los ochenta la cultura estaba muy respaldada por el Estado» - Zenda
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Enrique Llamas: «En los ochenta la cultura estaba muy respaldada por el Estado»

En Todos estábamos vivos descubrimos la parte más desconocida de la Movida madrileña, un momento de ruptura cultural y social que azotó a un país que se abría a la modernidad. Enrique Llamas nació a finales de los años 80 pero, obcecado en exponer a la luz los oscuros episodios más recientes de nuestra historia,...

Dos años después de la sorprendente Los Caín (un noir de trama compleja ambientado en la Castilla rural) Enrique Llamas vuelve a las librerías. Se destetó en la ficción con una novela que sorprendió a lectores y crítica, ahondando en los oscuros ramajes que sustentan la maldad. Estos días publica Todos estábamos vivos (ADN, 2020), una novela que en principio parece más luminosa, pero que encierra dentro de sí la parte tenebrosa de una época.

En Todos estábamos vivos descubrimos la parte más desconocida de la Movida madrileña, un momento de ruptura cultural y social que azotó a un país que se abría a la modernidad. Enrique Llamas nació a finales de los años 80 pero, obcecado en exponer a la luz los oscuros episodios más recientes de nuestra historia, buceó en bibliografía y testimonios de la época, se zambulló en documentales, películas y cortometrajes, se dejó seducir por exposiciones y homenajes que rinden tributo a este movimiento… y cuando el fulgor de estas estrellas amenazaba con cegar su voraz apetito de conocimiento, decidió contar lo que se esconde tras los homenajes y las luces de neón, y decidió convertir en ficción el momento en el que el oro dejó de brillar.

Enrique Llamas fondeó entre las víctimas que dejó atrás esta explosión social. Bregó en la parte tenebrosa de la Movida madrileña conviviendo con personajes que morían de sobredosis en céntricos portales. Este recorrido al inframundo de los 80 aparece reflejado en esta novela, y a pesar de todo ello nos encontramos con un texto que ilumina una década, una novela que concede redención y esperanza a quienes la leen, que ofrece —a través de las referencias teatrales— un tributo bellísimo y doliente a quienes quedaron atrás.

Nos encontramos con Llamas en un céntrico bar de la capital. Conversamos con él sobre miedo, sobre afrontar nuestro pasado ofreciendo luz sobre el presente, sobre mitos de la cultura pop y la influencia de Lope de Vega en esta obra. Hablamos, sobre todo, de ficción y de huidas.

—Hace dos años publicó Los Caín, un thriller rural ambientado en Castilla, que estaba claramente influido por la literatura de Miguel Delibes. En 2020 vuelve a las librerías con una novela urbana, Todos estábamos vivos, ambientada en la movida madrileña. ¿Cómo tuvo lugar este salto?

"Los Caín era el paisaje de mi infancia, era el paisaje de Delibes, en una época muy anterior a la mía"

—Creo que las dos novelas son novelas de proximidad hacia mi periplo vital de alguna manera, porque Los Caín era el paisaje de mi infancia, era el paisaje de Delibes, en una época muy anterior a la mía. Y ahora tomo el paisaje de mis primeros años de universidad, en una época muy anterior a la mía, que nada tiene que ver con lo que yo viví. La gente se asombra mucho y dice: “¡Dos temas tan distintos! ¡Dos épocas tan distintas!”. Pero yo digo que no hay tanta diferencia, porque al fin y al cabo es el mismo país y son diez años de diferencia, un poco menos, y doscientos kilómetros de distancia, aunque parezca mentira que la distancia espacio-temporal entre las dos novelas sea tan poca, porque son dos mismos distintos. Creo que al final los dos libros hablan de lo mismo: la historia reciente de este país.

—¿Por qué una novela sobre la Movida?

—Mi generación siempre ha glorificado la Movida. Siempre hemos hablado de “¡cómo hubiera molado vivir aquellos años, cómo nos hubiera gustado ir al Rock-Ola, a la Casa Costus y demás!». Siempre nos había dado mucha rabia pertenecer a una generación más aburrida. Hasta que hace no mucho un amigo, teniendo esta conversación, me dijo: “Pues yo si hubiera vivido la Movida me habría muerto de sobredosis”. Yo pensé: “Bueno, yo soy homosexual, muy probablemente hubiera contraído el VIH y habría muerto de sida”. Entonces pensé que tenía que escribir algo que hablase de esta faceta, no sólo de la parte divertida y guay, porque si olvidamos esa parte tan tenebrosa, y que tantísimas vidas de gente joven se llevó, corremos el riesgo de volver a caer en lo mismo.

—¿De dónde surgió la llama que prendió la historia? ¿Cómo nació esta historia?

"Es como si, a la vez, el propio acto festivo te estuviera anticipando todas las muertes de gente joven que iban a venir"

—Gira alrededor del concierto homenaje a Canito. Me llama mucho la atención que se situara el hito fundacional, en febrero del año 80, en un concierto para conmemorar la muerte de un chico que había muerto el 1 de enero del 80. ¡Un chico de 20 años! Yo pensaba: “Lo venden como una fiesta, como el primer protofestival… pero realmente era el homenaje a un chico que había muerto muy joven. Es como si, a la vez, el propio acto festivo te estuviera anticipando todas las muertes de gente joven que iban a venir. Toda la gente habla del concierto en plan “¡qué buen rollo!”, y yo pensaba: “Este concierto lo hicieron unos chavales de 20 años por un amigo suyo que se acababa de matar en un accidente de tráfico. No creo que el ambiente fuera tan festivo”. De hecho, en la biografía de Enrique Urquijo cuentan que se fueron a dormir bastante pronto.

—¿Cómo fue el proceso de documentación y escritura de Todos estábamos vivos?

—La documentación la hago siempre a través de más ficción. Ha habido un trabajo teórico detrás, por ejemplo con Susan Sontag (El sida y sus metáforas, 1989), que me ayudó mucho a comprender la percepción social de la enfermedad. Pero fundamentalmente lo que hago es coger ficción que se hiciera en el momento. Ficción que se hizo en el momento para plasmar la forma de vida de una juventud, pero que a día de hoy tiene un valor histórico. Ahí están las películas de Eloy de la Iglesia, las películas de Almodóvar, Crónica del desamor, de Rosa Montero, Lo que me queda por vivir, de Elvira Lindo, Arrebato, el maravilloso archivo documental de Televisión Española… Todo esto fue empapando la escritura. Mis novelas, como sabes, son novelas de ambiente. Lo más importante es el ambiente, y la trama es una excusa para llevar al lector a través de ese ambiente. Utilicé la trama de El perro del hortelano (me encanta el teatro clásico y me encanta el cine de Pilar Miró), lo que pasa es que la modifiqué mucho: cogí los nombres de algunos personajes, de otros no; los bandoleros que van a matar a Teodoro en El perro del hortelano aquí son dos yonquis; en vez de cartas de amor se escriben canciones punk; en vez de estar en Nápoles están en Madrid… pero esa fue la trama que seguí. Para que tenga un sentido y no resulte forzado tienes que cambiar mucho, pero me gustó mucho el ejercicio que hice con El perro del hortelano.

—¿Quiénes diría que son los referentes literarios de esta novela?

—Creo que al final mis referentes literarios son los mismos que en Los Caín, que es la generación de los 50. Creo que tenían una claridad para escribir y un doble filo —lo tenían gracias a la censura— que, como lector, me resulta muy provechoso para aprender a escribir. Creo que son los mismos, lo que pasa es que en mis novelas las referencias están a caballo entre la literatura y la ficción televisiva.

—La obra se presenta ante el lector con una ilustración muy llamativa y evocadora de la época, de Ana Juan. ¿Cómo surgió la oportunidad de colaborar con ella?

"Cuando escribes, siempre imaginas una portada. Tenía en la cabeza todo el universo de García–Alix, Ceesepe…"

—La ilustración ya existía: es de un libro que se llama Amantes. Cuando escribes, siempre imaginas una portada. Tenía en la cabeza todo el universo de García–Alix, Ceesepe… pero cuando estábamos buscando me dijeron en la editorial: “Busca cosas de Ana Juan”. Yo sabía quién era por la retrospectiva, la exposición que tuvo en el ABC. La vi, y es que parece hecha aposta. Parecen los personajes. ¡Hay hasta un perro! ¡Es muy fuerte! La portada es muy fuerte. Cuanto más la miro, más me gusta, más me parece que retransmite perfectamente el espíritu de la época y, ¡es que son los personajes! [risas].

—¿A qué personaje de la Movida le habría gustado conocer?

—Buff. A muchos. Me habría gustado mucho conocer a Eduardo Benavente, por todo el talento que tuvo y que tan pronto se vio truncado. Me habría gustado poder conocer a Canito y poder contarle todo lo que iba a pasar en torno a su figura. Pero creo que, sobre todo, me habría gustado conocer a Enrique Urquijo.

—¿Es esta novela un homenaje a El perro del hortelano en clave punk?

—Sí, desde luego. Como gran aficionado al teatro clásico (todos los años voy a Almagro), y dentro del teatro clásico gran admirador de Lope de Vega, y gran admirador de Pilar Miró, que hizo una adaptación tan buena, desde luego.  De hecho, al perro que sale en la novela lo llaman Hortelano. Hubo un momento en que, incluso, en vez de las canciones dije: “Voy a meter los sonetos de Lope de Vega tal cual”, pero pensé que era demasiado. Pero sí, desde luego.

—Se han cumplido cuarenta años del inicio de la Movida (el 3 de enero de 1980 moría Canito —integrante del grupo Tos— en accidente de tráfico), se acaba de publicar una Guía del Madrid de la Movida (Ed. Anaya Touring), hace unos meses la serie El Ministerio del Tiempo le dedicó también uno de sus capítulos… ¿Por qué cree usted que la Movida es un tema y escenario recurrente para la cultura hoy día?

"Creo que mucha de nuestra cultura hoy día bebe de ahí y que va a seguir siendo así durante muchísimo tiempo"

—La Movida hay que entenderla en su contexto. Es una explosión cultural muy fuerte que tiene lugar recién nos empezamos a quitar, administrativa y culturalmente, todo el bagaje de la dictadura de 40 años. Fue una época que hoy vemos de mucha libertad. Tengo una gran envidia hacia la falta de corrección política que había en la Movida, y creo que es un tema recurrente que cada cierto tiempo va pasando. Del aniversario se dio cuenta mi editor, yo no me di cuenta. Creo que hay cierta envidia hacia esa parte, yo la tengo. Mi grupo favorito de todos los tiempos es Mecano, pero no puede salir en la novela porque en el año 80 Mecano era muy germinal y porque Mecano no es Movida propiamente dicha. Estéticamente eran muy libres. ¿Por qué eran tan libres? Porque no tenían miedo. Por eso también a esa generación le pasó todo lo que le pasó. Creo que mucha de nuestra cultura hoy día bebe de ahí y que va a seguir siendo así durante muchísimo tiempo.

—¿Por qué cree que las Administraciones Públicas han ignorado este aniversario (aducen en su mayoría cuestiones presupuestarias)?

—A ver cómo hago para ser políticamente correcto. En los ochenta la cultura estaba muy respaldada por el Estado. El Estado en los años ochenta fue capaz de hacerse cargo de toda esa cultura de la calle y hacerla propia. Eso no está ocurriendo hoy en día. Quizá el poder político está pasando de ver la cultura como una forma de expresión a como una forma de disidencia. Creo que hay determinadas actitudes de los ochenta que hoy no pueden interesar al poder. Igual que hay determinadas cuestiones de los ochenta, como por ejemplo la drogadicción, que no nos interesa a la ciudadanía retomar. ¿Falta de presupuesto? Me gustaría saber para qué han tenido presupuesto en los últimos años.

—Esperanza Aguirre sí que celebró el 25 aniversario de la Movida.

—También quitó las fiestas del 2 de Mayo, que era algo inconcebible. La Movida fue algo que el poder consiguió tener de su lado durante aquellos años y hoy en día no conviene porque es bastante disidente. Si hoy en día nos llevamos las manos a la cabeza por muchas faltas de corrección política, o de respeto. Tenemos la piel muy fina, que para muchas cosas es muy bueno, pero si ahora saliéramos con las formas de aquella época, creo que esto explotaría por todos lados.

—¿Cree usted que aún permanece el espíritu de la Movida?

"Nos hemos quedado con lo bueno sin hacer hincapié en todas las vidas que se perdieron"

—Creo que sí. Quiere permanecer. Hay artistas que siguen en activo desde entonces. Lo que pasa es que nos ha llegado lo bueno. La gente se olvida de toda la parte de la que hablo en la novela. Sigue activo pese a que Malasaña no es un barrio deprimido, afortunadamente. Ahora es todo lo contrario, es un barrio gentrificado, que tampoco es bueno. A Chueca le ha pasado lo mismo. Pero creo que sí, que mucha gente hace bandera todavía de los que la vivieron, y de los que no la vivimos de haber querido vivirla. Pero es una visión muy sesgada la que ha llegado a nuestros días: nos hemos quedado con lo bueno sin hacer hincapié en todas las vidas que se perdieron.

—Todos los personajes escapan: de su presente, de su entorno… Es una novela de personajes en huida. ¿Fue premeditado?

—Siempre se ha dicho que la Movida fue una cosa de niños ricos. Yo quería retratar tanto a esos niños ricos que se desclasan hacia abajo para molar más entre la gente de la calle como también al chico de barrio o de provincias que llega y también quiere estar ahí. Sí, los personajes están en huida. Y están en huida, sobre todo mis protagonistas, de sus relaciones con sus padres, porque han sido educados para una sociedad que se va a extinguir, y se encuentran con otros códigos. Siempre me he preguntado qué pasa si tus padres son gente muy brillante y tú te quieres dedicar a lo mismo… ¡Nunca vas a ser más brillante! Para documentar la relación de Adela con su madre vi Postales desde el filo, la película que hizo Carrie Fisher sobre su relación con su madre (la protagonizó Meryl Streep); me documenté sobre las relaciones de los hijos de Bette Davis y de Joan Crawford con sus madres. Creo que la huida de Adela es la más patente. Pero luego está Aldo, que está intentando huir de su propio parecido con su padre. Su padre era un maltratador, y él ve que ha heredado determinados comportamientos de los que quiere huir. Sí, todo el mundo está en una huida hacia adelante. Siempre digo que huir hacia adelante mola mucho si corres más que lo que te viene detrás, pero no son capaces de correr más que lo que les viene detrás.

—¿De qué escapa Enrique Llamas como escritor?

—Escapo del encasillamiento, escapo de las etiquetas, escapo de lo monocorde. Enrique Morente hablaba mucho de la libertad a la hora de crear, y a mí me gusta mucho escapar de los moldes, diciendo, por ejemplo, que el argumento es el de El perro del hortelano, pero que luego están en Malasaña, la estructura la saco de una novela de Isaac Rosa y de la serie de Ryan Murphy El asesinato de Gianni Versace… Escapo del molde. Aunque mi forma de escribir creo que… coges Los Caín y coges Todos estábamos vivos, y soy el mismo autor, pero escapo del molde en la estructura. Lo que hago es escapar del molde (y de lo ortodoxo) en la estructura.

—La trama es recorrida por una fuerte nostalgia, por una época y una manera de vivir. ¿Qué quería retratar este libro?

"Quería que la gente viera la cara B de la Movida. Sobre todo quería una novela sobre aquellos que hoy ya no están"

—Quería retratar que no es oro todo lo que reluce. Quería que la gente viera la cara B de la Movida. Sobre todo quería una novela sobre aquellos que hoy ya no están, el testimonio de las personas que no sobrevivieron. Por eso el título viene de un poema de El Ángel, que fue un poeta que murió a principios de los 90, que me vino muy bien su voz, porque sobrevivió unos pocos años y fue muy consciente. Fue una persona con un gran talento y sobrevivió lo suficiente como para ser consciente del coste humano de la Movida. Él decía: “La Movida, ¡la puta Movida!”. Esa era la voz que yo buscaba, que yo quería contar en esta novela. Hay también un poemario de Olvido García Valdés con título similar, que no puedo dejar de recomendar, pero cuya temática nada tiene que ver con El Ángel o con mi novela.

—¿Recuerda cuándo decidió que sería escritor?

—No sé el momento exacto. Uno se da cuenta de que quiere ser escritor cuando lee algo que le hubiera gustado haber escrito.  Eso puede que la primera vez que me pasara fuera con El camino, de Miguel Delibes. A veces pasa, ves películas o lees libros que dices: “¡Esto lo querría haber hecho yo!”. Creo que ese es el momento más claro en el que sientes que quieres ser escritor. En mi caso más incluso que cuando te sientas a escribir.

—En su novela maridan muy bien referentes culturales de los 80 sobre un homenaje a grandes clásicos, desde Lope de Vega a Carmen Martín Gaite. ¿Cuánto le debe Enrique Llamas escritor a autores como Martín Gaite o Ana María Matute? ¿Y cuánto Enrique Llamas lector?

—Buff. Como lector y como persona creo que absolutamente todo. Hay determinados autores, y creo que ahí la palma se la lleva Martín Gaite, cuya lectura y relectura de sus novelas han marcado cambios de actitud míos en la vida. Como escritor te diría casi frustración, porque leo páginas de Matute, de Martín Gaite, de Delibes y me digo: “¡No voy a ser capaz de escribir así nunca!”. Pero es también una forma de clavarte las espuelas y decir: “¡Inténtalo!”. Fíjate, me puso un tuit el otro día una mujer, y me decía: “Parece mentira que cueste tanto encontrar a un escritor hombre que diga que Martín Gaite y Matute son sus referentes”. Pues no entiendo por qué. No sé si son poco leídas. Me parece que, por supuesto, están a la altura de Cela y de Delibes. Ahora afortunadamente se habla mucho de Delibes por el aniversario, pero me parecen de una calidad literaria y de una humanidad tremendas. ¡Hacían unas cosas dificilísimas! Eran capaces de llegar con su lenguaje y su forma de escribir a muchísima gente. Ahí están los verdaderos retos, no en hacer subordinadas.

—Con su primera novela, Los Caín, recibió el premio Memorial Silverio Cañada al mejor debut de novela negra y fue nominado al Premio de la Crítica de Castilla y León. ¿Cómo le ha condicionado esta recepción favorable a la hora de escribir Todos estábamos vivos?

—Los premios sabes que tardan. Todos estábamos vivos la había empezado a escribir antes de que llegaran las nominaciones y los premios. Más que los premios me pesaban los comentarios de tantos lectores y lectoras, que son en su mayoría lectoras (esto es algo que hay que decir muy alto, sois mayoría mujeres). Me presionaba más la respuesta del lector, me pesaba mucho más, me animaba, me espoleaba, pero me daba más miedo que los premios.

—¿Cómo espera que se reciba esta novela?

—Lo primero que esperaba era sorpresa, por el cambio tan drástico de tema, que la ha habido, y estoy encantado. Con estar a la altura y que se levanten expectativas sobre una posible tercera novela me es más que suficiente.

—¿Puede adelantarnos qué está escribiendo en estos momentos?

"No me siento cómodo en el presente, y que creo que seguiré en el pasado"

—Tengo varios temas. Pero sólo puedo decir que no me siento cómodo en el presente, y que creo que seguiré en el pasado, en la historia reciente de este país, porque, como decía Galdós, el pasado reciente es una forma muy válida, muy práctica, de entender nuestro presente.

—¿Qué lecturas recomendaría a los lectores de Zenda?

—La última novela de Elvira Lindo, A corazón abierto. Me parece un ejercicio de sinceridad y de condescendencia con el lector. ¡Es tan difícil escribir de una forma que sea tan fácil leer! Me gusta mucho todo Trueba, recomiendo casi toda la literatura de David Trueba, me gusta mucho cómo escribe Juan Gómez Bárcena, y tengo muchas ganas de hincarle el diente a Sara Mesa, que no he leído nada de ella.

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Raquel Jiménez Jiménez

Chica prensa (gabinete de comunicación) y estudiante aficionada a la Historia. A veces hago reseñas y entrevistas. Me encanta el teatro, ¿Qué sería de nosotros sin él?

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