Imagen de portada: Folios del manuscrito original del libro de Juan Manuel de Prada «Mil ojos esconde la noche 1: La ciudad sin luz».
Cuando uno es mitómano no puede evitar padecer nostalgia de lo no vivido todo el tiempo. Fundamentalmente porque los mitos alcanzan esa categoría cuando ya no están. Y así, uno añora asistir al discurso del sueño de Luther King en la piscina reflectante frente al Lincoln Memorial, ver a Sinatra tomar un Dry Martini en Jill’s, viajar a Nueva York con Garci y Landa o trabajar en la redacción del Primero de la mañana. Lo malo es que uno pasa tanto tiempo recordando el pasado no vivido que se pierde el presente y sus mitos, los contemporáneos, los que lo serán de verdad cuando hayan transcurrido los años y otros mitómanos que aún no han nacido nos envidien por haber compartido época con ellos. Yo creo haber reconocido a algunos de ellos y he tenido la suerte de vivirlos, mucho o poco. Personajes de los que se hablará el siglo que viene. Pedro J., Martín Ferrand, Talese, Morante, Garci, Umbral, Alcántara… y Juan Manuel de Prada.
El día que me citó en el Varela (siempre es en el Varela) me anunció la inminente conclusión de Mil ojos esconde la noche, su última novela de 1.600 páginas repartida en dos volúmenes de 800 cada uno. En ella recupera al protagonista de la prodigiosa Las máscaras de héroe, Fernando Navales, y lo sitúa en la Delegación Exterior de Falange en el París recién ocupado (donde los alemanes iban de gris y él iba de azul… Mahón) al frente de una misión: captar para el Movimiento (perdón por la mayúscula) a todos los “artistillas y plumíferos” exiliados en la capital francesa.
“Es muy bestia, Luis. Mi editor va a echarle dos cojones al publicarlo” —me dijo entre preocupado y orgulloso—. La trama es ficción pero los personajes, los lugares y los acontecimientos en los que está ambientada son reales y un manual de Historia contemporánea. José Félix Lequerica, González-Ruano (Ruanito), Gregorio Marañón, María Casares, el escultor Mariano Hernández, Ana María Sagi… A todos los enfrenta Prada a las entrevistas de Navales para el diario Arriba, que son las que a Prada le hubiera gustado hacer a cada uno de ellos en su particular nostalgia de lo no vivido. Y uno descubre rincones desconocidos de la personalidad de algunos de los principales intelectuales españoles de mediados de siglo y pequeños detalles, como que la colección de vello púbico de Leguineche era un homenaje de Berlanga a Ruano (o de Prada a Berlanga). Será ficción, pero no debe de haber muchas tesis doctorales mejor documentadas.
Y si todo lo anterior es irresistible, Prada, y aquí viene “lo bestia”, decide obedecer a Max Estrella cuando decía que “el sentido trágico de la vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada” y vuelca en el libro lo más oscuro de su mente para crear un universo esperpéntico que Alex de la Iglesia glosó con maestría (y con esa voz que te dan ganas de que te siga leyendo aunque sea el prospecto del Espidifén) en la presentación del libro en la Fundación Telefónica. Como el vídeo debe de estar subido en YouTube y no voy a ser capaz de mejorarlo, me voy por otro camino a ver qué encuentro.
En 2000 se estrenó La celda (que aprovecho para recomendar), una película de Tarsem Singh que narraba la historia de una psicóloga (Jennifer López) que, mediante una tecnología de vanguardia, era capaz de conectarse con la mente de pacientes desahuciados y habitar sus sueños y sus pensamientos más ocultos. Una vez dentro de la cabeza de los pacientes, la doctora contemplaba universos dalinianos con caballos que continuaban con vida después de ser guillotinados en veinte secciones idénticas (como el truco de la mujer serrada) en una enfermería plagada de relojes, asesinos sudorosos y purulentos que descuartizaban el cuerpo de una mujer muerta y le daban de comer los cachitos de carne a su perro, monstruos lascivos con mechones acarnerados, como demoníacos, mujeres con cuerpos ajados, casi putrefactos, suturadas, tuertas, calvas, como muñecas viejas, moviéndose al son de un mecanismo de caja de música que controla sus voluntades o niños que suben escaleras que no llevan a ninguna parte.
Pues eso que hacía Jennifer López no tenía ningún mérito. Lo verdaderamente meritorio, para lo que sí hay que tener dos cojones, es para conectarse con la mente de Prada y contemplar todo lo que allí dentro habita. O, lo que es lo mismo, leer Mil ojos esconde la noche. Y como es él mismo quien lo escribe, el uso de cada palabra es preciso y en cada momento el lector siente lo que el escritor pretende: desasosiego, asco, angustia, desprecio… Es como si Prada hubiera decidido fusionar Luces de bohemia, con su callejón del gato y sus espejos deformantes, y La colmena, con la riqueza de sus personajes, para crear una obra, y aquí viene el juicio de un diletante, ya me perdonarán, que estará al nivel de las otras dos como una de las grandes obras maestras de la literatura en castellano. Y si a mí no me creen, pregunten a Luis Alberto de Cuenca o a Cuartango.
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Autor: Juan Manuel de Prada. Título: Mil ojos esconde la noche 1: La ciudad sin luz. Editorial: Espasa. Venta: Todos tus libros.
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